lunes, 11 de julio de 2022

Cuestiones sobre criptocristianismo y comunidades mozárabes. Elementos para su comprensión en el área norte del territorio castellonense

El año 313 d. C. marcará un punto de inflexión en lo que respecta a la libertad de culto gracias al edicto de Milán, ofreciéndose con ello garantías a aquellas comunidades que durante el periodo paleocristiano habían seguido siendo fieles a la palabra de Dios.

Hasta antes de ese momento, el paleocristianismo no diferirá mucho de la práctica de cualquier religión que se mantuvo de forma discreta, al evitar a toda costa exhibiciones de su devoción en lugares públicos, puesto que las consecuencias eran gravemente tremendas.

Durante la alta edad media, tras el afianzamiento de la religión musulmana, veremos como el cristianismo seguirá presente en nuestro territorio, y es que de lo contrario, no encontramos explicación alguna para entender la presencia de tantísimos topónimos de raíces pre-romanas y romanas, que como ha quedado demostrado, sobrevivieron a una intensa islamización que la historiografía general viene relatándonos desde el siglo XIX. Creemos que tal vez, una parte de este interrogante, deba responderse desde lo que sería la existencia de las comunidades criptocristianas. Una sociedad poco analizada, incluso dada por inexistente en muchos contextos académicos, pero de la que nosotros creemos que existen diversos indicios, que señalan una persistencia de la lengua latina, especialmente a través de comunidades ruralizadas, que quedaron aisladas de los grupos de poder y que darán respuesta a una parte considerable de interrogantes como el anteriormente esbozado.

En el caso del territorio valenciano y que tras el momento de la reconquista cristiana de València por parte de Jaume I, quedará siempre la duda de qué cantidad de pobladores mozárabes había entre sus arrabales o zonas desperdigadas del ámbito rural. Una cuestión que en cierto modo el prestigioso historiador Ubieto trata por encima en su estudio sobre la historia del Reino de València antes de la llegada del montpellerino.

Consideramos que hablar de criptocristianos, no debe resultar un hecho estrambótico o poco menos que de ciencia ficción, especialmente si también lo hacemos con frecuencia al referirnos a comunidades criptojudías durante ese mismo periodo, así como posteriormente con las de tipología criptoislámica, y que como sabemos hasta finales del medievo fueron una realidad que se mantuvo de manera discreta en pequeños núcleos cerrados, permaneciendo con escasa alteración aquellos rasgos culturales y religiosos que sus gentes de manera generacional fueron salvaguardando (incluso a pesar del contexto represivo del momento).

Simplemente basta con consultar algunos de los muchos expedientes de Inquisición de los que se dispone en varios de los fondos de algunos archivos del país, para comprobar como una religión puede seguir desarrollándose durante centurias, independientemente del grado de presión o persecución al que se somete a sus practicantes.

A lo largo de diferentes enclaves de la península, y especialmente en lo que respecta a la provincia de Cuenca (puesto que hemos investigado diferentes áreas de su territorio), damos fe de que apreciamos como un hecho nada sorprendente, la abundancia de eremitorios rupestres o iglesias excavadas sobre la roca, caracterizadas por hallarse esparcidas a lo largo de múltiples asentamientos, y que en su conjunto, dibujan una compleja red arquitectónica de la que se refleja un evidente calado criptoreligioso de los habitantes de su época.

Nadie se atrevería a poner en tela de juicio el valor de la investigaciones que indican la existencia de personas adscritas a este tipo de espacios, y que la historiografía inscribe dentro del círculo de los dimníes. Unos mozárabes cuyo tejido social se movía alrededor de modestos asentamientos en los que a través de la disponibilidad de una explotación agrícola o ganadera, siempre y cuando estos cumpliesen con sus obligaciones fiscales, podían seguir desarrollando sin ningún problema el culto a su religión, resultando a su vez una fuente de ingresos para las arcas musulmanas, al menos durante los primeros siglos cuando el contexto represivo no estaba tan agudizado como a partir del siglo X.

Cierto es que trascurrido el tiempo, una vez que la presión religiosa incrementó hacia estas comunidades, veremos como su práctica habrá de desempeñarse desde una mayor discreción.

Además, y en los casos como el que hemos comentado en lo referente al territorio conquense, estos edificios deben adscribirse a lo que entenderíamos como una especie de comunidad monacal, que desde sus eremitorios o iglesias rupestres, conformaban una red de espacios sociales, destinadas a grupos minoritarios, que aprovechando su distribución a lo largo de diferentes puntos de la geografía peninsular, jugaban con ciertas ventajas al hallarse distribuidas en zonas de escasa presión demográfica, en las que el peligro siempre era menor.

Evidentemente a finales del siglo X se marcará un punto de inflexión en el cristianismo peninsular, pues se desarrollará una intensa islamización de aquellas comunidades, pero que pensamos no siempre fueron motivo suficiente como para dar por extinguida la permanencia de las prácticas religiosas así como del uso de una lengua materna que respalda la permanencia de numerosos topónimos pre-romanos y romanos a lo largo de todo nuestro marco territorial. Creemos que estas comunidades religiosas altamente marginales, y cuyo eje económico giraba alrededor de un modelo de explotación ruralizado, a pesar de su aparente grado de islamización, seguirían desempeñando las actividades culturales propias de sus ancestros.

