martes, 15 de octubre de 2019

Linajes, tradicionalismo y forma de vida en la sociedad local de Piqueras del Castillo durante los siglos XVI-XIX


La historia de Piqueras del Castillo ya ha sido tratada en dos obras de obligada consulta para quien desee conocer el pasado de esta localidad, de ahí que el trabajo de Miguel Romero y Jesús Arribas, complementado con el magnífico estudio de Evelio Moreno, sean herramientas indispensables para abordar con rigurosidad que destino ha vivido esta localidad durante los últimos siglos.
Conocer sus costumbres, hábitos, características socio-económicas, oficios y un largo listado de elementos que han moldeado la personalidad del piquereño, nos permiten viajar en el tiempo a ese Piqueras del pasado, impertérrito y tradicional, sobre el que se forjó un modus vivendi rural, muy parecido al de otros tantos pueblos del territorio manchego, y del que en el caso que nos atañe, afortunadamente poseemos múltiples referencias documentales que sirven para trazar la senda de su historia.
El interés por conocer más a fondo esos rasgos antropológicos, sociales, económicos y su interacción sobre el medio físico, nos ayuda a entender la forma de pensar de aquellos vecinos que vivieron siglos atrás, en un entorno donde los dos principales recursos eran la agricultura y la ganadería. Riqueza indispensable de un municipio, en el que durante siglos fue la forma de vida más noble y práctica de la gran mayoría de sus habitantes.
Un enclave costumbrista, tradicional, pequeño y con una política endogámica bastante cerrada que les permitió mantenerse en el tiempo, además de generar personalidades destacadas y emblemáticas, que llegaron a ser influyentes tanto dentro como fuera de este lugar.
Quien mejor conocía y describió las viviendas tradicionales de Piqueras fue el filósofo Evelio Moreno (2013, 85-86), tal y como demuestra en sus crónicas del pueblo, al detallar las diferentes partes de las casas que había en Piqueras. Comentaba como en la zona superior se hallaba lo que se conoce como la cámara, lugar de almacenamiento del grano de la cosecha. La cocina con su chimenea y el portal donde se depositaban los botijos llenados de la fuente, eran las dos estancias más importantes de la residencia. Estas se complementaban con una o varias habitaciones, además de una despensa en la que solía guardarse la carne de la matanza, conservas y demás alimentos. En el mejor de los casos el suelo del habitáculo podía estar embaldosado con terrazo.
La profesión más extendida entre sus vecinos era la de los labradores. Sabemos por ejemplo que durante 1860-1870, éstos representaban un 40% del sector económico del municipio, y que junto con alrededor de un 20% dedicado a la ganadería y pastoreo, sumado a un 5% ocupado por otras oficios (herrero, molinero, carpintero, tejedor…), hacían que al menos seis de cada diez piquereños dispusieran de recursos que les permitían disfrutar de cierta independencia económica. Los más afortunados eran aquellos habitantes procedentes de familias que hasta el siglo XIX tuvieron la fortuna de poder heredar los lotes de tierras que iban adscritos a las fundaciones que sus ancestros o parientes habían dejado vinculados, y cuyo testimonio leemos en los libros de la parroquia que se custodian en el Archivo Diocesano de Cuenca.
A tenor de los datos que hemos ido estudiando, creemos que en la segunda mitad del siglo XVIII los porcentajes de la distribución económica por sectores no distarían mucho de los que presenciaremos un siglo después, y que hemos detallado en el párrafo anterior.

I. Los vínculos y producciones agrícolas en Piqueras del Castillo
Siguiendo el libro de fundaciones de Piqueras del Castillo, y que lleva por título “Libro de capellanías y fundaciones de 1759-1769”, detectamos cerca una veintena de vínculos existentes durante el año 1765, y que no distarían mucho de los que había menos de un siglo antes tras los conflictos generados por las políticas de desamortización.
Los vínculos eran una agrupación de bienes creados por una persona. Se hallaban controlados por la Iglesia del respectivo municipio, y a cambio de un pago de misas anuales, eran heredados por sus descendientes, para que su propietario los pudiese disfrutar, teniendo la obligación y deber de preservarlos así como no enajenarlos, de modo que las generaciones futuras siguieran poseyéndolos como sustento de vida.
