La medicina es una disciplina científica que hasta la Ilustración distará mucho de la forma en como la entendemos a día de hoy. Si intentamos profundizar en su evolución, descubriremos las diferentes fases que han influido en su manera de paliar o mejorar las afecciones que ha padecido con el transcurso del tiempo el ser humano.
En este sentido, resulta interesante hacer hincapié en lo que antaño eran los lapidarios. Un conjunto de tratados que divulgaban las propiedades mágicas y curativas de determinadas piedras del reino mineral, donde se entremezclaban conocimientos alquímicos y astrológicos, que tuvieron una gran aceptación entre muchos de los eruditos que vivieron en el periodo de la Edad Media.
Bien es cierto que desde los tiempos de la cultura greco-romana, comenzaremos a leer referencias de interés, donde farmacéuticos y médicos investigan este conjunto de corrientes, en las que se intentaba averiguar que propiedades albergaba cada mineral. Famosa será la figura de Dioscórides Anazarbeo, quien a través de su obra “De Materia Médica”, alcanzó un renombre destacado, pues desde el reinado de Nerón hasta trascurrido el Renacimiento, fue por excelencia uno de los manuales más famosos que abarcaba este tipo de estudios médicos.
En los lapidarios no sólo veremos gemas, sino también rocas, metales, tipos de tierra, fósiles, restos óseos de animales, así como compuestos químicos, que formaban en su conjunto la base de estos viejos compendios médicos. José Luis Fresquet (1999), apoyándose en la obra de Calvo (1580) y Fragoso (1581), sintetiza las capacidades curativas que ambos autores adscribían a las diferentes piedras que habían estudiado en sus obras.
Nosotros sólo vamos a remitirnos a aquellos minerales y gemas que por sus características, históricamente se han usado como talismanes o elementos protectores entre las corrientes defensoras de la mineralogía mágica, y que podremos apreciar en las colecciones reales y lapidarios de nobles, donde como resultado de lo dificultoso que podía resultar su adquisición, eran custodiados como un elemento distintivo de poder, que de un modo bastante paralelo a lo que serán las compilaciones de relicarios religiosos, estuvieron extendidos entre los sectores de las élites sociales.
No olvidemos como por ejemplo en las cortes reales, se alternarán la funcionalidad decorativa, con la profiláctica, produciéndose diferentes piezas que los mejores orfebres tallaban en sus talleres. Y es que como indicábamos, además de su funcionalidad expositiva (especialmente en los momentos de recepciones o banquetes), seguía estando muy presente la creencia curativa que estos aportaban a sus poseedores.
Adjuntamos aquí las siguientes referencias, donde citamos el nombre de 30 piezas (mayoritariamente minerales) que conformaban estos lapidarios:
I) Ágata: no podemos definirla como un mineral, sino que se trata de un conjunto de variedades microcristalinas del cuarzo (una variedad de calcedonia), de la que Fragoso comentaba que “en polvo, bebida o aplicada sirve contra las picaduras de alacranes y que si se lleva en la boca mitiga la sed” (Fresquet, 1999, 63). En el lapidario valenciano (Faraudo, 1945, 200) se destaca su uso contra el dolor de pecho, otorgándole poderes mágicos, puesto que se decía que quien la llevaba en su puño con una hierba llamada “solcerol”, ningún hombre podía verlo de cerca ni de lejos.
II) Amatista: se trata de una variedad microcristalina de cuarzo violeta. Del lapidario valenciano (Faraudo, 1945, 199) podemos leer varias aplicaciones, entre las que destaca las vinculadas con el otorgamiento de una buena vida cristiana. Resulta no menos curioso y contradictorio leer en este lapidario las diferentes funciones que entremezclan lo esotérico con la religión católica, de ahí que pensamos que este texto resultaría herético, por lo tanto la información contenida en su interior sólo se divulgaría entre los círculos cerrados de la curandería. Como bien apunta Faraudo (1945, 195), las propiedades que se le asignan a estas piedras gozaban de un enorme simbolismo cabalístico, astrológico, gnóstico, propia de los lapidarios paganos, y que luego veremos en los medievales cristianizados, y que fue “motivo de lucroso sigilo gremial ávaramente celado por mercaderes, joyeros y orífices, constructores, los últimos, de los engastes labrados según la tradición romana, traspasada a nosotros por arte de los bizantinos” (Faraudo, 1945, 195).
