A día de hoy los diferentes estudios vinculados con el ámbito histórico y genealógico de la nobleza peninsular, paulatinamente han ido dibujando un panorama en el que resulta indispensable analizar a fondo todo lo escrito con anterioridad, y es que muchos de los relatos que conocemos al respecto, parten de tratados efectuados a posteriori, en los que su primordial finalidad era la de ensalzar y remarcar unas raíces, románticas e idealizadas, que deformaban lo realmente acaecido desde la perspectiva historiográfica.
Un fenómeno que apreciaremos en muchísimos casos, especialmente si entendemos el contexto social de la época, lo que obligará a la alteración y divulgación de un conjunto de leyendas que se irían extendiendo con el trascurso del tiempo. Una de las más habituales, será la de involucrar a muchas de estas familias con su presencia desde los tiempos de la reconquista cristiana, adscribiéndose al hito de la toma de la ciudad de Cuenca por Alfonso VIII, y que como es de suponer iría acompañado por diferentes huestes de caballeros.
Detalle del escudo de los Carrillo de Albornoz en su capilla de la Catedral de Cuenca
Los Albornoz
Los orígenes de esta familia son complejos de esclarecer si pretendemos relacionarlos con las genealogías clásicas que los hacen descender de la casa de Aza. Desde la perspectiva historiográfica, a día de hoy García Álvarez es el personaje más antiguo que se ha podido documentar.
Al respecto, Ortega Cervigón (2006, 123) reconoce que “el origen del linaje Albornoz es oscuro, aunque parece proceder de una rama segundona de la casa de Aza, de origen navarro y borgoñón”. Como indicábamos, hasta la fecha no existe documentación concluyente que solape la genealogía de García Álvarez con una rama segundona de la familia referida, o con el caballero Gómez García de Aza que acompañó a Alfonso VIII en la conquista de Cuenca.
El mismo autor seguidamente indica que éstos “no pertenecían al grupo de ricos-hombres porque apenas hay una referencia a ellos en las crónicas reales, y ni confirmaban privilegios reales, ni existe constancia de su intervención en la administración cortesana” (Ortega, 2006, 123).
Relación genealógica de las familias Carrillo de Albornoz y Luna (siglos XIV-XV)
Por contra, otros estudiosos como Moxó (1972) asociarán su presencia desde los tiempos de la reconquista. No olvidemos que Albornoz era un enclave de las tierras de Alarcón, es decir, una aldea referenciada como mínimo hasta finales del medievo, y que luego acabará despoblándose, estando situada en las proximidades de Villarejo de las Fuentes, tal y como nos recuerda en su trabajo Rodríguez Llopis (1998). No sabemos exactamente como empieza la familia a aglutinar poder, y es que García Álvarez ya “disfrutó del señorío jurisdiccional de Albornoz y Naharros —en la llanura conquense— y Uña, Valdemeca, Aldehuela, Cañizares, el Hoyo de Cuenca, Ribagorda, Poyatos, Portilla, Valdecabras, Valsalobre, Sacendocillo, Arrancacepas y Villaseca —en la serranía conquense—. También poseía entonces minas y pozos de sal en Valsalobre y Beamud, adquiridos por trueque con el cabildo catedralicio de la ciudad; asimismo, la heredad de Sotoca, cercana a Sacedoncillo, fue adquirida por compra. Otros heredamientos tuvieron en Villar de Olalla, Valera de Suso y Yuso, Mezquitas y en la tierra de Moya. Aparte de los lugares mencionados, el linaje poseyó en propiedad bienes como la laguna de Palomera, la dehesa y casa de la Vivera, la casa de Ballesteros, la de Villar de Tejas, la de San Lorenzo de la Parrilla, la casa y heredades de Sotos, Campo-Robles, El Campillo y Belinchón, así como las adquiridas por Álvar García el Joven en Ribatajada y Esteras. En 1369 el rey Enrique II le donó la villa de Utiel, que le permitió engrandecer el patrimonio con bienes territoriales, rentas y tributos. Esta donación respondió también a intereses de vigilancia de defensa de la frontera oriental de Castilla frente a Aragón. Este monarca confirmó también las anteriores donaciones de Alfonso XI —Torralba y Tragacete— y la compra de Beteta efectuada a Leonor de Guzmán, añadiendo la merced de Moya, de gran riqueza maderera” (Ortega, 2009, 145)
Sus dominios en la serranía conquense y algunos puntos de la Alcarria eran indiscutibles, por ello como veremos el linaje acabó siendo titular de un extenso patrimonio. “La extinción del linaje Albornoz se produjo en la década de los cuarenta del siglo XV, al quedar sin sucesión legítima la línea troncal. María de Albornoz fue la VIII señora de Albornoz, el Infantado, etc. que casó con Enrique de Villena el Nigromante, conde de Cangas y Tineo, maestre de Calatrava, hijo de Pedro de Aragón, con quien no tuvo sucesión. A su muerte, el patrimonio de la casa de Albornoz se dividió entre el Condestable Álvaro de Luna, el linaje Mendoza, señores de Cañete, y el linaje Carrillo” (Ortega, 2009, 150). Sin lugar a dudas la tenencia de este apellido acreditaba muchos elementos a favor, lo que explicaría que García y su esposa Teresa fundaran en la Catedral de Cuenca la capilla-pantéon familiar sobre otra anterior de la que todavía quedan algunos elementos decorativos del siglo XIII, y en cuyo espacio se hallan las tumbas de García Álvarez (indicándose en una placa realizada a posteriori los nombres de su padre y abuelo; pero que documentalmente no podemos probar), además de su esposa Teresa de Luna. Uno de sus hijos, y que demostraría el poder del linaje a través del principal edificio religioso de la ciudad, fue Gil Álvarez de Albornoz, natural de Carrascosa y cardenal a mediados del siglo XIV.