En el libro de fundaciones de Piqueras del año 1765 aparecen este conjunto de memorias y fundaciones:
  1. Miguel Sánchez Abad
  2. Garci Ruiz de Alarcón
  3. Francisca Gil
  4. Julián Ruiz de Alarcón
  5. Matías de Barambio
  6. Luís Pacheco Girón
  7. Juan Fernández
  8. Isabel de Moya
  9. Manuel López
  10. Catalina López (mujer de Miguel de la Orden del Barco)
  11. Juan del Barco
  12. Juan Cano
  13. Marcos de la Orden
  14. Pedro de Zamora
  15. Domingo Herráiz
  16. Martín Gil de Segovia
  17. María Rodrigo
  18. Catalina López (mujer de Juan de Zaorejas)
  19. Juan de Reyllo
  20. María de Nieves
Explicando por partes cada una de estas, la fundación de Miguel Sánchez Abad se creó con una capellanía, hallándose formada a mediados del siglo XVIII por más de medio centenar de propiedades. El vínculo del capellán tuvo un peso importante para la familia Crespo, ya que Miguel aportará una capellanía y patronazgo de legos para que su heredero fuese Julián de Crespo, hijo de Juan de Crespo y Catalina García, en el que se adjuntaban como decíamos más de 50 fincas. Siguiendo un orden de preferencia, se estipula que después de Julián, el siguiente candidato era Juan de Crespo, así como en su defecto Juliana de Crespo y finalmente Ana de Crespo (ambas también hermanas de los anteriores).
La segunda fundación es la de Garci Ruiz Girón de Alarcón, hijo de los Señores de Piqueras, quien creó una capilla y dos capellanías en la Iglesia del pueblo, además de un vínculo que en tiempos del libro referido llevaba aparejado más de 70 propiedades rústicas.
El vínculo de Francisca Gil tenía sus orígenes en la fundación del anterior, y a mediados del siglo XVIII poseía una cuarentena de tierras, a pesar de que en algunos momentos llega a tener casi setenta (65 hazas, 2 terrenos y 2 cañamares). Tuvo como propietaria a la señora Inés de Alarcón, vecina de Piqueras, y descendiente de los Ruiz de Alarcón.
La cuarta fundación es el vínculo de Julián Ruiz de Alarcón, quien llegó a ser alcalde y redactó su testamento el 9 de marzo de 1671, haciendo un vínculo del “tercio y quinto de su hacienda”. Siguiendo con las costumbres, establece como primer heredero a su hijo mayor, para que en el caso de que éste no deje descendencia recaiga en el hijo varón de su hermano. El referido vínculo poseía medio centenar de propiedades, poseyéndolo en 1768 Pedro Ruiz de Alarcón, hijo de Joseph Ruiz. El primer propietario fue el hijo mayor de Julián, Julián de Alarcón -el mozo-.
La fundación de don Matías de Barambio, cura de Piqueras, se formó en 1752. Incluía la casa que hizo nueva en la plaza del pueblo, junto con más de 100 fincas. Su sobrino Matías de Barambio fue a quien se la adjudicó, para lo que se desplazó desde Valera para asentarse aquí y dar origen al linaje de este apellido que todavía perdura en la localidad. Don Matías (el sobrino) casó con Ana Serrano Valero (también vecina de Valera), y fruto de este matrimonio nacerá el siguiente poseedor de los bienes, su hijo Celedonio de Barambio Serrano, marido de María Antonia López y López, con la que casó en 1774.
El noble don Luís Pacheco Girón, Señor de Piqueras también efectuó una fundación que a mediados del siglo XVIII tenía alrededor de medio centenar de tierras. La siguiente es la de Juan Fernández, vecino de Piqueras que redactó su testamento y consiguiente creación del vínculo el 12 de julio de 1612 ante el escribano Pedro Ruiz de Alarcón. Pide que la sucesora sea su hija María Fernández. Durante 1765 será propiedad de Juan Martínez, mientras que en 1801 de Matías Martínez.
