martes, 30 de mayo de 2023

La vivienda tradicional peñiscolana

Peñíscola es una localidad singular, donde el lugar ocupado por su antigua trama urbana sobre un peñasco calizo que sobresale por encima de la línea del mar, eleva su castillo a una altura de 64 metros de altura, convirtiéndose así en un espacio con unas prestaciones que desde el punto de vista geoestratégico, permitían que durante fuertes temporales, y hasta antes de la construcción del puerto, la población quedase incomunicada durante varios días a modo de isla.

Las residencias que apreciamos dentro del casco antiguo de la población, son el ejemplo de como se debía aprovechar al máximo el escaso espacio disponible que había dentro de la roca, de ahí que los pisos o plantas de la casa tradicional sean estrechos y exploten hasta donde pueden la disposición de algunos niveles en altura, donde la escalera puede ir adosada a uno de los muros laterales de la vivienda.

Tras la Guerra de Independencia, con la consiguiente afección que tuvo el bombardeo del General Elio en 1814, la reedificación del viario urbano motivaría que tanto pescadores como labradores estructuraran de nuevo sus casas en espacios habitables que aprovecharán la profundidad que les permitía adaptarse hasta donde podían el roquedo que envuelve su viario. En la planta baja se depositaban los aperos, el carro o aquellos animales que tenía la familia, y que en estaciones como la otoñal e invernal daban calor a la zona superior, la cual era donde hacían vida sus inquilinos. Como decimos por encima de la planta baja se hallaba esta sección, además de una u dos alturas adicionales.

 

 
 
Debido a las imposiciones que causa la falta de espacio, será normal que estas residencias tengan pocas salidas de ventilación. Las vigas de madera de sus techos serán uno de los elementos más llamativos de la zona privada, y que se caracterizaba por estar escasamente amueblada. No faltaban los balcones, pequeñas ventanas y la puerta de entrada, disponiendo en su zona baja de un orificio que servía de gatera, armonizando el conjunto con un encalado general de la fachada, interrumpido por el azul de los marcos de ventanas y puertas.

Los testamentos del siglo XVIII de algunas familias de Peñíscola, nos recuerdan que estas casas en su mayoría eran austeras en elementos decorativos. La tradición de encalarlas, así como de repasar determinadas partes con añil (azulete), era una forma muy difundida en localidades de nuestro país. Cierto es que desde tiempos inmemoriales las viviendas se han cubierto de cal por diferentes motivos. Bien fuese por la discreción y homogeneidad que daban a su conjunto cuando esta no ofrecía un aspecto portentoso, así como especialmente por las propiedades antisépticas que aporta este producto, sin olvidar su función termo reguladora, pues resulta un buen reflector de radiación solar, proporcionando de este modo una temperatura adecuada a la parte interior del hogar en momentos de elevado calor.

Como sabemos ese blanco se complementa con la tonalidad tan llamativa que ofrece el azul en determinadas partes de la fachada, siendo este el caso de los marcos de balcones y ventanas, o la misma puerta de acceso a la vivienda. Este diseño responde a motivos de conservación, pero que también se entremezclan con lo oculto y las costumbres ancestrales. Así pues, existía la creencia de que en aquellos hogares donde los accesos que daban al exterior eran pintados con este tono azulado, funcionaban como elementos protectores ante la presencia de malos espíritus o el mismísimo maligno, impidiendo así su entrada dentro de la vivienda. Igualmente otro de los usos que tradicionalmente se le ha asignado en la franja mediterránea como en otras partes de la península, es su aplicación como repelente contra las moscas, especialmente en lugares donde la economía marinera hacia que estas abundaran con creces en las entradas y alrededores de las casas, al haber notable presencia de animales como de desperdicios de la materia prima con la que se trabajaba.

Antes de la llegada de la luz eléctrica, la escasa ventilación y por consiguiente de entrada de luz natural, daban una osuridad destacada a la parte interior, donde la penumbra de las velas y las lámparas de aceite eran una de las formas con las que se podían realizar los quehaceres diarios dentro del hogar.

En la primera planta la familia desarrollaba la vida, estando la cocina como las habitaciones para descansar, y donde la presencia de estampas o elementos religiosos que protegieran la casa era lo más común. En la zona superior estaba el desván o parte dedicada para el almacenaje de productos u otros utensilios, y que en nuestra zona como sabemos denominamos bajo la designación de angorfa.

David Gómez de Mora

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).