La historia de Piqueras del Castillo ya ha sido tratada en dos obras
de obligada consulta para quien desee conocer el pasado de esta
localidad, de ahí que el trabajo de Miguel Romero y Jesús Arribas,
complementado con el magnífico estudio de Evelio Moreno, sean
herramientas indispensables para abordar con rigurosidad que destino
ha vivido esta localidad durante los últimos siglos.
Conocer
sus costumbres, hábitos, características socio-económicas, oficios
y un largo listado de elementos que han moldeado la personalidad del
piquereño, nos permiten viajar en el tiempo a ese Piqueras del
pasado, impertérrito y tradicional, sobre el que se forjó un modus
vivendi rural, muy parecido al de otros tantos pueblos del territorio
manchego, y del que en el caso que nos atañe, afortunadamente
poseemos múltiples referencias documentales que sirven para trazar
la senda de su historia.
El
interés por conocer más a fondo esos rasgos antropológicos,
sociales, económicos y su interacción sobre el medio físico, nos
ayuda a entender la forma de pensar de aquellos vecinos que vivieron
siglos atrás, en un entorno donde los dos principales recursos eran
la agricultura y la ganadería. Riqueza indispensable de un
municipio, en el que durante siglos fue la forma de vida más noble y
práctica de la gran mayoría de sus habitantes.
Un
enclave costumbrista, tradicional, pequeño y con una política
endogámica bastante cerrada que les permitió mantenerse en el
tiempo, además de generar personalidades destacadas y emblemáticas,
que llegaron a ser influyentes tanto dentro como fuera de este lugar.
Quien
mejor conocía y describió las viviendas tradicionales de Piqueras
fue el filósofo Evelio Moreno (2013, 85-86), tal y como demuestra en
sus crónicas del pueblo, al detallar las diferentes partes de las
casas que había en Piqueras. Comentaba como en la zona superior se
hallaba lo que se conoce como la cámara, lugar de almacenamiento del
grano de la cosecha. La cocina con su chimenea y el portal donde se
depositaban los botijos llenados de la fuente, eran las dos estancias
más importantes de la residencia. Estas se complementaban con una o
varias habitaciones, además de una despensa en la que solía
guardarse la carne de la matanza, conservas y demás alimentos. En el
mejor de los casos el suelo del habitáculo podía estar embaldosado
con terrazo.
La
profesión más extendida entre sus vecinos era la de los labradores.
Sabemos por ejemplo que durante 1860-1870, éstos representaban un
40% del sector económico del municipio, y que junto con alrededor de
un 20% dedicado a la ganadería y pastoreo, sumado a un 5% ocupado
por otras oficios (herrero, molinero, carpintero, tejedor…), hacían
que al menos seis de cada diez piquereños dispusieran de recursos
que les permitían disfrutar de cierta independencia económica. Los
más afortunados eran aquellos habitantes procedentes de familias que
hasta el siglo XIX tuvieron la fortuna de poder heredar los lotes de
tierras que iban adscritos a las fundaciones que sus ancestros o
parientes habían dejado vinculados, y cuyo testimonio leemos en los
libros de la parroquia que se custodian en el Archivo Diocesano de
Cuenca.
A
tenor de los datos que hemos ido estudiando, creemos que en la
segunda mitad del siglo XVIII los porcentajes de la distribución
económica por sectores no distarían mucho de los que presenciaremos
un siglo después, y que hemos detallado en el párrafo anterior.
I.
Los vínculos y producciones agrícolas en Piqueras del Castillo
Siguiendo
el libro de fundaciones de Piqueras del Castillo, y que lleva por
título “Libro de capellanías y fundaciones de 1759-1769”,
detectamos cerca una veintena de vínculos existentes durante el año
1765, y que no distarían mucho de los que había menos de un siglo
antes tras los conflictos generados por las políticas de
desamortización.
Los
vínculos eran una agrupación de bienes creados por una persona. Se
hallaban controlados por la Iglesia del respectivo municipio, y a
cambio de un pago de misas anuales, eran heredados por sus
descendientes, para que su propietario los pudiese disfrutar,
teniendo la obligación y deber de preservarlos así como no
enajenarlos, de modo que las generaciones futuras siguieran
poseyéndolos como sustento de vida.