III) Azabache: es un mineraloide de color negro, que para Dioscórides “tiene virtud de mundificar y de resolver, y se mezcla con medicinas que sirven para aliviar el cansancio y dolor de gota” (Fresquet, 1999, 71).
IV) Berilo: es un ciclosilicato reconocido como gema en algunas de sus variedades. En el lapidario valenciano se dice que el agua que toca este mineral es apta para sanar enfermedades (Farauda, 1945, 199), especialmente para quien padece fiebres y dolores de hígado.
V) Calcedonia: es un mineral de sílice que aparece citado en el lapidario valenciano. En el mismo se dice (Faraudo, 1945, 200) que quien lo lleva posee una mayor lucidez para razonar y defender sus derechos.
VI) Cinabrio: es un mineral de la clase de los sulfuros. El bermellón es una variedad terrosa de cinabrio que veremos en los lapidarios, y que según Dioscórides era útil para los ojos ya que constriñe y restaña la sangre (Fresquet, 1999, 73). Suárez de Figueroa (1733, 539) indica como Plinio creía que el cinabrio era sangre procedente de los dragones.
VII) Circón: también escrito con el nombre de zircón, es un silicato con amplia variedad de colores. En un lapidario anónimo del siglo XV (Faraudo, 1945, 197) se destaca su poder mágico, permitiendo cambiar el estado anímico de las personas, pues convierte la ira en alegría, además de ser un contraveneno.
VIII) Coral: es una materia calcárea que forma el esqueleto de este animal, del que se aprovechan sus secciones más rígidas para después poder trabajarlas. En su estructura carbonatada de calcio se integran microcristales de aragonito. Fresquet (1999, 77) reseña de Calvo (1580) que este se empleaba para combatir hemorragias nasales, así como la epilepsia. Para Dioscórides su uso ayudaba en el tratamiento de cicatrices de ojos, paliar las llagas, así como para quienes tenían dificultades en el momento de orinar. La explotación del coral generó un negocio destacado en el mediterráneo, con renombre en los casos de navegantes italianos, donde había una comercialización entorno a este producto. “En el Mediterráneo, el coral abunda principalmente en Sicilia, en el norte de África, en la Provenza, en el Golfo de Nápoles y, por supuesto, en Cerdeña, donde están los bancos de coral más prolíficos” (Doumerc, 2015, 406).
IX) Crisólito: mineral translúcido de color verde y amarillo. En el lapidario valenciano (Faraudo, 1945, 199) se le asignan poderes para combatir contra el diablo, así como cualquier tipo de enemigo.
X) Crisoprasa: es una gema fibrosa de cuarzo, que contiene pequeñas cantidades de níquel. En el lapidario valenciano (Faraudo, 1945, 201) se dice que quien la porte será bienvenido y honrado.
XI) Diamante: alótropo del carbono que posee el grado de dureza más alto de todos los materiales conocidos. Según Fragoso era un contraveneno que evitaba los malos sueños y el mal de ojo (Fresquet, 1999, 78). En el lapidario valenciano (Faraudo, 1945, 201) se resalta su valor mágico, dándole fuerza y virtud a su poseedor, además de protegerle de malos sueños, lujuria y garantizar un amor incondicional a Dios.