Dominio señorial del linaje Albornoz en los siglos XIV y XV (Ortega, 2009, 168)
Los Carrillo
El origen de esta familia todavía sigue siendo menos claro que la anterior, pues veremos como aparece el apellido por diferentes puntos de la tierra conquense, sin que sea posible poder unirlo a la línea principal de los Señores de Priego, y cuyas referencias documentales no van más allá de finales del siglo XIII. No olvidemos que “la constatación documental de la presencia de la familia Carrillo en el proceso de señorialización de la tierra de Cuenca data de 1298, momento en que el monarca Fernando IV concedió a Alfonso Ruiz Carrillo los pechos y derechos reales en Priego de Escabas” (Ortega, 2006, 155).
Sabemos que Gómez Carrillo casa durante la segunda mitad del siglo XIV con Urraca de Albornoz, dando pie a la creación de la familia Carrillo de Albornoz. Ahora bien, la cosa parece mucho más confusa cuando pretendemos estirar su ascendencia, pues sólo podría afirmarse que éste era hijo de Pedro Carrillo, quien se dice estuvo en la defensa de Tarifa en 1338. Sabemos que a partir de ahí aparecen muchos candidatos, que dependiendo de que genealogías vayamos a consultar, adscribirán una u otra ascendencia. Por un lado están quienes nos recuerdan que Pedro era el nombre de su padre, y que además de ser caballero de la banda y Señor de Nogales, había celebrado sus esponsales con una mujer llamada Sancha de Castañeda, dato que atestigua José Carrillo de Albornoz Fábregas (2000). Según este mismo, veremos como Luciano Serrano (1935), indicará referencias que harán alusión a Pedro y a su hijo Gómez, personajes para nosotros a partir de los cuales hasta la fecha se puede hablar con seguridad sobre su filiación y descendencia. Y es que como decimos la falta de documentación específica, se combina con la poca precisión a la hora de solapar las diversas líneas genealógicas del linaje, integrado todo ello dentro de los procesos de acusaciones inquisitoriales, y que surgirán contra muchos de los portadores de estos apellidos, a nuestro juicio, suficientes elementos a tener en cuenta para considerar la dificultad de garantizar su partetesco más alla del siglo XIV, puesto que a partir de ese momento se abren un amplio abanico de posibilidades.
Se trata pues de un dato que revela la carencia de fuentes primarias para conocer este tipo de filiaciones, donde de nuevo apreciamos como las reseñas más antiguas acaban bebiendo de genealogías clásicas, siendo el caso del estudio de Otal (2002, 15) quien a través de los árboles que adjunta de Moxó (tabla V) indica que don Pedro Martínez de Luna y casado con doña Violante de Alagón, tiene por hermana a Teresa de Luna, la misma persona que figura como esposa de García Álvarez (de Albornoz). Mención que para nada encaja con el Gómez de Luna citado en la sepultura de la dicha Teresa, al cual reivindica como padre, y que luego algunas reseñas asocian directamente con la casa del rey Jaime I. Cuestión que obviamente tampoco se puede demostrar desde la perspectiva historiográfica.
No olvidemos que el propio Ortega Cervigón (2006, 155) ya nos advierte que “según el relato legendario, los Carrillo recibieron del conde Fernán González, -por sus claros hechos y virtudes-, distintas tierras: el mayor el castillo de Ormaza y Quintana, con sus tierras y jurisdicción, y el menor la villa de Mazuela y otros lugares. Y es que la conexión entre los Carrillo de la reconquista con el Gómez Carrillo que aparece en tiempos de Alfonso XI, tampoco se puede demostrar a día de hoy de forma fehaciente con documentos en las manos”.
