martes, 9 de marzo de 2021

Los Mora de Piqueras del Castillo

A mediados del siglo XIX hacían entrada en esta localidad diferentes familias procedentes de algunos pueblos de los alrededores, una de ellas será la de los Mora. Cualquier investigador que consulte el índice de la documentación del Santo Oficio del fondo del Archivo Diocesano de Cuenca redactado por Dimas Pérez, apreciará al instante la cantidad de procesos abiertos contra los integrantes de un linaje disperso y escurridizo, que desde finales de la Edad Media estará en el punto de mira por la abrumadora cantidad de acusaciones sobre prácticas criptojudaícas, y que en algunos casos sorprendentemente se prolongarán hasta fechas no lejanas en el tiempo.

Los orígenes del clan parecen situarse en tierras toledanas, cantera del movimiento religioso en la zona manchega desde época romana. Como algún estudioso ya ha planteado, no sería nada descabellado especular con que la etimología del apellido deba buscarse en la localidad de mismo nombre, ubicada a menos de 40 kilómetros de la capital toledana, reconocida a su vez por ser uno de los tantos bastiones en los que estas comunidades estaban cómodamente afincadas.

Si los Castillo y su entramado familiar son toda una institución en el mundo de la conversión conquense, poco tendrán que envidiarles nuestros antepasados. Recordemos que los Mora de Piqueras del Castillo procedían de los miembros afincados en Olmeda de las Valeras.

Sabemos que el trayecto recorrido por el progenitor piquereño será en realidad de sólo una decena de kilómetros, pues esa es la escasa distancia que separa las localidades de Chumillas y Piqueras. De este modo, Victoriano de Mora se acabará convirtiendo en el progenitor de un apellido piquereño, sobre el que a día de hoy consideramos que sigue habiendo mucho por investigar. Este personaje no residirá mucho tiempo en la localidad, pues sabemos que moriría alrededor de 1855, habiendo casado antes con una vecina de Solera de Gabaldón llamada María Antonia Gómez Carralero.

La fama de los Mora en Chumillas era sobradamente conocida. Un apellido difícil de no asociar el caciquismo de la zona, tal y como testimoniza la documentación de principios del siglo XIX, cuando se nos informa de que en el año 1806 Miguel Ángel de Mora toma por su cuenta la vara de alcalde y empieza a enemistarse con bastantes vecinos del lugar.

Miguel Ángel era un labrador déspota, que decía haberse formado como escribano y ejercer como tal en Villanueva de la Jara, cosa que según parece ser era falso. Sabemos que éste acabaría llenando de pleitos al vecindario de Chumillas, para ello se valdría de testigos que para el caso tendrá preparados formando causas de oficio injustas, tal y como se desprende por la documentación de la época.

Probablemente una buena mayoría de los residentes en Chumillas eran conscientes de que los Mora para llevar tan poco tiempo en aquel lugar (pues procedían de Olmeda del Rey), ya se habían asociado con la principal familia que dominaba la localidad en ese instante: los Sancho, quienes por aquellas fechas habían enlazado con la noble familia de los Parada. Aquellos labradores y propietarios de ganado ejecutaban y deshacían a sus anchas lo que les placía. Los mismos vecinos se quejaban de como las denuncias recibidas en los Tribunales de Cuenca se acumulaban sin causar efecto, fruto de los contactos con los que contaba el linaje, de ahí que la documentación del momento cita que este personaje tenía por amigo en la corte al Señor Duro y Solano, Oidor en el Santo Tribual, y del que era su protegido.

Es probable que Victoriano antes de llegar hasta Piqueras se moviera por otros derroteros como sería el caso de Solera, donde conocería a su mujer, y fruto de cuyo matrimonio nacerá Cayetano de Mora, quien se volcará con la causa carlista durante la última contienda. Éste en 1888 celebrará sus esponsales con la piquereña Juana Lizcano y Zamora, quien sabemos que descendía de una familia de labradores de la localidad, y cuyos padres eran Nemesio de Lizcano y Gabriela de Zamora Barambio.

Cayetano de Mora era uno más de los tantos piquereños que nació en el seno de una familia trabajadora a mediados del siglo XIX, en un tranquilo y ruralizado enclave descrito por Madoz en su diccionario como lugar de inviernos largos y fríos, donde prácticamente nadie se libraba de afrontar los duros quehaceres diarios que garantizaban una supervivencia digna. Se le podría definir como un joven con una mentalidad ideológica fruto de los tiempos que corrían. Éste era hijo de los molineros piquereños (una familia que rememoraba tiempos mejores). Los mismos que recordaban con tanta nostalgia tiempos pasados, en los que premiaba la idea de que los cambios pocas cosas positivas podían traer. Siendo niño perdió a su padre, y como muchos hombres del pueblo con veintipico se involucró en la defensa de lo que creía que podía ser la mejor forma de honrar a los suyos.