Otro patronazgo bastante antiguo es el de Isabel de Moya, viuda de Sebastián de Fuentes. Fue creado en 1596 ante el escribano público de Piqueras don Pedro de Villareal. Isabel nombra por heredero a su hijo Pedro de la Fuente, quien lo amplió en 1624 al redactar su testamento y nombrar a su hijo Matías de Fuentes. Como pasaba con muchos vínculos, en 1765 estaba bajo el poder de un vecino residente de fuera del pueblo, Martín Cambronero, natural de Barchín, y en cuyo momento contaba con alrededor una quincena de propiedades.
La fundación de Manuel López abarca la suma de un total de tres vínculos que heredó por ser descendiente legítimo de varios linajes de Piqueras. El primero que se menciona es el que era conocido como vínculo del Licenciado Juan Fernández de Peralta, y cuya hermana menciona el 12 de diciembre de 1668 (Ana de Peralta) en el momento de hacer su testamento, pidiendo que este recaiga sobre su sobrina María Navarro, esposa de Laurencio López, con el que casó en 1658 y tuvo por hijo al referido Manuel López, quien además aglutinó los vínculos de Quiteria Cano Gil y de María Gil. Por desgracia y como era de esperar, sobre el de María Gil no se halló referencia alguna, ya que muy probablemente fuese el que procedía de la misma María Gil, esposa del que fuera párroco e hijo tercero de los Señores de Piqueras, Garci Ruiz de Alarcón, malpensamos pues de una desaparición intencionada, que en cierta manera, reconociera por la vía de este vínculo, una descendencia directa de los señores del lugar, y que como ya hemos expuesto en más de una ocasión, era más bien un problema que una alegría para los intereses de la línea principal de este linaje noble. Otra posibilidad es que esta María Gil fuese una de las hijas de Juan Cano y María Gil, cuyo matrimonio tuvo que celebrarse alrededor de 1560.
Por lo que respecta al vínculo de Quiteria Cano Gil, sí existe la referencia del testamento sobre el que se fundó, datando a 13 de febrero de 1663. Junto con los dos anteriores, pasarían a engrosar una única fundación, que se conocerá a partir de ese momento como vínculo de Manuel López.
Como hemos comentado en más de una ocasión, las mujeres en Piqueras fundaron diferentes memorias de este tipo, para que así el patrimonio siempre cayera en manos de un pariente varón cercano. Catalina López, fue una de esas piquereñas creadora de un vínculo. Estaba casada con Miguel de la Orden del Barco. Su testamento lo redactó ante el escribano de Valverde, Diego Ramírez de Arellano, a 19 de septiembre de 1724, transcrito de un documento de 1710 en presencia del escribano de este lugar y Juez de las Diligencias practicadas (el señor Silvestre Rubio). En este caso el vínculo tenía alrededor de una treintena de tierras, estando además agregado a otro vínculo fundado por su antepasada María de Reyllo.
Juan del Barco, marido de María Lozano, fue otro vecino creador de un vínculo, según el testamento redactado ante el escribano Pedro Ruiz de Alarcón, a 27 de abril de 1656. Justo en ese mismo año, Juan de Arcos, cita otra fundación, y que conoceremos con el nombre de la de Juan Cano, hijo de su hermana Olaya García, ya que su cuñado y padre del sobrino se llamaba igual.
La siguiente memoria fundacional es la de Don Marcos de la Orden y López, presbítero de Barchín. En ella se adjuntan varios bienes, en los que se llega a la conclusión de que proceden de una masa de bienes anterior, pero que de la que el escribano ignora su origen de creación por no encontrarse el documento que la realizó. De ahí que tome el nombre del poseedor que existe en el momento de su transcripción.
Un vínculo bastante antiguo será el de Pedro de Zamora y su esposa Quiteria Mateo, y que se relaciona con una venta que efectuó Diego de Zamora y Aguilar (vecino de Iniesta). Parece ser que Diego de Zamora vendió una propiedad de los mismos en 1665 a Matías Herrero, vecino de Piqueras. En el año 1765 el vínculo seguía estando en poder de la familia Zamora.
