jueves, 4 de mayo de 2023

Retazos de las sociedades rurales de antaño

Agricultura y ganadería serán los dos sectores económicos que durante los siglos XVII y XVIII permitirán que el tejido social de las áreas rurales conquenses se mantenga vivo con el trascurso del tiempo. La presencia del clero será innegable en la mayoría de los hogares, no solo de las familias de la nobleza local que ya tenían sus miras puestas fuera de su localidad natal, sino también de aquellas gentes que desde el sector primario mejorarán su posición, gracias a una tenencia superior de tierras o cabezas de ganado, que les ayudarán a tener mayores posibilidades de prosperar, y por lo tanto de pagar unos estudios a sus vástagos, quienes de este modo, y especialmente desde el brazo clerical, darán más nombre si cabe a los integrantes de toda esa casa al completo.

La fe en la religión cristiana imperará en buena parte de los hogares del país, surgiendo constantemente dudas y preocupaciones como la de qué se estaba haciendo mal, o incluso si se sabía cuando podía acercarse el Juicio Final. Desde luego las guerras no eran motivo suficiente para preocupar a una sociedad que se había criado en un escenario sangriento, pues no fueron pocas las generaciones de personas que dentro de una misma familia habían estado inmiscuidas en conflictos de aquella índole. Y es que la decaída de ese Imperio en el que nunca se ponía el sol, requería constantemente de hombres que arriesgaran su vida. 

Igualmente, el adecuado mantenimiento de un alma alejada del pecado, la reafirmación del poder divino del creador, los beneficios de una vida ejemplar, además de saber reconocer cuando las personas se habían equivocado, son premisas que cotidianamente se recordarán en los sermones que se pronunciaban en las parroquias. Y es que si desde la segunda mitad del siglo XVIII el anticlericalismo comenzaba a ganar mayores adeptos a medida que avanzaba el periodo de la Ilustración, la situación difería bastante si la comparamos con la existente decenas de años atrás, donde un catolicismo rígido se pronunciaba en muchos lugares de aquellos pequeños enclaves de nuestra geografía peninsular. 

El refuerzo de las ideas dentro del marco local, donde las medidas proteccionistas y de favorecimiento a la economía vecinal estaban a la orden del día, permitirán que hablemos de idiosincrasias muy particulares o singulares, que explicarán esa permanencia de lo auténtico como de los valores transmitidos por los mayores dentro de cada seno familiar. 

Rompiendo con la doctrina del clero formado en los seminarios, entre el populacho se mezclaban los conocimientos absorbidos desde los púlpitos cuando se lanzaban sermones teológicamente correctos, junto con aquellas tradiciones y supercherías, que calificaríamos más bien de profanas y místicas, aunque debido a razones de ignorancia o desconocimiento de los preceptos básicos cristianos, ya que se absorbían y trasmitían automáticamente de modo generacional, creando una mezcla de ideas, que por un lado ensalzaban la perfección y unicidad de Dios, mientras se desarrollaban hábitos que se alejaban de esa fe que el catolicismo extendía entre sus fieles. 

Recordemos también que además del Purgatorio, tampoco podía faltar la mención del Infierno, un espacio caracterizado por ser el lugar de los tormentos eternos. El mismo al que van a parar las almas de aquellas personas que con sus acciones o ideas rechazan la presencia de Dios. Este será sin lugar a duda el peor de los escenarios, ya que es un estado en el que siempre impera la infelicidad, y se vive un desconsuelo eterno, ambientado por una especie de tiniebla universal, donde la presencia de un fuego que abrasa, así como de animales desagradables, tales como roedores, insectos y gusanos, acompañaban para siempre a unos inquilinos que no tenían otra salida nada más que la de sentirse esclavizados para la eternidad. Allí el grado de intensidad con el que se viven las penas es tal, que no eran comparables con nada de lo que el mortal conocía en la tierra. 

(Imagen: obra de Jan Siberechts. Título: “ Corral de granja”. 1662. Museo de Bellas Artes, Bruselas).

Muchas veces ese clero rural se moverá entre estas dos ideas antagónicas, y que veremos especialmente en el caso de pequeños municipios, los cuales al estar alejados de las urbes, y a pesar de contar con religiosos formados correctamente en cuestiones de tipo doctrinal, veían como muchas veces la única forma de que sus feligreses entendieran el significado de un mensaje o la necesidad de realizar unas acciones, era trasladándoles un discurso cercano y sencillo, pero a la vez más fácil de deformarse. Las parroquias eran espacios muy valorados por las garantías que ofrecían a quienes acudían hasta el lugar, ya que desde estas se obtenían indulgencias, el perdón de los pecados, además de poder estar más cerca de Dios. 

Igualmente las Iglesias se convertirán en focos de reunión social, en los que el pueblo se agolpaba en momentos puntuales, motivo por el que debemos de ver este espacio como una zona representada por una comunidad familiar, estrechamente vinculada entre los suyos, donde además de la cercanía que ofrecía esa prolongación familiar hermanada bajo la figura del padre creador, se gestaban a la vez estrategias de políticas matrimoniales, que si podían ser entre miembros del mismo lugar, mejor que mejor, ya que explicarán esa continua práctica de nexos genealógicos tan repetitivos y que se desprenden de la consulta de los libros parroquiales. Aquellos lazos que se establecían por parte de estos feligreses, incrementaban si cabe la solidaridad entre los vecinos que habitaban esas zonas apartadas de los grandes núcleos urbanos. La vida dura y monótona se veía alterada con la celebración de festividades (siempre de carácter religioso), que si bien a través de una romería, bailes o ambas cosas, favorecían la creación de una válvula de escape, que ayudaba a mejorar la relación entre vecinos. 

Estas sociedades eran endogámicas y bastante herméticas, por lo que al formar buena parte de sus integrantes nativos un porcentaje destacado de los vecinos que componían el grueso de los pobladores del lugar, sucesos u acciones que iban más allá de aquel marco geográfico, no se desarrollaban o tomaban con la misma intensidad que en las ciudades, de ahí ese carácter proteccionista que siempre estará vigente, en el que premiará el más vale malo conocido que bueno por conocer. Con la llegada de los borbones, la marcada política centralista y las reformas sociales que los caracterizará, se romperán muchas de esas relaciones que hasta la fecha habían permitido que en el campo se dispusiera de una mínima calidad de vida. 

 David Gómez de Mora

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).