Los Luna
Los orígenes de los Luna según las informaciones clásicas remontan su ascendencia al infante don Fernando de Pamplona, hijo del rey García Sánchez III. Dato de nuevo que a día de hoy documentalmente no se puede sostener, al no disponerse de ninguna referencia o alusión vinculada con la descendencia del infante. Como podremos ver, el pretender unificar en una misma familia a todos los integrantes de este apellido bajo un único tronco es un ardua tarea, que desde la perspectiva documental resulta casi imposible de realizar. Primero por la falta de material escrito en la época, así como seguida y especialmente por el contexto romántico en el que se desenvuelven muchas de las vinculaciones genealógicas efectuadas por este tipo de familias de la nobleza peninsular. Sabemos que por ejemplo los Carrillo de Albornoz se apoyarán en algunos integrantes del clan a la hora de engrosar un patrimonio, que además de mejorar su estatus, los catapultará hacia los cargos más codiciados dentro del seno de la aristocracia conquense. No será casual por ejemplo que el primer cabeza documentado de la familia Albornoz hubiese casado con Teresa de Luna, de quien se dice que era “hija de don Gómez de Luna -nieto del infante don Jaime-” (Ortega Cervigón, 2009, 146), un dato que de nuevo no se puede garantizar con rotundidad si analizamos las referencias genealógicas del infante don Jaime I de Jérica, donde veremos como éste casa previamente con Elfa Álvarez de Azagra (hija de los Señores de Albarracín), representando el único matrimonio del que nacerá el descendiente de don Jaime II de Jérica, esposo de doña Beatriz de Lauria, aunque en ningún caso entroncando con los Luna.
Más interesantes nos parecen las uniones que se irán gestando entre estas tres familias con un claro propósito social, y que tenían como objetivo fortalecer la posición preeminente de sus integrantes, a través de una serie de políticas matrimoniales, como ocurrirá con Teresa de Albornoz, quien sellará alianzas con Juan Martínez de Luna (este señor de varios lugares además de ricohombre de Aragón y Castilla), o su hermana Urraca de Albornoz con Gómez Carrillo.
Conclusiones
Como hemos comprobado en otras tantas ocasiones, la inmensa mayoría de estos linajes tienen en común el haber invocado a un pasado que los relaciona consanguinalmente con la monarquía castellana, o en su defecto con uno de los grandes héroes que se implicaron en la empresa de la reconquista cristiana.
Así ocurrirá con los Albornoz, donde resulta imposible precisar las relaciones generacionales entre Gómez García de Aza, Fernán Gómez de Albornoz, Pedro Fernández, Fernán Pérez, Álvaro Fernández y su hijo García Álvarez. Sin olvidar el caso de los Carrillo o los Luna. Es por ello que resulta necesario contextualizar el nacimiento de muchos de estos relatos, en un periodo convulso desde la perspectiva social, en los que poco menos que era casi obligatorio difundir un conjunto de historias plagadas de méritos que validasen un estatus heredado, que buscaba justificar la herencia y preeminencia dentro de aquel sector privilegiado, al que sólo podían acceder unos pocos.
David Gómez de Mora
Bibliografía:
* Carrillo de Albornoz Fábregas. “Carlos V. Los primeros grandes de España (1520) y las mujeres medievales del linaje Carrillo”Hidalguía: la revista de genealogía, nobleza y armas. Nº 282, 2000, pág. 945
* Moxó (de) y Ortiz de Villajos, Salvador. (1972). “Los Albornoz. La elevación de un linaje y su expansión dominical en el siglo XIV”, Volumen 11 de Studia Albornotiana
* Ortega Cervigón, José Ignacio (2006). La acción política y la proyección señorial de la nobleza territorial en el Obispado de Cuenca durante la baja Edad Media. Tesis doctoral Universidad Complutense de Madrid.
* Ortega Cervigón, José Ignacio (2009). “Nobleza y poder en la tierra de Cuenca: nuevos datos sobre el linaje Albornoz”. Miscelánea medieval murciana, nº 33, pp. 143-173
* Otal (de) y Valonga, Francisco -Barón de Valdeolivos- (2002). “Los Martínez de Luna, ricos hombres de sangre y naturaleza de Aragón. Emblemata, 8 (2002), pp. 9-45. ERAE, VIII (2002) 9
* Rodríguez Llopis, M. (1998). “Procesos de movilidad social en la nobleza conquense: la Tierra de Alarcón en la Baja Edad Media”, en Tierra y familia en la España Meridional, siglos XIII-XIX. Francisco González García (Ed.), Universidad de Murcia, pp. 45-85
* Serrano, Luciano, O. S. B. (1935). “El Obispado de Burgos y Castilla primitiva: desde el siglo V al XIII”. Instituto de Valencia de don Juan. Madrid, 1935.