En
el libro de fundaciones de Piqueras del año 1765 aparecen este
conjunto de memorias y fundaciones:
- Miguel Sánchez Abad
- Garci Ruiz de Alarcón
- Francisca Gil
- Julián Ruiz de Alarcón
- Matías de Barambio
- Luís Pacheco Girón
- Juan Fernández
- Isabel de Moya
- Manuel López
- Catalina López (mujer de Miguel de la Orden del Barco)
- Juan del Barco
- Juan Cano
- Marcos de la Orden
- Pedro de Zamora
- Domingo Herráiz
- Martín Gil de Segovia
- María Rodrigo
- Catalina López (mujer de Juan de Zaorejas)
- Juan de Reyllo
- María de Nieves
Explicando
por partes cada una de estas, la fundación de Miguel Sánchez Abad
se creó con una capellanía, hallándose formada a mediados del
siglo XVIII por más de medio centenar de propiedades. El vínculo
del capellán tuvo un peso importante para la familia Crespo, ya que
Miguel aportará una capellanía y patronazgo de legos para que su
heredero fuese Julián de Crespo, hijo de Juan de Crespo y Catalina
García, en el que se adjuntaban como decíamos más de 50 fincas.
Siguiendo un orden de preferencia, se estipula que después de
Julián, el siguiente candidato era Juan de Crespo, así como en su
defecto Juliana de Crespo y finalmente Ana de Crespo (ambas también
hermanas de los anteriores).
La
segunda fundación es la de Garci Ruiz Girón de Alarcón, hijo de
los Señores de Piqueras, quien creó una capilla y dos capellanías
en la Iglesia del pueblo, además de un vínculo que en tiempos del
libro referido llevaba aparejado más de 70 propiedades rústicas.
El
vínculo de Francisca Gil tenía sus orígenes en la fundación del
anterior, y a mediados del siglo XVIII poseía una cuarentena de
tierras, a pesar de que en algunos momentos llega a tener casi
setenta (65 hazas, 2 terrenos y 2 cañamares). Tuvo como propietaria
a la señora Inés de Alarcón, vecina de Piqueras, y descendiente de
los Ruiz de Alarcón.
La
cuarta fundación es el vínculo de Julián Ruiz de Alarcón, quien
llegó a ser alcalde y redactó su testamento el 9 de marzo de 1671,
haciendo un vínculo del “tercio y quinto de su hacienda”.
Siguiendo con las costumbres, establece como primer heredero a su
hijo mayor, para que en el caso de que éste no deje descendencia
recaiga en el hijo varón de su hermano. El referido vínculo poseía
medio centenar de propiedades, poseyéndolo en 1768 Pedro Ruiz de
Alarcón, hijo de Joseph Ruiz. El primer propietario fue el hijo
mayor de Julián, Julián de Alarcón -el mozo-.
La
fundación de don Matías de Barambio, cura de Piqueras,
se formó en 1752. Incluía la casa que hizo nueva en la plaza del
pueblo, junto con más de 100 fincas. Su sobrino Matías de Barambio
fue a quien se la adjudicó, para lo que se desplazó desde Valera
para asentarse aquí y dar origen al linaje de este apellido que
todavía perdura en la localidad. Don Matías (el sobrino) casó con
Ana Serrano Valero (también vecina de Valera), y fruto de este matrimonio nacerá el siguiente poseedor de los bienes, su hijo
Celedonio de Barambio Serrano, marido de María Antonia López y
López, con la que casó en 1774.
El
noble don Luís Pacheco Girón, Señor de Piqueras también efectuó
una fundación que a mediados del siglo XVIII tenía alrededor de
medio centenar de tierras. La siguiente es la de Juan Fernández,
vecino de Piqueras que redactó su testamento y consiguiente creación
del vínculo el 12 de julio de 1612 ante el escribano Pedro Ruiz de
Alarcón. Pide que la sucesora sea su hija María Fernández. Durante
1765 será propiedad de Juan Martínez, mientras que en 1801 de
Matías Martínez.
