viernes, 6 de enero de 2023

La Peñíscola del siglo XIX. Sociedad y modo de vida

La historia de Peñíscola tendemos a enfocarla desde los acontecimientos que se irían viviendo con el paso del tiempo dentro del principal elemento arquitectónico que define la imagen de la localidad (su castillo). No cabe duda que este será uno de los grandes alicientes que motivarán guerras, visitas y un sinfín de relatos, que superpuestos cronológicamente reflejan una parte de ese envidiable pasado ancestral que arrastra este municipio.

No hemos de olvidar que tanto o incluso más importante dentro de sus murallas, serán las historias que se irán gestando en muchos de los hogares que componen su trama urbana, evidentemente encorsetada por la propia geografía de un terreno, dentro de la que con el trascurso de los siglos, se irá consolidando una personalidad propia, muy arraigada y definida a través del mantenimiento de sus costumbres y tradiciones, donde resulta casi imposible no hablar de una idiosincrasia netamente peñiscolana, fruto de muchos factores, tales como el aislamiento geográfico al que se vio sometido este lugar durante siglos (aunque cueste de creer a los ojos del turista o foráneo del siglo XXI), así como de otra serie de elementos, que únicamente a través de una radiografía histórica y social de su pasado, nos ayudan a comprender cómo y de qué forma, han podido preservarse elementos que componen un corpus etnográfico y folklórico de largo recorrido.


¿Cómo era la familia peñiscolana del siglo XIX?

La falta de documentación es un escollo que debemos evitar los historiadores en el momento de abordar la reconstrucción de un episodio o aquellos periodos que definen las características de un lugar. La quema de una parte considerable del archivo de la localidad durante el desarrollo de diferentes contiendas bélicas, como la pérdida irreparable del fondo eclesiástico, y que había en la iglesia parroquial hasta antes del desencadenamiento de la guerra incivil de 1936, explican en buena medida ese grado de dificultad.

Conocemos un censo del año 1857 en el que se refleja la distribución familiar de los habitantes de la roca. No obstante, hemos de efectuar unos cuantos matices en el momento de querer definir de qué forma vivía el peñiscolano de antaño, para entender que ese estilo de vida del que nos separan más de un siglo y medio de tiempo, no debió cambiar mucho respecto épocas anteriores, ya que tanto la estructura económica, como las tradiciones y hábitos que impregnaron a sus gentes, seguiría manteniéndose de modo ininterrumpido.

Una de las características que este lugar tuvo en común y con la que habría de convivir tanto la sociedad peñiscolana de la reconquista, como la del siglo XVI y el momento de estudio que hemos escogido, fue la de adaptar su crecimiento demográfico a una trama urbana caracterizada por unos límites, donde cada metro cuadrado tenía un valor especial.

Así pues, ante la imposibilidad de ampliar el viario de la población, era necesario rentabilizar al máximo la disponibilidad de terreno, aunque para ello se hubiese de ganar espacio trabajando la misma caliza del peñasco, puesto que el riesgo de vivir fuera del perímetro defensivo era elevadísimo.

Es por ello que el peñiscolano habrá de gestionar cada porción de suelo de manera inteligente. Por lo que si en una localidad cualquiera, el repartimiento de una vivienda entre dos hijos podía consistir en una división física al 50% de aquella casa, en Peñíscola la fragmentación de la propiedad se tendrá que precisar en alturas o incluso por habitaciones, no siendo extraño que un vecino tuviera una parte de su casa compartida con la de otro hermano (entrando por la misma puerta), o incluso poseer una habitación en una vivienda que distaba varias residencias de la que vivía habitualmente, pues tras haber pertenecido a un abuelo, y habiéndose consecuentemente repartido entre tíos y ahora hermanos, aquello daba lugar a que en una misma estructura residencial hubiese diferentes propiedades, creándose así en muchos casos un modelo familiar extenso. Ejemplo de ello lo tenemos en el labrador Andrés Bayarri Simó, quien en 1857 residía con su esposa Teresa Ayza Llopis y su hija Sebastiana Bayarri Ayza, así como conjuntamente con el matrimonio de labradores de Luis Roca y Antonia Beltrán, junto con sus tres hijos, y sobre quienes desconocemos por ahora qué tipo de parentesco les unía.

