martes, 21 de abril de 2020

El carlismo en la franja occidental de la Manchuela Conquense y sus inmediaciones

El siglo XIX trajo consigo un conjunto de cambios sociales en unas poblaciones aisladas de las grandes urbes, en las que paulatinamente la calidad de vida de sus habitantes iba empeorando. La crisis identitaria y de mentalidad que había supuesto la recién llegada metamorfosis humanística y científica de la segunda mitad del siglo XVIII (fomentada en parte por la irrupción de un ideario liberal), trastocaba por completo la forma de entender la vida de aquellas personas, marcando así un conjunto de sucesos, que sentaron la base de un movimiento de disconformidad en las décadas de años venideros, y que se canalizará a través del carlismo.

Las zonas rurales seguían permaneciendo impasibles a la reestructuración que a nivel político se estaba viviendo en Europa, lo que sumado a su escasa capacidad de maniobrar, convertía esos núcleos en puntos vulnerables, susceptibles de sufrir más que nadie las medidas sociales con las que habían crecido sus antepasados.

En cuestión de años, la secularización era una realidad, que seguramente sorprendería a los más ancianos, ¿Quién lo diría?, se preguntarían bastantes de ellos. Las intentonas y pulsos de fuerza manifestados en las sucesivas desamortizaciones, eran sólo un ejemplo de lo que estaba por llegar.

Mientras tanto, en los pueblos de este territorio, miradas desconcertadas presenciaban el desmoronamiento de las estructuras de poder. La Iglesia estaba en el centro de la diana, y sin ningún tipo de afecto, cada vez surgían más críticos y pensadores que reforzaban sus discursos, poniendo en tela de juicio todo lo conocido hasta la fecha.

Eran tiempos en los que ya todo se podía cuestionar. Se comenzaba a hablar de derechos, valores y libertades. Mientras tanto, en medio de esa lucha antagónica entra la fe y la razón, se hallaba un grueso poblacional, que representaba el sector primario (en realidad, el eslabón que generaba la verdadera riqueza de la nación). Se trataba de labradores y artesanos que mantenían con su sacrificio y empeño los cimientos de un sistema, que al menos, había prosperado en tiempos pasados, y que en muchos casos, miraba con miedo y preocupación la necesidad de someter sus vidas a permutaciones de tanta índole. Una mentalidad netamente conservadora, que nunca vio el momento, y careció de ganas a la hora de participar en aquel giro de 180º propuesto por los liberales.

En las cabezas de aquellas personas, todo estaba claro, pues había un orden establecido, que daba pie a la formulación de interrogantes lógicos, como el de si tan importante era modificar las riendas del poder, o el de qué sucedería con sus tradiciones.

Las preguntas iban en esa línea. Se trataba de una corriente de pensamiento que obedecía al sistema heredado, en el que el propietario agradecía lo que Dios y sus familiares le habían concedido. En las tierras de Cuenca, todo el mundo sabe que no había exigencias de índole foralista como si sucedía en el norte del antiguo Reino de València, Catalunya o las vascongadas. Pensamos que muy probablemente este dato de la ecuación, sería el que influenciaría decisivamente en que el carlismo de esta tierra fuese más “pacífico”.

Sobre este escenario, es cuando se produce la entrada en el siglo XIX. Un momento clave, donde la tensión va en aumento, y en el que el acoso y derribo hacia el estamento religioso es una realidad indiscutible. Mientras tanto, muchos de nuestros antepasados seguían creyendo firmemente en la necesidad de no alterar lo más mínimo las raíces de un sistema, que ciertamente había permitido un enaltecimiento del linaje familiar en determinados momentos de su historia. Por ello seguía viéndose vital que uno o varios de los hijos ingresaran en una orden religiosa, o que cursaran con la ayuda de una capellanía estudios teológicos. Todo esto eran un conjunto de ideas inamovibles, y por las que obviamente muchísimas familias de las áreas rurales se implicarían a fondo, llegando hasta sus últimas consecuencias.

