En cualquier enclave
geográfico, por muy pequeño que fuera, la gente se regía mediante unas
costumbres que poco cambiaban con respecto las que podemos encontrar en otros
puntos de nuestro marco peninsular, si hablamos de tradiciones de tipo
funerario. Una de las acciones más importantes, era la redacción de un
testamento antes de fallecer, del que obviamente se puede desprender la
capacidad económica del difunto o su familia. Entre las personas con pocos
recursos, lo normal era que estos no testaran, tal y como se dejará constancia
en los libros de defunciones de las correspondientes parroquias, cuando el cura
certifica en su partida que éste era pobre o no pudo testar por no tener
bienes.
No obstante, existía
otra cuestión interesante: la adquisición de un determinado lugar de
enterramiento dentro del templo. Ya que no todos eran iguales, pues estaba
extendida la creencia de que mientras más próximo se estuviese del altar, los
difuntos ocuparían un mejor lugar en los cielos, además de estar más cerca de
Dios.
Como vemos, ricos y
pobres hasta llegada la muerte, seguían separándose y ocupando un lugar de
acorde a su condición social. Un elemento que sigue perdurando a día de hoy en
cualquier cementerio, pues tras la prohibición de enterrar cuerpos en las
Iglesias a principios del siglo XIX, los panteones serán la principal obra
arquitectónica en la que los linajes económicamente más potentes, seguirán distinguiendo
y exhibiendo su estatus a la hora de enterrar a sus seres más queridos.
Yendo al interior de la
Iglesia de la Natividad de Nuestra Señora de Saceda del Río, sabemos que la
superficie de lo que hoy es su coro junto la capilla mayor, se convirtió en el
área más solicitada por aquellas familias con poder económico.
Tenemos constancia de
que los difuntos muchas veces también preferían un lugar que estuviera en
contacto con las áreas de mayor trasiego por parte de las personas, pues se
creía que esto les permitía estar más cerca de sus familiares. También era
habitual comprar varias sepulturas anexas entre ellas, ya que así los difuntos de
una misma familia se podían encontrar en compañía permanente.
Buscar un lugar
privilegiado era fundamental para que el alma del difunto encontrara una mayor
gloria. Así por ejemplo, leyendo uno de los libros de enterramiento de Saceda,
vemos como en una defunción del año 1712, el Licenciado Francisco de León, tras
haber comprado una sepultura al cura don Juan López-Lobo, pedía explícitamente como
último deseo enterrarse “en la más
inmediata al altar de Nuestra Señora”.
El coro de la Iglesia
como decíamos era uno de los puntos más cotizados. Sabemos por ejemplo que en
1683, Bernarda López, mujer de Felipe de la Fuente, se enterró en la sepultura ubicada
en el coro, y en la que se hallaba el cuerpo del Licenciado Velasco, pagando
además 600 misas para la salvación de su alma y seres queridos. Años antes, en
1678 se informa que Francisca de Torrecilla, mujer de Francisco Rubio, se
enterró también en la capilla mayor donde yacía el Licenciado Velasco. Esto nos
indica que era una práctica habitual aprovechar un lugar de enterramiento de
algún familiar o pariente, a pesar de que en el mismo hubiese gente con la que
el grado parental fuese alejado, ya que el propósito era acercarse lo
mayormente posible a esta área del edificio.
En este sentido sabemos
por las referencias extraídas de un volumen de defunciones de Saceda y que
abarca entre los años de 1670-1738, diversas reseñas en las que podemos
comprobar como la zona que cubría la capilla mayor estaba repleta de sepulturas
donde las familias con más recursos podían enterrar sus cuerpos.
Por un lado tenemos a
los sacerdotes, quienes por norma general tenían una sepulcro aparte, y que
solía hallarse en el mejor lugar del templo, así por ejemplo en 1731 el
Licenciado Francisco García-Vaquero, cura de Saceda, mandó enterrarse en una tumba
que había habilitada para los curas en la primera banda de la capilla mayor,
mandando además por la salvación de su alma y familiares un total de 246 misas.
Altar
de la Iglesia de la Natividad de Nuestra Señora de Saceda del Río
A continuación se
hallaban los linajes de la nobleza y la burguesía, quienes pugnaban y compraban
siempre que podían un punto de descanso en esa área tan reducida. Es cierto que
las capillas familiares a pesar de estar apartadas de la zona central, y
ubicarse en los laterales, eran también muy valoradas, cobrando en este caso
una enorme importancia para la promoción del linaje familiar, y generando así
un toque distintivo, que llamaba la atención a cualquiera que entrase en el
templo. Para ello, y asegurarse un punto de salvación lo suficiente
confortable, alzaban pequeños altares que acompañaban con imágenes, desde donde
se podían oficiar sacramentos, e incluso si el espacio lo permitía, llegar a
cerrarlos con una verja, de modo que se creaba un entorno todavía con una mayor
personalidad e independencia, que remarcaba su estatus.
Muchas veces en
aquellos municipios donde la jurisdicción era de carácter señorial, sus
propietarios solían alzar una capilla privada lo más cercana al altar, donde se
separaban de manera aislada e intencionada con respecto al resto de habitantes.