Ejemplo de ese mismo periodo lo tenemos en el hogar del jornalero Antonio Beltrán Arenós y su esposa Vicenta Arenós Castell, quienes además de sus tres hijos, dos sobrinos, junto una cuñada de este y que se encontraba soltera, se hallaba también su suegra.

Conocemos el  caso de una vivienda formada toda ella por integrantes dedicados al pastoreo. Se trataba de los Peña, cuyo hogar pudo estar compuesto por un total de doce personas. Así pues, Ramón Peña Rovira y su mujer Paula Drago Castell compartían casa con sus cuatro hijos, así como otro familiar, Ramón Peña Martorell y su esposa Vicenta Castell Vizcarro, quienes además de los tres hijos menores que tenían a su cargo, convivían con otro pastor de edad más avanzada, llamado Alejandro Castell Fresquet, y que entendemos por su apellido podría ser suegro de este último.

Algo bastante normal será ver la convivencia de varias generaciones dentro del mismo hogar, así lo apreciamos en la casa del labrador Florencio Albiol y Albiol, quien con su hijo Valentín Albiol Martorell y la esposa de este (Celedonia Pauner), criarían conjuntamente a sus varios vástagos.

Ni que decir que cuando una persona quedaba soltera, esta no solía abandonar el hogar pada independizarse, por lo que acababa residiendo con sus progenitores mientras estos vivieran, hecho que sucederá por ejemplo con el labrador Gabriel Simó Bayarri (de 38 años), quien al no tener pareja, compartía residencia con sus padres Miguel Simó Fresquet (de 87 años) y su madre Rosa Bayarri Albiol, quien tenía 80 años.

El tema de la herencia era otra cuestión que estaba insertado en la mentalidad de aquella idiosincrasia local, donde las costumbres eran inapelables, aceptándose a pies juntillas.

Veremos que la tradición del hereu catalán y que también se hallaba arraigada en las sociedades rurales del interior de la provincia de Castellón, dejará medianamente percibirse entre los integrantes de esta población. Y es que en Peñíscola, había una preferencia en el favorecimiento del primogénito, al aplicarse un modelo de repartición del patrimonio (especialmente agrícola), donde a pesar de que a cada uno de los vástagos les tocara por derecho una parte de los bienes, este siempre resultaba más favorecido.

Imagen: arterural.com

Ello se reflejará por ejemplo cuando en la familia las propiedades se extendían tanto por la zona montañosa de la Serra d’Irta como en el área pantanosa de la marjal. En aquel entonces la primera franja del territorio era mucho más productiva y rentable a pesar de su distancia respecto el casco urbano, pues los inconvenientes de las extensiones empantanadas al querer explotarlas como zona de cultivo, hacían que esta careciese de interés agrícola, de ahí que las fincas ubicadas en el entorno de secano eran siempre las preferentes para los hijos mayores, mientras que las del área lacustre irán destinadas para el resto de los herederos.

Lo que nadie se hubiese imaginado es que en los años setenta del siglo pasado, y tras la aparición del boom turístico que cambiará por completo esa idea sobre el valor del suelo, la zona que antes nadie quería y que poco menos eran las migajas de los bienes del hogar, acabará revalorizándose con la edificación de hoteles y urbanizaciones que ahora consolidan el motor turístico de la población, mientras que por otra parte, las explotaciones apartadas de la zona de secano (donde el olivo, algarrobo o la vid y que eran el principal recurso con el que se consolidarán estas poblaciones), quedarán en muchos casos relegadas a un entorno olvidado carente de todo interés.

