domingo, 22 de marzo de 2020

La capilla de los Perea Zapata en Barchín del Hoyo


Siguiendo con las costumbres de las familias de la nobleza local y que estaban viviendo una buena situación económica, la casa de los Perea Zapata ya había tomado la iniciativa de dar un paso más, y levantar un espacio con un toque personal dentro de la Iglesia de Barchín.
Para ello invertirían lo que fuese necesario, con tal de distinguirse del resto de linajes que eran enterrados dentro del templo. Las capillas familiares eran construcciones que realzaban el estatus de sus integrantes, además de una seña efectiva que los promocionaba para todo aquel vecino, curioso o visitante que deseara introducirse en el edificio más importante del pueblo. Este tipo de obras eran un claro signo de poder, en las que de modo intencionado veremos como se muestra de manera repetida el escudo de armas del linaje que las poseía. Un mensaje claro y contundente.
El blasón de sus promotores puede verse tanto en la puerta, como en la zona interior de la capilla. Ya comentábamos como durante la segunda mitad del siglo XVII, muchos linajes comienzan a extender esta costumbre en la zona. Es el caso de los Reyllo, así como los Ximénez-Moreno en Buenache de Alarcón.
Por lo que respecta a los Ruiz de Alarcón, éstos ya se habían anticipado mucho antes a la creación de una capilla en el caso de Piqueras del Castillo, como también en el vecino Buenache. Visto así, los Perea Zapata venían a ser un linaje más que pretendía seguir aquella estela.
Analizando las armas de la capilla que lleva en su retablo como principal advocación a San Julián, observamos cuatro cuarteles, adscritos a diversos apellidos.
Acceso de la capilla. Imagen: Raúl Contreras
Sabemos que las relaciones entre los Perea, Zapata, de la Torre y Montoya, fueron una realidad confirmada por las ejecutorias de hidalguía desde el siglo XVI. Creándose así una estrecha relación entre un conjunto de linajes (algunos con bastante solera), tal y como sucedía con los Zapata (que sin saber de manera precisa que tipo de nexos pudieron guardar con la casa primitiva de infanzones aragoneses a los que invocaba su linaje), eran conscientes de que gente más popular invocaba su mismo apellido (los Señores del Provencio). Obviamente este tipo de estrategias se extendieron por doquier en todo nuestro territorio, de ahí la necesidad de enfatizar, seleccionar y anteponer dentro de cada casa aquellos apellidos que pudiesen permitir una imagen más beneficiosa para medrar.
Igual de popular era el caso de los Montoya, y que como bien sabemos estarán incluso detrás de las fundaciones de algunos de los lugares que había por estas tierras. Sus alianzas matrimoniales, eran en realidad un catalizador social que permitía incrementar sus posibilidades a la hora de alcanzar puestos destacados dentro del Santo Oficio, además de expandir sus dominios.
Detalle del escudo en el acceso a la capilla. Imagen: Raúl Contreras
Siguiendo la pieza heráldica que vemos decorada en la puerta de forja de la capilla, apreciamos los cuatro cuarteles del escudo, y que pasamos a describir a continuación:
En el primer cuartel en campo de oro, cinco panelas de sinople puestas en sotuer (familia Perea).
En el segundo cuartel en campo de azur, una torre de oro y dos leones empinados a la torre de su color (familia de la Torre).
En el tercer cuartel en campo de gules, cinco zapatas de sable y oro a jaquelas puestas en sotuer, que traen en bordura de gules ocho escudetes del mismo oro, cada uno a banda de sable atravesado (familia Zapata).
En el cuarto cuartel en campo de azur, diez panelas de plata puestas en palo, tres, tres, tres, una, que traen en bordura de gules ocho aspas de oro (familia Montoya).
El origen de los escudos se encontraba en don Cristóbal Perea Zapata, quien siguiendo las políticas endogámicas que a su familia tantos réditos le proporcionarán, casó con doña Juana de Zapata, fruto de cuyo matrimonio nacerá don Diego de Perea Zapata, personaje clave, y que casará con doña Mariana de la Torre Vizcarra Montoya (Gómez de Mora). Ambos sellarán su alianza en 1641, siendo precisamente sus apellidos los que veremos representados en los blasones que habrá presentes en diferentes puntos del pueblo, como sucederá con su casa solariega o la capilla privada de la Iglesia.
Emblema heráldico de los fundadores de la capilla, donde apreciamos de nuevo los mismos cuatro cuarteles que dominan en la entrada. Imagen: Raúl Contreras