Otro
patronazgo bastante antiguo es el de Isabel de Moya, viuda de
Sebastián de Fuentes. Fue creado en 1596 ante el escribano público
de Piqueras don Pedro de Villareal. Isabel nombra por heredero a su
hijo Pedro de la Fuente, quien lo amplió en 1624 al redactar su
testamento y nombrar a su hijo Matías de Fuentes. Como pasaba con
muchos vínculos, en 1765 estaba bajo el poder de un vecino residente
de fuera del pueblo, Martín Cambronero, natural de Barchín, y en
cuyo momento contaba con alrededor una quincena de propiedades.
La
fundación de Manuel López abarca la suma de un total de tres
vínculos que heredó por ser descendiente legítimo de varios
linajes de Piqueras. El primero que se menciona es el que era
conocido como vínculo del Licenciado Juan Fernández de Peralta, y
cuya hermana menciona el 12 de diciembre de 1668 (Ana de Peralta) en
el momento de hacer su testamento, pidiendo que este recaiga sobre su
sobrina María Navarro, esposa de Laurencio López, con el que casó
en 1658 y tuvo por hijo al referido Manuel López, quien además
aglutinó los vínculos de Quiteria Cano Gil y de María Gil. Por
desgracia y como era de esperar, sobre el de María Gil no se halló
referencia alguna, ya que muy probablemente fuese el que procedía de
la misma María Gil, esposa del que fuera párroco e hijo tercero de
los Señores de Piqueras, Garci Ruiz de Alarcón, malpensamos pues de
una desaparición intencionada, que en cierta manera, reconociera por
la vía de este vínculo, una descendencia directa de los señores
del lugar, y que como ya hemos expuesto en más de una ocasión, era
más bien un problema que una alegría para los intereses de la línea
principal de este linaje noble. Otra posibilidad es que esta María
Gil fuese una de las hijas de Juan Cano y María Gil, cuyo matrimonio
tuvo que celebrarse alrededor de 1560.
Por
lo que respecta al vínculo de Quiteria Cano Gil, sí existe la
referencia del testamento sobre el que se fundó, datando a 13 de
febrero de 1663. Junto con los dos anteriores, pasarían a engrosar
una única fundación, que se conocerá a partir de ese momento como
vínculo de Manuel López.
Como
hemos comentado en más de una ocasión, las mujeres en Piqueras
fundaron diferentes memorias de este tipo, para que así el
patrimonio siempre cayera en manos de un pariente varón cercano.
Catalina López, fue una de esas piquereñas creadora de un vínculo.
Estaba casada con Miguel de la Orden del Barco. Su testamento lo
redactó ante el escribano de Valverde, Diego Ramírez de Arellano, a
19 de septiembre de 1724, transcrito de un documento de 1710 en
presencia del escribano de este lugar y Juez de las Diligencias
practicadas (el señor Silvestre Rubio). En este caso el vínculo
tenía alrededor de una treintena de tierras, estando además
agregado a otro vínculo fundado por su antepasada María de Reyllo.
Juan
del Barco, marido de María Lozano, fue otro vecino creador de un
vínculo, según el testamento redactado ante el escribano Pedro Ruiz
de Alarcón, a 27 de abril de 1656. Justo en ese mismo año, Juan de
Arcos, cita otra fundación, y que conoceremos con el nombre de la de
Juan Cano, hijo de su hermana Olaya García, ya que su cuñado y
padre del sobrino se llamaba igual.
La
siguiente memoria fundacional es la de Don Marcos de la Orden y
López, presbítero de Barchín. En ella se adjuntan varios bienes,
en los que se llega a la conclusión de que proceden de una masa de
bienes anterior, pero que de la que el escribano ignora su origen de
creación por no encontrarse el documento que la realizó. De ahí
que tome el nombre del poseedor que existe en el momento de su
transcripción.
Un
vínculo bastante antiguo será el de Pedro de Zamora y su esposa
Quiteria Mateo, y que se relaciona con una venta que efectuó Diego
de Zamora y Aguilar (vecino de Iniesta). Parece ser que Diego de
Zamora vendió una propiedad de los mismos en 1665 a Matías Herrero,
vecino de Piqueras. En el año 1765 el vínculo seguía estando en
poder de la familia Zamora.
