La
fuerza del carlismo en las zonas rurales de Cuenca. Cuestiones y dudas por
esclarecer.
Por
David Gómez Mora
“Todavía
el 8 de enero de 1887 el alcalde se ve en la obligación de comunicar al
Gobernador Civil -que algunos vecinos de esta localidad se presentan en público
con boinas [rojas], por más que no producen alarma y quizás sin ningún interés,
pero sin dejar de producir sospechas por ser de los que han militado en las
filas carlistas y, tratando de evitarlo, han contestado-" (Collado, 2004, 184).
Esta breve pero interesante
descripción, que refleja en su libro sobre El Picazo Benedicto Collado, nos
muestra de manera modesta pero real, la estampa de un suceso más extendido de
lo que se ha creído, y que hasta la fecha consideramos que no ha sido debidamente
tenido en cuenta, puesto que se vivió en otros muchísimos municipios de la
provincia de Cuenca.
No sabemos si la falta de
interés, desinformación o una suma de variados factores, son suficientes
argumentos para justificar el olvido al que se ha sometido el tema del carlismo
dentro del contexto historiográfico de estas tierras, a pesar de la escasa
distancia que nos separa de su ocurrencia en el tiempo.
Por un lado es entendible la
aparición de lagunas sobre esta cuestión, si partimos de que mucha de la
documentación, se encuentra esparcida en numerosos fondos locales, con escasa
presión demográfica y que hasta la fecha no han sido investigados. Por lo que
es necesario establecer un arduo trabajo de consulta, en el que la escala para
comprender una idea global de este movimiento político, es más dificultosa de
lo que pudiera parecer, alejándose bastante de la idea o visión que imperaba en
la ciudad de Cuenca (principal baluarte del liberalismo de la provincia), donde
hay que remarcar que tampoco faltaron defensores entre sus filas.
Las guerras carlistas en las
tierras de Cuenca ha sido una cuestión tratada por algunos historiadores.
Probablemente el análisis más extenso y del que se extraen conclusiones muy interesantes,
es el efectuado por el cronista de la ciudad, Miguel Romero Saiz, en su trabajo
“El saco de
Cuenca: Boinas rojas bajo Mangana”. En este caso, su autor ya nos advierte
en la parte introductoria, que el conflicto se vivió de manera intensa durante
lo que se conoce como la tercera guerra, debido al nivel de crueldad alcanzado
en plena contienda.
Visto a grosso modo, y desde
dentro de una idea simplista, diríamos que durante el siglo XIX, Cuenca abanderó
una posición más abierta de cara a las políticas de índole económica (en
comparación con el resto de su provincia), fenómeno por el que el liberalismo se
entendió como una forma de avance, progreso e innovación, que por otro lado, en
las franjas rurales, contrastaba por completo, pues la pérdida de calidad de
vida de muchas familias, junto con el desencadenamiento de una batería de acciones que fueron en contra
de los intereses la Iglesia, motivarán un acercamiento hacia las tesis
carlistas, que inmediatamente generarán un caladero de simpatizantes, que
ideológicamente apoyarán a los sublevados desde un segundo plano.
Sabemos que antes de la toma de
la ciudad, el carlismo se nutrió de seguidores, organizados alrededor de
comités locales, sin necesidad de participar activamente en la disputa bélica. El peso del catolicismo en las
zonas rurales de Cuenca, es una cuestión de sumo interés. A modo de hipótesis,
creemos que los elementos sociológicos que determinan el apoyo con el que
contaron muchos puntos de la provincia (a pesar de carecer de una base foral
con un hondo sustrato identitario como el que se podría argumentar en los casos
de las tierras de Euskadi y Catalunya), explicarían el surgimiento de una idea,
que hasta la fecha no ha sido desarrollada profundamente, y que radicaría en el
modelo de proyección social que se vivía en esta zona, y que claramente estaba
alineado de manera simbiótica con la importancia que jugaba el clero. Se
trataba de un fenómeno con unas raíces que venían desde muy atrás, en las que
su extirpación significaba tirar por tierra los valores tradicionalistas, que
en aquellas modestas localidades de la geografía conquense, eran inalterables
para muchos de sus vecinos.
