Para entender el momento en que
se inicia la construcción del convento, hemos de remontarnos hasta un período
que desde el punto de vista político nos recordaba al trayecto de una montaña
rusa, puesto que un conjunto de altibajos, forjados por el miedo y la
inestabilidad, habían influido de manera constante en la mentalidad de los habitantes
de esta zona. Nos estamos refiriendo a las escaramuzas de las tan desastrosas
Guerras Carlistas, y que como bien sabemos, fueron duras y complicadas en esta
localidad. Pensamos que posiblemente por ello, años después de que el conflicto
se extinguiera, y por lo tanto, imperase un escenario de tranquilidad y
sosiego, se propiciara la idea de levantar un convento en este lugar.
El paso de la historia ha ido
mostrando como Vinaròs ha sido un enclave en el que la religiosidad ha tenido
siempre un papel destacado en el día a día de sus habitantes. Si los Agustinos
así lo demostraron a finales del siglo XVI, así como en la centuria siguiente
los Franciscanos, podía comprobarse como todavía seguía vigente ese
sentimiento, en los momentos de romerías y festividades locales, cuya
manifestación más contundente se vivía en las fiestas de invierno, justo cuando
se celebra las onomásticas de San Antonio y San Sebastián. En este contexto
religioso, favorecido además por el auge de la economía local de aquellos tiempos
(pues no olvidemos que nos encontramos sumidos en plena Edad de Oro de la
economía vinarossenca, debido a las crecientes ganancias que nos reportaban
nuestros campos a través de la producción vinícola), se alinean diferentes
variables, que permitirán sin lugar a duda, el establecimiento de esta
comunidad religiosa en la localidad.
En este sentido, una de las
personas que resultaron cruciales para llevar a cabo dicha tarea, fue Mossèn
Manuel Domingo Sol i Gombau, nacido en la vecina Tortosa, quien junto con
varias monjas venidas desde el convento de Mataró, fueron las encargadas de
fundar este espacio religioso. No tampoco sin olvidar la figura de otro gran
personaje de nuestra historia local en el momento de la tramitación inicial,
don José Domingo Costa y Borràs. Para ello se adquirió un terreno, que bajo las
órdenes de Vicente Benet, será el espacio donde se alzará todo el complejo
religioso, donde se integraría la escuela, convento, iglesia y huertos que
delimitarán un área rectangular, que por aquellos tiempos quedaba a las afueras
del municipio. No olvidemos que la muralla carlista, y de la cual aún se
conserva una pequeña parte, era un elemento medianero que lindaba con la franja
a la que nos referimos.
Durante el 9 y 10 de diciembre de
1884, llegó hasta nuestra localidad el Obispo de Tortosa, Francesc Aznar i
Pueyo, quien presidiría los actos de inauguración de la iglesia de nuestro
centro para consagrarla, y que junto con el convento anexo, albergaba en
aquellos días nueve religiosas. Dicho Obispo fue el encargado de pagar el
antiguo altar con el que contaba el templo. El acto fue todo un acontecimiento,
ya que la visita del Obispo generó un baño de masas en donde no faltaron las
personalidades más destacadas de nuestro municipio, y que de la misma forma,
estuvieron acompañándole, hasta su vuelta a la estación un par de días después.
Uno de los recientes
descubrimientos que se han realizado en lo que se refiere a como afrontaban las
dolencias y enfermedades las antiguas clarisas, ha sido el de un texto
manuscrito, elaborado por el célebre doctor don Román Vizcarro i Tomás. Uno de
los mejores médicos con los que ha contado nuestra localidad, y que era hijo
del famoso doctor don Ignacio Vizcarro, natural de Ulldecona.
Don Román, fue autor de
diferentes obras científicas, como una “Memoria sobre el cloroformo, éter y
demás medios” (1853) o “La medicina puesta al criterio del público ilustrado”,
publicada en 1882, dentro de la Biblioteca Científico-Literaria de Sevilla.