Otra fundación fue la de Domingo Herráiz, y que queda registrada ante el escribano Pedro Ruiz de Alarcón de Piqueras en el año 1633. Su hijo Domingo Herráiz (el joven) será el poseedor. Éste tuvo por hija a Quiteria Rubio, siguiente propietaria. En 1765 se halla en manos de María Rubio, vecina de Piqueras y viuda de Jaime de la Orden.
Una fundación más modesta, pero conocida en la localidad era la de Martín Gil de Segovia, y que durante un tiempo estuvo en poder de Francisco del Barco, para luego recaer en su hija Nicolasa del Barco. Se le agregó la fundación que en 1681 realizó Domingo Cano, vecino de Piqueras, lo que incrementaría su superficie. En 1765 era propiedad de la familia Checa, estando conformada por unas cuatro propiedades.
Tampoco se nos debería pasar por alto otra da las vinculaciones más antiguas de Piqueras, esta era la de María Rodrigo, y cuyo apellido solapó con el de su marido Julián López, creando la forma López-Rodrigo, y que veremos en uso hasta el siglo XVIII. María Rodrigo testó el 10 de marzo de 1596, fruto de su matrimonio nació su hijo y heredero, quien casó con Ana Martínez. El vínculo tenía unas casas de morada delante de la fuente (en la Barrio de la Plaza), lo que ya nos confirma que este espacio urbano existía a finales del siglo XVI, y que como ya se intuía, fue el eje sobre el que se plasmó la antigua planificación urbana de la localidad. Esta fundación pasó a su hija Francisca López, quien casó con Alonso López en 1618.
Otro vínculo fue el de Catalina López, creado en 1559, y siendo hasta la fecha el más antiguo del que tenemos constancia. Esta mujer casó con Juan de Zaorejas, y fruto de su enlace nació Catalina López de Zaorejas, que en 1596 incorpora propiedades a la creación de bienes de su madre, además de antes haber casado con Juan de Reyllo. Precisamente el hijo de ambos, será Juan de Reyllo López, quien funda otro vínculo en 1638. Dicho Juan enlazará con Juliana Saiz, quien se lo transmitirá a Pedro de Reyllo. En el año 1765 era propiedad de Miguel de la Orden, vecino de Piqueras.
Finalmente, sabemos de la existencia de otro vínculo creado a principios del siglo XVII, concretamente el de María de Nieves, fallecida en 1616, y que tras efectuar un buen testamento y pago de 70 misas, adjuntó diferentes tierras. Su cuñado era Juan López, alcalde ordinario ese mismo año. Más tarde veremos que el poseedor de la memoria es Alonso López Fernández de las Heras, quien controlaba del mismo un total de 24 hazas.

II. El carlismo en Piqueras del Castillo
A pesar de la imagen de minifundios y tierra fragmentada que ha existido en el municipio de Piqueras desde antes de la concentración parcelaria de la segunda mitad del siglo XX, bien es cierto que este panorama no siempre fue así, pues comenzó a extenderse con especial intensidad a partir del siglo XIX, cuando tras la desamortización e implantación de las ideas liberales, se produjo una profunda separación y fragmentación de las tierras entre las generaciones venideras.
Fenómeno que comportará una clara pérdida de poder y estatus del labrador, al tener que ir dividiendo entre sus descendientes, parte del sustento económico que le propiciaban sus bienes raíces y que tiempo atrás habían atesorado su familia. Ejemplo de ello lo tenemos en el libro de fundaciones antes referido del siglo XVIII, y en donde el escribano Ruiz de Alarcón, traslada fundaciones de tierras concentradas que se remontaban hasta el siglo XVI, y en donde se comprueba como parte del término estaba controlado por diferentes familias de labradores, que aglutinaban sus propiedades en aquellas instituciones, por las que anualmente sus herederos simplemente habían de pagar un conjunto de misas, tal y como se acordaba en la cláusula del testamento en el que se creaban. Las grandes propiedades eran más habituales de lo que nos podemos imaginar, pues en las referencias parcelarias que se describen de esos vínculos, en el momento de señalar los límites con los que confinaban, aparecen alusiones de bienes raíces de este tipo, tocantes con otros vínculos latifundistas de la localidad, muestra de que no eran algo aislado, sino que se extendían por buena parte del término municipal.