Todo ello, en consonancia y perfecta armonía con un paisaje que a pesar de integrarse en un área de la franja manchuelera conquense, retendrá esa modesta accidentalidad montañosa que lo caracteriza. Un primitivo vergel en el que proliferaba una rica variedad de especies animales que sustentaron actividades cinegéticas relacionadas con la caza de liebres, perdices, corzos o ciervos.

Un Piqueras aislado, sereno, rodeado de pinares, surcado por cañadas secundarias y zonas de pasto, donde dependiendo de la temporada se mezclaban el dorado o verde de sus campos de gramíneas con el rojo intenso de las tierras de secano que consolidaban su economía agrícola.

Entre el duro trabajo del campo y el entretenimiento de la caza, fue como iba desarrollándose la vida ociosa de muchos de aquellos antepasados. Un guion rutinario, pero al menos amenizado por una estampa de película sólo al alcance de los nativos que tuvieron el privilegio de curtirse en este territorio.

Lo cierto es que aquel pobre hombre sólo fue un joven más. Otro trabajador desengañado con las perspectivas de futuro tan desalentadoras que se cernían por aquellas latitudes olvidadas de la mano de Dios, y que como a muchos de su generación le llevaron a abrazar las ideas facciosas durante la última contienda carlista. Piqueras era un enclave pequeño y apartado de los grandes bullicios, pero el tema en Buenache siempre estaba candente, por no decir como de efectiva era la labor “evangelizadora” de las gentes del Picazo, un vecindario que a pesar de su modesto tamaño se acabó convirtiendo en uno de los caladeros incondicionales del movimiento provincial, y que a día de hoy nos sigue recordando la documentación local al decir que todavía 8 de enero de 1887 el alcalde se veía en la obligación de comunicar al Gobernador Civil, como algunos vecinos se presentaban en público con boinas rojas, que por más que aunque no producían alarma, no dejaban de generar sospechas por ser quienes habían militado en las filas carlistas hacía poco más de diez años atrás.

Cayetano y Juana tuvieron descendencia, al igual que su hermana Victoria, quien casaría en 1864 con Francisco Alarcón Chumillas, otro autóctono del lugar, de donde nacerían al menos dos hijos, Irene y Simón Alarcón Mora (el tío Simón).

Precisamente este personaje autóctono de Piqueras, es sobre quien Evelio Moreno dedicará en su trabajo algunos fragmentos. El tío Simón era carpintero, además de un hombre de inquietudes, así pues, Evelio nos relata como además de su vena poética, este piquereño ejerció como sacristán, llegando a custodiar en su casa durante algún tiempo documentación de la Iglesia del pueblo, entre la que se encontraba un cuaderno, que como describe el autor, estaba “escrito en letra amplia, tosca, pero cuidada, casi dibujada, con algunas hojas rotas y otras arrancadas, con tachones (que deben corresponder a cuentas saldadas), con cierto desorden en las anotaciones. Debía ser un pequeño libro de contabilidad de carpintería, en el que anotaba los trabajos que hacía a cada uno de sus convecinos y el pago que éstos le hacían, normalmente en especie, pues eran aún los tiempos de la civilización del trueque. Aparecen anotaciones de los años comprendidos entre 1917 7 1922, sobre todo, aunque hay datos parciales de otros años” (Moreno, 2013, 349).

En este cuadernos se da información detallada como los objetos de madera empleados en la localidad, especialmente arados, carros, yugos o azados, incluyendo otras muchas cosas, incluyendo incluso algunos acontecimientos destacados vividos en las calles de Piqueras, es el caso de “un inmenso turbión que cayó sobre Piqueras el 12 de octubre de 1919 (llovió sobre todo por la tarde) y del suceso ocurrido el 14 de julio de 1930 (…) una mula mató a Vidal de la Cruz” (Moreno, 2013, 349-350).

La familia seguiría dando descendientes, continuando el apellido de estas líneas hasta la actualidad.


David Gómez de Mora

* Bibliografía:

-Archivo Histórico Nacional. Varios expedientes del año 1808 relacionados con la Administración Local, Consejos, 17790, Exp. 5

- Moreno Chumillas, Evelio (2013). Crónica de Piqueras. Bubok Publishing S. L.

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 25 libros entre 2007-2024, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo local. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).