Saceda del Río fue uno de los varios municipios de la Alcarria
Conquense que antaño contó con un reducido vecindario, pero a su vez destacado
número de representantes, poseedores de un influyente patrimonio agrícola dentro
de su modesta sociedad local.
Apellidos como García, González, Martínez, López, Saiz, Muñoz y
Fernández, pueden parecernos muy comunes, no obstante, durante el pasado de
esta localidad, reflejan una dilatada historia que a lo largo del tiempo los
hizo populares, incluso en los pueblos de alrededor.
Sabida es la mentalidad de aquella antigua sociedad rural, con
escasos medios tecnológicos, pero hábil, trabajadora y ampliamente capacitada a
la hora de explotar los recursos que le brindaba su medio geográfico, un
patrimonio que celosamente supo controlar y que le valió para proyectar a
muchos de sus hijos más ilustres.
A finales del siglo XVI, desde Gascueña un representante de los
Jarabo, se desplazó hasta La Peraleja, para conseguir acrecentar el nombre e
historia de esta familia. La clave de aquel éxito se centraba en la riqueza y
control de sus tierras. La situación era igual de palpable e incluso con una
mentalidad mucho más liberal en su Gascueña natal, donde todo aquel que entraba
en su casco urbano, tras llegar a la plaza de la casa consistorial, tenía bien
presente quien mandaba en el pueblo…, así bajo una clara consigna en la que
rezaba “No consienten nuestras leyes hidalgos, frailes, ni bueyes”,
proliferaron casas de fuertes labradores, que miraban con malos ojos a todo
aquel que se adjudicara un origen hidalgo, y por lo tanto, pretendiera escabullirse
de pagar cualquier tipo de impuesto.
Portada de un libro
donde aparecen algunas de las propiedades de los Saiz-Mateo de Saceda. Archivo
Eclesiástico de Huete
El poder de algunas de estas familias rivalizaba en ocasiones
con el de los Señores del entorno, quienes al mismo tiempo tenían vastas
propiedades en la misma zona o en el área perimetral. La falta de un territorio
señoralizado, donde el labrador aprovechaba la disponibilidad de fincas que
podía ir acumulando en vínculos y fundaciones eclesiásticas del tipo
capellanía, fomentaban un crecimiento social, que contrastaba con el disponible
en los espacios donde la presión nobiliaria era mucho mayor, al verse parte de
su término municipal bajo el control de un mayorazgo.
Así sucedió con la cercana Carrascosilla, y que hasta
el siglo pasado era designada como “la
aldea millonaria” debido a la disponibilidad de tierras y calidad de vida
de algunos de sus residentes. Una situación que distaba mucho de la que hubo en
la época durante la que los Amoraga propiciaron una fuerte fiscalización en el
siglo XVII. Una presión insostenible, y cuyas consecuencias llevaron hasta la misma
despoblación del enclave, a pesar de que tiempo después volviese a cobrar vida.
De lo que no cabe la menor duda es que muchos de los labradores de
Carrascosilla que no podían proyectarse o alcanzar un nivel de vida aceptable,
veían en Saceda una fuente de oportunidades, pues se esquivaba la imposibilidad
de heredar cualquier bien raíz, al ausentarse la selecta élite de labradores e
hidalgos que en otros puntos dominaban todo el marco geográfico. Este
escenario, favorecía a las gentes de Saceda, fomentándose la instalación de campesinos
carrascosilleros, que tanto por su escasa distancia y prestaciones, veían en Saceda
una oportunidad en la que mejorar su posición social.
Sobre este emplazamiento se forjó la sociedad sacedeña, complementando
sus bienes gananciales con los recursos ganaderos, especialmente de carácter
lanar. Todavía a mediados del siglo XIX, el trigo junto con la cebada eran el
principal producto que se recolectaba en los campos.
Sabemos que cien años antes, todavía en tiempos del Catastro de
Ensenada, son precisamente regidores del ayuntamiento los señores Matías
González y Tomás Muñoz, acompañados por el jurado Pedro Saiz. Reforzándose su
representación con vocales como don Juan Martínez Garrido, Manuel García,
Nicolás García y Sebastián García, entre otros.
El municipio contaba con un solo molino, que era propiedad del
mismo don Juan. A diferencia de otros enclaves, las colmenas estaban repartidas
entre cuatro familias, una de ellas era del referido amo del molino, junto con
Matías González (el regidor) y Pablo Martínez.
Tampoco deberíamos olvidar la existencia de una cooperativa
industrial, de nuevo controlada por los Martínez. En lo que concibe al ámbito
religioso, había más de media docena de clérigos. Y es que precisamente, y
volviendo a los siete apellidos antes mencionados, y que tan comunes pueden
parecernos, surgieron linajes muy bien posicionados, tanto que por ejemplo tres
de ellos consiguieron reconocer su privilegio de nobleza. Los García (como
García-Vaquero) con asiento en Portalrubio, los González (como González-Breto,
en Huete, La Peraleja o Villalba del Rey) y los Martínez (que lo hicieron desde
dentro del municipio, por ser sacedeños de pura cepa).