Evelio Moreno (2013, 165) definía a la perfección la problemática del minifundio en sociedades rurales como la de Piqueras, sin añadir el daño que supuso para un espacio tradicionalista como el que nos ocupa, ya que la existencia de latifundios materializada a través de la fundación de vínculos (registrados por la Iglesia), acabará disolviéndose como resultado de una amplia acción de disgregación parcelaria, cuyo germen eran las nuevas ideas reformistas del siglo XIX.
La apertura de aquel período de la desamortización, se combinaba con la corriente de que todos los hijos e hijas heredaran por igual, llegando incluso a partir una sola parcela en diferentes porciones equivalentes para cada uno de los vástagos. Un grave error que no se paliaba a pesar de que las posteriores uniones matrimoniales en sociedades localistas y endogámicas como la que estamos tratando, aminoraban en cierto grado el daño económico que resultaba de esas divisiones, pues con el enlace se reincorporaba de nuevo parte de ese patrimonio fragmentado. No obstante, el balance siempre resultaba negativo, pues la mentalidad de partir bienes, a medio-corto plazo degradaba la calidad de vida del labrador, empobreciéndose paulatinamente generación tras generación, cada vez con cosechas menos rentables.
Fuera de este grupo privilegiado, estaban los jornaleros y sirvientes (estos últimos, abundaban sobre todo entre los mozos y mozas jóvenes, siendo el primer oficio que muchos adquirían y que una veces, pasados los años, abandonaban al heredar las propiedades que podía darle su padre. En su defecto seguían complementando sus labores serviles con faenas temporales que se les ofrecían en tierras ajenas durante las temporadas de siega y colecta).
La cuestión del papel de la mujer en el Piqueras antiguo, ya fue tratada en un artículo que publicamos hace aproximadamente dos años atrás (Notas sobre el poder de la mujer en las tierras de Cuenca. El caso de Buenache de Alarcón y Piqueras del Castillo). No nos cabe la menor duda de que las piquereñas son imprescindibles para entender la historia del tejido socioeconómico de la localidad, especialmente en siglos pasados donde llegaban a fundar vínculos, capellanías, además de ser auténticas gestoras de su hogar, junto con las labores de mantenimiento y trabajo mecánico de la tierra, bien fuese escardando, segando y trillando. Evelio Moreno, nos contaba con su brillante forma de redactar, la importancia del campesino en estructuras sociales como la que antaño presentaba este enclave.
Para nosotros el labrador piquereño (como muchos de sus convecinos de la península), albergaba unos valores propios, que los más nostálgicos siempre enfatizaban y ensalzaban como característicos de su personalidad. Erguidos sobre la base de un limitado marco rural, que giraba alrededor de un sistema ético, claro y conciso, repleto de virtudes, que en una sociedad cristiana, católica y tradicionalista que creía en el más allá y Dios, forjaron y moldearon el carácter de un nutrido conjunto de generaciones, que entendieron la importancia de preservar las costumbres y el trabajo agrícola, con las mismas ganas y entusiasmo que lo habían hecho sus antepasados.
No se nos puede pasar por alto el sector de la ganadería, el cual en el censo de la corona de Castilla daba para el año 1752 un total de 1683 cabezas, destacando mayoritariamente las de tipo ovino. Por aquellas fechas Piqueras contaba con 70 casas, es decir, alrededor de unos 300 habitantes.
Por grupos, en la pregunta número 20 del catastro de ensenada, se informa que la ganadería local está compuesta por unas 1131 cabezas de ganado lanar churro, 283 de cabrío, 39 cerdos y cebonas, 15 yeguas y caballos, 65 asnos, 10 mulas, 140 bueyes, vacas y becerros que sirven para la labor, a excepción de dos pares de bueyes propios de Juan de Chumillas, que con dos carretas trajinan en la conducción de maderas a la Mancha y otras partes (Romero y Arribas, 2009, 53 y 126). Los machos, las mulas y los bueyes eran los animales de tiro que más se empleaban para las labores de labranza y acarre, sin olvidar la ayuda que podía prestar los burros, pues eran tenidos como siervos domésticos de machos y mulas (Moreno, 2013, 88-89).