Incluso si nos referimos a la
misma ciudad de Cuenca, y que durante la tercera guerra acabó sucumbiendo al
carlismo, el Doctor Romero (2010, 7), tímidamente ya abre esta posibilidad
cuando indica que “quizás, ese
ahondamiento en el problema católico como base potenciadora de esta tercera
guerra, tuviese la clave justificadora en ese trágico enfrentamiento entre
conquenses, ciudad provinciana de fuerte raíz confesional”.
El avance de la incursión
carlista en la provincia, desde un momento inicial se podría argumentar por
factores que obedecen a la escasa presión demográfica del lugar. Visión que
infravalora el peso de los núcleos rurales, ya que al margen de los datos de
población o cuestiones vinculantes con el bandolerismo, para nosotros el clero juega
un papel importantísimo a lo largo y ancho de las sociedades locales de la Alcarria,
la Serranía o la meseta meridional.
El recibimiento que se les dan
a las tropas carlistas en muchos de los lugares que van visitando, es sólo un ejemplo
más. Así lo vemos en el caso de Iniesta en la primera guerra, donde además de
sumarse a las filas milicianos locales, se les dio una cálida acogida por parte
de sus vecinos. Fenómeno similar sucedió en los municipios de Villanueva de la
Jara y Campillo de Altobuey. Tampoco olvidemos las escenas vividas en Cuenca
tras la última contienda, donde son destacados los apoyos al movimiento y que
veremos por mediación de muchos habitantes de localidades dispares como
Mohorte, Belmonte, Belmontejo o Villaescusa de Haro, entre otras.
Conocer los motivos que
llevaron al apoyo carlista desde las zonas más profundas de la provincia, es
sumamente importante, ya que nosotros ignoramos cualquier tesis que abogue por
un impulso o arrebato irracional de sus habitantes.
Creemos necesario remarcar que
en cada localidad hay una serie de familias con una formación y poder, que especialmente
desde el sector clerical, nos ayudarán a dar respuesta a este interrogante.
Como bien indicaba Romero, el catolicismo de la provincia ha tenido un peso crucial
en la sociedad conquense, sólo hay que cotejar los fondos de la documentación presente
en el Archivo Diocesano de la ciudad de Cuenca para apreciar su calado con el
trascurso de los siglos.
Es probablemente este caldo de
cultivo, lo que siempre fomentó un ideal tradicionalista, que conectado al
sistema de proyección social que desde finales del siglo XV tenemos bien
documentado, será lo que acabará generando una conciencia bastante sólida,
acerca de la preservación de un modelo de vida, ante el surgimiento de unos
nuevos movimientos ilustrados con tesis renovadoras, que en la ciudad de Cuenca
cuajaron rápidamente, en contra de lo ocurrido en el resto del territorio de la
provincia. Y es que, todavía a finales del siglo XVIII e inicios del XIX, para
las familias conquenses del ámbito rural (independientemente de su condición
social), la Iglesia fue siempre un eje de referencia, que facilitaba un medraje
social de sus integrantes, ya que otorgaba un estatus y renombre seguro a sus allegados.
Ante este sistema de engranajes perfectamente establecido y estudiado (donde las
familias con patrimonio iban ocupando las posiciones principales), se generó una
estructura de poder, que dependía notablemente del ámbito eclesiástico.
Bandera
carlista empleada por Don Ramón Cabrera, en: flickr.com/photos/21132151@N04/2355653514
En aquella sociedad rural,
donde se estrecharon las ideas confesionales con la capacidad económica de los
linajes, habría que sumar un detonante (la posición geográfica de la provincia
conquense), pues no hemos de olvidar que el polvorín carlista cogía fuerza desde
Levante en dirección a Madrid, catalizando más si cabe, su involucración en un
conflicto con el que se toparon de cara, además de los motivos antes descritos.
Otro factor crucial, será la
pérdida de estatus de muchísimas familias desde los momentos previos al
estallido de la primera guerra. No olvidemos que el siglo XVIII marcará un
punto de inflexión a nivel económico dentro de la provincia, ya que desde
décadas atrás ya era imposible de ocultar el fuerte debilitamiento del sector
primario, que potenciará destacados movimientos migratorios, en los que el
éxodo rural era una realidad que iba in crescendo. No será por ello casual, que en el intervalo que conecta los siglos XVIII con el XIX, se produce la decaída
de algunos municipios históricos, siendo ese el caso de Huete, y que no por
designios del azar, fue junto con sus tierras, otro de los caladeros con
seguidores por la causa.