Encima, las sospechas de una búsqueda de intereses por parte de los promotores del “gran cambio”, se manifestaban de manera más clara, tras las varias desamortizaciones, en las que se subastaron lotes de tierras, que ahora pasaban a engrosar la lista patrimonial de familias que muchas veces, poco o nada tenían que ver con la localidad. Tratándose de propietarios, que aprovecharon la situación para incrementar su nivel de ganancias, en detrimento de los pequeños agricultores y terratenientes de capa caída.

Al final resultaba que los ancianos malpensados que décadas atrás tachaban de intereses personalistas aquellas medidas propuestas por las corrientes liberales, acabaron teniendo la razón. Es precisamente en ese clima de crispación, desengaño e impotencia, cuando algunos de los habitantes de estos lugares deciden tomar cartas sobre el asunto. Una realidad extendida en la zona occidental de lo que hoy denominamos como la Manchuela Conquense. Las situaciones no distaban mucho entre localidades, así lo veremos en algunas de ellas, como Piqueras, Buenache de Alarcón, Valverdejo y otras tantas de la zona.

Por ejemplo, a mediados del siglo XVIII, en Barchín del Hoyo había un total de ocho curas (una cifra muy alta, teniendo en cuenta que en el pueblo sólo existían 190 hogares). Aquella proporción hablaba por sí sola (un sacerdote por cada veinte casas). Además, habría que sumarle los estudiantes o miembros de familiares que ingresaron en órdenes religiosas.
Las medidas que reprimían al clero, afectaron por índole a buena parte del municipio, un panorama que se agravó tras la liberalización del suelo, cuando a través de las desamortizaciones se evidenciaba la grave situación de peligro que corrían muchos propietarios agrícolas.
El descontento fomentó el nacimiento de colectivos de personas, que empezaron a reunirse en puntos apartados de los pueblos, y que más adelante, en algunos casos, fueron el detonante que les llevó a empuñar las armas bajo las órdenes de caudillos locales, alimentando el movimiento rebelde que ya comenzaba a desplegarse por todo el territorio. En ese sentido, que mejor lugar que el cercano Navodres, un espacio del que pocos se acordaban, apartado de miradas sospechosas.
En ocasiones la selección de estos focos no era tan compleja, por ejemplo, los carlistas del Picazo escogieron un huerto que había a las afueras del pueblo, cercano al puente del río. Por norma general la cuestión era seleccionar un enclave que estuviese fuera del recinto urbano, alejado de alcahuetes y chivatos, que en cuestión de horas pudiesen tirar al traste cualquier tipo de organización.
Además, entre los facciosos comenzaban a verse personalidades insignes, que a gran escala gozaban de una incuestionable reputación, un elemento que promocionaba la necesidad de sumarse al movimiento. Este hecho lo veremos por ejemplo en las elecciones de 1872, cuando “el candidato carlista Manuel García Rodrigo venció en el distrito de Cuenca por 3.865 votos frente a los 3.511 de Leandro Rubio” (Higueras, 2012, 12). El nombre de aquel político era sobradamente conocido en el área a la que nos estamos refiriendo, pues su padre, don Francisco Javier García-Rodrigo y García-Sáez era natural de Valverde del Júcar, además de miembro del cuerpo colegiado de Caballeros de la Nobleza de Madrid. Se trataba de un reputado científico, escritor e historiador, que a pesar de haber residido brevemente en el lugar, dejaría una profunda huella en la historia de sus aledaños.
Las ideas tradicionalistas le venían de lejos, pues sus padres ya le educaron siguiendo los preceptos católicos, por lo que llegó a emprender estudios en teología, aunque finalmente por falta de vocación puso sus miras en el campo de las ciencias naturales. Tras el estallido de la primera guerra carlista, tanto él como su hermano (y que era gobernador eclesiástico), nunca se avergonzaron de sus ideas, lo que hubieron de pagar muy caro, teniendo que refugiarse ante el grave riesgo que corrían sus vidas.
Javier, siguiendo con la costumbre familiar, abogaba por la implantación de un estado en el que imperara el modo de vida de la época de sus abuelos. Hecho que se encargó de ensalzar en multitud de ocasiones. Ejemplo de ello fue su acérrima defensa sobre la figura del Santo Oficio, y que materializó en una obra impresa de tres volúmenes.
Su vástago, Manuel García-Rodrigo y Pérez, era por aquel entonces abogado del Colegio de Madrid y Diputado a Cortes por el distrito de Cañete. Su apellido gozaba de prestigio en esta zona a pesar de haberse desvinculado de la Manchuela. El aprecio y consideración que muchos vecinos guardaban al clan familiar permaneció latente, pues José María García-Rodrigo, fue el que en 1816 solicitaba permiso a las autoridades, para levantar en Valverde una fábrica de jabón.
Sin lugar a dudas la iniciativa fue toda una hazaña, pues además de mostrar su actitud empresarial por sacar del pozo a una región que estaba empobreciéndose, el linaje sellaba un claro compromiso por la reconversión económica de la zona, ante el olvido de las élites de la provincia, que sólo tenían sus miras puestas en Madrid. Aquello produjo que el nombre de los García-Rodrigo, fuese asociado a la lucha por la pervivencia de la gente en estas tierras. Un detonante que catalizaría el respaldo a la causa de otros muchos vecinos, que obviamente veían en estas figuras del carlismo, a los auténticos luchadores que se preocupaban por mejorar la vida de sus convecinos.

