lunes, 8 de febrero de 2021

Los Orozco y los Francés de Cañete la Real

A finales del siglo XVII el cañetero don Juan de Orozco y Francés era pretendiente como racionero medio, una prebenda eclesiástica que siguiendo con el protocolo del momento, debía antes de ser revisada por el Santo Oficio, en busca de alguna tacha que afectara a la genealogía de la familia, pues sabido era que si existía cualquier sambenito o resquicio de conversión en alguno de sus ancestros (por muy lejano que fuese), aquello podía suponerle serios problemas para alcanzar sus intereses.

Don Juan era hijo de Simón de Orozco y doña Ana Francés (ambos naturales y vecinos de Cañete), así como nieto paterno de Juan de Orozco y María Pérez (también vecinos del mismo lugar, aunque afincados en el burgo de la población) y nieto materno de don Francisco Francés y doña María de la Guerra (él de Cañete, mientras que su esposa de la ciudad de Ronda).

Como dato curioso decir que sus bisabuelos paternos-paternos eran de nuevo dos integrantes de las familias Orozco y Francés (Juan de Orozco y Juana Francés), lo que muestra un refuerzo de las políticas matrimoniales entre sendas casas, en una época en la que intuimos como los Francés habían dado un salto cualitativo desde la perspectiva social, pues ya habían conseguido establecer enlaces con familias de la nobleza rondeña.

Decir que tanto los Orozco como los Francés eran linajes que durante el siglo XIX ya estaban reconocidos como miembros de la nobleza local, destacando especialmente el caso de los segundos, cuya solera veremos arrastrada por diversos cañeteros con el trascurso del tiempo. Así pues en 1647 estaba inscrito como hidalgo en la población Hernando Galán de Orozco, o unos años antes don Francisco Francés, quien serviría con sus armas y caballo en las levas a las que fue llamado. El hecho de que los Francés en 1639 no llevaran aparejado este reconocimiento social, nos hace pensar que el linaje adquiriría su hidalguía tras haber participado en la campaña de 1640 (Gómez de Mora, 2020). Pues como destacamos en el referido estudio, el aprovisionamiento de soldados en las guerras españolas, fue un argumento que después sería aprovechado para la acumulación de actos positivos en una localidad donde las miserias y dificultades estaban a la orden del día.

Es por ello, y desde nuestra modesta opinión, que debamos de entender el ascenso de estos linajes como parte de un producto que sirve a los intereses de la corona, donde la monarquía hispánica viéndose en la necesidad de disponer de carnaza que combatiera en la primera línea de combate (pues ya se veía en la difícil tesitura de apagar los múltiples focos que tenía activos por todo lo ancho de su territorio), no tuvo más remedio que recurrir a un sinfín de personas procedentes desde diferentes puntos de la península, en los que la compensación desde la perspectiva social que se les daba no era poca. Tengamos en cuenta que el reconocimiento de una hidalguía ayudaba a mejorar el nombre de toda una familia que tuviera unas mínimas posibilidades y aspiraciones por crecer fuera de su lugar de origen.

Esta situación tan excepcional motivará a que la localidad entre las guerras del siglo XVII junto con las de inicios del XVIII, pase a disponer de un nutrido número de vecinos con capacidad para ser reconocidos como miembros del estado noble. Una jugada que será hábilmente aprovechada por aquellas casas en las que todavía se gozaba de cierto estatus , tal y como se desprende por los censos de principios del siglo XIX, tras invocar (y gracias al arduo trabajo de los escribanos) unos derechos que rememoraban un pasado prácticamente olvidado.

Cañete era un municipio tremendamente hermético, donde hasta llegados al siglo XX podemos apreciar como la gran mayoría de sus enlaces matrimoniales se producen entre vecinos naturales del mismo pueblo.


Firma del pretendiente a medio racionero don Juan de Orozco y Francés

Para que don Juan optara a los beneficios que le comportaba el ser medio racionero, habría de pasarse previamente por un proceso de información, que a través de un interrogatorio a distintos vecinos del pueblo, éstos debían de salir en defensa de su genealogía.

El primer testigo era don Martín de Segovia, presbítero del lugar. Éste dijo tener 55 años (nacería alrededor de 1636), no ser pariente del pretendiente, y que conoció hasta los abuelos maternos de don Juan. Confirmaría que ninguno de ellos había sido penitenciado, condenado o relajado (quemado) por el Santo Oficio, añadiendo que los padres, abuelos y bisabuelos de Juan ostentaron oficios propios de hidalgos, al ser nobles por sus cuatro líneas, además de muchos actos positivos, y recordando que guardaban grado parental con los caballeros de la Orden de Calatrava: Don Francisco de Andrade y don Fernando de Villaseñor.

El segundo será otro presbítero, don Francisco de Aroya, quien como el anterior también ejercía en la parroquia de Cañete. Éste por su parte conocía a la familia paterna, y del mismo modo que don Martín, reiteraría su discurso indicando que los familiares de don Juan “eran limpios de toda mala raza, sin nota, ni infamia de penitenciados”, siendo tenidos en el lugar por cristianos viejos. Veremos que el párroco vuelve a mencionar el parentesco estrecho que unía a éstos con los dos caballeros de Calatrava anteriormente citados.

El tercer testigo fue otro cura del pueblo, don Antonio del Arria y Vargas. Éste conoció a la generación de los abuelos del pretendiente (aunque matiza que a don Juan Francés no). El discurso de la limpieza de sangre se vuelve a repetir, confirmando que ninguno de los antepasados ha sido castigado por el Santo Oficio, además de que sus padres y abuelos han poseído los oficios más honrosos de esta villa.

