Siguiendo con las costumbres de
las familias de la nobleza local y que estaban viviendo una buena situación
económica, la casa de los Perea Zapata ya había tomado la iniciativa de dar un
paso más, y levantar un espacio con un toque personal dentro de la Iglesia de
Barchín.
Para ello invertirían lo que
fuese necesario, con tal de distinguirse del resto de linajes que eran
enterrados dentro del templo. Las capillas familiares eran construcciones que
realzaban el estatus de sus integrantes, además de una seña efectiva que los
promocionaba para todo aquel vecino, curioso o visitante que deseara
introducirse en el edificio más importante del pueblo. Este tipo de obras eran
un claro signo de poder, en las que de modo intencionado veremos como se
muestra de manera repetida el escudo de armas del linaje que las poseía. Un
mensaje claro y contundente.
El blasón de sus promotores puede
verse tanto en la puerta, como en la zona interior de la capilla. Ya
comentábamos como durante la segunda mitad del siglo XVII, muchos linajes
comienzan a extender esta costumbre en la zona. Es el caso de los Reyllo, así
como los Ximénez-Moreno en Buenache de Alarcón.
Por lo que respecta a los Ruiz de
Alarcón, éstos ya se habían anticipado mucho antes a la creación de una capilla
en el caso de Piqueras del Castillo, como también en el vecino Buenache. Visto
así, los Perea Zapata venían a ser un linaje más que pretendía seguir aquella
estela.
Analizando las armas de la
capilla que lleva en su retablo como principal advocación a San Julián,
observamos cuatro cuarteles, adscritos a diversos apellidos.
Acceso
de la capilla. Imagen: Raúl Contreras
Sabemos que las relaciones entre
los Perea, Zapata, de la Torre y Montoya, fueron una realidad confirmada por
las ejecutorias de hidalguía desde el siglo XVI. Creándose así una estrecha
relación entre un conjunto de linajes (algunos con bastante solera), tal y como
sucedía con los Zapata (que sin saber de manera precisa que tipo de nexos
pudieron guardar con la casa primitiva de infanzones aragoneses a los que
invocaba su linaje), eran conscientes de que gente más popular invocaba su
mismo apellido (los Señores del Provencio). Obviamente este tipo de estrategias
se extendieron por doquier en todo nuestro territorio, de ahí la necesidad de
enfatizar, seleccionar y anteponer dentro de cada casa aquellos apellidos que
pudiesen permitir una imagen más beneficiosa para medrar.
Igual de popular era el caso de
los Montoya, y que como bien sabemos estarán incluso detrás de las fundaciones
de algunos de los lugares que había por estas tierras. Sus alianzas
matrimoniales, eran en realidad un catalizador social que permitía incrementar
sus posibilidades a la hora de alcanzar puestos destacados dentro del Santo Oficio,
además de expandir sus dominios.
Detalle
del escudo en el acceso a la capilla. Imagen: Raúl Contreras
Siguiendo la pieza heráldica que
vemos decorada en la puerta de forja de la capilla, apreciamos los cuatro
cuarteles del escudo, y que pasamos a describir a continuación:
En el primer cuartel en campo de
oro, cinco panelas de sinople puestas en sotuer (familia Perea).
En el segundo cuartel en campo de
azur, una torre de oro y dos leones empinados a la torre de su color (familia
de la Torre).
En el tercer cuartel en campo de
gules, cinco zapatas de sable y oro a jaquelas puestas en sotuer, que traen en
bordura de gules ocho escudetes del mismo oro, cada uno a banda de sable
atravesado (familia Zapata).
En el cuarto cuartel en campo de
azur, diez panelas de plata puestas en palo, tres, tres, tres, una, que traen
en bordura de gules ocho aspas de oro (familia Montoya).
El origen de los escudos se
encontraba en don Cristóbal Perea Zapata, quien siguiendo las políticas
endogámicas que a su familia tantos réditos le proporcionarán, casó con doña
Juana de Zapata, fruto de cuyo matrimonio nacerá don Diego de Perea Zapata,
personaje clave, y que casará con doña Mariana de la Torre Vizcarra Montoya
(Gómez de Mora). Ambos sellarán su alianza en 1641, siendo precisamente sus
apellidos los que veremos representados en los blasones que habrá presentes en
diferentes puntos del pueblo, como sucederá con su casa solariega o la capilla privada
de la Iglesia.
Emblema heráldico de los fundadores de la capilla, donde apreciamos de nuevo los mismos
cuatro cuarteles que dominan en la entrada. Imagen: Raúl Contreras
En este caso las armas están
invertidas respecto a las que hemos visto en el resto de la capilla,
colocándose el segundo cuartel en el lugar que ocupaba el primero, así como el
tercero donde estaría el cuarto y viceversa. Creemos que ello se debería a la
idea ornamental de que el emblema habría de ofrecer una imagen simétrica en el
sentido estricto, anteponiéndose a las normas dictadas por el protocolo heráldico.
Aunque si hay un elemento que
destaca dentro de la capilla de esta familia, ese es el del retablo de San
Julián, quien fue segundo Obispo de Cuenca, presidiendo por ello el altar de la
Capilla del Evangelio de esta Iglesia de la Asunción de Barchín del Hoyo. Según
el libro: “Vida, virtudes y milagros de
San Julián, segundo Obispo de Cuenca” de Bartolomé Alcázar, la capilla fue
fundada en 1689 (seguramente sería cuando se otorgó la licencia) por Don Pedro Perea
Zapata, Prior y canónigo de Cuenca, descendiente de los linajes antes descritos.
