Todavía puede parecer difícil de asimilar como de intensa e importante fue la actividad carlista en un marco geográfico teóricamente ajena a un conflicto, pero que como apreciamos, su ya de por si situación geográfica, lo expone como un enclave estratégico al estar ubicado entre la capital de España y los principales focos sublevados a favor de la causa del pretendiente.
En esta ocasión el tema que nos gustaría tratar es mucho más profundo, pues dejando de lado rutas y movimientos militares, quisiéramos abordar una cuestión bastante compleja, pero palpable y razonablemente demostrable a través de diferentes documentos. Cabe preguntarnos si realmente conocemos los elementos que interactúan en la idea de qué llegaba a suponer el carlismo para mucha de la gente en la provincia de Cuenca, pues tal y como apreciaremos, tanto en otros puntos de la Península Ibérica que nada tendrán que ver con Catalunya, el norte de Castellón, Aragón, Navarra o Euskadi, veremos como proliferarían diversos focos alineados con el bando faccioso.
Al respecto se ha generalizado la idea de que la inmensa mayoría de las familias que habitaban en zonas rurales, fueron permisivas y nunca vieron con malos ojos que las "manos muertas" de la Iglesia comenzaran a desaparecer, ya que a priori esto comportaría una apertura de sus posibilidades a la adquisición de un nuevo patrimonio agrícola. Pero nada más lejos de la realidad, esas sociedades acérrimas a una forma de vida en las que el factor religioso era indispensable para mantener el orden de las cosas, entendía que cualquier ataque que se ciñera contra este estamento (a pesar de la atrayente idea que podía generar la tenencia e incorporación de un elemento patrimonial y consiguientemente mejora económica con la desamortización), era para muchos de sus habitantes una actitud que iba en contra del designio divino (pues el destino específico de aquellas propiedades era el cielo).
Es desde luego ahí, donde a nuestro juicio se equivoca la visión clásica de querer extender el alzamiento de una sociedad rural que tiene ganas de enfrentarse al círculo clerical, para así apoderarse de nuevos beneficios agrícolas. Algo que aunque pueda parecer poco significante, tiene un elevado peso a la hora de entender el rumbo que tomaron muchos acontecimientos, pues alteraría por completo la verdadera mentalidad de esas zonas donde la fervorosidad católica era indiscutible, y en las que muchas personas de manera casi mecánica veían en la Iglesia la posibilidad de encontrar una razón y única posibilidad de su salvación. Fenómeno que tendrá su gérmen en la infravaloración del factor religioso en regiones rurales como la conquense, en las que el clero era mucho más que un grupo de poder, pues aquellos que hemos elaborado una especie de radiografía social de estos espacios rurales, entendemos que la Iglesia casi representaba la única vía de medraje, en la que un linaje podía conseguir nombre, sin olvidar el objeto de fe que suministraba al mortal encontrar el camino a su salvación espiritual.
Dudar a estas alturas del peso que ejercía el componente religioso en la mentalidad de nuestros antepasados hace poco más de un par de siglos, es ignorar por completo la forma en que éstos entendían la vida, además del miedo que suponía para su frágil existencia que iba a ocurrir tras la muerte. Sólo hemos de acudir a los libros de difuntos habidos en cada parroquia, y leer las mandas, pagos de misas como diversas acciones que inmiscuían a una sociedad tremendamente respetuosa y preocupada por conseguir escapar del purgatorio con tal de encontrar su salvación.
De ahí que consideremos un grave error, además de una tesis simple a la vez que reduccionista, imaginar que la mayor parte de aquellas personas antepusieran un interés económico al espiritual tras las ideas liberales que buscaban una desarticulación patrimonial del clero. De ahí que debamos de reformularnos, cómo y de qué manera era de importante para nuestros antepasados el mantenimiento de un modelo de pensamiento, en el que prevalecía el factor religioso, por encima del rédito personal que podrían generarles una serie de tierras que nadie les garantizaba que algún día cayeran en sus manos...
A todo esto cabe añadir una variable que resulta indispensable en esta ecuación, y esa es la idea equivocada de que las manos muertas no beneficiaban a nadie ajeno al clero. Recordemos que aquellas tierras tenían algunas funciones, y una era la de estar vinculadas bajo un lote inalienable a una determinada sucesión (siempre con unas particularidades y cláusulas que establecía su fundador). Es decir, formaban parte de fundaciones (memorias pías y capellanías), esenciales (desde la perspectiva espiritual) para que siguiera cobrando sentido la salida del purgatorio por parte del difunto a través del pago de misas, así como desde la vertiente social, pues como veremos, en muchas de estas poblaciones, la formación religiosa entre los hijos del lugar, era una de las vías de escape más elegidas a la hora de crear un nombre y reputación que les posibilitara a medrar. Algo que comprobamos en entornos rurales y fervorosamente católicos como el caso conquense.
