Siglos atrás, en aquella sociedad tremendamente estratificada por niveles, en la que un apellido podía cambiarte literalmente la vida (independientemente de los méritos que como persona habías efectuado en el tránsito por este mundo), hubo gente sensibilizada, que a pesar de tener una escasa formación académica, era consciente de las injusticias que a diario se cometían en nombre de una tradición y derechos impertérritos que siempre carecieron de lógica.
En la franja septentrional del territorio conquense, más concretamente en el seno de la ciudad de Huete (donde es sabido que florecieron muchas de las grandes familias de la nobleza de esta tierra, además de residentes en el interior de su judería), fue generándose desde el medievo un modelo de pensamiento que veremos extendido en buena parte de la Península Ibérica. Un sector de privilegiados que comenzaron a acrecentar sus fuerzas, en detrimento de una mayoría trabajadora, compuesta por un variopinto entramado de familias, en las que uno se podría encontrar de todo.
La cosa estaba clara, y aquella idea clasista había calado hasta el punto de que se convirtió en uno de los engranajes que movía el pensamiento y la vida de todo un país.
Sobre ese caldo de cultivo que se recrudecía poco a poco, fue como empezaría a gestarse la creación de un pueblo con una visión crítica, que una vez afianzada su posición, no permitiría dejar pasar ni una más.
Todavía la documentación nos recuerda una de las frases que emanaba de muchos ancestros oriundos de estas tierras, al decir con sumo orgullo que “sin hidalguías vivieron muy honrados nuestros mayores, hemos vivido nosotros y vivirán nuestros descendientes”. Y es que a partir de la segunda mitad del siglo XVI este discurso era el pan de cada día que tantas veces se recitaba en las casas y calles de enclaves como Gascueña, La Peraleja y Tinajas.
Gascueña lucía en la entrada de su sala consistorial un lema con letras doradas donde rezaba la siguiente frase: ‘No consienten nuestras leyes, hidalgos, frailes ni bueyes’.
En esta localidad todos sus habitantes se consideraba que habían de ser tenidos por igual, de manera que no servían las pamplinas de tipo mitológico-genealógico u otra argumentación de índole histórica, que consideraran a unas personas estar por encima del resto.
Algo similar pasaba en La Peraleja, cuando tal y como nos recuerda la documentación “antes permitiría faltase de su torre la giralda que los ilustra, que en sus archivos se encontrara un don”.
Y es que en este enclave los protocolos y artimañas sociales no tenían cabida, pues había grandes familias de terratenientes que sabían como el honor se ganaba a base de trabajar la tierra con la azada y no de aquella especie de “postureo”, que para caldear más el ambiente, invocaba a unos relatos falseados y contradictorios, en los que gran parte de esa nobleza decía descender de cristianos viejos, cosa que hasta los más ignorantes del lugar sabían que no era cierto, pues muchos arrastraban una ascendencia judía, además de no haber luchado contra los musulmanes en tiempos de la reconquista, tal y como en repetidas ocasiones se vanagloriaban de recitar en la documentación de las Chancillerías.
Encima, para más inri, algunos de los verdaderos cristianos viejos que decían representar, eran en realidad esos campesinos que trabajaban de Sol a Sol, es decir, el motor económico que contribuía con sus impuestos al mantenimiento de un sistema manchado de corrupción hasta la saciedad.
En Tinajas tampoco se andaban con tonterías, pues de haber algún hidalgo que quisiera instalarse en la localidad, se decía que literalmente sería recibido a pedradas.
Con este percal, en ocasiones me he llegado a plantear si de aquellos polvos, vienen parte de estos lodos por los que tanto se caracteriza nuestra la mentalidad picaresca..., por ahora prefiero no profundizar sobre el tema.
Ahora bien, ¿Qué pudo pasar en estas apacibles localidades para que se despertara un odio acérrimo hacia la nobleza?, desde luego podrían ser muchas las respuestas que se habrían de dar, ya que la situación es más compleja de lo que uno pudiera creer. Y es que a priori, hidalgos en origen hubo en los tres lugares, ya que sólo hemos de ver algunas de las ejecutorias de hidalguía y otros documentos de índole similar, fechados en el siglo XVI, gracias a los que varias de esas familias se asientan entre aquellas casas con tales privilegios
Ejemplo serán los Castro de Gascueña, los García de Tinajas, o los Suárez-Carreño, Daza y Patiño de La Peraleja, sin citar otros tantos que me dejo en el tintero.
Cabe preguntarse desde la historiografía, qué pudo haber generado esa persecución antinobiliaria en unos pueblos donde su gente no se diferenciaba en nada de la que podríamos ver en otras partes del espacio geográfico de esa marca conquense.
Sin lugar a dudas, uno de los factores sería el reconocimiento que tuvieron en origen esas localidades como zonas de behetría, a lo que cabría sumar la presencia de medianos terratenientes locales con disponibilidad de recursos, que no entendían la parafernalia de como familias que vivían en el pueblo de al lado (y que como sigue sucediendo a día de hoy en este tipo de entornos, eran perfectamente conocidas), tenían la desfachatez de alardear con aquel tipo de historias, con tal de no pagar impuestos, acogiéndose a unos derechos carentes de toda razón, no sólo por la falta de sentido común, sino por ser una farsa que hasta el más tonto sabía de primera mano.
En mi modesta opinión esta seria la gota que colmaría un vaso que ya había venido llenándose con el trascurso del tiempo, y del que en un futuro vamos a seguir analizando su proceso evolutivo.
David Gómez de Mora