No hemos de olvidar que estos testimonios idealizan un discurso que debe acotarse a los requisitos sociales de la época, de ahí que normalmente cuando no se matiza que cargos pudieron tener estas personas, aunque se diga que eran de los más honrosos (pues no olvidemos que los trabajos mecánicos estaban considerados como algo indigno), normalmente solían ser labradores o ganaderos, y es que a pesar de gozar de un buen patrimonio, el no poseer un cargo como el de abogado o tesorero, marcaba también de por vida las pretensiones de toda una familia, de ahí la necesidad de no dar detalles y adscribirse a catalogaciones ambiguas como la de esos “oficios honrosos”.

El cuarto testigo llamado al interrogatorio es don Pedro de Andrade y de Ocón, también vecino de Cañete, de 34 años de edad, quien sigue en la misma línea de los discursos anteriores. El hecho de que éste fuese miembro del estado noble, le daba una mejor imagen y rotundidad a la historia defendida desde la casa de los Orozco, pues insertar en el mismo a personajes de esta índole, incrementaban la reputación que perseguía el interesado.

El quinto testigo es el presbítero don José Antonio de Ribera, de 51 de años de edad, quien recordaba como “esta familia ha tenido muchos actos positivos como son familiares y comisarios de la Inquisición”, añadiendo que “el primer familiar que hubo en esta villa fue deudo muy cercano del primer pretendiente”. A continuación el sexto testigo es el regidor de la villa, Pedro Cerezo Navarro, de 55 años de edad, que confirma la pureza de sangre del linaje, añadiendo que ninguno de ellos había sido perseguido por el Santo Oficio.

Luego veríamos como séptimo testimonio a Antonio Trujillo, de 60 años de edad, junto al octavo, Pedro Martín Verdugo, de 74 años, y un noveno, don Diego de Troya Pérez, con 40 años. Éstos tendrán en común una misma línea de argumentación que las anteriores, ensalzando la pureza racial de los antepasados de don Juan, e incidiendo en que aquellos nunca tuvieron problemas con el clero, pues obviamente de haber sido así, eso era un handicap siempre que se deseara ingresar en sus filas. Y es que como veremos en otros muchos casos, un acto deshonesto por un antepasado podía marcar de por vida a generaciones posteriores inocentes, en las que en ocasiones para paliar esa especie de mancha, se necesitaba invertir una mayor cantidad de dinero, pues de esta forma era factible blanquear cualquier tipo de información que imposibilitara o mermara las capacidades de ingresar en este tipo de beneficios.

El décimo testigo fue don Francisco de Cuevas (de 87 años), miembro de una familia de la nobleza local, y que sin lugar a dudas será una de las históricas con las que contará Cañete la Real. Éste comentará que los antepasados del interesado siempre poseyeron puestos destacados dentro del municipio. El onceavo, don Diego de Troya, junto con los siguientes: Andrés Ximénez (quien dice que sus linajes son descendientes de los primeros asentados en tiempos de la conquista del lugar, motivo por el que siempre se les dio los oficios más honoríficos de la villa); don José de Linero, (vicario de la parroquial de Cañete y familiar del Santo Oficio de allí) comentaban que su historia genealógica era intachable, añadiendo este último que “el dicho Juan de Orozco, sus padres, abuelos y bisabuelos han sido cristianos viejos limpios de mala raza, y que han sido y son nobles de todas líneas, y que siempre ha oído decir a sus mayores y más ancianos que dichas familias fueron de las ganadoras de esta villa, y han tenido los oficios honoríficos de ella”. Recordemos que todos esos relatos invocaban a principios del siglo XV, cuando en el año 1407, Gómez Suárez de Figueroa, hijo del maestre de Santiago, consigue tomar en su asalto la fortaleza de Cañete, a la vez que se prolongaba el sitio de Setenil.

Para finalizar el paso de testimonios por una primera tanda del interrogatorio, quedarán aportaciones como las de don Miguel Linero Anaya y Juan Bautista de la Torre, que siguiendo el mismo hilo de los discursos precedentes, invocaban el parentesco del pretendiente con don Francisco de Párraga Verdugo, personaje que en aquel momento estaba ejerciendo como alcalde por el estado noble en la localidad.

El turno de los últimos testigos lo cierran Francisco Gil, Felipe Ramírez de Vivar, Alonso Pérez y don Matías Capacete, quienes destacan los actos positivos de los Orozco y los Francés, recordando que aquellos habían tenido oficios ejemplares en la villa, además de reiterar su parentesco con caballeros que en ese momento habían ingresados en órdenes militares. Y es que el objetivo de esta documentación, al fin y al cabo era la de recopilar los mejores argumentos que se pudieran extraer, no sólo para contribuir a un interés o beneficio del pretendiente, sino que marcar un hito que allanara el camino en esa lucha de crecimiento social a futuros descendientes o parientes que optaran por seguir la misma senda. Es decir, la importancia que guardaba el alcanzar un buen reconocimiento gracias a este tipo de testimonios, se convertía en un arma de doble filo, puesto que pesaba mucho en las políticas matrimoniales de todo el linaje, además de señalar unos precedentes que sociales. El caso de los Orozco o la familia Francés en Cañete la Real será simplemente uno de otros tantos.

David Gómez de Mora


Bibliografía:

* Archivo de la Catedral de Sevilla. Expediente de limpieza de sangre de don Juan de Orozco Francés. Referencia J-94, legajo 31. Año 1691

* Gómez de Mora, David (2020). “Hidalgos en Cañete la Real”. En: davidgomezdemora.blogspot.com

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 25 libros entre 2007-2024, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo local. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).