jueves, 4 de mayo de 2023

Cooperativismo y mentalidad en las sociedades rurales de antaño

Las Sagradas Escrituras son una fuente de información para saber como vivían y pensaban nuestros antepasados. En muchísimas ocasiones los historiadores ignoran su contenido, cuando realmente son el fundamento de múltiples elementos que nos permiten entender de qué forma se desarrollaban muchos de esos quehaceres diarios, y que el análisis de la documentación deja entrever cuando se curiosea entre legajos.

Precisamente, una de las características de aquellos antepasados que vivían en sociedades ruralizadas, aislados de los grandes centros de población, era su modo de vida cooperativista o de ayuda mutua. Tengamos en cuenta que la falta de recursos y dificultad que comportaba muchas veces el poder disponer de algunos bienes, motivaba que entre vecinos, amigos o familiares, la gente pudiera contar con personas a su alrededor que le prestaran o dieran aquello que necesitaba.

Muchas veces el investigador comprobará detalles de este tipo, cuando leerá el testamento de alguien que fallecía, en donde este indicaba a quien le debía dinero o qué personas del pueblo todavía no le habían dado determinadas cantidades que este en vida les había prestado. Este fenómeno, que en parte manifiesta como no siempre era indispensable recurrir a un prestamista, y que se inserta en esa mentalidad de la importancia que aguardaba el cerrar un acuerdo con un estrechón de manos, será una característica más de esa sociedad que de forma simple y discreta, intentaba realizar muchas de las acciones cotidianas que hoy nosotros formalizamos con papeles y bajo el amparo de unas leyes que nos garanticen su correcta ejecución.

Del mismo modo, la entrega de diferentes objetos a vecinos o familiares, a modo de compensación, ya que estos habían sido claves en el día a día de aquella persona, o en el momento final de su vida cuando este se encontraba luchado contra una enfermedad, reflejan ese trato de agradecimiento, en donde no siempre era indispensable guardar un nexo sanguíneo con aquella persona, a pesar de que como veremos en las donaciones testamentarias, los herederos universales casi siempre serán los hijos cuando en esa casa había una línea descendiente.

También será un hecho normal el que algunas personas que disponían de mantas, almohadas y piezas de ropa, acabasen donando estas al hospital del pueblo, así como promoviendo la celebración de fiestas y donación de pan para los más pobres cuando llegara el momento de su muerte. Este tipo de mandas, y que son recogidas en la documentación de los protocolos notariales o en las partidas de defunción de los libros parroquiales, reflejan de nuevo ese interés, cuya intencionalidad bebe en buena medida de una moralidad establecida desde la Iglesia, donde se recuerda constantemente que quienes ayudan con actos positivos a la sociedad, serán recompensados con una descarga de las penas de sus pecados, y por tanto aminoramiento de su estancia en el Purgatorio. Es por ello que tal y como hemos comentado al inicio de nuestro escrito, consideramos las Sagradas Escrituras y la doctrina católica, indispensable para el entendimiento de muchas costumbres y hábitos que finalmente se traducen en los legajos que los historiadores vamos analizando.

Si leemos los textos bíblicos, apreciaremos diferentes pasajes que se ciñen a esta línea, y que a pesar de contextualizarse en un momento concreto de las comunidades paleocristianas, se adaptan a esa mentalidad que se propugnaba desde la religión cristiana. Este caso lo apreciamos claramente en 1 Corintios 1:10, cuando se dice que “os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos os pongáis de acuerdo, y que no haya divisiones entre vosotros, sino que estéis enteramente unidos en un mismo sentir y en un mismo parecer”; o también en Romanos 12:16 cuando se indica que “tened el mismo sentir unos con otros; no seáis altivos en vuestro pensar, sino condescendiendo con los humildes”.

Retazos de esa forma de pensamiento cooperativista, la hemos apreciado en determinados elementos, como será en la creación de los pósitos, los cuales eran depósitos de cereales dedicados a almacenar grano en tiempos de abundancia (especialmente de trigo), para que cuando hubiese temporadas de sequía o escasez, este recurso pudiese emplearse prestándose a los vecinos más necesitados por unas condiciones módicas.

(Imagen: obra del pintor Louis Le Nain)

Otro aspecto que cabe remarcar, es que si analizamos las localidades conquenses que hemos investigado, en donde se sigue siempre un mismo patrón poblacional de escasa densidad demográfica (representando a lo sumo por varios centeneras de habitantes), veremos que por ejemplo cuando en el Catastro de Ensenada a mediados del siglo XVIII se averigua cuánta gente pobre había en esos municipios, las cantidades llegan a ser de alrededor de un par o incluso en ocasiones ninguna persona.

Evidentemente había gente muy vulnerable, sobre todo mujeres que tras enviudar debían buscar el apoyo económico que le aportaba el trabajo de un hombre en el lecho familiar. Y es que por desgracia los pobres de solemnidad, siempre estuvieron en casi todos los lugares. Como su nombre indica, estas personas eran aquellas que pedían limosna en las fiestas solemnes, de ahí el término "solemnidad".

Ahora bien, en las familias donde existía algún pariente que se había ordenado o que contaba con una cantidad de patrimonio considerable, en ocasiones cuando estos fallecían, se dejaba creada una fundación que se denominaba como memoria para casar doncellas pobres, y que por norma general estaba destinada para aquellas personas que demostraban su pertenencia al linaje de quien la había creado. Tampoco podemos olvidar las obras pías para huérfanas, en las que establecidos unos requisitos, siempre aquellas personas que reuniesen una serie de características estipuladas por su fundador, estas podía disfrutar de una ayuda que les permitiese mejorar su calidad de vida.

No debemos olvidar que la misma dote que se asigna para la celebración del sacramento matrimonial, es una muestra más de esa mentalidad cooperativista en la que se reúnen una serie de bienes que tienen como objetivo que los nuevos contrayentes puedan disponer de unos mínimos con los que tirar hacia delante y crear una nueva familia.

Queda claro con esto, como la mentalidad católica que rigió la forma de vida y hábitos de nuestros ancestros, era al fin y al cabo una manera con la que desde los valores y principios establecidos, siempre se tenía presente ese concepto cristiano de amor al prójimo, donde la empatía por otra persona, se manifestaba a través del altruismo, la compasión y la consideración de obras como las que hemos descrito.

David Gómez de Mora

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).