Ello junto el trabajo desinteresado por los pacientes de su pueblo, permitieron
que su labor finalmente fuese públicamente valorada, cuando en 1896, logró el
reconocimiento por la Real Academia de Medicina, debido a su trayectoria en el
mundo de la investigación médica.
Será pues de su puño y letra,
donde nacerá una obra que había permanecido inédita hasta hace escaso tiempo.
Se trata de un compendio que tal y como reza en su escrito está dedicado “a la
venerable comunidad de Nuestra Señora de la Providencia de esta ciudad”. Se
desconoce si dicha obra iba a publicarse o estaba realizada sólo para las
representantes de esta comunidad. No obstante, lo que si es casi seguro, es que
los remedios que propone, serían los empleados por las religiosas para paliar
las diversas molestias que podían sufrir. La obra es bastante completa, ya que
relata y describe los síntomas y dolencias, así como la forma de curar las
diferentes patologías.
Hemos de entender que la regla de
clausura motivaba que las integrantes de la comunidad religiosa no podían
mantener un contacto con el exterior, de ahí que su redacción detallaba que
tipo de medicamentos habían de tomar y que pasos a realizar para afrontar la
dolencia. Sabemos que por aquellos tiempos, el convento contaba con más de
treinta hermanas.
Las primeras décadas de vida de
nuestro colegio fueron apacibles y tranquilas. Con el transcurso de los años el
centro pasó a ser famoso ya no sólo a nivel municipal, pues bien conocida en la
comarca ya era esta orden religiosa, estando completamente volcada con el
principio de la filosofía clarisa, ayudando y socorriendo a los más pobres, los
cuales no eran pocos por aquellas fechas. Y es que entrado el año 1899, la
filoxera había comenzado a diezmar nuestros campos de cultivo, tal fue el
varapalo económico sufrido por este municipio, que muchísima gente comenzó a
pasar hambre. Reflejo de esta grave situación, la vemos durante los primeros
años del siglo XX, ya que Vinaròs ve como 3 de cada 10 habitantes dejarán atrás
su tierra y su familia, en busca de un sustento que les permitiese sobrevivir.
Es pues durante esta situación de grave crisis, cuando esta orden religiosa
tomará un protagonismo destacado, puesto que se volcará en la ayuda y
alimentación de muchos de aquellos vecinos que estaban sufriendo las
consecuencias de aquel período de inestabilidad económica.
Poco a poco, y ya entrados los
años veinte, cuando el escenario socio-económico empieza a mejorar, el centro
religioso es toda una institución en la comarca. Se celebrará por aquellas
fechas la cuarta década de llegada e inauguración del convento, así como
cotidianamente se realizarán diferentes obras sociales, que aumentarán más si
cabe la reputación y estima hacia las clarisas de Vinaròs.
Los valores cristianos y la
preocupación por los más pequeños fue una constante que siempre imperó dentro
del convento, de ahí que se organizaban diferentes actos, para mantener a los
niños contentos y entretenidos, algo con mayor mérito durante los años treinta
y posteriores, debido a las dificultades que se tuvieron que superar, tanto es
así que todavía son recordados por los más mayores, algunas de aquellas
actividades desempeñadas por el centro, tales como las tardes de cine gratis,
organizadas por Mossèn Bono, en donde los niños podían merendar y divertirse.
En el año 1931, tras la quema de
conventos de muchos lugares de España, ante el temor de sufrir males similares,
las monjas del convento recogieron sus pertinencias y marcharon cada una de
ellas hacia los domicilios de sus familiares.
Este hecho queda recogido en la
prensa local, en el número de la revista San Sebastián del día 14 de mayo de
1931. En el mismo se relata como las religiosas tuvieron que salir de repente y
ausentarse durante un breve período, no obstante, cabe destacar la admirable
conducta del alcalde, quien desde un primer momento se ofreció en todo tipo de
ayuda a las mismas.
Poco después, y con la seguridad
de que podían estar tranquilas, las hermanas volvieron al convento. Cambiando
temporalmente el uso del edificio tras la entrada de las tropas nacionales en 1938,
pues este se aprovechó como hospital militar, prolongándose esta función hasta
el final de la guerra, durante 1939. Sabemos que a lo largo de aquella
temporada las clarisas trabajaron como enfermeras.