En el caso de Saceda veremos como la capilla mayor se transformó en un espacio
de competencia y pugna entre las casas locales que deseaban ocupar el área más
privilegiada.
En ese sector se
hallarán algunos linajes destacados entre los que quisiéramos citar a los
Sánchez-Mateo (Saiz), León, Cubo, Rubio, Vicente, Fernández, García-Vaquero o
Torrecilla, algunas de las familias sacedeñas de aquella época.
Familia
Saiz
Los Sánchez-Mateo o
Saiz desde el siglo XVI sabemos que controlaban este espacio de enterramiento,
por ser unos de los mayores propietarios de tierra que existían en la
localidad, además de mantener estrechas relaciones con el alto clero de la
provincia. Aquello obviamente era motivo más que suficiente por el cual esta
familia se hizo con varias de las sepulturas de esta parte de la Iglesia.
Gracias a la fundación
eclesiástica de don Alonso Sánchez-Mateo, sus familiares podían optar a
aprovechar su tumba, de modo que veremos diferentes parientes reclamando su
derecho. Así sucedió en 1705, cuando Gabriel Rubio-Sánchez, hijo de Ignacio
Rubio Sánchez, mandó enterrarse en la misma.
Además del señor Alonso
Sánchez-Mateo, la familia Saiz poseía alguna tumba más, pues María del Cubo
(mujer de Juan Vicente Felipe), antes de fallecer en 1738, mandó enterrarse en
una de las dos sepulturas a las que tenían derecho todos los parientes de
Alonso Sánchez-Mateo.
Aunque nos pueda
parecer sorprendente, por aquellos tiempos la gente tenía un conocimiento mucho
más detallado sobre quienes eran sus ancestros, pues saber quién era tu sexto
abuelo, aunque hubiese fallecido dos siglos atrás, podía suponer que tu hijo tuviera
sus estudios de párroco pagados, o como en este caso, poder ocupar una
sepultura privilegiada dentro de la Iglesia del pueblo.
Familia
León
Los León son una
familia de la pequeña nobleza, que como era lógico, buscaron un punto destacado
para enterrar a sus seres queridos, pues aunque estuviésemos hablando de
linajes con un radio de influencia bastante reducido, el poder medrar y
promocionar el nombre de la familia era crucial para seguir escalando puestos
en el atesoramiento de un renombre, que permitiera alcanzar mayores cotas de poder a su estirpe. Así lo conseguirán de
manera satisfactoria en la localidad de Caracenilla, donde se hicieron con
tantas capellanías como pudieron. Por ello, idéntica operación intentaron en
Saceda del Río, cuando en 1716, Gregorio de León, marido de Ana de la Fuente, informa
de que manda enterrarse en la sepultura que éstos tenían en la capilla mayor,
donde descansaba el cuerpo de su padre don Bartolomé de León y López-Lobo,
cuyas raíces paternas le venían de Valdemoro del Rey.
Familia
Cubo
En 1738 Josefa del
Cubo, mujer de Juan Fresneda, se enterró en la sepultura de sus ancestros “los
Cubos”. Esta familia tenía un lugar de enterramiento privilegiado, lo cual no
nos sorprende si tenemos en cuenta que fueron una casa de escribanos
emparentada con el Licenciado Velasco, a quien en el siglo XIX todavía hay quien
invoca para recibir los 140 almudes de tierra de trigo que sólo podían retener
sus descendientes o parientes más cercanos. Siguiendo nuestros apuntes
genealógicos sabemos que la familia sacedeña del Cubo ascendía de dos líneas
que entre ellas eran familia, una era la de Juan del Cubo, marido de María
López-Lobo, mientras que la otra de los optenses Bartolomé del Cubo e Isabel de
la Zeza.
Familia
Rubio
La familia Rubio estará
entroncada con gentes de la nobleza rural, como el caso de los León y otras
casas con renombre, buen ejemplo serán los Vicente, Muñoz, López-Lobo, además
de linajes procedentes de los alrededores, tal y como sucederá con los Rojo, y
por donde los Rubio obtendrán riquezas gracias al vínculo que fundó la señora
María Rojo Rubio, una de las grandes figuras del linaje, que de acorde a los
bienes que encierra en su memoria, podemos hacernos una idea del patrimonio que
atesoraron sus herederos.
En el Archivo
Eclesiástico de Huete, hemos consultado algunos libros, que se dedican
exclusivamente al vínculo de María, y que tras fallecer en 1591, decide
aglutinar en un patrimonio indivisible que irá dentro de dicha fundación, y que
acabará recayendo sobre su tío.
El progenitor de la
familia será Juan Rubio, a partir del cual veremos cómo sus hijos van dejando
diferentes descendientes en la zona de Saceda. Sabemos que en 1719, Tomás de
Sevilla, marido de Isabel de Mochales, mandó enterrarse en la sepultura de
Asensio Rubio y que situaba en la capilla mayor, además de un pago de más de
300 misas por su alma y las de sus familiares.