Hemos de recordar que los ya conocidos movimientos migratorios de cristianos que desde la primera mitad del siglo X se expanden por el área meridional hacia la zona alta de la península, comportarían un grueso considerable de personas que irían afincándose en lugares intermedios, siendo solo un caso más las franjas rurales que hoy quedan asignadas a las tierras manchegas, u otros puntos que comprenden el área de dominio valenciano, donde precisamente el territorio escasamente poblado del área castellonense ofrecía unas prestaciones formidables, de acorde a esos factores geográficos como culturales que hemos definido.

En este sentido, estaríamos hablando de comunidades cristianas que no asimilarían de manera parcial todos los elementos de la cultura andalusí, y que alrededor de grupos monásticos, sobre los que habría un estrecho grado de parentesco, se desempeñaría una forma de vida, que desde una innegable influencia de la cultura dominante, no perdería por ello las características propias como su religión o su lengua, tal y como de la misma forma ocurriría posteriormente con los moriscos y judíos, de los que la documentación inquisitorial refleja como todavía durante el siglo XVI, seguirán estando presentes a través de reducidos círculos criptoreligiosos.

Al respecto, una de las grandes revelaciones sobre esta cuestión, deriva del trabajo elaborado por Marcos García García, y cuyos resultados previamente el autor comentó en el II Congreso Internacional sobre la historia de los mozárabes (celebrado en Córdoba en el año 2021). En base a su trabajo doctoral, este investigador plantea una cuestión muy importante, relativa a la interpretación realizada sobre los depósitos animales, hallados en el yacimiento de Cercadilla, y ubicados en las afueras de la ciudad de Córdoba.

En su estudio, a través del análisis y catalogación de los restos arqueozoológicos aparecidos en el referido yacimiento, gracias a fragmentos de huesos pertenecientes a porcinos salvajes, además de una concha de peregrino con evidentes muestras de trabajo antrópico que fue empleada como colgante, se comprueba que todo ese conjunto y adscrito cronológicamente durante la época tardoandalusí (siglo XII), demuestran que incluso en zonas urbanas, como ocurre en la periferia más inmediata de la Córdoba musulmana, había asentamientos cristianos, que a pesar de ser ignorados en las fuentes escritas, la arqueología saca a la luz, abriendo un debate muy profundo, en torno a cómo ha de configurarse la idea de la permanencia de la cultura cristiana, especialmente durante el periodo de dominio musulmán de los siglos X al XII, y en el que numerosos historiadores, dan casi por hecho que los mozárabes eran cosa del pasado. Estas evidencias arqueológicas que rompen por completo con la concentración habitual de materiales paleofaunísticos de consumo en puntos dominados por la cultura andalusí, y que como bien es sabido, relatan la existencia de un habito alimenticio que lógicamente habría de vincularse con la población cristiana en un marco cronológico en el que tradicionalmente siempre se ha negado la presencia de pobladores cristianos, pone encima de la mesa, la necesidad de una revisión de enorme trasfondo, respecto la necesidad de entender la pervivencia de dos culturas que incluso en la franja más meridional del Al-Ándalus y con los consiguientes problemas de la presión de un entorno urbano, llegó a ser una realidad.

¿Qué sucedería pues en espacios rurales como el que ocupa nuestra área geográfica?, sabemos que durante los primeros siglos de ocupación musulmana, la iglesia mozárabe sobrevivirá de la mejor forma que pudo. Adaptándose a una situación compleja, que como veremos muchas veces acabó desviándose por completo de las directrices marcadas desde Roma. En este sentido, recordemos como en tiempos de Adriano I (772-795), existen referencias que dan constancia de como la estructura eclesiástica en nuestras comunidades cristianas perseguidas, comenzará a desconfigurar muchos de los preceptos, que especialmente en las zonas rurales y apartadas de las grandes urbes, darán pie a un presbiterado con menor formación, además de una práctica de la religiosidad que se verá afectada por la presión que desde hacía varias décadas comenzaba a incrementarse en estos círculos minoritarios, y con disponibilidad de un escaso margen de maniobra.

Ahora bien, en este sentido, esos espacios lo más parecido a lo que denominaremos como eremitorios y otros lugares de culto adaptados a las circunstancias del momento, serán un caso más de las vicisitudes contra las que habrán de hacer frente unos grupos de personas, evidentemente limitados, con menos recursos y formación por hallarse apartados de una correcta práctica de los preceptos establecidos, pero no por ello inexistentes, tal y como tan acertadamente definió en su obra cumbre sobre el mozarabismo el historiador Simonet. Una cuestión que debe contextualizarse con los elementos de tipo social y religioso que propiciaron un escenario poco halagüeño para esas comunidades minoritarias que a pesar de que poco a poco vieron como la cosa se complicaba, no llegarían a apagar la llama de la fe en determinadas regiones de nuestro territorio que todavía hemos de seguir investigando muy a fondo.

David Gómez de Mora

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).