Como
bien apuntan Romero y Arribas (2009, 51), la cría del cordero,
ternero o cerdos era un complemento para los campos, al proveer a los
habitantes de la vivienda cuando se realizaba la matanza. Una de las
características que marcarán este sector es precisamente su variedad, pues bueyes, vacas, yeguas, asnos, ovejas y
cerdos serán los que aparecerán censados en los registros del
Catastro de Ensenada. Al respecto Evelio Moreno define de forma muy
precisa esa dependencia del sector ganadero durante siglos atrás
cuando dice que “huelga
decir que Piqueras era un microcosmos dominantemente agrario. Casi
todo el mundo, casi todas las familias vivían de la agricultura,
aunque en siglos anteriores había también muchos rebaños y, en
consecuencia, un número considerable de vecinos que vivía de la
ganadería. Pero a mediados del siglo XX, los rebaños ya eran
escasos y la tendencia de la cabaña local presentaba un signo
netamente descendiente”
(Moreno, 2013, 135)
La
oveja churra está considerada como una de las razas más antiguas
que hay en la Península Ibérica, y por lo que apreciaremos en los
municipios de alrededores, era la clase más abundante dentro de la
ganadería ovina de la zona. Los precedentes ganaderos de Piqueras
se arrastran como mínimo desde los inicios de la fundación de la
localidad, a finales del siglo XII, cuando Ruiz-Checa ya esboza que
la misma torre defensiva del municipio cubriría junto con otras de
su extrarradio una red de
control y transporte de ganado. La misma naturaleza geomorfológica
del relieve, la
disposición de la vegetación y consiguiente clima, serán motivos
de peso para que los
parajes de baja rentabilidad agrícola fuesen
aprovechados para potenciar este sector entre sus vecinos. Recordemos
al respecto, como a
partir del siglo XVI ya hay constancia documental sobre alguna
disputa entre Piqueras y la Mesta, en ese sentido, Ignacio de la Rosa
comenta en su estudio sobre la Mancha conquense a principios de 1500
que “en
Piqueras, los conflictos con la Mesta, ya en 1589 (motivado por
adehesamiento de espacios para financiar los proyectos militares de
la Corona), parecen reducir los ganados locales a aquellos
merchaniegos, aunque no es así, que pastan en la dehesa carnicera
para abasto del pequeño lugar, que no es otra que los propios campos
de pan llevar después de Santa María de Agosto, pues las
pretendidas dehesas privilegiadas de la villa no parecen ser tales y
sus nombres ya nos aparecen tardíamente en el Catastro de Ensenada
(dehesa boyal de la Cañada, sobre vía pecuaria pues, o la dehesa de
la sierra del Monje o arbitraria, denominación esta última que debe
hacer referencia a los arbitrios concedidos por la Corona en la
crisis militar de 1630-1640, dando licencia para la venta de términos
baldíos)” (De la Rosa, 2020).
El peso de la ganadería siempre ha sido importante a lo largo del tiempo, especialmente en periodos concretos de la historia del lugar. Desconocemos el coste que pudo comportar el retablo solicitado al taller de los Gómez, o la adquisición de determinadas piezas religiosas, de las que hay constancia de su calidad por algún inventario que nos ha llegado de finales del siglo XIX, sin olvidar las variadas referencias de tipo económico que hemos leído en los legajos sueltos que se custodian en el Archivo Diocesano de Cuenca vinculados con la población. Desde luego mucha de esa ganancia procedía de un sector económico que a día de hoy es necesario entender más a fondo. Autores como Romero y Ballesteros (2009, 109) comentan sin especificar fechas o periodos históricos que “en el lugar de Piqueras, un tercio de la población se dedicaba al pastoreo y otro tercio más tenía esta labor como segunda actividad”. Sin lugar a dudas el porcentaje es notable, por lo que comparado con los resultados que nosotros hemos analizado de los años 1860-1870, su producción irá perdiendo fuerza, pues durante la segunda mitad del siglo XIX sólo dependerá directamente de la misma entre 1/4 ó 1/5 parte de la población.