Linaje
Rubio de Saceda del Río, a través de su progenitor Juan Rubio durante el siglo
XVII (elaboración propia)
Familia
Vicente
Los Vicente son una
familia destacada de labradores con raíces durante el siglo XVI en La Peraleja,
desde ahí aflorará una descendencia que en Saceda del Río se supo catapultar socialmente
de forma satisfactoria, gracias a la tenencia de un patrimonio destacado en
bienes raíces, así como por los diversos párrocos y religiosos que procedieron
de la familia. El hecho de llegar a tener una fundación de tierras bajo la
figura de un mayorazgo, y que por norma general solía estar adscrita al ámbito
nobiliario, refleja parte de su posición social.
En el libro de
defunciones de Saceda se informa como en 1682 fallece el Licenciado Francisco
Vicente, quien se enterró en la sepultura de su patriarca, y que se ubicaba en
la capilla mayor. Francisco mandó más de 500 misas, así como a su sobrino Diego
Martínez 80 ducados, para que con la mitad de éstos se hiciese una capilla en
la ermita de Nuestra Señora de la Paz, bajo la advocación y con una imagen de
San Guillermo. Los restantes 40 ducados solicita que se impongan a un censo
para que con los réditos esté reparada dicha ermita.
En 1715, Isabel Felipe,
viuda de Juan Vicente García, mandó enterrarse en la sepultura que tenía su
suegro don Francisco Vicente en la capilla mayor. Francisco Vicente era
bisnieto de los progenitores del linaje en Saceda, los señores Miguel Vicente y
María del Olmo, naturales de La Peraleja.
Familia
Fernández
La familia Fernández
durante el siglo XVI residía en Verdelpino, allí uno de sus hijos, Lorencio
Fernández se desplazó hasta el municipio de Saceda, donde casó con una miembro
de los López-Lobo, se trataba de Ana López, fruto del matrimonio nació Domingo
Fernández, quien celebró sus esponsales con la vecina de La Peraleja María
Vicente. A raíz de estos dos matrimonios, comienzan a proliferar una serie de
descendientes bien posicionados, como será el caso del clérigo Lorencio
Fernández, o Francisco, marido de Juana de Olmedilla. Sin lugar a dudas queda
claro que las líneas que llegan a Saceda, ven siempre en sus matrimonios con la
familia López-Lobo la posibilidad de medrar. En 1677, Juan Fernández, se
enterró en la sepultura que tenía su padre Juan Fernández en la capilla mayor.
Éste mandó un total de 1212 misas.
Familia
García-Vaquero
La familia García-Vaquero
tras asentarse en Saceda se hizo con una sepultura en la zona principal de la
Iglesia. Sabemos que esto es así por el hecho de que Francisco García y su
esposa María García tras casar en 1617, tuvieron más de un hijo, siendo quienes
invocaban el deseo de ocupar la tumba que ya habían adquirido de sus
progenitores. Así lo hizo Ignacio García-Vaquero en 1682, cuando mandó
enterrarse en la tumba propiedad de sus padres, además de pagar un total de 520
misas por la salvación de su alma y familiares. Como Ignacio, sus hermanos e
hijos irán aprovechando este espacio de enterramiento.
Familia
Torrecilla
Los Torrecilla son otra
de las casas principales que habrá entre la población sacedeña. Su origen
genealógico nos conduce hasta el siglo XVI en Bonilla, donde desde allí algunas
líneas se instalarán en Saceda, entroncando con familias de labradores. No
sabemos en que momento este linaje se hará con la propiedad de una sepultura en
la capilla mayor, no obstante de lo que no cabe la menor duda es que ya la
tenían en la segunda mitad del siglo XVII, cuando en 1682 se nos informa de que
Francisco de Torrecilla, manda enterrarse en la sepultura que tenía su esposa
Quiteria de la Peña.
En 1727 la hija de
ambos, Teresa de Torrecilla y de la Peña, mujer en primeras nupcias de Juan de
León, así como en segundas tras enviudar de Miguel de la Fuente, se enterró también
en la tumba de sus padres. Al año siguiente su sobrina repetiría idéntica
operación, pues Bernarda de Torrecilla, esposa de Andrés de la Fuente, mandaba
que su cuerpo descansara en la misma, donde ya estaban reposando los cuerpos de
sus padres, es decir, del hijo de Francisco y Quiteria.
Linaje
de los Torrecilla, junto con la línea de Saceda del Río (elaboración propia)
David
Gómez de Mora
Referencias:
* Archivo Diocesano de
Cuenca. Capellanía de Alonso Sánchez-Mateo en Saceda del Río.
* Archivo Eclesiástico
de Huete. Libro de defunciones de Saceda del Río, años 1670-1738.
* Gómez de Mora, David
(2018). “Las Élites locales en la franja Este de Huete entre los siglos
XVI-XVIII”. En: davidgomezdemora.blogspot.com
* Gómez de Mora, David
(2019). “La proyección de los linajes poco antes y después de la muerte”. En:
davidgomezdemora.blogspot.com