Poco sabemos sobre cual era la composición del clero peralejero antes del año 1600, ya que las escasas referencias que poseemos hemos ido extrayéndolas a través de los libros sacramentales que se conservan en la ciudad de Cuenca, y que pueden consultarse en el fondo de su Archivo Diocesano. No resulta necesario enfatizar el papel que jugaban los curas en sociedades rurales donde las tasas de analfabetismo eran elevadas, pues su labor como educadores, consejeros y gente respetada casi nadie se atrevía a ponerla en duda. Y es que obviamente disponer de uno de ellos en la familia, era una credencial más que suficiente para alzar el nombre del linaje allá donde este residiera.
Recordemos que las familias con posibles o aquellas que podían disfrutar de una formación académica bajo el parapeto de una capellanía, eran por norma general de las mejor posicionadas que había en los pueblos, convirtiéndose casi en una cuestión indiscutible que uno o varios de los hijos pudieran ingresar en corporaciones religiosas o ejercieran como capellán en alguna parroquia del territorio. Disponer de un clérigo en el seno familiar ya no sólo era un punto a favor para mejorar el estatus o imagen del núcleo familiar, sino también un elemento positivo en todo lo vinculante a la parte religiosa o de fe, pues su representación y nexo con la Iglesia incrementaba las posibilidades de la salvación de las almas de sus seres queridos, ya que el difunto podía disponer de una persona que celebraba continuamente misas y rezos que ayudaban a abandonar el tan temido purgatorio, invirtiendo una cantidad considerable de liturgias con tal de acelerar su redención.
Por aquellas fechas serán dos algunos de los curas más destacados de La Peraleja (Juan de Castro y Miguel de la Oliva). Si algo tenían en común ambos personajes, es que sus familias, los Castro y los Oliva llegaron a tener el reconocimiento de casas integrantes del estado noble, además de estar directamente relacionadas con el linaje del Olmo (una de las principales en la localidad, especialmente durante los siglos XVI y XVII). No será por ello casual que varias de las líneas existentes desde los inicios de los libros parroquiales sellarán alianzas de poder, como la resultante entre Julián del Olmo e Isabel Martínez. Sabemos que el referido Julián fallecerá en 1607 creando un mayorazgo y teniendo por hija a Brígida del Olmo, quien moriría en 1597 y ampliará esta fundación.
Iglesia de La Peraleja (imagen del autor)
En cuanto a las familias de los párrocos que había por aquellas fechas, veremos como los Castro aparecen documentados en la población de Villarejo de la Peñuela, pudiendo relacionarse sus integrantes con los mismos que vivían en La Peraleja. No olvidemos que en Gascueña este linaje ya había reclamado su hidalguía. En lo que concibe a La Peraleja siguiendo el volumen de defunciones apreciaremos como la hermana de Juan (Juana de Castro) muere en 1594, confirmando en su testamento que este era clérigo de La Peraleja. Juana solicitará que su cuerpo sea depositado en la Iglesia de San Miguel, para después ser enterrado en la Iglesia de San Salvador del Pedroso, donde descansaban los cuerpos de sus padres. Sin lugar a dudas el referido testamento podemos considerarlo como uno de los más importantes que hemos presenciado en los libros sacramentales. Esta era esposa de Andrés del Olmo, personaje perteneciente a una familia que ya se situaba como una de las mejor posicionadas en el municipio. Más adelante, en 1601 morirá el Licenciado Juan de Castro, cura de La Peraleja, y que ya cita como sobrino al licenciado Juan del Olmo Castro (hijo de su hermana Ana), además de a su hermano Andrés del Olmo Castro. Este mandaría ser enterrado en la parroquia madrileña de San Luis.
Como dato de interés, hemos de reseñar que analizando los testamentos de los libros de protocolos notariales que se hallan en el Archivo Municipal de Huete, apreciamos que el licenciado Juan de Castro tenía un total de 26 fincas, junto una casa de morada en el Barrio de la Veguilla de La Peraleja, además de otro pedazo de terreno y una vivienda acompañada por una cueva, sin olvidar otra residencia que se complementaba con un corral (AMH, 1591). En otra referencia del año siguiente (AMH, 1592), leemos que el licenciado solicita una total de 200 misas por su alma para el día que muera, además de encargar el pago de una casulla. Se indica que la hacienda que tenía se la compró a Isabel Jaraba, viuda de Juan de Pedro Saiz.
Por otro lado también tenemos referencias de los Oliva, cuando en 1591 un hermano de Miguel (Pedro de Oliva, casado con Catalina Ballesteros) fallecía en La Peraleja. Este pedirá enterrarse en la Iglesia de San Miguel, justo en la sepultura de su abuelo Miguel de la Oliva, y que según se describe se hallaba en la capilla mayor del templo. Su tía era la señora Francisca del Olmo, y entre la setentena de misas que pide, mandó obras pías a varias iglesias (AMH, 1591).
Esta familia son otro de los grandes linajes, sobre los que poco o casi nada se ha escrito, a pesar de que gozaron de un papel destacado durante los pasados siglos. El cronista de La Ventosa Guillermo Fernández, ya nos comentó que en sus investigaciones apreció la importancia de este apellido, tras ver que estaba adscrito al estado noble, poseyendo incluso su propio escudo de armas. La familia Oliva estaba esparcida por diferentes lugares de la Alcarria, de ahí que los veamos en Tinajas, Saceda del Río y otros municipios, aunque casi siempre con la particularidad de que sus representantes mantienen lazos matrimoniales con familias de un estatus social similar. En el año 1628 moría Miguel de la Oliva y del Olmo, quien por aquel entonces ejercía como párroco de Tinajas. Este solicitó un total de 400 misas, mandando la realización de una memoria para casar huérfanas de su linaje.
David Gómez de Mora
Bibliografía:
* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro I de defunciones de La Peraleja (1586-1614), Sig. 30/14, P. 815
* Archivo Municipal de Huete. Protocolo notarial de La Peraleja, nº1, años 1591-1592