sábado, 21 de diciembre de 2019

La capilla mayor de la Iglesia de la Natividad de Nuestra Señora de Saceda del Río entre los siglos XVII-XVIII


En cualquier enclave geográfico, por muy pequeño que fuera, la gente se regía mediante unas costumbres que poco cambiaban con respecto las que podemos encontrar en otros puntos de nuestro marco peninsular, si hablamos de tradiciones de tipo funerario. Una de las acciones más importantes, era la redacción de un testamento antes de fallecer, del que obviamente se puede desprender la capacidad económica del difunto o su familia. Entre las personas con pocos recursos, lo normal era que estos no testaran, tal y como se dejará constancia en los libros de defunciones de las correspondientes parroquias, cuando el cura certifica en su partida que éste era pobre o no pudo testar por no tener bienes.

No obstante, existía otra cuestión interesante: la adquisición de un determinado lugar de enterramiento dentro del templo. Ya que no todos eran iguales, pues estaba extendida la creencia de que mientras más próximo se estuviese del altar, los difuntos ocuparían un mejor lugar en los cielos, además de estar más cerca de Dios.

Como vemos, ricos y pobres hasta llegada la muerte, seguían separándose y ocupando un lugar de acorde a su condición social. Un elemento que sigue perdurando a día de hoy en cualquier cementerio, pues tras la prohibición de enterrar cuerpos en las Iglesias a principios del siglo XIX, los panteones serán la principal obra arquitectónica en la que los linajes económicamente más potentes, seguirán distinguiendo y exhibiendo su estatus a la hora de enterrar a sus seres más queridos.

Yendo al interior de la Iglesia de la Natividad de Nuestra Señora de Saceda del Río, sabemos que la superficie de lo que hoy es su coro junto la capilla mayor, se convirtió en el área más solicitada por aquellas familias con poder económico.

Tenemos constancia de que los difuntos muchas veces también preferían un lugar que estuviera en contacto con las áreas de mayor trasiego por parte de las personas, pues se creía que esto les permitía estar más cerca de sus familiares. También era habitual comprar varias sepulturas anexas entre ellas, ya que así los difuntos de una misma familia se podían encontrar en compañía permanente.

Buscar un lugar privilegiado era fundamental para que el alma del difunto encontrara una mayor gloria. Así por ejemplo, leyendo uno de los libros de enterramiento de Saceda, vemos como en una defunción del año 1712, el Licenciado Francisco de León, tras haber comprado una sepultura al cura don Juan López-Lobo, pedía explícitamente como último deseo enterrarse “en la más inmediata al altar de Nuestra Señora”.

El coro de la Iglesia como decíamos era uno de los puntos más cotizados. Sabemos por ejemplo que en 1683, Bernarda López, mujer de Felipe de la Fuente, se enterró en la sepultura ubicada en el coro, y en la que se hallaba el cuerpo del Licenciado Velasco, pagando además 600 misas para la salvación de su alma y seres queridos. Años antes, en 1678 se informa que Francisca de Torrecilla, mujer de Francisco Rubio, se enterró también en la capilla mayor donde yacía el Licenciado Velasco. Esto nos indica que era una práctica habitual aprovechar un lugar de enterramiento de algún familiar o pariente, a pesar de que en el mismo hubiese gente con la que el grado parental fuese alejado, ya que el propósito era acercarse lo mayormente posible a esta área del edificio.

En este sentido sabemos por las referencias extraídas de un volumen de defunciones de Saceda y que abarca entre los años de 1670-1738, diversas reseñas en las que podemos comprobar como la zona que cubría la capilla mayor estaba repleta de sepulturas donde las familias con más recursos podían enterrar sus cuerpos.

Por un lado tenemos a los sacerdotes, quienes por norma general tenían una sepulcro aparte, y que solía hallarse en el mejor lugar del templo, así por ejemplo en 1731 el Licenciado Francisco García-Vaquero, cura de Saceda, mandó enterrarse en una tumba que había habilitada para los curas en la primera banda de la capilla mayor, mandando además por la salvación de su alma y familiares un total de 246 misas.

Altar de la Iglesia de la Natividad de Nuestra Señora de Saceda del Río

A continuación se hallaban los linajes de la nobleza y la burguesía, quienes pugnaban y compraban siempre que podían un punto de descanso en esa área tan reducida. Es cierto que las capillas familiares a pesar de estar apartadas de la zona central, y ubicarse en los laterales, eran también muy valoradas, cobrando en este caso una enorme importancia para la promoción del linaje familiar, y generando así un toque distintivo, que llamaba la atención a cualquiera que entrase en el templo. Para ello, y asegurarse un punto de salvación lo suficiente confortable, alzaban pequeños altares que acompañaban con imágenes, desde donde se podían oficiar sacramentos, e incluso si el espacio lo permitía, llegar a cerrarlos con una verja, de modo que se creaba un entorno todavía con una mayor personalidad e independencia, que remarcaba su estatus.