Nuestros estudios sobre determinadas zonas del territorio provincial (tanto en el área meridional, como en la franja de la Alcarria), demuestran paralelamente que el insertarse en el campo de clerical era una salida más provechosa para aquellos integrantes, en cuyas familias se disponía de un mínimo de ingresos, que si bien podía conseguirse sin grandes inversiones (pues el parentesco cercano con el fundador de una capellanía, era motivo más que suficiente para alcanzar su control), permitía dar primeramente estatus a todo el clan familiar, además de garantizar con su persona, un rezo seguro y permanente, junto la salvación espiritual de la familia. Es decir, todo implicaba una simbiosis de tipo creencial y económica, que prolongaba la consolidación de una mentalidad devocional, que como hemos reiterado anteriormente, muchas veces el investigador no llega a comprender y omite en su ejercicio de reconstrucción social.
Resulta necesario la formulación de preguntas como la de si verdaderamente sabemos cómo se pensaba y actuaba en aquellas sociedades rurales, ya que en realidad estamos imponiendo una modelo explicativo, contaminado por la visión de la sociedad actual, tremendamente distante del existente en la centuria del XIX.
Otro tema que tampoco se puede dejar de lado, son los cimientos de ese caldo de cultivo, cuyas reminiscencias ya nos llevarían a finales del siglo XVIII, cuando desde la tímida, pero acción directa de Godoy, se emprendió un proceso de desamortización eclesiástica, que volvería a resurgir con la llegada del Trienio Liberal. En nuestra opinión un antecedente y avivador de mentalidades reaccionarias, pues no dejará de ser una evidente declaración de intenciones que tenía como propósito acabar con los privilegios de la Iglesia.
No cabe duda de que el clero era consciente de todos estos movimientos, de ahí que dichos precedentes sentarán una base previa que no hemos de olvidar, y que consideramos indispensable para comprender el alineamiento de estas regiones rurales con la causa facciosa desde fechas tempranas al conflicto. Un escenario de fondo, que como decimos, no se ha presentado o valorado lo suficientemente desde la perspectiva historiográfica.
A esto hay que sumarle la privatización de bienes comunales que saldrán a subasta, y que repercutirán más si cabe en la situación de penuria que estaban viviendo muchos labradores locales, sin pasar por alto el incremento del coste de las tierras arrendadas en relación a tiempos anteriores, gracias a los que se afianzó una nueva burguesía caciquil, disfrazada en las promesas de la instauración de un sistema que según se decía, iba a traer un mayor repartimiento y crecimiento económico del país. Unas ideas ilustradas que atacaban a las clases privilegiadas, donde realmente lo que se acabará produciendo era un cambio de poderes, y que no irá más allá del beneficio personal de una minoría, en contra del ideario que promulgaba una panacea heterogénea a disposición de toda la plebe.
Adolf Sanmartín (1988, 5) sintetiza de forma contundente su idea sobre que motivó el surgimiento de un movimiento tan estrechamente vinculado en sociedades rurales como las que había en las tierras del norte de la provincia de Castelló, y que perfectamente podemos coger prestado para explicar el carlismo conquense, cuando dice que aquel campesinado no era una marioneta del discurso divulgado desde el clero, así como tampoco una masa dócil e instrumentalizable por una supuesta ignorancia y situación de miseria de sus integrantes (un argumento que como veremos emplea muy a menudo la historiografía liberal), sino que una gente ligada a unos ritos y sistemas de valores, cuyo eje era la Iglesia, el cual prevalecía por encima de cualquier otro interés.
La acción por parte de los carlistas en este territorio no decayó incluso una vez que se formalizó la rendición oficial a través del abrazo de Vergara. Y es que todavía en enero del año 1840 Arnau realizaría alguna expedición por la provincia de Cuenca. No olvidemos que de la docena de expediciones para aglutinar bienes que se efectuaron por el territorio manchego, la mitad se produjeron por Guadalajara, y las otras cinco en la contigua tierra de Cuenca, quedando en el desconocimiento otras tantas que al final no hacen más que apoyar nuestra tesis, sobre una infravaloración de las zonas rurales en la provincia de Cuenca durante el trascurso de las guerras carlistas.
David Gómez de Mora
Bibliografía:
* Sanmartín i Besalduch, Adolf (1988). "Anàlisi del carlisme. Carlisme i camperolat". Revista Au!, nº 8, Any II, pg. 4-5