Otra cuestión que no podemos pasar por alto, y que apreciaremos en cualquier localidad en donde se experimenta un crecimiento social de sus integrantes, es la disponibilidad de personas que auxilien en las tareas u obligaciones que comportan los quehaceres diarios.

Así pues, dentro de los hogares con posibles, era normal disponer de una persona que ofrecía un servicio doméstico, y que en el referido censo de 1857 llegará a distinguir entre el cargo de criada y sirvienta. Dos conceptos que incluso a día de hoy, son motivo de discrepancia entre historiadores y sociólogos en el momento de querer buscar diferencias que expliquen su distinción semántica.

Para entenderlos de forma vaga, el sirviente (y que es “el que sirve”), estaba subordinado a un servicio que se le pagaba, pero que no siempre había de ser remunerado en términos económicos, pues la manutención y alojamiento del lugar en el que se encontraba trabajando, podía ser una forma que a veces se complementaba con un pago salarial. Por otro lado, el criado (“que se ha sido criado o formado”), era quien servía en ese lugar donde este ya podía haber crecido o desempeñado una labor a cambio de un salario.

Muchos autores indicarán que la diferencia entre ambos conceptos es prácticamente inexistente, otros en cambio considerarán que es necesario jerarquizar o diferenciar entre ambos términos.

Veremos por ejemplo como en el año 1857, el médico Juan Bautista Sanz y Bayarri (y que era esposo de Dolores Ayza y Albiol), tenía por sirvienta una moza del pueblo llamada Vicenta Ayza Bastiste.

Otro caso lo tenemos con el escribano del ayuntamiento y su esposa, quienes contaban con una criada de 19 años. En la casa de una familia de marineros compuesta por una decena de integrantes, entre los que estaban los padres de siete hijos de entre 19 y 2 años (Manuel Simó y Albiol, junto su esposa María Martorell y Albiol), se menciona una criada soltera, hermana de la referida María, y por tanto cuñada del cabeza de familia.

Las casas más acomodadas como veremos contaban con el refuerzo de algún miembro que ayudaba en el servicio doméstico, de ahí que el presbítero Agustín Gombau tuviera dos sirvientas, así como los párrocos don Lorenzo Albiol y Miralles (de 84 años) y mosén don Manuel Albiol (de 81 años), dispusieran de una criada de 70 años (Mariana Drago Arenós), además de un criado y labrador (veamos cómo se remarcan por separado ambos conceptos), llamado José Albiol Arenós (de 30 años), quien probablemente gestionaría las propiedades agrícolas de dichos religiosos.

Conocemos otros casos en los que aparecen citados sirvientes y criados, tal y como ocurre con el matrimonio entre Vicente Bayarri y Albiol con Gertrudis Roig (ambos de 40 años), quienes además de sus cuatro hijos menores, tenían a su disposición un sirviente, en este caso de 65 años de edad.

En el caso del hacendado don Francisco Ayza y Albiol, veremos que este vivirá con una hermana suya y que era soltera (María Rosa Ayza), figurando ella como sirvienta. Por otro lado el médico-cirujano Juan Masip y Bayarri, además de su esposa, convivía con una sirvienta soltera de 16 años (Joaquina Pascual y Jovani).

El coronel-gobernador de la plaza y su mujer (que como era habitual no eran vecinos del lugar), tenían una sirvienta llamada Juana Rochals. Finalmente veremos que los labradores con recursos, tal y como sucedía con Mariano Martorell y Riba (de 70 años) junto su esposa Carmela Guzmán y Ripollés, se podían permitir la presencia de una sirvienta, pudiendo esta guardar un parentesco con la mujer por compartir el mismo apellido, tratándose de la joven de 16 años Josefa Guzmán y Beltrán.

David Gómez de Mora

Referencia:

-Censo de la población de Peñíscola (1857). Fondo Municipal de Peñíscola

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).