Otra
fundación fue la de Domingo Herráiz, y que queda registrada ante el
escribano Pedro Ruiz de Alarcón de Piqueras en el año 1633. Su hijo
Domingo Herráiz (el joven) será el poseedor. Éste tuvo por hija a
Quiteria Rubio, siguiente propietaria. En 1765 se halla en manos de
María Rubio, vecina de Piqueras y viuda de Jaime de la Orden.
Una
fundación más modesta, pero conocida en la localidad era la de
Martín Gil de Segovia, y que durante un tiempo estuvo en poder de
Francisco del Barco, para luego recaer en su hija Nicolasa del Barco.
Se le agregó la fundación que en 1681 realizó Domingo Cano, vecino
de Piqueras, lo que incrementaría su superficie. En 1765 era
propiedad de la familia Checa, estando conformada por unas cuatro
propiedades.
Tampoco
se nos debería pasar por alto otra da las vinculaciones más
antiguas de Piqueras, esta era la de María Rodrigo, y cuyo apellido
solapó con el de su marido Julián López, creando la forma
López-Rodrigo, y que veremos en uso hasta el siglo XVIII. María
Rodrigo testó el 10 de marzo de 1596, fruto de su matrimonio nació
su hijo y heredero, quien casó con Ana Martínez. El vínculo tenía
unas casas de morada delante de la fuente (en la Barrio de la Plaza),
lo que ya nos confirma que este espacio urbano existía a finales del
siglo XVI, y que como ya se intuía, fue el eje sobre el que se
plasmó la antigua planificación urbana de la localidad. Esta
fundación pasó a su hija Francisca López, quien casó con Alonso
López en 1618.
Otro
vínculo fue el de Catalina López, creado en 1559, y siendo hasta la
fecha el más antiguo del que tenemos constancia. Esta mujer casó
con Juan de Zaorejas, y fruto de su enlace nació Catalina López de
Zaorejas, que en 1596 incorpora propiedades a la creación de bienes
de su madre, además de antes haber casado con Juan de Reyllo.
Precisamente el hijo de ambos, será Juan de Reyllo López, quien
funda otro vínculo en 1638. Dicho Juan enlazará con Juliana Saiz,
quien se lo transmitirá a Pedro de Reyllo. En el año 1765 era
propiedad de Miguel de la Orden, vecino de Piqueras.
Finalmente,
sabemos de la existencia de otro vínculo creado a principios del
siglo XVII, concretamente el de María de Nieves, fallecida en 1616,
y que tras efectuar un buen testamento y pago de 70 misas, adjuntó
diferentes tierras. Su cuñado era Juan López, alcalde ordinario ese
mismo año. Más tarde veremos que el poseedor de la memoria es
Alonso López Fernández de las Heras, quien controlaba del mismo un
total de 24 hazas.
II.
El carlismo en Piqueras del Castillo
A
pesar de la imagen de minifundios y tierra fragmentada que ha
existido en el municipio de Piqueras desde antes de la concentración
parcelaria de la segunda mitad del siglo XX, bien es cierto que este
panorama no siempre fue así, pues comenzó a extenderse con especial
intensidad a partir del siglo XIX, cuando tras la desamortización e
implantación de las ideas liberales, se produjo una profunda
separación y fragmentación de las tierras entre las generaciones
venideras.
Fenómeno
que comportará una clara pérdida de poder y estatus del labrador,
al tener que ir dividiendo entre sus descendientes, parte del
sustento económico que le propiciaban sus bienes raíces y que
tiempo atrás habían atesorado su familia. Ejemplo de ello lo tenemos
en el libro de fundaciones antes referido del siglo XVIII, y en donde
el escribano Ruiz de Alarcón, traslada fundaciones de tierras concentradas que se remontaban hasta el siglo XVI, y en donde se
comprueba como parte del término estaba controlado por diferentes
familias de labradores, que aglutinaban sus propiedades en aquellas
instituciones, por las que anualmente sus herederos simplemente habían
de pagar un conjunto de misas, tal y como se acordaba en la cláusula
del testamento en el que se creaban. Las grandes propiedades eran más
habituales de lo que nos podemos imaginar, pues en las referencias
parcelarias que se describen de esos vínculos, en el momento de
señalar los límites con los que confinaban, aparecen alusiones de
bienes raíces de este tipo, tocantes con otros vínculos latifundistas de la
localidad, muestra de que no eran algo aislado, sino que se extendían
por buena parte del término municipal.
