martes, 2 de mayo de 2023

Mentalidad y tradición hasta mediados del siglo XVIII. La previa a una gran metamorfosis social e ideológica

Un periodo que marcará un punto de inflexión, que tras su finalización veremos que se traducirá en una pérdida de poder e influencia del clero en esas localidades de labradores que tantas veces hemos estudiado, y que claramente estaban fundadas sobre los cimientos de un catolicismo que las había hecho prosperar en la medida de lo posible (pues sin ningún tipo de duda formaba parte de los principales engranajes que servirán para que hasta la fecha estas crecieran y mantuvieran su base social), era el intervalo de tiempo que comprende el afianzamiento del modelo de pensamiento  insertado en las gentes de nuestra geografía peninsular desde mediados del siglo XVII, hasta los cien años venideros, donde el medraje de los grupos de poder a través del clero, consolidó una forma factible de adquirir nombre y estatus a sus integrantes en aquellos espacios con escasa presión demográfica, y que a partir de ese momento irán perdiendo fuerza e interés, en detrimento de una sociedad que en lugar de poner constantemente sus ojos en el cielo, comenzaba a buscar otras respuestas alternativas desde el juicio y el empirismo ilustrado.

Aquella mentalidad católica y tradicional, verá tras lasegunda mitad del siglo XVIII una serie de cambios, que ya comenzaban a percibirse con el centralismo borbónico de las primeras décadas del siglo XVIII, y que más tarde dará pie a ideas secularizantes, que alterarán por completo los cimientos de una masa poblacional cuyo eje director era sin duda la Iglesia. Si desde la segunda mitad del siglo XVII, la importancia de la moralidad y el peso de la Inquisición serán indispensables para entender el mantenimiento de una forma de vida que parecía que nunca iría a alterarse en las zonas rurales, aquello paulatinamente iría cambiando a medida que nos iríamos introduciendo en una población que abogaba por nuevas corrientes neoclásicas que se arropaban en la razón.

Hasta ese momento, la sociedad de nuestros antepasados se hallaba enormemente preocupada por la idea del Purgatorio tal y como los investigadores presenciamos en los pagos de misas de los libros de defunciones de las parroquias locales o a través de las mandas de los testamentos que leemos en los fondos notariales, pues cuántas más misas se pudieran costear para el alma de quien iba a fallecer o sus familiares, aquello favorecía la salvación de quien ansiaba por llegar antes del Juicio Final al encuentro con Dios.

Por otro lado, la posterior mentalidad ilustrada que ponía en tela de juicio toda acción divina, se convertirá en un punto de ruptura, que promovido desde las medidas políticas de una monarquía que distaba en muchos aspectos de la que había imperado bajo un modelo tradicional hasta el momento, restaba más si cabe a muchos de nuestros antepasados la importancia del cristianismo en sus vidas, y que como era sabido, desde tiempos inmemoriales había sido el fundamento por el que se habían regido generacionalmente.

La multiplicación de fundaciones, como vínculos y mayorazgos, permitió la acumulación patrimonial en aquellas familias con recursos, una posibilidad de prosperar y alcanzar un nombre, que estaba siempre parapetada desde la Iglesia, ya que además este modelo retroalimentaba la tradición de que se ingresara en órdenes religiosas a hombres y mujeres, que colectivamente ayudaban al grueso del linaje a propiciar una mejor integración de aquellos bienes que debían de recaer en los hijos privilegiados.

Si la religiosidad fue fundamental para el mantenimiento de una sociedad conservadora, defensora de la tradición, que abogaba claramente por políticas matrimoniales acorde a una condición social y conocimiento de sus gentes; el pesimismo que ahondaba en las mentes de esas personas y que solo podía ser superado desde la fe, comenzaba a crecer.

La razón y el juicio crítico empezaron a ocupar un lugar destacado en muchas de las acciones cotidianas. Estábamos por lo tanto ante la entrada de un cambio de pensamiento que moldeará conciencias e ideas, donde el fomento de la duda será uno de los principales mecanismos que darán pie a un cambio y entrada de un nuevo periodo histórico.

El desgaste que arrastraba la Iglesia, y las críticas desde los grupos de poder posicionados en los enclaves de elevada densidad demográfica (claramente empapados de las nuevas corrientes filosóficas), marcarán la senda de esa metamorfosis y despedida de una mentalidad que durante más de un siglo había reforzado el sustrato ideológico de muchos de nuestros ancestros. Aquella mentalidad defensora del pensamiento cristiano y que recordaba gestas imperiales que ya no volverían a repetirse, irá aparejada con el surgimiento de unas nuevas corrientes que evidenciaban la decadencia de un modelo de crecimiento social, que se cebaba en los núcleos rurales con cierta autonomía económica, y que no entendían la necesidad de un cambio como aquel.

Los ataques hacia cualquier elemento que estuviese vinculado con la revelación o la guía de la fe, comenzaban a tener consecuencias en cada uno de los quehaceres diarios de unos habitantes, en los que la esperanza y necesidad de estar protegidos por el creador, se irá sustituyendo por un modo de vida que destruía parte de los valores y principios que hasta la fecha se habían establecido.

Los resquicios de la escolástica y el tomismo defendido a capa y espada por las mentes más privilegiadas del núcleo tradicional, comenzaban a caer en saco roto en sus discursos, perdiendo fuerza a medida que el pensamiento ilustrado iba avanzando terreno. Y es que a pesar de la eficiencia con la que el cambio ilustrado fue ampliando su expansión, no serían pocos los hogares que llegaron a resistir a modo de fieles caladeros ideológicos uno principios que un siglo después se materializarán en la defensa del lema triádico "Dios, Patria y Rey".

Es posiblemente en ese sector ideológico, donde todavía encontraremos los últimos resquicios o supervivientes de un poso ideológico forjado en la tradición, y que ya había empezado a peligrar desde la entrada de la segunda mitad del siglo XVIII, el cual y no por designios del azar, coincide justamente con la finalización de una periodo tan trascendental como lo fue el barroco.

David Gómez de Mora

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).