Sin lugar a dudas, uno de los grandes revulsivos en los estudios geográficos durante el siglo XIX fue la escuela alemana. Introductora de una nueva concepción sobre la interpretación del territorio, que marcaría de forma drástica y para siempre la forma de entender la población mundial hasta nuestros días.
Se trató de la implantación de un giro de 180º respecto a las visiones establecidas en lo vinculante a la importancia de lo que hoy entendemos como la geografía social y sus variables intrínsecas, las cuales interaccionan entre el hombre y el medio físico con el trascurso de los siglos.
Esto dará como resultado uno los grandes productos que emanarán de esa maquinaria ideológica: El determinismo geográfico, una tendencia cultural e intelectual apoyada en el darwinismo social y el vitalismo, cuyo padre y artífice fue el geógrafo alemán Carl Ritter (1779-1859), quien legaría una rica obra materializada por 19 volúmenes en los que estudiará argumentando con pruebas como de real ha sido la influencia del medio físico en las diferentes razas que pueblan el planeta.
Hemos de decir que éste, incluso sin llegar a concluir su trabajo, dejaría aportaciones y conexiones que desde el punto de vista filosófico e histórico guardan sumo interés por su particular visión, pues alternando conocimientos de geografía y antropología, se verá las serias implicaciones que por aquellos tiempos tendrán sus ideas sobre la geografía política, donde el Estado pasará a convertirse en el actor principal. Una especie de ser vivo que para existir debería alimentarse permanentemente, tras demandar un crecimiento por la acción de los habitantes que consolidaban sus entrañas. Una estructuración simbiótica entre los humanos y su nación, arrastrada desde cronologías remotas, pero que poco a poco había ido desfigurándose, donde la misión del geógrafo era saber interpretarla para reconstruir de modo efectivo que necesidades habían marcado su extensión o reducción en el pasado.
La idea de esta concepción acabaría cobrando fuerza llegado el siglo XX con las aportaciones de los mejores geógrafos que dará este movimiento intelectual (Ratzel, Kjellén y Haushofer, -quienes sin lugar a dudas serán sus figuras más relevantes-).
En el seno de este caldo de cultivo surgirá el concepto de geopolítica, y que afianzará sus raíces en una escuela que promoverá un aislamiento de las relaciones internacionales, regidas por una mentalidad autárquica y tradicional, insertada en lo que denominaríamos como posturas realistas, donde los Estados compiten, lanzando por tierra el buenísimo que autores generalistas defendían desde la necesidad de las relaciones conjuntas entre naciones. Un discurso que la propia realidad demostraba que no era factible, pues tal y como se revelará, sabida es la unilateralidad como el beneficio individual que comportan las señas de identidad de ese sistema capitalista en el que vivimos, caracterizado por la búsqueda de una ganancia particular en detrimento de la pérdida de poder del resto de agentes.
No cabe duda de que los aspectos geográficos serán un determinante en la política exterior, donde se agruparán conceptos como el de espacio vital, que incluso podrá ampliarse si resultaba necesario, ya que no tenía sentido entender el pasado desde una geografía estática en la que se hablaba de fronteras fosilizadas y que raras veces habían existido de modo permanente.
Estábamos por lo tanto ante el prolegómeno de una geografía panterritorialista, en la que siguiendo el criterio difundido por aquellos estudiosos, Rusia, Japón y EEUU, junto Alemania, pasaban a convertirse en las principales potencias mundiales que habían de abanderar una expansión mundial.
Como veremos en un primer momento esa extensión geográfica, determinará de manera clara la concepción de lo que verdaderamente conllevaba la idea de la geopolítica, designación que por cierto, después de la segunda guerra mundial y hasta llegados los años setenta estuvo muy mal vista, en buena medida por la vinculación que arrastraba con las corrientes de la escuela alemana y que durante los tiempos del dominio nacionalsocialista alcanzó su clímax.
El geógrafo alemán Fiedrich Ratzel (1844-1904) argumentaba como los estados eran organismos vivientes que debían extenderse, pues éstos necesitaban crecer atendiendo a sus demandas históricas que muchas veces los humanos acabamos ignorando, por lo que tanto geógrafos como historiadores habían de ser los encargados en devolver esa restructuración natural que explicaba muchos problemas que la sociedad del momento no entendía.
Aunque Ratzel no sería el primero en tratar a fondo la idea del concepto geopolítica (pues el término habría que acuñárselo a Kjellén), éste arrastrado por las ideas de Darwin y las teorías deterministas del XX (donde Ritter tuvo gran parte de peso), ahondó en la tesis sobre que papel había de desempeñar el ser humano en aquel espacio geográfico donde se movía, viendo como se acabará relacionando la historia mundial con las leyes naturales que le rodeaban. Aquí jugará un papel importante la antropología, pues se enfatizará la necesidad de remarcar que claves han dado como producto final el nacimiento de una cultura.