XII) Esmeralda: es una gema que trabajada está considerada como una de las piedras preciosas más importantes que existen, estando formada por un silicato doble de aluminio y berilio de color verde brillante debido a su contenido de óxido de cromo. Se creía que tomada en ayunas ayudaba a desecar las diarreas hemorrágicas producidas por el empleo de medicamentos fuertes (Fresquet, 1999, 79). Desde la perspectiva mágica, en el lapidario valenciano medieval (Faraudo, 1945, 197) se resalta su capacidad como piedra portadora de la alegría, que ahuyenta la mala fama y la lujuria. Al respecto Faraudo (1945, 204) nos recuerda como “no podía faltar tan valiosa piedra entre las muchas que enriquecían la corona real con que se ciñó la frente Alfonso III (El benigno) en la ceremonia de su coronación en la Seo de San Salvador de Zaragoza”.
XIII) Esmeril: se trata de un mineral muy duro. Según Fragoso era empleado como dentífrico. Suárez de Figueroa (1773, 565) nos indica que esta piedra en los lapidarios se recomendaba para la elaboración de medicamentos que tenían como función corroer y abrasar.
XIV) Espinela: es un mineral del grupo de los óxidos, transparente y de color variado, muy apreciado antaño en el mundo de los lapidarios. Es muy parecido al rubí, por lo que también se le denomina con el nombre de balaj, rubí balás o balaix en catalán. En el lapidario valenciano (Faraudo, 1945, 200) se dice que quita los malos pensamientos, la tristeza y ahuyenta la lujuria. Se le atribuyen funciones protectoras, por lo que se recomendaba frotar con el mismo la puerta de casa, así como las diferentes entradas de la vivienda.
XV) Hematites: es la forma mineral del óxido férrico. Para Fragoso era una sustancia muy recomendable que cicatrizaba las llagas de los ojos (Fresquet, 1999, 79). Suárez de Figueroa (1733, 569) indica que Galeno lo recomendaba para desecar las llagas de los pulmones.
XVI) Jaspe: es una roca sedimentaria silícea de grano fino. “Siguiendo a Galeno, dice Fragoso que llevado en el cuello conforta la boca del estómago” (Fresquet, 1999, 81). Dioscórides le atribuía poderes mágicos para combatir hechizos, acelerando el parto en las mujeres siempre que fuese era atado en el muslo de la embarazada. En el lapidario valenciano (Faraudo, 1945, 198) ya se comenta la función protectora que otorgaba a las madres que iban a dar a luz.
XVII) Magnetita: mineral de hierro constituido por óxido ferroso-diférrico, que desde antaño ha recibido el nombre de piedra imán como resultado de su fuerte magnetismo. De ahí que desde la vertiente esotérica siempre se ha creído que este ayuda a afianzar las relaciones matrimoniales. “Fragoso dice que los indios portugueses la usan para conservar la juventud. La recomienda para curar la hidropesía purgando la flema” (Fresquet, 1999, 84).
XVIII) Marcasita: es un mineral del grupo de los sulfuros, que antaño se asociaba con la pirita, englobándose antaño de forma idéntica en algunos lapidarios, a pesar de que hablamos de dos tipologías diferentes, siendo también conocida como pirita blanca. De acuerdo a Fragoso, la marcasita ayudaba a paliar los hinchazones, además de emplearse para los cánceres duros si se echaba con vinagre (Fresquet, 1999, 81).
XIX) Ónice: es una piedra semipreciosa, considerada como una variedad de ágata o calcedonia. En el lapidario valenciano (Faraudo, 1945, 199) se destaca su capacidad de aportar riqueza a quien la posee, además de que hace hablar al hombre mudo durante sus sueños.
XX) Oro: es un metal precioso cargado de enorme simbolismo. Fragoso cuenta lo que ya relatan otros autores, realzando su función reconfortante para el corazón (Fresquet, 1999, 82).
XXI) Oropimente: mineral compuesto por arsénico y azufre de baja dureza de color amarillo anaranjado. Dioscórides dice que tenía fuerza de constreñir, así como de corroer la carne y generar costras (Fresquet, 1999, 83).
XXII) Perla: es un mineral de origen orgánico de forma esférica compuesto por nácar. “Dice Fragoso que con su polvo se hacen tabletas para confortar el corazón” (Fresquet, 1999, 83).