A este escenario de crisis, han
de sumarse las políticas desalentadoras y claramente perjudiciales para el
modelo de vida de estas tierras tradicionalistas, y que estaban en estrecha
convivencia con el brazo eclesiástico. Y es que las actuaciones del Trienio
Liberal son el prolegómeno de una serie de movimientos que dejan ver la
situación que se avecina para muchos de aquellos componentes de la modesta
burguesía como de la nobleza local. La Ley Desvinculadora de 1820 fue una
declaración de intenciones de lo que todavía estaba por venir.
Durante
la tercera guerra carlista, la prensa era un caldo de cultivo con consecuencias
inmediatas en la misma capital, pero igual de productiva en la difusión de
ideas a corto plazo en el resto del territorio provincial. En el caso de Cuenca
asistimos a la creación de dos periódicos, que a pesar de su efímera duración,
reflejaban los intereses de los carlistas, estos fueron La Juventud Católica y
la Honda de David. “La
Juventud Católica, periódico de información, nació en diciembre de 1868. Lo
dirigía el sacerdote Benigno Bujada, y su principal redactor fue Trifón Muñoz y
Soliva, canónigo magistral de la Catedral. Este último fue a su vez director de
La Honda de David, periódico satírico, dedicado a combatir la libertad
religiosa durante los debates de las Constituyentes” (López
Villaverde y Sánchez Sánchez, 1998, 173), (Higueras, 2012, 2). En 1871, apareció
la "Bandera Nacional", remando en la misma dirección que los dos medios
anteriores, y que por aquel entonces ya habían desaparecido.
Aunque hasta el momento del
conflicto, el carlismo en Cuenca se manifestó más en tertulias que en el campo
de batalla, no cabe la menor duda de su apoyo en las zonas rurales, donde no faltaron
adeptos entre muchísimas familias de diferentes clases sociales. Al respecto,
El Eco de Cuenca (1869) concluía que “en
la provincia de Cuenca hay mucho carlista, pero casi podemos asegurar que no es
gente de armas” (Higueras, 2012, 2).
De nuevo el periódico del Eco
de Cuenca (1872) alertaba sobre la creación de comités carlistas “en todos los pueblos de la provincia”,
siendo en la mayoría de los casos “presidentes
los curas y secretarios los sacristanes” (Higueras, 2012, 11). Obviamente
este dato viene a respaldar la simbiosis entre la Iglesia y el carlismo en el
territorio conquense, y que como bien sabemos venía estableciéndose desde los
tiempos que nos conducían a la guerra de los años treinta.
Muestra del interés y fuerza
que tuvo este ideario en las franjas rurales, lo apreciamos a grandes rasgos en
cuatro áreas de la provincia, que durante los años setenta del siglo XIX reforzaron
su posición. Estos espacios geográficos principalmente corresponden a las
comarcas que hoy denominamos como de La Manchuela y La Mancha Baja (en la
franja meridional), así como en la Alcarria y en una parte de la Serranía Alta
(en lo que concibe al área septentrional).
Inarejos (2008, 307) nos revela
como aquella actitud no fue una acción espontánea que cobró fuerza en la década
de los setenta (cuando el carlismo incrementa de manera drástica su número de
simpatizantes), puesto que ya durante el Bienio Progresista (1854-1856) desde
el clero se participó activamente con la causa, descubriéndose en Los Hinojosos
(Cuenca) una organización que llegaba hasta el mismo Obispado. Obviamente las
ideas liberales atacaban de pleno el ideario cristiano, para ello la Iglesia se
defendía como podía, sumando incluso a las filas de Don Carlos sacerdotes que
habían sido ordenados en la Diócesis Conquense.
Fuente:
(Higueras, 2012, 11)
Sin lugar a dudas, la transición
del siglo XVIII al XIX, fue crucial para ver con otros ojos, como de importante
era el germen social y económico, que poco después potenció la defensa
ideológica de este movimiento.
En nuestro caso hemos analizado
dos zonas con notable afluencia carlista, y sobre las que en un futuro quisiéramos
desarrollar más dicha cuestión. Por un lado estaría el entorno de Barchín del
Hoyo-Buenache de Alarcón-Piqueras del Castillo. Municipios en donde el
tradicionalismo estuvo bastante extendido, y que conectaba con el apoyo de
otras agrupaciones distribuidas en pueblos cercanos.
