lunes, 5 de agosto de 2019

La proyección de los linajes poco antes y después de la muerte


Durante estos años he podido leer muchísimos testamentos de antepasados y parientes, con los que uno comienza hacerse una idea de cómo funcionaba el protocolo previo a la defunción, incluyendo a su vez las mandas que se efectuaban en el momento de precisar las últimas voluntades.

Todo ello lleva a plantearnos varias preguntas acerca de la importancia que suponía dejar bien atada una herencia, o los beneficios que reportaba para sus descendientes, el poseer un lugar específico de enterramiento dentro de un templo religioso.

En cualquier enclave geográfico, por muy pequeño que fuera, las gentes se regían por unas costumbres que poco cambiaban del resto de nuestro marco peninsular. Una de las más importantes, era la redacción de un testamento, del que obviamente se puede desprender la capacidad económica del difunto o su familia. Entre las personas con pocos recursos, lo normal era que estos no testaran, tal y como se dejará constancia en los libros de defunciones de las correspondientes parroquias, cuando el cura certifica en su partida que éste era pobre o no pudo testar por no tener bienes.

No cabe la menor duda de que los testamentos son un documento que nos muestran sólo una parte de aquella sociedad, es decir, las personas mejor posicionadas, esas que tenían bienes a repartir y de los que dejaban constancia mediante dichas escrituras.

Bien es cierto que en algunas ocasiones la gente que remarca ausencia de bienes, no se debía a que en su vida hubiesen estado faltos de los mismos, sino que simplemente antes de morir, prefirieron repartirlos entre sus hijos, práctica más habitual de lo que nos imaginamos, para que en el momento de su defunción todo quedara finiquitado.

Que una persona solicitara morir con un hábito como el de los franciscanos u otra orden religiosa, suponía una reducción de penas ante la duda del purgatorio. Así por ejemplo eran más de 8000 días de perdón lo que reportaba la vestimenta de franciscano, que podía acompañarse con otros elementos como un escapulario, y que servían para ampliar ese margen de satisfacción.

Otro de los elementos más reseñables es el pago de misas, pues determinaba en buena medida el poder de la familia a la hora de invertir dinero en su salvación. Recordemos que los escribanos cuando redactaban testamentos dejaban detallado de manera precisa la cantidad acordada. La cifra solía decir mucho del poder económico de la familia, si bien es cierto había excepciones, pues no todo el mundo era creyente, y muchos difuntos, a pesar de gozar de recursos, podían reducir de manera considerable dicha cantidad. Incluso nos hemos topado con situaciones curiosas a través de los procesos existentes en el fondo de la Inquisición de Cuenca, en los que algún personaje ha sido denunciado por decir que no era práctico o necesario el pago de estas para la salvación del difunto, o que tampoco había de preocuparse sabiendo que su Cofradía se podía hacer cargo de ello, ya que parece ser, en muchas de las Corporaciones se dedicaban automáticamente misas a sus integrantes cuando llegaba el día de su defunción. Como curiosidad hemos observado que a partir del siglo XVII se incrementa el número de misas demandadas.

La fundación de capellanías era una cuestión crucial, y que servía en el futuro para afianzar enlaces con otras familias que desearan proyectar a sus hijos desde el campo religioso. Recordemos que en puntos de la Cuenca rural (como los que estamos estudiando), se vislumbra una clara simbiosis entre estatus y permanencia de individuos del linaje familiar dentro de las Órdenes Religiosas o en el clero local. Algo que se podría extrapolar a escalas geográficas mucho más grandes.

El poder vincular bienes dentro de una fundación de este tipo permitía que una persona llegara a ocupar esa plaza de manera permanente, para que luego esta se traspasase por herencia a sus familiares, pues aquello era una fuente de recursos, que en una sociedad con tantas desigualdades y dificultades como la de antaño, se convertía en un seguro de por vida. Conocidos son los casos de linajes que conciertan acuerdos matrimoniales con familias que poseían capellanías, para que uno de sus hijos o incluso parientes pudiesen aprovechar esta serie de prestaciones.

No olvidemos además que disponer de un miembro del clero en la familia retroalimentaba el estatus social, pero también la tranquilidad del linaje, al contar con un representante que recordara mediante misas el alma del difunto. 

Otra cuestión sumamente interesante es la adquisición de un lugar de enterramiento determinado dentro del templo, pues siempre aquellas sepulturas más próximas al altar eran las más deseadas, y a su vez más caras, pues esto les hacía estar más cerca de Dios, motivo por el que sólo las gentes más adineradas contaban con esa suerte. Del mismo modo, el espacio de la nave y el coro tenían su valor, ya que eran unas zonas reseñables del templo, pues los difuntos preferían un lugar que estuviera en contacto con las áreas de mayor trasiego por parte de las personas, pues estaba extendida la creencia de que esto les permitía estar más cerca de sus familiares. También era habitual comprar varias sepulturas anexas entre ellas, ya que así los difuntos se encontraban en compañía permanente de sus seres más queridos.

No olvidemos las capillas laterales, también destacadísimas entre las élites locales, ya que otorgaban un estatus a la familia, al tener estas una propiedad dentro del lugar más sagrado del municipio. Aquel espacio se transformaba en un entorno privado, que solía mantenerse a costas de sus representantes, y que en el caso de miembros del estado noble, solía engalanarse con su escudo de armas, y dependiendo de su capacidad económica, decorar y complementarlo con piezas religiosas, un retablo o incluso una verja.

David Gómez de Mora

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 25 libros entre 2007-2024, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo local. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).