martes, 17 de noviembre de 2020

Algunas de las obras pictóricas de la Iglesia de Villarejo de la Peñuela (II)

Las pinturas de la Iglesia de Villarejo de la Peñuela tienen una clara influencia del arte Barroco. La mayoría, representan escenas marianas. Una de las más populares fue la relación de la Virgen con sus padres. Dicha parroquia conserva un cuadro en donde aparece la Virgen niña con San Joaquín. En este caso, la vemos en brazos de su padre. Esta fue una tipología bastante habitual, aunque también hay artistas que representan a ambos caminando cogidos de la mano. San Joaquín siempre suele aparecer figurado como un hombre de avanzada edad, con cabello y barba blanca, vestido con túnica azul y manto rojo. En este caso, se sitúa en medio de un espacio campestre portando a la Virgen en brazos que le mira directamente con un aire tierno y lleno de complicidad. La Virgen, por su parte, va vestida con una túnica grisácea y manto rojo o cobre. La composición de las dos figuras andando sobre un fondo de montañas de color gris genera profundidad. Este recurso, que fue muy utilizado en el Renacimiento para crear el efecto de lejanía y por tanto el naturalismo en el paisaje, también se usó en las pinturas barrocas.

Pintura de San Joaquín y la Virgen niña presente en la Iglesia de Villarejo de la Peñuela. Foto del autor

Por lo que concibe al aspecto iconológico del cuadro, hay que decir que las escenas de la Vida de la Virgen se hicieron muy populares en el arte Barroco, pues pretendían mostrar la ternura y pureza de ésta, incidiendo así en el papel de María como madre de Cristo e intercesora entre Dios y los fieles.

También fueron muy numerosas las pinturas que evocaban el sufrimiento de María por la muerte de Jesucristo. A ese respecto se enmarca otra obra que se conserva en la Iglesia de esta localidad.

Su composición es de medio cuerpo, y lo más reseñable (desde nuestro punto de vista), podría ser el uso que el artista hace de la luz, la cual está focalizada sobre el rostro y las manos para generar más fuerza y dramatismo a esta Virgen que aparece compungida de dolor. En cuanto al dibujo, genera unos rasgos muy marcados, acentuados a la vez por la intensidad con la que proyecta la luz artificial sobre la figura. El artista se detiene muy bien en los detalles, sobre todo en la corona, el rosario que lleva en su hábito, así como en la textura de las telas, especialmente la de las mangas.

Por los atributos que lleva la Virgen: el manto negro e indumentaria blanca, así como la corona de doce estrellas y que simboliza las doce tribus de Israel, junto con el aspecto triste, hace que se trate de una Virgen de luto que está llorando por su hijo muerto. En ese sentido se puede relacionar con la Virgen de los Dolores, o más concretamente, con la Virgen de la Soledad. La Soledad es en realidad una variante de la Virgen de los Dolores, ambas iconografías fueron difundidas por la orden de los Siervos de María o Servitas desde la Edad Media, aunque tuvieron mayor presencia a partir del siglo XVI. De entre las primeras imágenes que se difundieron, y de donde han tomado el modelo muchas de las que se han realizado después, destaca la escultura que Gaspar de Becerra hizo para el Convento de la Victoria de Madrid (destruida en 1936).

Pintura de la Virgen presente en la Iglesia de Villarejo de la Peñuela. Imagen: Raúl Contreras

La figura solitaria de la Virgen doliente aparece en el siglo XVI en Francia y más tarde fue exportada a España por parte de la reina Isabel de Valois, esposa de Felipe II. Aunque, por lo que respecta a la indumentaria, parece ser que la iniciadora de este modelo fue la condesa de Ureña, Doña María de la Cueva y Toledo, camarera mayor de la reina, que vistió a la imagen de la Virgen con un atuendo de viuda noble de la época.1

Esta tipología evocaba a la Virgen, la cual, después de sepultar a su hijo, permaneció en soledad recordado los tormentos padecidos por éste. Por eso, muchas veces, también se la suele acompañar con los Arma Christi o instrumentos de la Pasión. En este caso, el hecho de ser un retrato de medio cuerpo evita cualquier accesorio iconográfico que no sea solamente el rostro doliente de María, pero es evidente que sigue la línea de la obra de Becerra. Esta clase de imágenes tuvieron mucho auge durante la Contrarreforma, como ocurrirá con el modelo de la Inmaculada Concepción.2

Igualmente, sabemos que fue una de las iconografías más representativas del Barroco hispano. La Inmaculada que se conserva en Villarejo es de mayor tamaño que la pieza anterior, recordando mucho a los modelos de Murillo o Alonso Cano.

Pintura de la Inmaculada Concepción presente en la Iglesia de Villarejo de la Peñuela. Imagen: Raúl Contreras

Mientras unos ángeles sostienen unas filacterias con la advocación de María como Inmaculada Concepción, en el centro superior del cuadro se abre un rompimiento de gloria por donde aparecen las siglas de la Virgen bajo una corona. El centro de la composición está ocupado por la figura propiamente de la Virgen. Ésta, se representa en actitud de oración, con las manos juntas orientadas hacia su izquierda, mientras que su mirada se dirige a la derecha, creando así una postura en forma de zigzag que genera dinamismo a toda la escena. La escena se ve enfatizada por el baile de los pequeños ángeles niños en sus pies, que aparecen girando sobre ella, implementándose por el propio vuelo del manto de la Virgen.

La imagen de la Inmaculada fue muy popular durante la Contrarreforma, aunque su iconografía tuvo, como la anterior obra, un origen medieval. La base de su representación está relatada en el Apocalipsis: “Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Ap. 21,1). A veces, como es este el caso, se representa pisando una serpiente, evocando la idea de Virgen como nueva Eva; a la Mujer que pisa los pecados y el mal. La segunda Eva puede estar simbólicamente pisando la serpiente o dragón, en alusión a la palabra de Dios referente a la serpiente en el Paraíso del Edén (Gén 3: 15). El modelo de la Contrarreforma se consolidó bien en el siglo XVII con Francisco Pacheco en su libro “Arte de la Pintura” (1649) donde representaba a la mujer del Apocalipsis envuelta en el sol, con la luna bajo sus pies y en la cabeza una corona de Estrellas. La media luna con los cuernos hacia abajo era símbolo de castidad. El manto azul simboliza el cielo y recuerda, al mismo tiempo, la fundación de la Virgen como Reina del Cielo.3 A veces, también le suelen acompañar los símbolos que se mencionan en las letanías laurentanas, extraídas del Antiguo Testamento, como son el espejo, la fuente, el rosal o el pozo.4

David Gómez de Mora


Bibliografía:

1 FERNÁNDEZ GARCÍA, Ricardo, “La imagen de la Soledad en las artes y su versión pamplonesa”, 2010.

2 HALL, James, Diccionario de temas y símbolos artísticos, Madrid, Alianza, 1996, p. 379.

3 HALL, James, Diccionario de temas y símbolos artísticos, Madrid, Alianza, 1996, p. 378 y 381.

4 CARMONA MUELA, Juan, Iconografía cristiana. Guía básica para estudiantes, Madrid, Istmo, 2001, p. 144.

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 25 libros entre 2007-2024, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo local. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).