La isla de Nueva Tabarca ha sido una localidad donde históricamente se ha padecido muchísimo debido a la escasez de recursos naturales. La falta de agua, vegetación de porte, el escaso terreno disponible para desarrollar grandes explotaciones agrícolas, y el riesgo potencial de ser atacados por piratas hasta hace poco más de tres siglos atrás, fueron motivos más que suficientes para que sobre su sustrato se tardara en levantar un poblamiento de modo permanente como el que hoy conocemos.
Cierto es que partiendo de estas perspectivas tan poco halagüeñas, cualquiera comenzaría a pronosticar las dificultades que podía suponer para sus habitantes el desarrollar una forma de vida medianamente aceptable. Desde luego registros no faltan en los que se denuncian las calamidades que hubieron de afrontar sus gentes desde el siglo XVIII hasta hace pocas décadas.
En este sentido, las penalidades y la imposibilidad de que sus habitantes llegaran a medrar socialmente como ocurría en el resto de enclaves (donde sí había un tejido económico más diverso, jerarquizado y competitivo), eliminaban cualquier aspiración a poseer bienes de valor, o como es lógico, capacidad económica para afrontar gastos.
Y aquí radica el gran problema de las primeras y sucesivas generaciones de tabarquinos, un pueblo profundamente religioso, arraigado a unas costumbres católicas, y que como todo ser humano, temía la llegada de la muerte, pues como ya sabemos, antaño en la gran mayoría de enclaves de nuestra geografía, existían lo que se conocía como cofradías de almas, las cuales, a través del pago de misas, intentaban salvar cuanta mayor cantidad posible de almas de difuntos. Y es que éstas varaban por el purgatorio, hasta que con la ayuda de los vivos conseguían salir de allí, para lo cual se había de invertir cantidades ingentes de misas, que obviamente conllevaban un coste, que además de dar estatus y promoción a la familia, permitían cumplir con esa función de salvación.
Pero claro, en la isla de Tabarca no había linajes que pudieran hacer frente a pagos de esta índole, pues las condiciones socioeconómicas del entorno no permitían la creación de una élite o gente acomodada que ayudaran a salvar diferencias entre unas casas y otras, por lo que el pago de misas, era una cuestión que debía desecharse. Es por ello que planteamos como hipótesis de trabajo, que una sociedad tan fervorosamente creyente, al no contar con su propio sistema de rescate de almas, se las ingeniara para poder desempeñar tal acción, sin necesidad de gastar un dinero que no existía. Probablemente la respuesta se encuentre en una de las costumbres que ya cita en su estudio etnográfico González Arpide, cuando éste menciona que estaba extendida la costumbre que decía que si la madrina que había en el bautizo de un niño, era la misma que aparecía en el casamiento de su madre, en el caso de que a ésta se le permitiese sacar al hijo de la pila en el momento del sacramento iniciático, aquello se traducía con la liberación de una de las almas presentes en el purgatorio (González Arpide, 1981, 439-440).
Pensemos que el hecho de que una persona solicitara morir con un hábito como el de los franciscanos u otra orden religiosa, suponía una reducción de penas ante la duda del purgatorio. Así por ejemplo eran más de 8000 días de perdón lo que reportaba la vestimenta de franciscano, que podía acompañarse con otros elementos como un escapulario, y que servían para ampliar ese margen de satisfacción.
Sin embargo en Tabarca nos encontramos con dos problemas para entender un poco mejor como se las ingeniaban sus habitantes para salvar las almas de sus vecinos difuntos, por un lado tenemos la quema del archivo en la última guerra incivil, lo cual diezma toda posibilidad de hallar la existencia de alguna antigua cofradía o una aproximación más fidedigna de como estaban repartidos los recursos, puesto que los libros de defunciones, a través de las mandas y últimas voluntades proporcionan mucha información. El segundo factor es el escenario que se ha presentado históricamente en el lugar desde la perspectiva económica, donde la escasez de recursos, y consiguiente homogenización social de los habitantes, dificultan interpretaciones que aseguren una distinción de subclases entre los pescadores, atendiendo a la cantidad de barcas u otros beneficios adicionales que pudieran conseguir por medio del sector, tal y como si hemos apreciado en la localidad de Peñíscola.