Para aquella sociedad formada en un ambiente costumbrista, ruralizado y con una clara identidad forjada por el tradicionalismo campestre, el estallido de las guerras carlistas del siglo XIX movilizó a muchos de sus hijos hacia la parte sublevada. Piqueras era tan o más carlista como sus vecinos de Buenache (algunos de los cuales ya tenían una fama incuestionable por su apoyo a don Ramón Cabrera en su expedición por tierras conquenses).
Los altercados y conflictos que se vivieron en este lugar fueron una realidad, y que veremos con especial intensidad durante el periodo de la primera y la tercera guerra. Al respecto, Romero y Arribas (2011, 132) ya nos informan que en otoño de 1873, el brigadier Santés invade Minglanilla con 4000 soldados, seguido de Enguídanos, donde se hace con la plaza de su castillo, donde reclutará gente de la Manchuela, entre los que se encontraban vecinos piquereños.
El 10 de enero de 1875, Santés intentó una nueva incursión, “para ello, inicia su marcha hacia el norte por San Clemente, Honrubia, atravesando el Júcar por Valverde y penetrar por las tierras de La Parrilla. Otro grupo, desde la Motilla, se abre hacia la derecha para asegurar la retaguardia y deciden pernoctar unos días entre las localidades pequeñas que encuentran: Olmedilla, Buenache y Piqueras” (Romero y Arribas, 2011, 133).
Obviamente, no cabía ninguna duda, que aquel escenario resultará propicio para que el carlismo penetrara con fuerza en este municipio, conectado intrínsecamente con una mentalidad, que iría más allá de ese pobre y simple concepto de “bandolerismo” con el que algunos historiadores de manera sutil acaban tildando a muchos de los milicianos rebeldes, como si pesara más en su involucración una especie de interés por delinquir, en lugar de la adquisición de los principios de un ideario que defendían los parámetros de esa vida tradicionalista, que era al fin y al cabo la única que conocían.
Una de las aportaciones más interesante que realizan al respecto en este tema Romero y Arribas, es precisamente el listado de personas que se aprovechan del proceso desamortizador en los diferentes lotes subastados tras la aplicación de las nuevas medidas liberales. En el caso de Piqueras, se detalla el nombre y apellido de los propietarios que adquirieron bienes rústicos tras la subasta de dichos lotes. Algunos de los personajes, como se puede comprobar, tenían poca o ninguna vinculación con el pueblo (pues lo vemos en determinados apellidos), lo que explicaría la fuerza con la que el carlismo caló dentro de muchas de las viviendas piquereñas, ante aquella eclosión ideológica que propugnaba la liberación de los bienes regulados por el clero: “Melecio Cano, vecino de Valera de Abajo, labrador acomodado compró una heredad de 9,22 hectáreas; Juan Chavarria, vecino de Piqueras, pequeño labrador que compró una heredad de 7,02 hectáreas; Gregorio Escamilla, vecino de Piqueras, labrador acomodado, compró dos heredades en Piqueras de 48,60 hectáreas; Julián Gascón, vecino de Piqueras, mediano labrador, que compró un solar, así como Juan Ángel Martín, vecino de Piqueras, pequeño labrador, compró una fragua y un solar” (Romero y Arribas, 2011, 136).

David Gómez de Mora


Bibliografía
* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro de Capellanías y Fundaciones de Piqueras, años 1759-1769. Fondo de la Iglesia de Piqueras del Castillo, P-2593.
* Moreno Chumillas, Evelio (2013). Crónicas de Piqueras. Bubok Publishing, SL.
* Romero Saiz, Miguel y Arribas Ballesteros, Jesús (2011). Piqueras del Castillo. “Donde la Mancha empieza su historia”. Ediciones Provinciales Número 88, Exma. Diputación Provincial de Cuenca. Departamento de Cultura, Ayuntamiento de Piqueras del Castillo. Asociación Cultural de Piqueras.

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 25 libros entre 2007-2024, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo local. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).