Este libro comenta que la capilla que se había hecho en dicha iglesia era “muy decente” y “con mucho adorno, en el sitio más principal, à el lado del Evangelio,
con licencia del señor obispo; y ha dotado vna capellanía con su capellán, para
que cuyde de ella” (Lib. II, Cap. XXI, p. 291).
Evidentemente, “con mucho adorno” se refería a la
decoración del momento, pues el pleno barroco se hacía notar en cualquiera de
los retablos e imágenes que se llevaban a cabo en cada parroquia; incluidas las
de poblaciones pequeñas como en el caso que nos ocupa. Siguiendo la moda
imperante de la Corte y sobre todo de las influencias que venían de Salamanca
con los modelos de los hermanos Churriguera, el estilo de este retablo de la
segunda mitad del siglo XVII, obedece al canon churrigueresco, caracterizado
por la utilización de columnas salomónicas, estípites y la decoración a base de
zarzillos, sarmientos u otros motivos vegetales.
El retablo encaja perfectamente
con la forma de capilla, adaptándose al arco de medio punto de la bóveda de
ésta y dejando espacio para los escudos de los promotores de la obra, a ambos
lados. El retablo está compuesto por banco, dos pisos y tres calles. El primer
piso se distribuye en torno a cuatro columnas salomónicas decoradas con racimos
de uvas y sarmientos que separan el retablo en tres calles. Las uvas tienen su
razón de ser, pues simbolizan el vino eucarístico. En la calle principal, y más
ancha que las laterales, se representa una escultura de San Julián de bulto
redondo y de madera policromada. Es la única imagen en forma de escultura. En
las calles laterales, se representa a San Pedro, en el lado del Evangelio, y a
San Pablo en el de la Epístola en forma de pinturas.
Retablo
de la capilla de San Julián. Imagen: Raúl Contreras
El segundo piso, se articula con
dos estípites (especie de pilastras en forma de pirámide invertida) decoradas
con guirnaldas de flores, que se levantan sobre el friso y la cornisa del piso
inferior. Su función es más bien ornamental. Entre estos estípites, y situada
en la calle central, se muestra una pintura con una de las escenas de la vida
de San Julián: el momento en que recibe la visita de la Virgen María cuando le
da una palma. La Virgen aparece en un estadio supraterrenal, rodeada de
ángeles, mientras que el Santo Obispo permanece de rodillas frente a ella
recibiendo la palma, en señal de su virginidad y pureza (Lib. III, Cap. II, p.
331-332). La composición, en diagonal, obedece a los cánones barrocos, que
hacen énfasis en estas perspectivas forzadas para acentuar el dinamismo, y a
veces el dramatismo de la escena.
Por último, otro elemento que
cabe señalar del retablo es el tabernáculo, utilizado para guardar el cuerpo de
Cristo. En este caso está incrustado en el mismo banco, justo debajo de la
hornacina de San Julián. Se puede atisbar el resto del banco porque el pequeño
armario está decorado con un cáliz, así como la Sagrada Forma junto a las
siglas alfa y omega. A raíz del Concilio de Trento se enfatizó la importancia
de la veneración del Santísimo Sacramento, por lo que es habitual encontrarlo
en la capilla del Evangelio.
Parte
central del retablo. Imagen: Raúl Contreras
La decoración del retablo se
complementa con elementos vegetales y caras de niños, que ocupan frisos,
cornisas, columnas y cualquier espacio que quede libre. El juego entre
elementos curvos y rectos, así como la decoración floral en relieve, crea una
sensación de luces y sombras que caracterizará el efecto de dinamismo y
teatralidad imbuido por los preceptos del Concilio de Trento. Así mismo, y tan
propio del barroco, se suma el hecho de mezclar la arquitectura, la pintura y
la escultura en una misma obra, evocando la conjunción de todas las artes, tan
en boga durante este período artístico.
Por otro lado, aunque la capilla
fue patrocinada de modo particular, las razones que impulsaron a dedicarla a San
Julián, puede que excedieran al simple hecho de que fuera el obispo de Cuenca,
pues en los años en que se realizó es cuando se experimentó el período de mayor
grado de hambruna, debido a la escasez de alimentos que, unidos con el tercer
brote de peste en el siglo XVII, asoló a gran parte de la población e hizo que
aumentara el culto hacia santos como San Roque, San Sebastián y especialmente
San Julián, abogados contra la peste y la hambruna. Entre 1647 y 1652 un
segundo brote de peste asoló Andalucía y la zona oriental de la península
Ibérica, siendo el último entre 1676 y 1684. De esa segunda mitad del
seiscientos datan muchas de las imágenes y retablos dedicados a este santo.
Buenos ejemplos de ellos los tenemos en Uclés, Villalba, Las Mesas, Villarejo
de Espartal, Canalejas, Utiel, Requena, Villanueva de Guadamejud, en Carrascosa
del Campo, en la Capilla del Convento de Nuestra Señora de la Merced, de Huete,
e incluso en Málaga y otras tantas ciudades andaluzas, en Murcia o en Lorca
(Lib. III, Cap. XIX, p. 459).
Valgan pues estas notas como un
conjunto de referencias históricas, genealógicas y artísticas, acerca de un
primer análisis detallado sobre una de las piezas más importantes con las que
cuenta la Iglesia del municipio de Barchín del Hoyo.
David
Gómez de Mora
Bibliografía:
* Alcázar, Bartolomé (1692).
Vida, virtudes y milagros de San Julián, segundo Obispo de Cuenca. Madrid