Romero
y Ballesteros (2009, 110) indican que “por el lugar de
Piqueras no cruzaba ninguna Cañada Real pero los rebaños eran
conducidos por cordeles y caminos desviándose por un lado, a la
llamada Vereda de Ganados de Andalucía a Soria y, a su vez, se
comunicaba con la Cañada Real de Zaragoza a Andalucía”. Lo
cierto es que no contamos con datos preciosos
anteriores como los que
tenemos del siglo XVIII, no
obstante, basándonos en los registros de la cifra de vecinos,
apreciamos que por lo que concibe a las variaciones demográficas, no
se vivirán cambios sustanciales que nos hagan pensar en severas
modificaciones dentro del tejido local. Y es que si la cantidad de
almas durante la primera mitad del siglo XVI parece que sufre
algún cambio, -ya que se contaría con unos 250 habitantes, de
acorde a los 61 hogares de 1528-, (De la Rosa, 2020), más de medio
siglo después a través del censo de Castilla (año 1591) la cifra
asciende a 95 vecinos -es decir, alrededor de 380 personas- (Romero y
Ballesteros, 2009, 64), no variando tanto en centurias venideras,
como los 76 hogares de 1752 -unas 300 personas-, respecto a los 278
habitantes que había registrados en la época del Censo de
Floridablanca (año 1787).
Evelio
Moreno ya explicaba de manera clara como de importante era el nexo
entre esta sociedad rural y los animales que les acompañaban en sus
quehaceres diarios, así “la
relación del campesino con los animales era estrecha y directa,
marcada por las leyes estrictas de la necesidad. Machos mulas y
bueyes eran los animales de tiro, usados para la labranza y el
acarreo. Formaban parte del paisaje rural tanto como de la
coreografía doméstica, que habrían resultado incomprensibles sin
su presencia. La pérdida de un pollino, de un bovino o un equino se
llegaba a vivir casi como una tragedia familiar, y el alumbramiento
de alguna cría -albricias- como una auténtica bendición de Dios
para la casa” (Moreno,
2013, 88-89).
En
el Catastro de Ensenada se nos informa que para la explotación de
lana no había un esquilador profesional, sino que cada vecino
valiéndose de su familia o criados iban extraiéndola.
Sabemos que con ocho cabezas de ganado lanar se sacaba una arroba de
lana, así como otra con ocho borregas, o 25 corderos, o aprovechando
la de añinos (y que era la de baja calidad que se esquilaba de la
barriga de las ovejas jóvenes o corderas), valiendo el precio de
cada arroba 30 reales. En el caso de Piqueras (como en la gran
mayoría de zonas dedicadas a la ganadería) se distinguirá entre la
andosca (oveja de entre dos y tres años), el primal
y la primala (oveja de uno a dos años), el choto (cría de la cabra
desde que nace hasta que deja de mamar), el macho cabrío, la cegaza
(cabra antes de realizar su primer parto), el borrego, la borrega,
además de los corderos, corderas y carneros.
David Gómez de Mora
Bibliografía:
*
Catastro de Ensenada. Piqueras del Castillo.
http://pares.mcu.es/Catastro
*
Moreno Chumillas, Evelio (2013). Crónicas de Piqueras. Bubok
publishing S.L.
*
Romero Saiz, Miguel y Arribas Ballesteros, Jesús (2009). Piqueras
del Castillo. “Donde la Mancha empieza su historia”. Ediciones
provinciales, nº 88.
*
Rosa (de la) Ferrer, Ignacio (2020). El año mil quinientos de la
Mancha conquense.
*Ruiz-Checa, José Ramón (2015). Torres exentas en el ámbito del Júcar medio (Cuenca). Implantación territorial y caracterización constructiva. Tesis doctoral. Univesitat Politècnica de València. 640 pp.