Tampoco podemos obviar el papel de los escapularios, más concretamente el de la Virgen del Carmen, y que como ya expusimos recientemente en un artículo, en aquellos lugares donde había tradición marinera y devoción como el caso que nos ocupa, otorgaba una serie de privilegios. Concretamente se indicaba que su portador alcanzaba directamente el cielo después del sábado siguiente a su muerte, sin necesidad así de tener que alargar su estancia en el purgatorio. Una tradición llena de polémica, puesto que el relato bebe de una bula papal apócrifa, sobre la que se ha venido advirtiendo desde la Santa Sede hace siglos.
Del mismo modo los tabarquinos aprovecharán el apadrinamiento de un niño al nacer, o la celebración de una boda, como pretexto alternativo para contabilizar la salvación directa de un alma. Una práctica que además garantizaba un cuidado del menor, en el caso de que el padre muriese faenando o la madre en el momento de dar a luz, pues como hemos podido averiguar, esto por desgracia era algo muy frecuente.
Tampoco hemos de olvidar que como todo pueblo con sus preocupaciones en torno al purgatorio, el lugar de enterramiento no era un tema baladí, de ahí que ante las limitaciones que podía imponer la escasez de recursos, siempre quedaba la posibilidad de acelerar el periodo de visita, dependiendo del lugar de enterramiento, y que hasta el siglo XIX con la ordenanza que prohibía dejar los cuerpos en un recinto cerrado y trasladarlos a una zona aireada, se llevaba a cabo en el interior de la iglesia. El espacio ocupado por el cuerpo del templo dedicado a San Pedro y San Pablo, era otro de esos mecanismos mediante los que el fallecido podía encontrar con mayor rapidez la salvación.
Estaba extendida la idea de que los difuntos mientra más cerca se encontraban del altar, antes conseguirían salir del purgatorio, siendo ese el punto privilegiado por antonomasia del edificio, fenómeno por el que en el momento de la construcción de la iglesia, esto obviamente ya se tiene en cuenta, de ahí que habríamos de efectuar una distinción de zonas, atendiendo a su cercanía respecto al altar.
Recordemos que Pérez Burgos (2016, 458), ya nos habla de tres criptas, las cuales se encuentran en la planta cuadrada del altar (obviamente la más privilegiada), mientras que las dos restantes quedan encajadas en el basamento de la nave. Resulta interesante esta distribución, pues como sabemos, hasta principios del siglo XIX, cada lugar del templo guardaba una significación, y el hecho de que veamos una distinción ordenada entre las dos últimas criptas, nos indica tres niveles sociales en los que durante el siglo XVIII y principios del XIX podían enterrarse los tabarquinos.
Por norma general, los capellanes y aquellas familias que podían haber ostentado algún cargo simbólico o destacado, ocupaban siempre la mejor zona (en este caso la cripta del altar), luego estarían el resto de habitantes, donde todavía vemos una pequeña subdivisión, en la que se dará preferencia a la zona de la cripta central, respecto a la que quedaría ubicada en la entrada oeste.
La preocupación por el difunto para que éste encontrara lo antes posible su salvación, se dio en todos los pueblos de nuestra geografía, y ello lo apreciamos en la documentación parroquial de muchas iglesias del país. No será obviamente un hecho casual que los miembros del clero y gentes pertenecientes a las élites locales, siempre intentasen hacerse con un emplazamiento en los puntos más solicitados. Además, como era bien sabido, en las iglesias con diferentes hileras de enterramiento, el coste de cada parcela variaba cuanto más cerca o lejos se encontraba del altar. Obviamente este no es el caso de Tabarca, pero consideramos que resulta necesario comentarlo, puesto que la localización de cada una de sus criptas responde más bien a razones de tipo religioso, en lugar de motivos arquitectónicos o como si de algo casual se tratase.
David Gómez de Mora
Bibliografía:
* Gómez de Mora, David (2019). “La proyección de los linajes poco antes y después de la muerte”. En: davidgomezdemora.blogspot.com
* González Arpide, José Luis (1981). Los tabarquinos: (estudio antropológico de una comunidad en vías de desaparición. Tesis doctoral. Universidad Complutense de Madrid. 868 pp.
* Pérez Burgos, José Manuel (2016). Nueva Tabarca, patrimonio integral en el horizonte máximo. Tesis doctoral. Universitat d'Alacant. 717 pp.