Muchas veces en aquellos municipios donde la jurisdicción era de carácter señorial, sus propietarios solían alzar una capilla privada lo más cercana al altar, donde se separaban de manera aislada e intencionada con respecto al resto de habitantes. En el caso de Saceda veremos como la capilla mayor se transformó en un espacio de competencia y pugna entre las casas locales que deseaban ocupar el área más privilegiada.

En ese sector se hallarán algunos linajes destacados entre los que quisiéramos citar a los Sánchez-Mateo (Saiz), León, Cubo, Rubio, Vicente, Fernández, García-Vaquero o Torrecilla, algunas de las familias sacedeñas de aquella época.


Familia Saiz

Los Sánchez-Mateo o Saiz desde el siglo XVI sabemos que controlaban este espacio de enterramiento, por ser unos de los mayores propietarios de tierra que existían en la localidad, además de mantener estrechas relaciones con el alto clero de la provincia. Aquello obviamente era motivo más que suficiente por el cual esta familia se hizo con varias de las sepulturas de esta parte de la Iglesia.

Gracias a la fundación eclesiástica de don Alonso Sánchez-Mateo, sus familiares podían optar a aprovechar su tumba, de modo que veremos diferentes parientes reclamando su derecho. Así sucedió en 1705, cuando Gabriel Rubio-Sánchez, hijo de Ignacio Rubio Sánchez, mandó enterrarse en la misma.

Además del señor Alonso Sánchez-Mateo, la familia Saiz poseía alguna tumba más, pues María del Cubo (mujer de Juan Vicente Felipe), antes de fallecer en 1738, mandó enterrarse en una de las dos sepulturas a las que tenían derecho todos los parientes de Alonso Sánchez-Mateo.

Aunque nos pueda parecer sorprendente, por aquellos tiempos la gente tenía un conocimiento mucho más detallado sobre quienes eran sus ancestros, pues saber quién era tu sexto abuelo, aunque hubiese fallecido dos siglos atrás, podía suponer que tu hijo tuviera sus estudios de párroco pagados, o como en este caso, poder ocupar una sepultura privilegiada dentro de la Iglesia del pueblo.


Familia León

Los León son una familia de la pequeña nobleza, que como era lógico, buscaron un punto destacado para enterrar a sus seres queridos, pues aunque estuviésemos hablando de linajes con un radio de influencia bastante reducido, el poder medrar y promocionar el nombre de la familia era crucial para seguir escalando puestos en el atesoramiento de un renombre, que permitiera alcanzar mayores cotas  de poder a su estirpe. Así lo conseguirán de manera satisfactoria en la localidad de Caracenilla, donde se hicieron con tantas capellanías como pudieron. Por ello, idéntica operación intentaron en Saceda del Río, cuando en 1716, Gregorio de León, marido de Ana de la Fuente, informa de que manda enterrarse en la sepultura que éstos tenían en la capilla mayor, donde descansaba el cuerpo de su padre don Bartolomé de León y López-Lobo, cuyas raíces paternas le venían de Valdemoro del Rey.


Familia Cubo

En 1738 Josefa del Cubo, mujer de Juan Fresneda, se enterró en la sepultura de sus ancestros “los Cubos”. Esta familia tenía un lugar de enterramiento privilegiado, lo cual no nos sorprende si tenemos en cuenta que fueron una casa de escribanos emparentada con el Licenciado Velasco, a quien en el siglo XIX todavía hay quien invoca para recibir los 140 almudes de tierra de trigo que sólo podían retener sus descendientes o parientes más cercanos. Siguiendo nuestros apuntes genealógicos sabemos que la familia sacedeña del Cubo ascendía de dos líneas que entre ellas eran familia, una era la de Juan del Cubo, marido de María López-Lobo, mientras que la otra de los optenses Bartolomé del Cubo e Isabel de la Zeza.


Familia Rubio

La familia Rubio estará entroncada con gentes de la nobleza rural, como el caso de los León y otras casas con renombre, buen ejemplo serán los Vicente, Muñoz, López-Lobo, además de linajes procedentes de los alrededores, tal y como sucederá con los Rojo, y por donde los Rubio obtendrán riquezas gracias al vínculo que fundó la señora María Rojo Rubio, una de las grandes figuras del linaje, que de acorde a los bienes que encierra en su memoria, podemos hacernos una idea del patrimonio que atesoraron sus herederos.

En el Archivo Eclesiástico de Huete, hemos consultado algunos libros, que se dedican exclusivamente al vínculo de María, y que tras fallecer en 1591, decide aglutinar en un patrimonio indivisible que irá dentro de dicha fundación, y que acabará recayendo sobre su tío.

El progenitor de la familia será Juan Rubio, a partir del cual veremos cómo sus hijos van dejando diferentes descendientes en la zona de Saceda. Sabemos que en 1719, Tomás de Sevilla, marido de Isabel de Mochales, mandó enterrarse en la sepultura de Asensio Rubio y que situaba en la capilla mayor, además de un pago de más de 300 misas por su alma y las de sus familiares.