En este caso las armas están invertidas respecto a las que hemos visto en el resto de la capilla, colocándose el segundo cuartel en el lugar que ocupaba el primero, así como el tercero donde estaría el cuarto y viceversa. Creemos que ello se debería a la idea ornamental de que el emblema habría de ofrecer una imagen simétrica en el sentido estricto, anteponiéndose a las normas dictadas por el protocolo heráldico.
Aunque si hay un elemento que destaca dentro de la capilla de esta familia, ese es el del retablo de San Julián, quien fue segundo Obispo de Cuenca, presidiendo por ello el altar de la Capilla del Evangelio de esta Iglesia de la Asunción de Barchín del Hoyo. Según el libro: “Vida, virtudes y milagros de San Julián, segundo Obispo de Cuenca” de Bartolomé Alcázar, la capilla fue fundada en 1689 (seguramente sería cuando se otorgó la licencia) por Don Pedro Perea Zapata, Prior y canónigo de Cuenca, descendiente de los linajes antes descritos. Este libro comenta que la capilla que se había hecho en dicha iglesia era “muy decente” y “con mucho adorno, en el sitio más principal, à el lado del Evangelio, con licencia del señor obispo; y ha dotado vna capellanía con su capellán, para que cuyde de ella” (Lib. II, Cap. XXI, p. 291). 
Evidentemente, “con mucho adorno” se refería a la decoración del momento, pues el pleno barroco se hacía notar en cualquiera de los retablos e imágenes que se llevaban a cabo en cada parroquia; incluidas las de poblaciones pequeñas como en el caso que nos ocupa. Siguiendo la moda imperante de la Corte y sobre todo de las influencias que venían de Salamanca con los modelos de los hermanos Churriguera, el estilo de este retablo de la segunda mitad del siglo XVII, obedece al canon churrigueresco, caracterizado por la utilización de columnas salomónicas, estípites y la decoración a base de zarzillos, sarmientos u otros motivos vegetales.
El retablo encaja perfectamente con la forma de capilla, adaptándose al arco de medio punto de la bóveda de ésta y dejando espacio para los escudos de los promotores de la obra, a ambos lados. El retablo está compuesto por banco, dos pisos y tres calles. El primer piso se distribuye en torno a cuatro columnas salomónicas decoradas con racimos de uvas y sarmientos que separan el retablo en tres calles. Las uvas tienen su razón de ser, pues simbolizan el vino eucarístico. En la calle principal, y más ancha que las laterales, se representa una escultura de San Julián de bulto redondo y de madera policromada. Es la única imagen en forma de escultura. En las calles laterales, se representa a San Pedro, en el lado del Evangelio, y a San Pablo en el de la Epístola en forma de pinturas.
Retablo de la capilla de San Julián. Imagen: Raúl Contreras
El segundo piso, se articula con dos estípites (especie de pilastras en forma de pirámide invertida) decoradas con guirnaldas de flores, que se levantan sobre el friso y la cornisa del piso inferior. Su función es más bien ornamental. Entre estos estípites, y situada en la calle central, se muestra una pintura con una de las escenas de la vida de San Julián: el momento en que recibe la visita de la Virgen María cuando le da una palma. La Virgen aparece en un estadio supraterrenal, rodeada de ángeles, mientras que el Santo Obispo permanece de rodillas frente a ella recibiendo la palma, en señal de su virginidad y pureza (Lib. III, Cap. II, p. 331-332). La composición, en diagonal, obedece a los cánones barrocos, que hacen énfasis en estas perspectivas forzadas para acentuar el dinamismo, y a veces el dramatismo de la escena.
Por último, otro elemento que cabe señalar del retablo es el tabernáculo, utilizado para guardar el cuerpo de Cristo. En este caso está incrustado en el mismo banco, justo debajo de la hornacina de San Julián. Se puede atisbar el resto del banco porque el pequeño armario está decorado con un cáliz, así como la Sagrada Forma junto a las siglas alfa y omega. A raíz del Concilio de Trento se enfatizó la importancia de la veneración del Santísimo Sacramento, por lo que es habitual encontrarlo en la capilla del Evangelio.
Parte central del retablo. Imagen: Raúl Contreras
La decoración del retablo se complementa con elementos vegetales y caras de niños, que ocupan frisos, cornisas, columnas y cualquier espacio que quede libre. El juego entre elementos curvos y rectos, así como la decoración floral en relieve, crea una sensación de luces y sombras que caracterizará el efecto de dinamismo y teatralidad imbuido por los preceptos del Concilio de Trento. Así mismo, y tan propio del barroco, se suma el hecho de mezclar la arquitectura, la pintura y la escultura en una misma obra, evocando la conjunción de todas las artes, tan en boga durante este período artístico.
Por otro lado, aunque la capilla fue patrocinada de modo particular, las razones que impulsaron a dedicarla a San Julián, puede que excedieran al simple hecho de que fuera el obispo de Cuenca, pues en los años en que se realizó es cuando se experimentó el período de mayor grado de hambruna, debido a la escasez de alimentos que, unidos con el tercer brote de peste en el siglo XVII, asoló a gran parte de la población e hizo que aumentara el culto hacia santos como San Roque, San Sebastián y especialmente San Julián, abogados contra la peste y la hambruna. Entre 1647 y 1652 un segundo brote de peste asoló Andalucía y la zona oriental de la península Ibérica, siendo el último entre 1676 y 1684. De esa segunda mitad del seiscientos datan muchas de las imágenes y retablos dedicados a este santo. Buenos ejemplos de ellos los tenemos en Uclés, Villalba, Las Mesas, Villarejo de Espartal, Canalejas, Utiel, Requena, Villanueva de Guadamejud, en Carrascosa del Campo, en la Capilla del Convento de Nuestra Señora de la Merced, de Huete, e incluso en Málaga y otras tantas ciudades andaluzas, en Murcia o en Lorca (Lib. III, Cap. XIX, p. 459).
Valgan pues estas notas como un conjunto de referencias históricas, genealógicas y artísticas, acerca de un primer análisis detallado sobre una de las piezas más importantes con las que cuenta la Iglesia del municipio de Barchín del Hoyo.
David Gómez de Mora
Bibliografía:
* Alcázar, Bartolomé (1692). Vida, virtudes y milagros de San Julián, segundo Obispo de Cuenca. Madrid

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 25 libros entre 2007-2024, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo local. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).