Villarejo de la Peñuela es un
modesto municipio de la Alcarria conquense, emplazado en una zona de escasa
pendiente, en medio de un apacible valle, rodeado por montañas desde donde
siglos atrás hubo prolongadamente no más de un centenar de casas de vecinos,
capaces de autorregular su descendencia a través de políticas matrimoniales no
excesivamente abiertas.
En relación con otros enclaves
del territorio alcarreño, Villarejo no será una localidad que se enriquecerá gracias
a un intenso modelo de explotación agrícola, no obstante, a diferencia de otros
pueblos complementaba su economía de secano con cultivos de huerta, aprovechando
la privilegiada área fértil sobre la que se encuentra, y que como sabemos era
escasa en esta zona de la provincia.
Ello obviamente no impidió la proliferación
de diversos linajes, que consolidaron el nacimiento de algunas casas, en su
inmensa mayoría de labradores, con capacidad para explotar sus tierras, cuya
labor complementaban con otro tipo de trabajos dependiendo de la época del año.
Y es que, si algo caracterizó la
vieja economía de Villarejo, fue la complementariedad de sus oficios. Tenemos
constancia de que la presión señorial fue una realidad que tuvo su afección, aunque
sin llegar a asfixiar la permanencia del pueblo, tal y como ocurrió en Carrascosilla. Sobre las familias de la pequeña nobleza rural, sin necesidad de
entrar en contacto con la línea genealógica de sus señores, vemos por ejemplo en
una de sus calles una vivienda con un escudo de armas, vinculado con la familia
Castro y que muy probablemente tenga relación con un linaje de labradores autóctonos
(los Saiz), ya que conjuntamente éstos aparecen sellando alianza matrimonial con
una de las integrantes de este clan. Decir que la presencia de este apellido, y
que en diferentes puntos de la comarca será reconocido como miembro del estado
noble (a pesar de las acusaciones de conversión que le acechaban), lo hemos
visto también en la localidad de La Peraleja durante la segunda mitad del siglo
XVI.
Representación
de Villarejo de la Peñuela y su área geográfica. Tomás López, Diccionario
Geográfico de España, fol. 883
Si leemos los datos que se nos
dan sobre Villarejo en los tiempos del Catastro de Ensenada, podremos apreciar
como a mitad del siglo XVIII no había yeguadas en el término, aunque como era
de esperar sí que existían “mulas,
machos, burros y burras” para labrar las huertas. Analizando la
distribución de las vías de comunicación, vemos que desde tiempo atrás este
pueblo sabe sacar rédito de su posición estratégica, un factor vital, que le
proporcionará establecer nexos con otros asentamientos mejor comunicados, conectados
mediante caminos de herradura, con los que podían comercializar excedentes
agrícolas.
De acuerdo al texto mencionado, “no hay arrieros que traten en sacar fruta,
ni uvas a vender fuera, y que, si algunas cargas salen, las conducen los
cosecheros con seis caballerías, faltando con sus personas, criados y
caballerías en tiempo de la uva, a la simentera de granos y en el de la fruta a
la recolección de ellos”. Matizándose que “las cargas de algunos vecinos sacan de por sí, y sus caballerías”
diferentes productos, entre los que veremos los cultivados en sus huertas y
fincas de secano.
Línea
de comunicaciones. Mapa del año 1692
A pesar de que a mediados del
siglo XVIII en el pueblo no hubiera más de setenta casas de vecinos, se mencionan
tres tejedores y hasta un total de treinta y pico personas relacionadas con la
comercialización de uvas, guindas y cerezas. Estos fueron Pedro de Cañas,
Manuel Delgado, Vicente Martínez, Ginés Torrijos, María de Cañas, Josefa de
Cañas, Adrián de Torralba, Joseph de Cañas, Mateo González, Luís González,
Andrés López, Juan del Rincón, Antonio Ocaña, Manuel González, Manuel de Soria,
María Delgado, Juan Delgado, Francisco López, Francisco de Cañas, Domingo
Pérez, Juan Pérez, Valentín González, Diego Muñoz, Miguel de Torrijos, Félix
Ortega, Miguel Pérez, Miguel Delgado, Miguel Saiz, Felipe López, Juan Pérez,
Donato González, Pedro de Cifuentes, Pascual de la Cruz y el optense don Joseph
Cabeza.
En el diccionario de Tomás López
se precisa que los productos cultivados en su término son trigo, cebada, avena,
garbanzos, judías, uvas, cerezas, guindas, ciruelas y ceremeñas. Sin celebrarse
ferias, mercados u otros acontecimientos que permitieran de manera más activa
la entrada de género procedente del exterior.
Una localidad como decimos con
unas pautas de autosubsistencia destacables, pero sobre la que habría que sumar
una red de contactos que de puertas hacia afuera era más importante de lo que parece
reflejar la documentación. Dependiendo de la temporada los vecinos ejercían
otros oficios, pudiendo desplazarse a municipios cercanos como Valdecolmenas de
Arriba o Abajo y Castillejo del Romeral, sin olvidar la cría de animales que en
casas y corrales muchos poseían. Villarejo a grandes rasgos será el reflejo de
un pueblo donde la gente podía vivir de manera razonable, acumulando ciertos
bienes, y arañando mediante el esfuerzo las posibilidades que les brindaba su
área geográfica.
Las políticas de matrimonios
herméticos entre vecinos del municipio podrían explicar porque uno de los
párrocos elaborará más adelante un volumen en el que registraba mediante
árboles genealógicos los parentescos y grados de familiaridad entre aquellos
habitantes que se iban casando. Una manera de agilizar la averiguación sobre
qué nivel de consanguinidad existía entre cónyuges. Por otro lado, entre las
casas con ciertos bienes, estaba extendida y asumida la idea de la importancia
en incentivar el desarrollo de estudios religiosos entre alguno de sus hijos, ya
que además de brindarle a éste una oportunidad que le hiciese vivir mejor, suponía
a su vez un realce en el nombre del linaje familiar, además de garantizar una
salvación de tipo espiritual para todos sus allegados, sumamente valorada en
una cultura católica y tradicionalista como la del área a la que nos estamos
refiriendo.
David
Gómez de Mora