En realidad Ratzel estaba fomentando una justificación de lo que serán las políticas imperialistas de la época, cuyos engranajes eran las tesis evolucionistas que desde la perspectiva biológica en aquel instante estaban en boga además de tremendamente aceptadas por la comunidad científica. Un préstamo innegable a través de su teoría vital, de la que hábilmente supo sacar tajada el tercer Reich.
Este geógrafo alemán recordaba como los Estados eran organismos vivientes que debían extenderse, pues para él, mientras más crecían sus dominios, éstos aumentaban su nivel cultural, una idea que como veremos ya había estado difundida durante la época del Imperio Romano, pues para poder expandirse, había de producirse una anexión de aquellos miembros más pequeños, en los que al final la frontera acababa convirtiéndose en un órgano periférico.
El desdibujamiento de las fronteras de muchas demarcaciones nacionales y regionales obligaría a que estas fuesen revisadas, pues no olvidemos que los ríos y accidentes geográficos adscritos a lindes perceptibles y remarcables físicamente desde el punto de vista geomorfológico, señalaban en realidad hitos que muchas veces pasarán desapercibidos en contextos posteriores en los que el paisaje erróneamente no volverá a interpretarse con los mismos ojos.
Otro de los pensadores de este movimiento fue el geógrafo conservador Rudolf Kjellén (1864-1922), de nacionalidad sueca, pero figura indispensable en el momento de entender la escuela alemana. Para este autor, padre del término “geopolítica”, el Estado ha de ser concebido como un organismo geográfico que consume recursos para sobrevivir. De ahí que el Estado tiene una vida que ha de mantenerse reforzando un sistema de autarquía nacional, donde ha de prevalecer un individualismo racial, asegurado desde un complemento económico sólido, para así garantizar su supervivencia con garantías.
La tesis de aquel Estado viviente conseguirá plasmarla mediante un modelo en el que el corazón y los pulmones de la nación estarán representados por los órganos administrativos. Sus venas eran las vías de comunicación, y el resto de miembros vitales las áreas de producción, donde un conocimiento y mantenimiento del medio y la raza que lo habitaban era indispensable. Para Kjellén la autarquía había de ser real, salvaguardando su eficiencia en las diferentes ramas económicas que la complementaban.
Ya para finalizar, el ariete que se sumará a esta escuela, cuyo destino tras el final de la segunda guerra mundial marcará un punto de inflexión, es la del geógrafo alemán Karl Ernst Haushofer (1869-1946), quien llegaría más lejos que los dos autores anteriores, llevando hasta sus confines la idea del espacio vital como un ámbito necesario para la subsistencia del pueblo, la cual había de corresponderse con la extensión de la cultura o raza que en el habitaban. La idea de ese famoso lebensraum difundido en la época del Reich, recordará como la sangre y el suelo condicionan al hombre, además de la idea prestada de los autores anteriores en los que el Estado era un organismo vivo y perfecto que debía mantenerse.
De sus ideas se profundizan las bases del panregionalismo, que de nuevo vuelve a considerar a Japón, Rusia, Estados Unidos, junto con su Alemania natal como los focos de esa expansión mundial, en los que la geografía económica juega una baza indispensable, pues en su interior se integran todo el resto de países que habrán de depender de ese Estado general y superior.
David Gómez de Mora
Referencias bibliográficas de interés:
* Haushofer, Karl Ernst (1925). Geopolitik des Pazifischen Ozeans
* Haushofer, Karl Ernst (1932-1934). Macht und Erde
* Kjellén, Rudolf (1905). Stormakterna. Konturer kring samtidens storpolitik
* Kjellén, Rudolf (1906). Rationell samling. Politiska och etiska fragment
* Kjellén, Rudolf (1908). Ett program. Nationella samlingslinjer
* Kjellén, Rudolf (1914-1915). Politiska essayer
* Kjellén, Rudolf (1915). Världskrigets politiska problem
* Kjellén, Rudolf (1916). Staten som livsform
* Ratzel, Friedrich (1891). Anthropogeographie
* Ratzel, Friedrich (1897). Politische Geographie
* Ritter, Carl (1804-1807). Europa ein geographisch-historisch-statistiches Gemaelde (1804-1807).
* Ritter, Carl (1817-1859). Die Erdkunde im Verhältnis zur Natur und Geschichte des Menschen (Las ciencias de la Tierra en relación a la Naturaleza e Historia de la Humanidad), 19 volúmenes
* Ritter, Carl (1820). Die Vorhalle europaeischer Voelkergeschichte von Herodot
* Ritter, Carl (1838). Die Stupas, oder die architektonischen Denkmale an der indobaktrischen Königstrasse un die kolosse vom Bamyan