El catastro de Ensenada es una fuente de gran información, que nos ofrece una radiografía social, de como eran muchas de las localidades de la península ibérica durante la segunda mitad del siglo XVIII. Su interés desde la perspectiva económica es destacadísimo, puesto que supone una fuente de datos donde de manera minuciosa se habla sobre propiedades, censos, oficios y demás averiguaciones que nos muestran el grado de riqueza o pobreza en el que se situaba cada pueblo. En el momento de la elaboración del cuestionario en el que se adjuntaban un total de 40 preguntas, el alcalde era el señor don Pedro Pérez y Alonso, quien se apoyará para responder el cuestionario en los peritos locales don Francisco de Gálvez, don Cristóbal de Gálvez y don Francisco Pérez, todos ellos grandes conocedores del término, como de los recursos económicos con los que contaba el municipio, y cuyo Señorío se integraba dentro de los dominios del XI Duque de Medinaceli, don Luis Antonio Fernández de Córdoba y Spínola.
Un dato de relativo interés es la descripción paisajística que se nos hace del lugar, informándonos de que el pueblo cuenta con zonas de encinares, quejigales y monte bajo que es aprovechado como zona de pasto por parte de sus vecinos. Entre las gramíneas más importantes que se cultivaban en los campos cañeteros, veremos como el trigo y la cebada jugaron un papel destacado. Parece ser que en las zonas de regadío donde encontraríamos las huertas, los cultivos estaban dispuestos sin guardar ningún orden. No obstante estos abarcarían una extensión residual respecto a la producción global, pues en el catastro se cita que de todo el término de la referida villa, había un total de 14.000 fanegas de tierra, de las que sólo 30 eran huertas de regadío. Es decir, los cultivos de hortalizas representaban un 0'2% de la superficie total.
Sabemos que un poco más de la mitad, osea, 7120 de dichas fanegas servirán para uso de labor, quedando 6280 ocupadas por los montes donde había encinas y quejigos. Es este último grupo el que más nos interesa, pues sobre el se desarrollará una economía ganadera, que obviamente acabaría influyendo notablemente en la actividad económica de muchas familias. Recordemos que por aquellas fechas Cañete contaba con seis molinos harineros.
Imagen de Cañete la Real. Imagen: tegustaviajar.com
Las especies de ganado eran muy variadas (bovino, caballar, asnal, mular, caprino, lanar y porcino). Las crías tenían un valor determinado, por ejemplo cada vaca estaba a precio de 30 reales, las yeguas a 25, la cabra a 7 reales y un tercio por su leche. Las ovejas blancas se tasaban a 7 reales y seis maravedís, mientras que las negras a 6 reales y 18 maravedís por tener menos valor su lana. Los cerdos eran los más caros, a 48 reales la cría.
El número de viviendas ascendía a 488, aunque 14 estaban inhabitables y 16 eran prácticamente solares, lo que daba como resultado un total de 458, por lo que si aplicamos un coeficiente de habitabilidad de 4'5 en cada una de ellas, nos encontraríamos aproximadamente con un total de poco más de 2000 habitantes.
De entre todos los cortijos habidos en el pueblo (y que como sabemos no eran pocos), había dos que producían 33.819 reales. Recordemos que durante los siglos XVII y XVIII hay documentación que acreditará como Cañete se volcará con las levas y el envío de soldados a luchar a las diferentes guerras en las que serían llamados sus habitantes, fenómeno que producirá el ennoblecimiento de bastantes familias, tal y como ya comentamos en un artículo anterior y que llevaba por título “Hidalgos en Cañete la Real”. En este sentido la localidad gozará en virtud de una Real Facultad otorgada en Madrid con fecha de 28 de mayo de 1743 por el arbitro de arrendar para labor sesenta fanegas de tierra por el tiempo preciso para con su producto satisfacer 4000 reales de vellón que se sacaban del valor de los concursados en el vestuario de los milicianos con que se servía a Su Majestad. Igualmente el municipio había servido con 22.000 ducados en 1640 por una transacción sobre el uso de tierras. Una serie de operaciones que no serían la únicas, pues Cañete se vería endeudado durante múltiples ocasiones con motivo de los conflictos bélicos e intereses que desde la corona veían en su vecindario una posibilidad para explotar a través del reclutamiento de hombres.
