Sí queremos
introducirnos en la historia de la economía conquense del siglo dieciocho, es
indispensable consultar las obras de dos autoras, que han invertido mucho
tiempo en esta cuestión, se
trata de María Teresa Marcos Bermejo, cuya tesis sobre “La fabricación
artesanal de papel en Castilla-La Mancha” (1993) es un trabajo riquísimo donde
se plasma amplia información documental de la época, así como por otro lado,
María Luz N. Vicente Legazpi, quien estudió a fondo “La ganadería en la
provincia de Cuenca en el siglo XVIII” (2000), una detallada monografía en la
que se abarca el protagonismo que desempeñó el sector primario hace más de dos
siglos atrás.
De esta segunda autora, ya hicimos énfasis en un artículo que publicamos
hace ahora un año en este mismo blog: “Los
Salonarde. Un linaje de la nobleza rural conquense vinculado con la
trashumancia rural”, pues la ingente cantidad de datos notariales que nos
aporta sobre una de las grandes familias de la ganadería conquense (los referidos
Salonarde), nos muestran una estirpe de gentes arraigadas a la economía rural,
que supieron ver y conectar el negocio de la ganadería (a través de la venta de
lana) con el aprovechamiento de la producción industrial que se podía ejecutar
desde los molinos, y en donde también se realizaba la fabricación de papel. De
entre los documentos que cita la autora, para nosotros lo más llamativo es la
posición relevante que adquieren dos de sus mujeres, debido a la gran cantidad
de ganado que controlaron y gestionaron. Y es que aunque parezca que dichas
costumbres tuvieran una raigambre masculina, está demostrado, que también había
mujeres (de ese estatus al menos), que podían ejercer un poder destacado, en
torno a la explotación de las reses. Una serie de datos, que pensamos, todavía
no se han valorado del todo, y que son de especial importancia, pues reflejan
que el nivel adquisitivo y la actitud emprendedora de las señoras Salonarde llegó
a ser de los más importantes de la provincia, pues del 66’49 % de todo el
lanar, incluido el churro, éste pertenecía sólo a tres ganaderos de cabañas
merinas. Uno de esos, era el de Quiteria Salonarde, el resto correspondía a
Francisco de Borja y Julián Cerdán.”
Así pues, las mujeres de la familia Salonarde consiguieron potenciar una
de las grandes producciones de ganado más importantes de la provincia de
Cuenca. Además de adquirir la vivienda palaciega que luego llevará por nombre
el apellido de uno de sus maridos, ubicada en plena zona central del casco
antiguo de la ciudad, y que conocemos como casa de los Clemente de Arostegui.
Por desgracia, los méritos empresariales de estas mujeres, no han sido hasta la
fecha del todo lo suficientemente reconocidos, en una sociedad en la que los
hombres controlaban la práctica totalidad de las actividades económicas, fenómeno
que a su vez, realza aun más el mérito de sus logros.
Casa-Palacio de los Clemente de Arostegui, en
la ciudad de Cuenca. Adquirida por doña Quiteria Salonarde y Salonarde en el
siglo XVIII. Imagen: www.unaventanadesdemadrid.com
El éxito de las Salonarde, se explica por la concentración de un
patrimonio destacado, que en buena medida procedía de las posesiones que sus
antepasados fueron adquiriendo en las localidades de Barchín del Hoyo, así como
de Buenache de Alarcón, enclaves de donde procedía la familia, y que hemos ido
estudiando modestamente a través de nuestros apuntes y notas genealógicas, y de
los que en un futuro seguiremos aportando más información. Tanto poder, les
permitió posicionarse entre una de las familias más influyentes de la pequeña
nobleza rural que había entre los siglos XVI-XVIII en esta zona de la Manchuela.
No sabemos si será un fenómeno casual, pero en esta área hubo una cantidad
remarcable de gentes que se dedicaron a las labores de tipo pastoril, ejemplo
de ellos son algunos municipios como en el caso de Piqueras del Castillo. En
cuanto a las Salonarde, fue través de la compra-venta y prestación de dinero, cuando
sus integrantes empezaron a engrosar sus riquezas, donde además de la zona de
lavadero y esquiladero para el ganado, se hicieron con la propiedad de los
molinos de papel. La clave sin lugar a dudas, fue la figura del mayorazgo, en
donde la familia fue acumulando una ingente cantidad de patrimonio que nunca
llegó a dispersarse. Además, habría que
añadir varios bienes inmuebles, como la residencia palaciega antes citada, y
que en su conjunto las situaron entre una de las familias más ricas que por
aquellas fechas había en la ciudad de Cuenca.