Evelio
Moreno (2013, 165) definía a la perfección la problemática del
minifundio en sociedades rurales como la de Piqueras, sin añadir el
daño que supuso para un espacio tradicionalista como el que nos
ocupa, ya que la existencia de latifundios materializada a través de
la fundación de vínculos (registrados por la Iglesia), acabará
disolviéndose como resultado de una amplia acción de disgregación
parcelaria, cuyo germen eran las nuevas ideas reformistas del siglo
XIX.
La
apertura de aquel período de la desamortización, se combinaba con
la corriente de que todos los hijos e hijas heredaran por igual,
llegando incluso a partir una sola parcela en diferentes porciones
equivalentes para cada uno de los vástagos. Un grave error que no se
paliaba a pesar de que las posteriores uniones matrimoniales en
sociedades localistas y endogámicas como la que estamos tratando,
aminoraban en cierto grado el daño económico que resultaba de esas
divisiones, pues con el enlace se reincorporaba de nuevo parte de ese
patrimonio fragmentado. No obstante, el balance siempre resultaba
negativo, pues la mentalidad de partir bienes, a medio-corto plazo
degradaba la calidad de vida del labrador, empobreciéndose
paulatinamente generación tras generación, cada vez con cosechas
menos rentables.
Fuera
de este grupo privilegiado, estaban los jornaleros y sirvientes
(estos últimos, abundaban sobre todo entre los mozos y mozas
jóvenes, siendo el primer oficio que muchos adquirían y que una
veces, pasados los años, abandonaban al heredar las propiedades que
podía darle su padre. En su defecto seguían complementando sus
labores serviles con faenas temporales que se les ofrecían en
tierras ajenas durante las temporadas de siega y colecta).
La
cuestión del papel de la mujer en el Piqueras antiguo, ya fue
tratada en un artículo que publicamos hace aproximadamente dos años
atrás (Notas sobre el poder de la mujer en las tierras de Cuenca. El
caso de Buenache de Alarcón y Piqueras del Castillo). No nos cabe
la menor duda de que las piquereñas son imprescindibles para
entender la historia del tejido socioeconómico de la localidad,
especialmente en siglos pasados donde llegaban a fundar vínculos,
capellanías, además de ser auténticas gestoras de su hogar, junto
con las labores de mantenimiento y trabajo mecánico de la tierra,
bien fuese escardando, segando y trillando. Evelio Moreno, nos
contaba con su brillante forma de redactar, la importancia del
campesino en estructuras sociales como la que antaño presentaba este
enclave.
Para
nosotros el labrador piquereño (como muchos de sus convecinos de la
península), albergaba unos valores propios, que los más nostálgicos
siempre enfatizaban y ensalzaban como característicos de su
personalidad. Erguidos sobre la base de un limitado marco rural, que
giraba alrededor de un sistema ético, claro y conciso, repleto de
virtudes, que en una sociedad cristiana, católica y tradicionalista
que creía en el más allá y Dios, forjaron y moldearon el carácter
de un nutrido conjunto de generaciones, que entendieron la
importancia de preservar las costumbres y el trabajo agrícola, con
las mismas ganas y entusiasmo que lo habían hecho sus antepasados.
No
se nos puede pasar por alto el sector de la ganadería, el cual en el
censo de la corona de Castilla daba para el año 1752 un total de
1683 cabezas, destacando mayoritariamente las de tipo ovino. Por
aquellas fechas Piqueras contaba con 70 casas, es decir, alrededor de
unos 300 habitantes.
Por
grupos, en la pregunta número 20 del catastro de ensenada, se
informa que la ganadería local está compuesta por unas 1131 cabezas
de ganado lanar churro, 283 de cabrío, 39 cerdos y cebonas, 15
yeguas y caballos, 65 asnos, 10 mulas, 140 bueyes, vacas y becerros
que sirven para la labor, a excepción de dos pares de bueyes propios
de Juan de Chumillas, que con dos carretas trajinan en la conducción
de maderas a la Mancha y otras partes (Romero y Arribas, 2009, 53 y
126). Los machos, las mulas y los bueyes eran los animales de tiro
que más se empleaban para las labores de labranza y acarre, sin
olvidar la ayuda que podía prestar los burros, pues eran tenidos
como siervos domésticos de machos y mulas (Moreno, 2013, 88-89).