Anualmente el pueblo pagaba al Conde de Cañete una cantidad de 3300 reales, este por cierto un título ostentado desde sus inicios por la familia de los Núñez de Villavicencio, y que fue creado por Carlos II en 1688 a favor de don Francisco José Núñez de Villavicencio y Sandier, Señor de las Cabezas de San Juan, caballero de Calatrava y Virrey de Perú. Durante la segunda mitad del siglo XVIII (más concretamente en 1764), se cambiaría el nombre del mismo por el de Condado de Cañete del Pinar, ya que no hemos de olvidar que la casa de Medinaceli (los Fernández de Córdoba) era la dueña del Señorío jurisdiccional de la población.
El peso del clero en el municipio era indiscutible, pues por aquellas fechas recibía 800 reales de vellón el Convento de San Francisco con motivo del patronato que poseía. No olvidemos los 2400 reales que se pagaban anualmente a la ciudad de Granada por el Convento de Nuestra Señora de los Ángeles, así como los 231 al Convento de San Francisco de la misma ciudad. En total en el municipio había 27 clérigos. A esto cabría sumarle las numerosas partidas por censos y pagos que iban destinadas a miembros foráneos de la nobleza, como es el caso del Duque de Medinaceli y el Duque de Arión. En el Convento de San Francisco había por aquellas fechas viviendo 20 religiosas, a lo que habría que sumar las del Convento de Carmelitas Recoletas, que junto con el administrador y el vicario sumaban otras 30 personas.
Con este panorama uno puede entender como durante los periodos de guerra este municipio mandará a muchos de sus hijos a luchar en nombre de la corona, puesta tanto la misma como las grandes familias de la nobleza recibían ingentes sumas de sus dominios, un dinero que no acababa en las arcas locales, y que explicaría el empobrecimiento de muchos de sus habitantes, y la necesidad de arriesgar sus vidas en los alistamientos bélicos que en el mejor de los casos podían comportar una hidalguía, que ayudaba a dar cierto prestigio a sus integrantes, a pesar de que esta no tuviera un largo recorrido social, pues no iba más allá del marco local en el que se movía cotidianamente una sociedad tan endogámica como la cañetera.
La población contaba con un mesón que estaba en manos de seglares, además de un hospital bajo al advocación de San José, cuya administración a mediados del siglo XVIII estaba a cargo de don Ignacio de las Cuevas. Otro servicio del que disponía eran tres tiendas de mercadería, un médico, un boticario, un sangrador, un panadero, un estanquero de tabaco, un oficial de pluma, un alguacil, un carnicero, y la elevada cifra de 44 arrieros (más otros tres que ejercían esa función con la de militar), es decir, casi medio centenar. Esto revela como Cañete era un pueblo en el que los carreteros y la ganadería se acabarían convirtiendo en uno de los principales fuertes económicos que daban cierta independencia a sus pobladores, sin necesidad de estar pendientes de los grandes terratenientes aristócratas que controlaban muchas de aquellas tierras.
Algunos cortijos medianos y pequeños eran propiedad de campesinos locales que habían conseguido hacerse con unos dominios lo suficientemente provechosos, como para al menos no tener que estar todo el año trabajando las tierras del señorito y simplemente haber de complementar trabajos auxiliares en temporadas concretas.
Dentro del sector gremial veremos oficios variopintos que demuestran la heterogeneidad del tejido económico cañetero, es el caso de dos maestros albañiles, cuatro maestros carpinteros, cuatro maestros barberos, cuatro maestros herradores, tres maestros cerrajeros, un maestro en sastrería y cinco maestros zapateros. Teniendo en cuenta que de las 458 familias que había en el pueblo, 383 personas eran jornaleros cañeteros (de los cuales 19 ejercían media jornada como milicianos y 73 pobres de solemnidad), veremos pues la creciente desigualdad social que se estaba viviendo en el lugar.
David Gómez de Mora
Bibliografía:
*Catastro de Ensenada. Municipio de Cañete la Real
*Gómez de Mora, David (2020). “Hidalgos en Cañete la Real”. En: davidgomezdemora.blogspot.com