viernes, 8 de julio de 2022

Pepa la del Picazo (una de las endiabladas)

A principios del siglo XIX en la localidad del Picazo se vivió un suceso vinculado con uno de los movimientos heréticos más sonados en la historia de la provincia conquense, y del que el Santo Oficio acabaría elaborando una detallada investigación 1. Sus consecuencias se extendieron por varios enclaves, entre los que se acabaría tejiendo una red de conspiraciones y secretos, en la que se entremezclaban creencias ancestrales, rituales ocultos y una forma un tanto particular de entender la religión católica. Un fenómeno que por desgracia estaba a la orden del día en muchas áreas rurales de este territorio.

En este caso nos estamos refiriendo a la secta de la Beata de Villar del Águila, una labradora que vivió durante la segunda mitad del siglo XVIII, y cuyo nombre era el de Isabel María Herráiz. Aquella señora reunía todas las facultades idóneas para estar en el punto de mira, pues se movía entre la imagen difusa de médium, bruja, sanadora y hereje que afirmaba haber vivido en su cuerpo la transustanciación del mismísimo Jesucristo 2.

Sorprendentemente no faltaron adeptos que legitimarán las historias que Isabel relataba, adhiriéndose al movimiento incluso religiosos y otros tantos seguidores, que creían ver en su persona la misma reencarnación del Mesías. La que era denominada como la “beata” fue venerada con sumo recelo, hasta el punto de que llegó a ser “sacada en procesión por las calles y el interior de la Iglesia, portando velas encendidas, incensada como se inciensa al Santísimo Sacramento en el altar, y recibiendo a su paso las genuflexiones y reverencias propias de la divinidad” 3. En un primer momento la cosa parecía tan estrambótica que incluso no se le dio la más mínima importancia, no obstante, la cosa empezó a torcerse, cuando el número de seguidores iba incrementándose, por lo que la Diócesis Conquense no tuvo más remedio que tomar cartas sobre el asunto, en busca de atajar un problema, donde feligreses y religiosos del Picazo ya estaban inmiscuidos.

Casi nadie discutía que María Isabel era una mujer sumamente inteligente, con un agudo don de gentes, además de una personalidad firme, que tanto a través de su palabra, como por su forma de actuar (pues se cree que en muchas de sus acciones habría que añadir un componente erótico con los hombres 4), le sirvieron como artimaña para llegar al extremo que nos redactan los informes de la Inquisición. Aquella señora tenía atemorizados tanto a párrocos como fieles cristianos que manifestaban unas vivencias metafísicas que la equiparaban a una especie de divinidad.

Durante 1801, el obispo Palafox inició un proceso contra la beata, y que no llegó a finalizarse, puesto que durante su desarrollo Isabel falleció estando en prisión. Se cuenta que “un busto de la Beata fue quemado en público, y tras su muerte se tomó el acuerdo de que sus restos recibieran sepultura bajo los escalones de entrada a la Iglesia de San Pedro, en la Cuenca alta, situada junto al que fue el Tribunal de la Inquisición, para ser pisados -dicen- por los fieles al entrar y salir del templo. Tanto el cura de su pueblo como algunos religiosos acusados de complicidad, fueron desterrados a las Islas Filipinas” 5,

La historia de esta mujer sigue recordándose a día de hoy, así la Hermandad del Santísimo de Torrejoncillo del Rey organizó en octubre de 2018, unas jornadas que llevaban por título “Isabel María Herráiz, beata de Villar del Águila, y la Inquisición Española”. No han faltado investigadores que han estudiado su figura, como María Helena Sánchez Ortega 6, quien le dedica varias hojas en su trabajo. La autora nos cuenta como aquellas mujeres que respaldaban sus acciones eran designadas como “endiabladas”, aflorando con creces en Palomares, el Picazo y Villar del Águila. “La clientela femenina de Isabel María Herrainz estaba constituida por un grupo de mujeres de clase bastante heterogénea (desde la maestra de niñas de la villa de Palomares, Alfonsa Huerta, hasta la demandadera de las monjas de San Benito, Antonia García, de cincuenta años)” 7.

En el caso del Picazo, una de las acusadas fue doña Josefa García, quien será señalada como cómplice por parte del fiscal, y una de las principales seguidoras de la Beata en esta localidad, hecho que le llevó a estar detenida en una de las habitaciones de las cárceles secretas de la Inquisición, previo embargo de sus bienes. Josefa fue sin lugar a duda la principal cabeza difusora de la corriente herética en El Picazo. Y aunque en su interrogatorio esta dijese haber estado en contacto durante ocasiones puntuales con “la beata”, todo indica a que la relación fue más que estrecha, pues tras su muerte, ella misma sería la encargada de seguir divulgado y ensalzando su figura. Una especie de apostolado herético, discreto y poco sonoro por no ir más allá del ámbito local y que la Inquisición no perdía de ojo.