XXIII) Pumita (piedra pómez): roca ígnea volcánica muy porosa, de color blanco o gris. Fragoso la recomienda como dentífrico y fortalecedor de encías flojas (Fresquet, 1999, 84).
XXIV) Rubí: es una gema de color rojizo, enormemente valorada en los lapidarios, que pertenece a la familia del corindón. En el lapidario valenciano se dice que trae honor y señorío, así como si se baña con agua, este líquido puede emplearse para curar animales enfermos (Faraudo, 1945, 197). Citando a Ibn Wáfid, en su libro de medicinas (fol. 95), (Faraudo, 1945, 206) dice al respecto que combinándose con un anillo de oro es un gran repelente de males de ojo.
XXV) Rubinejo: es una variedad de rubí que aparece frecuentemente en los lapidarios medievales. Al respecto Faraudo (1945, 206) nos informa que en el inventario de la reina María de Aragón, ésta dejó a sus hijas las infantas Constanza y Juana una corona de oro, seguida de otras joyas, entras las que aparece citado el balaixet. Surge pues la cuestión de si hemos de diferenciar entre el balaix (atribuído a la espinela) del balaixet (y que en algunos lapidarios se diferencia como otra variedad de rubí).
XXVI) Sardónica: es un ágata de color amarillento que en el lapidario valenciano (Faraudo, 1945, 200) es citada como reconfortante para el sueño y ahuyentadora de malos pensamientos.
XXVII) Topacio: es un mineral que antaño en ocasiones era confundido con el diamante. En el lapidario valenciano del siglo XV se dice que quien porta esta piedra ama a Dios (Faraudo, 1945, 197).
XXVIII) Turmalina: concepto que engloba una amplia variedad de silicatos de composición química compleja. En el lapidario valenciano (Faraudo, 1945, 201) es citada como “alencori”. Según se creía procedía del vientre de los gallos de mar, añadiéndose que quien lo portaba era invencible en el campo de batalla, además de que puesto en la boca saciaba la sed. Otra de las creencias estribaba en vincular el lincurio como un mineral generado a partir de la orina petrificada de los linces. Esta idea cogerá fuerza a través de los bestiarios medievales, en donde se representará al animal orinando este mineral. Como apunta Faraudo (1945, 215) en catalán se conocía con el nombre de “pedra de gall”, apareciendo citada en octubre de 1389, cuando Juan I de Aragón, escribe desde Monzón a Pedro Ça Costa para ordenarle urgentemente el envío de este mineral.
XXIX) Turquesa: es un mineral de color azul verdoso poco frecuente. Fragoso nos comenta lo mismo que otros autores, aceptando su aplicación para la vista e incluso como detector de adulterios, ya que en ese caso la piedra adquiría un color verdoso, llegando incluso a romperse (Fresquet, 1999, 87).
XXX) Zafiro: es una variedad del corindón azul, aunque también puede presentar diferentes tonalidades. Para Fragoso era apto en usos contravenenosos y para situaciones pasionales. Galeno lo recomienda cuando se producían picaduras de escorpión (Fresquet, 1999, 85). En el lapidario valenciano (Faraudo, 1945, 198) se dice que conforta el corazón de la persona, además de que puede emplearse como protector, hasta el punto de que permite salir de la cárcel al preso que la posea, prevenir el mal de ojo, y guardar la castidad de su portador, complementándose con funciones de tipo sanador, como combatiente contra la fiebre y antiinflamatorio de ganglios linfáticos.
Las colecciones Reales
Fue habitual en las casas reales durante el Medievo la presencia de obras de esta índole, que a pesar de ser desconsideradas por la Iglesia Católica, embriagaban de curiosidad a sus poseedores. Todo ello sucedía en un periodo en el que la medicina se entremezclaba con prácticas poco ortodoxas en lo que concibe al método científico, donde el empeño por profundizar en los estudios humanístico era argumento suficiente como para poseer algún ejemplar.