Desde la perspectiva general,
podría pensarse que en esta franja de la Manchuela los adeptos al bando
rebelado eran escasos. Incluso hay quien ha intentado englobar de manera
conjunta el ideario de todo un pueblo, apoyándose en los intereses de un puñado
de vecinos afines a los gobiernos legítimos que por aquellos tiempos estaban
ocupando las alcaldías. Grave error, que no escenifica para nada el complejo escenario,
donde intereses y discrepancias de unos y otros particulares, imposibilitan la
catalogación en una única forma de pensamiento.
Manuel Fernández Grueso (2014)
nos informa al referirse a la Manchuela que la partida más importante de la
región fue la de los hermanos Palillos,
estando formada por jinetes en su mayor parte, y siendo “una de las más
célebres unidades de guerrilleros a caballo que levantaron pendón por la causa
legitimista de Don Carlos V en Castilla la Nueva” (Fernández, 2014, 3).
Tenemos constancia por
testimonios orales que varios miembros afines al clero local, abrazaron las
ideas carlistas en el caso de Buenache, así como otros muchos de los habitantes
que residían en la vecina localidad de Piqueras del Castillo. En ambos
(especialmente el segundo), el carlismo tuvo un peso importante. Y aunque
pudiera parecer una idea residual, por el hecho de que no colaboraron
directamente la gran mayoría de sus simpatizantes, no escasearon las alabanzas
hacia la causa sublevada.
Otro entorno con notable
actividad, fue el área de Huete. Bien es cierto que a priori algunos enclaves
como Gascueña y demás municipios de la zona se mostraron partidarios hacia el gobierno
legítimo. Aunque en Huete obviamente había carlistas, así como nostálgicos
austracistas, que sin lugar a dudas ejercieron su influencia.
En los municipios de estas
áreas apartadas de las grandes urbes, fue donde el carlismo cogió fuerza. Y es
que hemos de recordar que aquel conjunto de políticas reformadoras, no afectaron
exclusivamente a los integrantes de la nobleza, sino que también a la pequeña y
mediana burguesía local, pues con su instauración, se amenazaba la integración
del patrimonio que históricamente había enriquecido a muchos de sus componentes,
ya que no sólo se anulaba la figura del mayorazgo, sino que la de otro tipo de
fundaciones y demás agrupaciones patrimoniales
de tipo religioso, en las que no era necesario la firma de un Rey que acreditara
la nobleza de su familia. Y es que en Cuenca, como en otros territorios de
Castilla, en numerosas ocasiones, los propietarios de mayorazgos no era obligatorio
que contaran con la licencia del monarca, puesto que a través de contratos
matrimoniales o testamentos era más que suficiente. Bien conocido es el caso de
linajes de ricos labradores como los Saiz-Mateo, Vicente y demás, en donde su
mayorazgo se genera sin tener que desplazarse más allá de la escribanía local.
Por la documentación
genealógica que durante estos años hemos ido agrupando y analizando, podemos
decir que en el territorio conquense las élites están asociadas de manera
simbiótica con la Iglesia, tanto que desde la pequeña nobleza siempre se
intentará que alguno de sus hijos pueda formar parte de cualquier Orden
Religiosa, así como desde la burguesía rural, buscarán adjudicarse alguna plaza
que permita proyectarlos desde dentro del clero.
Este modelo regido desde hacía
siglos en la provincia, comprobamos como comienza a verse en peligro a finales
del siglo XVIII (en la época de Godoy) y hasta la desamortización de
Mendizabal, cuando se desarrollan las política liberales, con un claro
contenido secular, que ponían en el centro de la diana la base social de esta
forma de proyección, con acciones indirectas en algunas ocasiones, y otras
veces un tanto menos discretas, que afectaban de lleno a los colegios mayores
donde esas familias tenían a sus hijos, yendo deliberadamente contra la
permanencia de monasterios y conventos…, todo ello sin olvidar la
confiscaciones de bienes a las comunidades religiosas.
Obviamente, tanto por una o por
la suma de diversas de estas actuaciones, se promovió una repulsa contra aquel
conjunto de directrices políticas. Desde las franjas más apartadas, y en cada
una de las parroquias locales, lógicamente el clero advertiría del riesgo de
las nuevas ideas que desde hacía décadas atrás se estaban poniendo en práctica,
ya que dañaban de pleno aquel sistema sobre el que se generó la riqueza de muchas
familias, que para más inri veían como sus lugares de residencia perdían
influencia, ante una situación en la que se polarizaba la presión demográfica
de las urbes en detrimento de los espacios rurales, dando pie a un éxodo y
crisis económica, que en múltiples municipios de la Manchuela como la Alcarria fue
notoria.