Josefa desde su hogar explicaba la vivencia de revelaciones prodigiosas obradas por la Beata. Su círculo sabía que en vida de la Beata era una de las grandes incondicionales que acudió hasta el mismo hogar de Isabel. En estas visitas daba fe de como la elegida le mostraba diferentes marcas en su cuerpo y que siempre según la versión de la Beata eran obra del mismo Dios.

Otra de las experiencias místicas que Josefa atestiguaba fue una aparición de la Virgen, tras una sesión espiritual mantenida con Isabel. La picaceña iba más lejos e incluso afirmaba que esta era capaz de efectuar la transustanciación de Nuestro Señor en su cuerpo. Conocemos incluso una carta escrita por el padre Clemot al cura de Villar y parte de otra dirigida al padre Rubielos, con fecha del 12 y 13 de enero de 1801, en la que se indica como “Pepa la del Picazo” había visitado a la Beata en una de aquellas sesiones en las que invocaban a espíritus malignos.

La correspondencia entre varios párrocos que respaldaban las acciones de la Beata fue sin lugar a duda una fuente de información provechosa para sacar a la luz los nombres de personas que estaban dentro de aquel círculo místico, a raíz de los debates y discrepancias teológicas expresadas entre los clérigos implicados. Otro personaje que admiraba con gran devoción a Isabel era Atanasio Martínez, quien del mismo modo afirmaba como Nuestro Señor se había manifestado en el cuerpo de la Beata. Este personaje reconocía el respeto que guardaba hacia la beata, hasta el punto de que cuando pasaba por la casa en la que residía en Cuenca “se quitaba el sombrero recibiendo una luz interior del misterio que allí estaba oculto, hasta que una vez le impidió la acción una fuerza interior y una voz suave que le decía: No, no está aquí” 8.

Tenemos testigos variopintos, como Alonso de Villalón (de 50 años de edad), quien hablaba de las marcas de Jesucristo en el cuerpo de la Beata. Afirmación que también sostenía Josefa, y que se usará en su contra al ser acusada de excéntrica alocada y devota de la Beata. Josefa tenía varios hijos, pero había una que para ella era la más especial en este tipo de sesiones, se trataba de la pequeña Paula.

Josefa era la encargada de la taberna del Picazo, y durante un período de varios años (cuatro según se dice), estuvo viviendo en Villar del Aguila, donde estrechó lazos con Isabel, aunque afirmando que cuando esta se trasladó al Picazo, llegó a recibirla alguna vez de mutuo propio, pues como era sabido y notorio, la relación de amistad mantenida entre ambas venía desde mucho tiempo atrás.

Se detalla que el esposo de Pepa era el señor José de Segovia, de 37 años de edad, y arriero de oficio. Una ocupación que le venía heredada de sus antepasados, ya que descendía de un linaje de carreteros procedente de la localidad de Alarcón. La familia de Josefa era devota al cristianismo, hecho del que no hay ninguna duda por el posicionamiento que poco después tendrán algunos de sus hijos tras el estallido de las guerras carlistas, donde establecerán matrimonios con familias que se insertaban en el mismo círculo ideológico, además de participar activamente con el movimiento. Como curiosidad decir que uno de ellos llegó a ser alcalde del municipio.

Parece ser que fueron varias las reuniones entre la Beata y Josefa, siendo vistas en otros municipios, tal y como sucedería en Casasimarro. También se supo que la Beata llegó a hospedarse durante una noche en la casa de Josefa. Recíprocamente Pepa acudió hasta la de Isabel en Villar del Aguila, por un período de 4 ó 5 noches (según afirmaba un testimonio). Durante aquellas estancias, se practicaban sesiones de espiritismo, en las que la Beata demostraba a los presentes sus dotes paranormales.

Josefa García Ruiz de Perona, ante las preguntas de los Inquisidores que la interrogaban, aseguraba que tenía la certeza de haber visto tanto a la Virgen como a Jesús Nazareno con una túnica morada. Recalcando que no estaba mareada, pues se hallaba en su sano juicio en el momento de presenciar aquellos fenómenos.