La nobleza siguiendo con la costumbre de imitar todo lo que venía de palacio, desarrolló un notable interés por poseer este tipo de libros, complementándose con la adquisición de los minerales citados en su interior, lo que dio pie a un conjunto de colecciones, que obviamente no estaban al alcance de todas las personas. Tengamos en cuenta que todavía durante el Medievo había determinadas clases de rocas que eran difíciles de conseguir, puesto que se hallaban en yacimientos concretos, sobre los que nada había publicado. De ahí que mercaderes y joyeros desempeñarían un importante rol en la difusión de su comercio.
Faraudo de Saint-Germain (1945, 196) comenta como la preocupación de los monarcas por sufrir un envenenamiento, así como la mera codicia de obtenerlas en sus colecciones privadas, eran razones que empujaban al pago de sumas de dinero. Así en la biblioteca del rey Martín I se anota a principios del siglo XV un libro pequeño llamado “De les propietats de pedras e de erbas”, junto con otro que llevaba por título “De natura de pedras e de matalls”. Comenta este autor que entre los bienes del príncipe de Viana, Carlos de Trastámara y Évreux, aparecen otro par de obras de la misma tipología ( un “Libre de Pedres Precioses”, así como un lapidario francés).
El lapidario valenciano es el nombre con el que identificamos un manuscrito del siglo XV presente en la Biblioteca de la Universitat de València, donde se recoge una miscelánea de variados tratados científicos de la época. Se trata de una pieza bibliográfica de notable interés, que alberga el saber popular de la Edad Media.
Siguiendo con la tradición bíblica, el manuscrito se estructura sobre la cifra de las doce piedras que decoraban los cimientos murales de Jerusalén, aunque como apunta Faraudo de Saint-Germain (1945, 201) no son exactamente las mismas que aparecen en las sagradas escrituras, siendo concretamente ocho (amatista, berilo, crisólito, esmeralda, jaspe, sardio, topacio u zafiro), añadiéndole las del apocalipsis (calcedonia, crisoprasa, jacinto y sardónica), así como las del éxodo (ágata, carbunclo, lincurio y ónice). Como bien apunta el autor, el manuscrito valenciano añade seis más a las doce que configuran la cifra tradicional, a lo que habría que sumar tres no comprendidas en las escrituras bíblicas (estas son la espinela -balaj-, el diamante y el lungeos).
Por lo tanto, el listado de minerales que aparecen en el referido lapidario valenciano se compone de un total de 19 piedras diferentes: circón, topacio, esmeralda, rubí, rubinejo, zafiro, jaspe, lungeos (sin identificar), amatista, crisólito, ónice, berilo, ágata, espinela, calcedonia, sardónica, diamante, crisoprasa y turmalinas.
Valgan pues estas líneas para comprender un poco mejor como de importante fue antaño entre las personas con recursos, la creación de colecciones de minerales por distintas razones, bien fuese por su uso decorativo, además del que especialmente pesaba en la mentalidad de muchos físicos de la época: la acción medicinal o protectora de malos augurios.
David Gómez de Mora
Bibliografía:
* Doumerc, Bernard (2015). "Le corail, production et circulation d’un produit de luxe à la fin du moyen âge". Mercados de lujo, mercados del arte. El gusto de las élites mediterráneas en los siglos XIV y XV / Eds. Sophie Brouquet y Juan V. García Marsilla. 399-414 pp.
* Faraudo i de Sant-Germain, Lluís (1945). "Noticia de un lapidario valenciano del siglo XV". Boletín de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona vol. 18, pp. 193-216
* Fresquet Febrer, José Luis (1999). "El uso de productos del reino mineral en la terapéutica del siglo XVI. El libro de los medicamentos simples de Juan Fragoso (1581) y el antidotario de Juan Calvo (1580)". Asclepio, vol. LI-1-1999, pp. 55-87
* Suárez de Ribera, Francisco (1733). Pedacio Dioscorides Anazarbeo, annotado por el doctor Andrés Laguna... / su autor... Francisco Suárez de Ribera...; tomo segundo, que contiene el tercero, quarto, quinto y sexto libro de la Colectanea de la materia de los medicamentos. Madrid.