Pensamos que desde la
desamortización de Godoy, pasando por la de Bonaparte, Argüelles y el Trienio,
el mensaje era claro. Ante ese escenario, cualquier chispa podía hacer estallar
el polvorín, sólo hemos de ver el caso del Picazo, donde desde los primeros
instantes, y mucho antes de que Cabrera avivara más los ánimos, hay un claro
posicionamiento del carlismo entre los vecinos del lugar, con las sucesivas
repercusiones...
El trabajo de Benedito Collado,
es un fiel reflejo de lo que estaba produciéndose en muchos de los
emplazamientos de la provincia en los que se levantaron partidas favorables a
Don Carlos.
El área que engloba todo el
territorio que hoy pertenece a la Manchuela tuvo una notoria influencia en el
surgimiento de comités carlistas durante la tercera guerra.
Para nosotros no cabe la menor
duda que la religiosidad y el clímax tradicionalista que se vivía en los
pueblos, fue clave a la hora de interpretar la actitud en defensa del carlismo
de muchos vecinos, aunque esta mayoritariamente quedara reducida a una oposición
pasiva en el ámbito militar.
En ocasiones se nos olvida el
factor social, y que desde la perspectiva de las políticas de proyección era
esencial para entender que las nuevas ideas reformadoras, eran
contraproducentes hacia los intereses de aquellos enclaves, en los que la
Iglesia era un salvavidas para labradores y oficios gremiales, que pretendían
medrar, a través de las posibilidades que ofrecía, así
como mayoritariamente por el papel o influencia que todavía seguía teniendo la
representación de un hijo ocupando una plaza en la capellanía municipal o
incluso ascender hacia un nivel superior.
Aquella pequeña nobleza erosionada
socialmente, junto con la modesta y mediana burguesía que ansiaba ir
creciendo, vieron en la nueva mentalidad, el inicio de un cambio que podía
hacer tambalear por completo los cimientos y costumbres de un territorio que
desde siglos atrás consideraba innecesario un cambio de planes, ya que su estructura
de crecimiento, forjada simbióticamente junto a la Iglesia, era más que
suficiente.
A mediados del siglo XVIII,
Barchín del Hoyo, tenía un total de ocho curas (en el pueblo sólo había 190
hogares). Obviamente la proporción hablaba por sí sola, pues había un sacerdote
por cada veinte casas. Además, a ello habría que sumarle los estudiantes o
miembros de órdenes religiosas.
Aquello no era un hecho aislado,
y así sucedió en el caso de la Alcarria, donde no fue menos importante el
ataque de Valdemoro del Rey en el trascurso de la primera guerra, y en el que
tuvo muchísimo peso el apoyo carlista que se dio desde dentro de la localidad.
Valdemoro del Rey, medio siglo
antes, con poco más de sesenta y pico viviendas, contaba con la presencia de
tres sacerdotes. Tenemos constancia de que el carlismo fue vitoreado en más
emplazamientos, como en el caso de Saceda del Río, que en la segunda mitad del
siglo XVIII contaba con unos noventa hogares, pero con ocho curas.
Portada
del libro y hoja siguiente del libro de Capellanías y Fundaciones de Saceda del
Río (Archivo Eclesiástico de Huete).
Con mayor contundencia se
refleja el peso entre clero y tradicionalismo en el principal núcleo Alcarreño
(Huete), que por aquellas fechas contaba con 2600 habitantes, pero donde
todavía seguían habiendo en pie una decena iglesias, un colegio de Jesuitas, convento,
monasterios…, y donde no por cosas del azar, el carlismo también tuvo sus seguidores.
Un panorama que se agravó tras
la liberalización del suelo, cuando mediante las desamortizaciones se ataca de
lleno a la Iglesia, acción que descaradamente favorecía los intereses de las familias
más ricas, y que muchas veces tenían sus raíces fuera del lugar por ser sus
abuelos o padres inmigrantes, de ahí que aprovecharan aquella situación que se
promovía desde las nuevas corrientes políticas, como una cruzada que alimentaba
sus intereses, en detrimento de las familias de labradores que habían vivido desde
tiempos lejanos en aquel espacio. El caso del alcalde del Picazo, quien
casualmente no era nativo del municipio durante el estallido del conflicto de
1834, es sólo un caso más.
