Para muchos de nuestros antepasados, el portar consigo lo que se denomina como una capilla de viaje o capillita de pastor, tiempo atrás era algo más normal de lo que nos podemos llegar a imaginar.
Estas capillitas eran un objeto religioso, muy importante en la vida de los cristianos, que generalmente se componía de un pequeño estuche, que en su interior almacenaba una imagen religiosa, que solía ser más pequeña que la palma de una mano. Estas podían realizarse en madera o algún tipo de metal, aunque también apreciaremos ejemplares trabajados sobre marfil o con metales nobles. En su interior podían contener Vírgenes y Santos, o la imagen de un Cristo crucificado.
Su finalidad era la de permitir a su propietario que este pudiese efectuar oraciones y seguir con sus hábitos religiosos, independientemente de que se encontrase fuera de casa, ya que sus obligaciones laborales no le permitían acudir a la iglesia. Al mismo tiempo, este objeto acababa empleándose como un elemento protector, del que aquella persona nunca se solía desprender.
Precisamente, no es por ello un hecho casual que uno de los nombres por los que estas se conocerán popularmente, sea el de capillitas de pastor. Tengamos en cuenta que las personas dedicadas al mundo de la ganadería, pasaban muchos días fuera de su casa, sirviendo este objeto, como un elemento con el que podían continuar manteniendo sus hábitos católicos, empleándolas como se ha dicho a modo de protector, de la misma forma que un escapulario, una medalla o una cruz.
Las capillitas eran muy bien vistas en los pueblos donde había gente dedicada al cuidado de los animales, ya que como sabemos en algunas zonas del país hasta la primera mitad del siglo XX, todavía quedaban pastores que portaban consigo las denominadas como “piedras de rayo”.
Sobre estas últimas, y que poco tenían de arraigo cristiano, la tradición popular indicaba que otorgaban propiedades protectoras contra las adversidades climáticas a las personas que las llevaban consigo, además de a sus rebaños. Como sabemos, esas piedras, no eran más que hachas neolíticas, de las que la gente ignoraba su contexto arqueológico.
Es por ello que con el trascurso del tiempo, las capillitas de pastor fueron sustituyendo esas creencias ancestrales, fomentando su uso entre la gente del campo, al tiempo que acercaban así a aquellas personas a una correcta práctica de la fe cristiana.
En cuanto al aspecto de las capillitas, sus formas podían ser variadas, teniendo casi siempre un estuche o funda en el que se resguardaba la imagen venerada. Las habrá cuadradas, rectangulares o cilíndricas, poseyendo habitualmente un pequeño cierre si estaban en un estuche, que evitaba que se perdiera la imagen de su interior.
Veremos que durante el medievo la nobleza en su interés por mantener sus hábitos cristianos, portará consigo este tipo de objetos cuando efectuaban largos desplazamientos. De la misma forma, los peregrinos y misioneros que estaban constantemente moviéndose de un lugar a otro, se hacían acopio de las mismas, adquiriendo mucha relevancia en las zonas rurales donde no siempre se celebraba a diario una misa, o se vivía en una zona apartada que impedía asistir al templo más cercano.
La vida nómada del pastor, las ingentes horas de trabajo que absorbía la vida rural, o la misma devoción personal hacia una advocación en concreto, eran motivos suficientes para que muchas personas las portasen siempre encima.
En el mundo de la ganadería, el miedo y la inseguridad a la aparición de un sinfín de problemas, motivará a que muchas personas siempre acompañarán sus oraciones o plegarias con esa característica capillita, donde también se podían almacenar breves oraciones escritas.
Muchos pastores y campesinos, las llevaban consigo por el hecho de que la tradición popular recordaba que estas evitaban ser afectado por los daños de una granizada, además de ahuyentar a animales rabiosos o proteger contra los efectos del tan temido “mal de ojo”.
Algunas se llevaban colgadas en el cuello, dentro de una bolsita de cuero o en el interior del zurrón, puesto que ocupaban muy poco espacio. Por norma general cuando estas se adquirían, eran bendecidas por un sacerdote.
David Gómez de Mora