Linaje Rubio de Saceda del Río, a través de su progenitor Juan Rubio durante el siglo XVII (elaboración propia)


Familia Vicente

Los Vicente son una familia destacada de labradores con raíces durante el siglo XVI en La Peraleja, desde ahí aflorará una descendencia que en Saceda del Río se supo catapultar socialmente de forma satisfactoria, gracias a la tenencia de un patrimonio destacado en bienes raíces, así como por los diversos párrocos y religiosos que procedieron de la familia. El hecho de llegar a tener una fundación de tierras bajo la figura de un mayorazgo, y que por norma general solía estar adscrita al ámbito nobiliario, refleja parte de su posición social.

En el libro de defunciones de Saceda se informa como en 1682 fallece el Licenciado Francisco Vicente, quien se enterró en la sepultura de su patriarca, y que se ubicaba en la capilla mayor. Francisco mandó más de 500 misas, así como a su sobrino Diego Martínez 80 ducados, para que con la mitad de éstos se hiciese una capilla en la ermita de Nuestra Señora de la Paz, bajo la advocación y con una imagen de San Guillermo. Los restantes 40 ducados solicita que se impongan a un censo para que con los réditos esté reparada dicha ermita.

En 1715, Isabel Felipe, viuda de Juan Vicente García, mandó enterrarse en la sepultura que tenía su suegro don Francisco Vicente en la capilla mayor. Francisco Vicente era bisnieto de los progenitores del linaje en Saceda, los señores Miguel Vicente y María del Olmo, naturales de La Peraleja.


Familia Fernández

La familia Fernández durante el siglo XVI residía en Verdelpino, allí uno de sus hijos, Lorencio Fernández se desplazó hasta el municipio de Saceda, donde casó con una miembro de los López-Lobo, se trataba de Ana López, fruto del matrimonio nació Domingo Fernández, quien celebró sus esponsales con la vecina de La Peraleja María Vicente. A raíz de estos dos matrimonios, comienzan a proliferar una serie de descendientes bien posicionados, como será el caso del clérigo Lorencio Fernández, o Francisco, marido de Juana de Olmedilla. Sin lugar a dudas queda claro que las líneas que llegan a Saceda, ven siempre en sus matrimonios con la familia López-Lobo la posibilidad de medrar. En 1677, Juan Fernández, se enterró en la sepultura que tenía su padre Juan Fernández en la capilla mayor. Éste mandó un total de 1212 misas.


Familia García-Vaquero

La familia García-Vaquero tras asentarse en Saceda se hizo con una sepultura en la zona principal de la Iglesia. Sabemos que esto es así por el hecho de que Francisco García y su esposa María García tras casar en 1617, tuvieron más de un hijo, siendo quienes invocaban el deseo de ocupar la tumba que ya habían adquirido de sus progenitores. Así lo hizo Ignacio García-Vaquero en 1682, cuando mandó enterrarse en la tumba propiedad de sus padres, además de pagar un total de 520 misas por la salvación de su alma y familiares. Como Ignacio, sus hermanos e hijos irán aprovechando este espacio de enterramiento.


Familia Torrecilla

Los Torrecilla son otra de las casas principales que habrá entre la población sacedeña. Su origen genealógico nos conduce hasta el siglo XVI en Bonilla, donde desde allí algunas líneas se instalarán en Saceda, entroncando con familias de labradores. No sabemos en que momento este linaje se hará con la propiedad de una sepultura en la capilla mayor, no obstante de lo que no cabe la menor duda es que ya la tenían en la segunda mitad del siglo XVII, cuando en 1682 se nos informa de que Francisco de Torrecilla, manda enterrarse en la sepultura que tenía su esposa Quiteria de la Peña.

En 1727 la hija de ambos, Teresa de Torrecilla y de la Peña, mujer en primeras nupcias de Juan de León, así como en segundas tras enviudar de Miguel de la Fuente, se enterró también en la tumba de sus padres. Al año siguiente su sobrina repetiría idéntica operación, pues Bernarda de Torrecilla, esposa de Andrés de la Fuente, mandaba que su cuerpo descansara en la misma, donde ya estaban reposando los cuerpos de sus padres, es decir, del hijo de Francisco y Quiteria.

Linaje de los Torrecilla, junto con la línea de Saceda del Río (elaboración propia)


David Gómez de Mora


Referencias:

* Archivo Diocesano de Cuenca. Capellanía de Alonso Sánchez-Mateo en Saceda del Río.

* Archivo Eclesiástico de Huete. Libro de defunciones de Saceda del Río, años 1670-1738.

* Gómez de Mora, David (2018). “Las Élites locales en la franja Este de Huete entre los siglos XVI-XVIII”. En: davidgomezdemora.blogspot.com

* Gómez de Mora, David (2019). “La proyección de los linajes poco antes y después de la muerte”. En: davidgomezdemora.blogspot.com

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 25 libros entre 2007-2024, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo local. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).