No cabía la menor duda de que
los nuevos aires de cambio perjudicaban a la Iglesia como a los pequeños
arrendatarios y miembros de la burguesía rural que todavía seguían en su lucha de
ascenso social. Estos últimos eran casi la antítesis de las familias de la alta
nobleza, con miras en Madrid y Cuenca, que económicamente se pudieron permitir
una amplia adquisición de su patrimonio rural, y que no por casualidad
mostraron su apoyo a las tesis cristinas. Y es que los propietarios más
modestos acabaron viendo el carlismo como la única solución, ante aquel clímax
desestabilizador, que a muchos les había conducido a ser jornaleros,
imposibilitándolos de toda posibilidad de mejorar su calidad de vida.
Benedicto Collado ya nos
informa en su monográfico, que en el mes de septiembre de 1834, en el caso de
Campillo de Altobuey se produjo un levantamiento de facciosos carlistas. Así como en el propio Picazo el día
tres de septiembre se “produce un
levantamiento de los carlistas, dirigidos por Pedro Aquilino Zapata, de 23
años, estudiante de filosofía, natural de Cardenete” (Collado, 123).
Relación
de vecinos que el 20 de abril de 1835 se encontraban encausados, por la
rebelión, y los que habían sido indultados en esa fecha en El Picazo (Collado,
2004, 152-153).
Sobre dicha acción, reseñamos
la descripción que su autor extrae de un Expediente Judicial que se encuentra
en el Archivo Histórico Provincial de Albacete, gracias a los testimonios
directos de los implicados, donde se relata que “cuando se acercaron a una distancia de cincuenta pasos, salieron de la
chopera los que estaban emboscando en ella haciendo fuego con las armas que
llevaban dando al mismo tiempo las voces de ¡Viva Carlos V! y ¡A ellos!, Viendo
el Alcalde la superioridad de las fuerzas de los sublevados retrocedió y mandó
a los que le auxiliaban que le siguieran al pueblo” (Collado, 123-124).
Una vez efectuados una serie de
saqueos por parte de los sublevados entre algunas de las viviendas del
municipio, éstos se desplazaron hacia la casa de campo de Navodres, donde al
verse en peligro, decidieron dispersarse. Unos fueron capturados, mientras que
otros se refugiaron en la Sierra de Cuenca, para así incorporarse a las tropas
de Cabrera que fueron reclutando milicianos por aquellos lugares donde
transcurrían.
Merece la pena añadir esta cita
de Collado, donde se muestra la realidad de un panorama que como en El Picazo acaeció
en otros tantos lugares de nuestra provincia, pero que por desgracia no se han
estudiado a fondo con la misma intensidad. Así nos relata como años después “en prevención de posibles ataques al
pueblo, el Ayuntamiento en 20 de febrero de 1837 acordó el nombramiento de un
Ayuntamiento paralelo, para ponerse al frente del pueblo y recibir a las
partidas carlistas en caso de tener que escapar los liberarles a refugiarse en
Alarcón” (Collado, 136).
Relación
genealógica entre los vecinos facciosos del Picazo en los altercados de 1834.
En rojo se señalan los implicados (elaboración propia).
Sabemos que la expedición de
1837 del pretendiente, el día 9 de septiembre franqueó la Hinojosa, pasando por
Villar de Cañas “donde el clero le
recibió con júbilo y las autoridades locales le rindieron homenaje, además de prometerle
sumisión y obediencia” (Fernández, 2014, 9). Al día siguiente las tropas se
dirigieron a los pueblos de Villarejo, Villar del Saz y Palomares donde
lograron reunir más de cuarenta pares de mulas, “de Montalvo se dirigieron a Saelices, cuyas mujeres recibieron a Don
Carlos con panderetas y lo acompañaron hasta Villarubio, yendo a Tarancón,
alejándose Don Carlos en la casa del padre del hoy Duque de Riánsares”
(Fernández, 2014, 9).
Melchor Ferrer en su historia
del tradicionalismo español, recalca en el capítulo VI (durante la expedición
de Castilla la Nueva) que “si recordamos
el entusiasmo demostrado por los pueblos de Castilla al paso de Don Carlos con
su expedición del año anterior, se comprueba la emoción que se exteriorizó en distintos
modos, como en el pueblo de Buendía (Cuenca) cuyo vecindario al ser liberado de
las tropas cristinas sustituyó la lápida que daba nombre de la plaza de la
Constitución por la de plaza de Carlos V” (Ferrer, pg. 117). El autor
revindica el apoyo de la Mancha a la causa, así como lo olvidada que ha estado
esa faceta de los pueblos de Cuenca dentro de la historiografía general.