El final de la guerra, ayudó
notablemente a que la situación se estabilizara, de ahí que las integrantes de
la comunidad religiosa pudieron de nuevo volver a su rutina diaria. Siempre
siguiendo el ideario de Santa Clara, la congregación continúo dedicándose a su
servicio religioso, social y educacional.
Muestra de ello ya se produce en
el momento de la fundación del espacio religioso, pues el convento se erigió
con una aportación destacada de doña Concepción Esteller i Esteller.
Descendiente directa de la familia de los Esteller, quienes fueron integrantes
de la nobleza local, y que estaban conectados a su vez con la familia Noguera,
descendientes de don Guillem de Noguera, quien fue a su vez fundador del
convento de San Francisco de Vinaròs durante la primera mitad del siglo XVII.
Durante el año 1936 aparece como
benefactora del convento doña Francesca Llavina i Gaunyabens, descendiente
también de otro linaje con nutrida historia.
Tras el final de la guerra el
convento comienza a concentrar algunas piezas que decoraran su edificio, es el
caso de la escultura que se encarga al conocido artista barcelonés Josep María
Camps i Arnau, quien finalmente elaboraría la imagen de la Divina Providencia
de nuestro convento.
Entre las hermanas que formaron
parte de la congregación por aquellas fechas, difícil seria de olvidar a la
reverenda Madre Purificación de la Sagrada Familia, nacida en València en 1874,
y fallecida en 1941 en nuestra localidad. Ingresó en el convento en febrero del
año 1900, destacando por su gran devoción a la Mare de Déu, así como por sus
dotes para promover la práctica de la antigua Regla de Santa Clara a lo largo
de los diferentes conventos de clarisas que había en todo el país. Tras su
pertenencia a la orden de Vinaròs, consiguió una popularidad que se manifestó
rápidamente con el cariño de la gente del pueblo hacia su persona, tal fue el
grado de afecto adquirido, que durante el día de su entierro, los habitantes
que acudieron para darle su último adiós se llevaban a empujones las flores de
su féretro, así como cualquier elemento que recordase su persona. Tal y como
relata el historiador Ramón Redó, muchos vecinos de la población aquel día
estaban convencidos de que asistían al enterramiento de una Santa. Otra de las
integrantes que durante los años veinte entró a formar parte de la congregación
fue Sor Pilar Piquer i Valanzuela. Realizaba la función de organista del
convento, un oficio que ya llevaba en la sangre, puesto que su hermano Mossèn
Joan Baptista Piquer, tenía gran destreza con este instrumento, además de ser
un gran compositor, por este motivo, compuso una variante de la canción de “la
nit de nadal” y que tantas veces Sor Pilar tocó dentro del convento.
Durante el año 1952 entró como
directora del centro María Amela i Falcó, y cuya labor vendría desarrollando
durante 35 años. Será en ese período durante el que se producen obras de
remodelación tanto en la zona escolar como en la parte de la iglesia. Ejemplo
de ello lo tenemos en 1972, justo cuando se encarga la realización de las
pinturas de la iglesia a Ángel Acosta Martín, un artista tinerfeño, y que será
el mismo autor que elaborará las pinturas de la última cena del altar de la
iglesia de Santa Magdalena, además de otras piezas de técnica escultórica de
carácter religioso que hay en nuestra población.
Escasos años antes, las hermanas realizaron
diferentes obras sobre textil, entre las que destacan algunos bordados, como
sucede con el estandarte de la cofradía de la oración en el huerto (realizado
en 1962), así como el que posee la cofradía de la Virgen de las Angustias (en
1965).
David
Gómez de Mora
Bibliografía:
-Borràs Jarque, J.M. (1931).
Historia de Vinaròs. Tomo II.
-Oliver Guimerà, G. y Guimerà
Salom, M.L. (2014). El legado del Dr. Román Vizcarro Tomás. Un punto de vista
actual.
-Redó Vidal, R. (2010).
L'encliclopèdia il·lustrada de Vinaròs.