Para
aquella sociedad formada en un ambiente costumbrista, ruralizado y
con una clara identidad forjada por el tradicionalismo campestre, el
estallido de las guerras carlistas del siglo XIX movilizó a muchos
de sus hijos hacia la parte sublevada. Piqueras era tan o más
carlista como sus vecinos de Buenache (algunos de los cuales ya
tenían una fama incuestionable por su apoyo a don Ramón Cabrera en
su expedición por tierras conquenses).
Los
altercados y conflictos que se vivieron en este lugar fueron una
realidad, y que veremos con especial intensidad durante el periodo de
la primera y la tercera guerra. Al respecto, Romero y Arribas (2011,
132) ya nos informan que en otoño de 1873, el brigadier Santés
invade Minglanilla con 4000 soldados, seguido de Enguídanos, donde
se hace con la plaza de su castillo, donde reclutará gente de la
Manchuela, entre los que se encontraban vecinos piquereños.
El
10 de enero de 1875, Santés intentó una nueva incursión, “para
ello, inicia su marcha hacia el norte por San Clemente, Honrubia,
atravesando el Júcar por Valverde y penetrar por las tierras de La
Parrilla. Otro grupo, desde la Motilla, se abre hacia la derecha para
asegurar la retaguardia y deciden pernoctar unos días entre las
localidades pequeñas que encuentran: Olmedilla, Buenache y Piqueras”
(Romero y Arribas, 2011, 133).
Obviamente,
no cabía ninguna duda, que aquel escenario resultará propicio para
que el carlismo penetrara con fuerza en este municipio, conectado
intrínsecamente con una mentalidad, que iría más allá de ese
pobre y simple concepto de “bandolerismo” con el que algunos
historiadores de manera sutil acaban tildando a muchos de los
milicianos rebeldes, como si pesara más en su involucración una
especie de interés por delinquir, en lugar de la adquisición de los
principios de un ideario que defendían los parámetros de esa vida
tradicionalista, que era al fin y al cabo la única que conocían.
Una
de las aportaciones más interesante que realizan al respecto en este
tema Romero y Arribas, es precisamente el listado de personas que se
aprovechan del proceso desamortizador en los diferentes lotes
subastados tras la aplicación de las nuevas medidas liberales. En el
caso de Piqueras, se detalla el nombre y apellido de los propietarios
que adquirieron bienes rústicos tras la subasta de dichos lotes.
Algunos de los personajes, como se puede comprobar, tenían poca o
ninguna vinculación con el pueblo (pues lo vemos en determinados apellidos), lo que explicaría la fuerza con
la que el carlismo caló dentro de muchas de las viviendas
piquereñas, ante aquella eclosión ideológica que propugnaba la
liberación de los bienes regulados por el clero: “Melecio Cano,
vecino de Valera de Abajo, labrador acomodado compró una heredad de
9,22 hectáreas; Juan Chavarria, vecino de Piqueras, pequeño
labrador que compró una heredad de 7,02 hectáreas; Gregorio
Escamilla, vecino de Piqueras, labrador acomodado, compró dos
heredades en Piqueras de 48,60 hectáreas; Julián Gascón, vecino de
Piqueras, mediano labrador, que compró un solar, así como Juan
Ángel Martín, vecino de Piqueras, pequeño labrador, compró una
fragua y un solar” (Romero y Arribas, 2011, 136).
David Gómez de Mora
Bibliografía
*
Archivo Diocesano de Cuenca. Libro de Capellanías y Fundaciones de
Piqueras, años 1759-1769. Fondo de la Iglesia de Piqueras del
Castillo, P-2593.
*
Moreno Chumillas, Evelio (2013). Crónicas de Piqueras. Bubok
Publishing, SL.
*
Romero Saiz, Miguel y Arribas Ballesteros, Jesús (2011). Piqueras
del Castillo. “Donde la Mancha empieza su historia”. Ediciones
Provinciales Número 88, Exma. Diputación Provincial de Cuenca.
Departamento de Cultura, Ayuntamiento de Piqueras del Castillo.
Asociación Cultural de Piqueras.