La importancia de la actividad
de los carlistas en El Picazo queda patente por los datos del censo de 1838 en
el que consta la siguiente nota: “En el
número de matrimonio -del censo-, se hallan comprendidos 21 individuos ausentes
de esta vecindad de los cuales 19 se encuentran en la facción y dos en el
presidio de Málaga” (Collado, 137).
Las acciones de los carlistas
en el área meridional se palpan en varias de sus localidades, de nuevo Melchor
Ferrer (pg. 148) indica que en ese mismo año, “el 25 de noviembre, los carlistas combaten en Cañada Juncosa y luego
entran en la Alberca de Zancara y en Las Pedroñeras”.
Desde Alarcón se daba soporte a
la causa liberal, generándose de este modo el principal bastión de resistencia en
la comarca. El panorama nos refleja como en las pequeñas zonas rurales el
carlismo cala con fuerza, mientras que a su vez el Gobierno conquense se
anticipa a las jugadas, asentando sus principales focos en los enclaves
históricos con mayor importancia y capacidad defensiva, obviamente por lo que
comprometía al área de la actual Manchuela, Alarcón era sin ningún tipo de
dudas el espacio más idóneo.
Volviendo al factor de base, y
cuyo origen radica en la herencia de un modelo social que “simplemente” lo que
había hecho era transmitirse casi inmaculado con el paso del tiempo, leemos
como Antonio Morgado García (2007, 84), comenta que “menor fortuna ha gozado el estudio del bajo clero secular, del que
seguimos en una situación de grave ignorancia en lo que a su procedencia social
se refiere. Domínguez Ortiz indicó al respecto que en muchos casos eran
segundones de familias de hidalgos que pretendían resolver su situación
personal de una manera segura, en tanto otros serían hombres de modesto origen
y pocas aspiraciones que llevaban una existencia apacible -en tanto que en la
Diócesis de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVI el 40% son hijos de rentistas,
labradores, artesanos y profesiones liberales; un 13% de los mismos con
parientes en la Iglesia, reflejo de una fuerte endogamia familiar-” (Nalle,
1992); (Morgado, 2007). Esta idea establecida durante el siglo XVI y que no se
alterará significativamente con el paso de los siglos, es la clave que
explicaría muchas de las cuestiones que aquí estamos esbozando.
Aquella visión que venía
arrastrándose desde siglos atrás, permaneció casi estática durante mucho
tiempo, explicando la consecuente afección que acabó desencadenando entre los
componentes de una pequeña burguesía rural y profundamente católica, unos
riesgos reportados por la nueva monarquía, interesada en la introducción de unos
cambios que alteraban la base del sistema establecido.
Los modestos arrendatarios como
los integrantes de la burguesía agraria que todavía no se habían conseguido
proyectar, se vieron sumidos en medio de un conflicto donde resultaron ser de entre
los más afectados, pues se despedían de toda capacidad de competir con las familias de rango
superior, ya que éstas últimas se convirtieron en las poseedoras de los amplios
dominios agrícolas. Como indicábamos anteriormente, la pérdida de estatus de
múltiples labradores (que pasaron a engrosar las filas de los jornaleros), fue otro
argumento que motivó esa agitación de las clases medias en los espacios
ruralizados.
La pequeña burguesía local hay
que entenderla en un contexto global, donde se adscriben familias con un
patrimonio, que a pesar de no contar con excesivas riquezas, disponían de
manera independiente de un conjunto de recursos que les ayudaban a tener una
mínima calidad de vida.
Llegados a este punto, hemos de
plantearnos, que grado de importancia tuvo el carlismo en los pequeños núcleos
del territorio provincial, así como que parámetros promovieron su defensa, al
margen de que mayoritariamente se adoptara una postura pasiva por buena parte
de sus defensores, ya que no es difícil de obviar que el daño infligido hacía
la Iglesia con el beneplácito de una monarquía proclive a los intereses de los
gobiernos reformistas, tuvieron sus consecuencias, en una sociedad de fuerte
influencia católica.
Bibliografía:
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