Desde luego ni que decir tiene que entre Saceda y Gascueña
existían numerosas diferencias, a pesar de que sus estructuras sociales guardaban
ciertos paralelismos, pues en Saceda hubo sacerdotes, y en gran abundancia.
Probablemente las ideas de la pequeña burguesía rural diferían bastante, lo que
explicaría porque los Martínez nunca contaron con los mismos problemas que los
Parada con los gascones, respecto a la hora de pretender demostrar su hidalguía.
En ese espacio fueron moviéndose los Fernández, una familia que llegó a medrar a
través del clero, como de la escribanía que desde tiempos tempranos tuvo bajo
su control. Esta casa desarrolló enlaces bien planificados con familias de
labradores con recursos. Conectando con gente foránea del municipio, que les
permitieron ampliar su radio de influencia.
Desde luego Lorencio Fernández supo que tipo de políticas
matrimoniales había de establecer cuando casó con Ana López-Lobo, permitiendo
que su hijo Domingo Fernández y López casara con una miembro de los Vicente del
Olmo, naturales de La Peraleja.
Uno de los grandes patrimonios agrícolas que se atesoraron en
Saceda era el de la fundación de María Rojo, y que precisamente tuvo como
patrón a Juan Fernández. Juan el mozo era hijo de Juan Fernández, y como toda
familia con recursos, su lugar de enterramiento se eligió en un espacio
privilegiado dentro de la Iglesia Parroquial, concretamente la capilla mayor. El
referido Juan efectuó una manda de ni más ni menos que 1212 misas antes de fallecer.
Sobre los López ya hablamos en el anterior artículo, remarcando su
adscripción a una de las líneas que mayor patrimonio adquirió, además de
notable peso dentro del campo sacedeño, pues muchas de sus propiedades giraban
en torno a la creación de capellanías, donde un miembro privilegiado podía
formarse como sacerdote. Sus vecinos los Martínez, y con los que mantuvieron
estrechas relaciones, pasaron por una estrategia de medraje escalonada y diferente,
que a partir del siglo XVIII los convierte como los más populares y ricos del
entorno. Su salto a la alta política madrileña durante el siglo XIX, realzó aún
más su nombre. Sin lugar a dudas, su asociación con familias como los García
fue crucial para el mantenimiento y mejora de su estatus.
Éstos últimos con una proyección muy fuerte durante el siglo
XVII, consolidaron diversas plazas de clérigos, así como vínculos locales. Los
García remontan su origen en Saceda a la primera mitad de dicha centuria,
cuando Francisco García, celebró nupcias con María García (viuda de Juan
Martínez) en 1617. La boda se pudo efectuar, previa dispensa matrimonial, por
existir “un tercer y cuarto y segundo y
tercer grado de consanguinidad”, ya que los padres de Francisco eran
Sebastián García y María García (vecinos de Portalrubio), así como los de su
esposa María, Asensio García y María García (naturales de Valdemoro del Rey).
De entre los personajes destacados de esta familia, y que vemos documentados en
los libros de defunciones, tenemos a dos hijos de Ignacio García-Vaquero
fallecido en 1682, quien fundó un vínculo y pagó un total de 520 misas,
enterrándose en la sepultura de su padre Francisco, y que sitiaba en la capilla
mayor. Su hermana Isabel muere en 1683, con manda de 574 misas. El referido
Ignacio tuvo varios hijos, dos de los cuales estuvieron vinculados con el
clero, remarcando en nuestro caso a José García-Vaquero, doncel que en 1699
falleció y al igual que su padre mandó 520 misas, además de ayudar a la
construcción del Retablo Mayor de la Iglesia.
La familia Saiz-Mateo (Saiz a
posteriori) fue también otra de las más importantes de aquellos tiempos. Su
influencia en el ámbito eclesiástico, y su patrimonio acumulado les llevó a ser
una de las más insignes. Resulta imposible obviar al Licenciado don Juan
Mateo-Sánchez, y que llegó a ser canónigo de la Catedral de Coria. Del mismo
modo que las casas anteriores, los Saiz o Sánchez mantuvieron enlaces muy
estrechos con los López (López-Lobo) y Martínez (Martínez de Unda). Gracias a
sus fundaciones y libros de vinculaciones conocemos numerosas genealogías que
los conectan con labradores bien posicionados. Otra de las estirpes con la que
establecerán nexos muy directos serán los Muñoz, propietarios agrícolas que en
determinadas casas albergaron representantes destacados de la vieja sociedad
sacedeña.
David Gómez de Mora
Referencias:
* Archivo Histórico Nacional. Catastro de Ensenada (1749-1756)
* Gómez de Mora, David (2018). “Las Élites locales en la franja
Este de Huete entre los siglos XVI-XVIII”. En: davidgomezdemora.blogspot.com