Iglesia-Panteón de la familia Cuba Clemente,
ubicada en los terrenos heredados de sus ancestras las Salonarde, en la
localidad de Molinos de Papel.
Obviamente esta familia (mediante la figura de doña Quiteria Salonarde y
Ana Josefa de Herrera Salonarde) supo consolidar e incrementar el patrimonio durante
los siglos XVIII y XIX, para que de este modo nunca se dividiera y así quedara
adscrito a su casa, de ahí que no fuera casual que acabara integrándose en el
enlace del señor don Antonio Clemente de Arostegui Salonarde, con su esposa y antes
citada, Ana Josefa de Herrera Salonarde. Ambos primos y descendientes de don
Benito Salonarde y doña Quiteria Salonarde, enlace que refuerza más si cabe las
relaciones conyugales entre sus miembros. Antonio y Ana Josefa (quien de su tía
conseguirá el lote patrimonial), seguirá al mando de la gestión económica, de
modo que será mediante su hijo Antonio José, cuando tras mantener nupcias con
María Francisca Neulant, los Clemente de Arostegui dejarán sus bienes al linaje
de la Cuba, ya que la hija única de ambos, doña María Josefa Rita Clemente y
Neulant, casó con don Félix de la Cuba Aguirre, procedente también de otra gran
familia muy bien posicionada. De este matrimonio nacerá su hija doña Gregoria
de la Cuba y Clemente de Arostegui, quien falleció a finales del siglo XIX, y
será la última gran representante de esta ilustre descendencia.
Ascendencia de doña Gregoria de la Cuba y
Clemente (apuntes personales).
Sobre su biografía hay diferentes apuntes, de entre los que destacaría
la información dada por José María Rodríguez en la Tribuna de Cuenca, en un
artículo del 22 de febrero de 2014, y que describe de la siguiente manera: “doña Gregoria poseía una inmensa fortuna, otorgó
testamento en Madrid, disponiendo en él, que se redujesen a metálico sus bienes
y se levantase un panteón, junto al Molino de Papel, en donde debían dar
sepultura a sus restos y a los de sus padres y hermanos. Murió el 3 de
noviembre de 1896. Por deseos de ella se construyó un edificio para escuelas,
inaugurándose en noviembre de 1903. Con el patrimonio que legó se
sufragaban los estudios de los niños, pensionaba a los artistas jóvenes sin
recursos, sufragaba el aprendizaje de oficios, concedía dos o tres dotes a doncellas
humildes que contraían matrimonio, realizaba obras para colocar a los obreros
en las épocas difíciles, entregaba sus huertas a los campesinos exigiendo una
renta tan baja que difícilmente alcazaba para el pago de las contribuciones,
perdonándola en caso de pedrisco o pérdida de la cosecha. Por otras causas
socorría a los menesterosos e imposibilitados para el trabajo. Esta es la obra
de la testamentaria, de la ilustre señora de Cuba y Clemente”.
Escultura de doña Gregoria de la Cuba, en el parque de
San Julián de Cuenca. Imagen de luismarcoperez.blogspot.com
Sólo decir, que mucho nos queda por aportar de las mujeres aquí descritas, ya que la historia de sus hazañas en el ámbito económico y social es más que notorio, puesto que su pericia y capacidad de liderazgo, en medio de una sociedad rural, en la que el papel masculino era enormemente el dominador, es un argumento lo suficientemente importante como para que a día de hoy sigan recordándose. Esperemos que los nombres de Quiteria Salonarde y Salonarde, Ana Josefa de Herrera y Salonarde, así como de Gregoria de la Cuba y Clemente de Arostegui, puedan seguir difundiéndose y darse a conocer en otros muchos lugares, tanto dentro como fuera de las tierras conquenses.
David Gómez de
Mora