Se dice que una noche se escuchó un fuerte grito en casa de la señora Josefa, lo que alteró a muchos de los vecinos y gente que estaba cerca de la vivienda, hecho por el que inmediatamente se agolparon bastantes curiosos, entre los que apareció el párroco del Picazo, quien llegó con su estola e hisopo para conjurar junto a la entrada de la vivienda, y después entrar en su interior. Entre los presentes dentro de la vivienda estaban los hijos de Pepa y María Antonia Ximénez.

Sabemos que Pepa tenía amedrantados algunos vecinos del pueblo, pues existían denuncias que atestiguaban como esta los había intentado agredir. Entre estos se encontraba el párroco del pueblo, a quien tenía atemorizado, hasta el punto de que un día optó por no celebrar misa general, llegando incluso a decir en uno de sus sermones que Josefa y su hija Paula eran bellísimas personas.

La citada María Antonia Ximénez, reconocerá que alrededor de 1800 recibió una petición por parte de Josefa para que esta apareciese por su vivienda y así comprobar en primera persona las facultades sobrenaturales que había aprendido de la Beata. María Antonia aceptaría la petición relatando que la pequeña Paula se hallaba poseída, precisando que la niña “estaba en una especie de furia o locura, y que su padre José Segovia le daba una medalla o cruz diciéndole: ¡Di Jesús y María!”. La escena era terrible, hasta el punto de que entre gritos algunos de sus hermanos asustados se agarraban mutualmente durante el desarrollo de aquella sesión.

Más adelante vemos que se menciona el proceso por el que la niña estuvo endemoniada, y en el que el párroco Francisco José Gómez actuaría lanzándole agua bendita. Según se relataba, gracias a dicha actuación la menor empezó a cobrar el sentido. Esta testigo añade que en otra ocasión, un día pasó junto a la casa de Josefa, y percibió “una olor de suma fragancia, que no supo la declarante si eran rosas o claveles, y que a los pocos días entró en la misma casa, y percibiendo el mismo olor preguntaron una a otra que olor sería aquel y convinieron en que dicho olor sería del dicho jubón por ser de la Beata, aquí tenida por buena mujer”.

Josefa llegó a amenazar a don Antonio de Villanueva (una de las más altas personalidades del municipio, y miembro de una familia de la nobleza local), indicándole que el párroco don Juan Pastor no había de celebrar misa en su oratorio privado, ya que de lo contrario “ya sabía que pasaría sino le hacía caso”. En el proceso de Josefa se habla de unas cartas escritas el 24 de marzo y 7 de abril de 1801, por el cura don Francisco Gómez, en las que se decía como las jornadas del 23, 24 y 25 de enero, Josefa y su hija a viva voz denunciaban estar endiabladas, hecho que manifestaron a través de “unas agitaciones violentas que causaban espanto y no podían ser naturales en las cortas fuerzas de una criatura de tan pocos años como ella”.

María Antonia Ximénez confirmaba los hechos, añadiendo que aquella persona estaba “sacando sin libertad la lengua y moviéndola de un modo extraordinario y que acostumbrándola esta novedad dio gritos”. La testigo añadió que no recordaba si el párroco llevó una estola y un hisopo como otros testimonios habían comentado, aunque si tenía la absoluta seguridad de que portaba entre sus manos un libro que emplearía para exorcizar a Josefa. Finamente Pepa sería detenida y encerrada durante un tiempo, no obstante, correría mejor suerte que Isabel, pues vivió sin problemas bastantes años, convirtiéndose en una de las grandes seguidoras y difusoras de la devoción a la Beata de Villar del Águila, ahora en El Picazo.

David Gómez de Mora


Notas:

1 Archivo Histórico Nacional, Inquisición. Leg. 3719, exp. 89, nº5. García, Josefa. El Picazo

2 Serrano Belinchón, José (2017). La beata de Villar del Águila (25-11-2017). En: elliberaldecastilla.com

3 Ídem

4 Cuestión planteada por María Helena Sánchez Ortega (1992). La mujer y la sexualidad en el Antiguo Régimen. La perspectiva inquisitorial. Akal Universitaria.

5 Ídem. Sánchez Ortega, María Helena (1992). La mujer y la sexualidad en el Antiguo Régimen. La perspectiva inquisitorial. Akal Universitaria. Comenta que “Isabel María Herráiz se resistió a admitir sus errores hasta el último momento. Los inquisidores la visitaron varias veces en su lecho de enferma para hacerla abjurar sin lograrlo, no obstante cuando su situación se agravó, pidió que se avisase al cura de San Pedro, quien finalmente consiguió que renegara de sus errores. Se le administraron los sacramentos y una semana más tarde falleció con señales de verdadero arrepentimiento” (pg. 80).

6 Ídem

7 Ídem, pg. 72

8 Ídem, pg. 73

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).