Franja occidental de la Manchuela Conquense y sus alrededores con seguidores carlistas y comités católico-monárquicos. Mapa mudo readapatado de www.mapasdeespana.com, con fuente de los datos geográficos CNIG/2016. Incorporando las referencias de Higueras (2012, 11).
Escenario muy similar es el que se había contagiado en Piqueras del Castillo, donde la población ya había mostrado su empatía al movimiento tras la primera guerra carlista, y que acentuó después de los acontecimientos vividos por los lotes subastados en la desamortización.
Al respecto, sabemos que algunos de los personajes, tenían escasa o nula vinculación con el pueblo. Un detonante que revivía los viejos fantasmas, que advertían de los intereses que escondían aquel tipo de medidas, a favor de una minoría, que encima tenían medio pie fuera de la localidad. “Melecio Cano, vecino de Valera de Abajo, labrador acomodado compró una heredad de 9,22 hectáreas; Juan Chavarria, vecino de Piqueras, pequeño labrador que compró una heredad de 7,02 hectáreas; Gregorio Escamilla, vecino de Piqueras, labrador acomodado, compró dos heredades en Piqueras de 48,60 hectáreas; Julián Gascón, vecino de Piqueras, mediano labrador, que compró un solar, así como Juan Ángel Martín, vecino de Piqueras, pequeño labrador, compró una fragua y un solar” (Romero y Arribas, 2011, 136).
Como en otros tantos lugares de nuestra geografía, aquellos “vecinos” guardaban débiles lazos sanguíneos con los antepasados de buena parte de las personas del municipio. Un estigma para la mentalidad conservadora de esos entornos, donde el hermetismo a la hora de sellar alianzas matrimoniales, seguía siendo una realidad, que muy poco había cambiado respecto a la segunda mitad del siglo XVI, tal y como presenciamos en las referencias de sus libros parroquiales, de ahí que una familia recién llegada o con escasas generaciones en el lugar, a ojos de aquellas personas siempre era un forastero aprovechado.
A esto habría que sumar la llegada de gente importante durante el estallido del conflicto, que avivarían los ánimos de aquellos pueblos desengañados. Al respecto, Romero y Arribas (2011, 132) ya nos informan de cómo en el otoño de 1873, el brigadier Santés invade Minglanilla con 4000 soldados, seguido de Enguídanos, donde se hace con la plaza de su castillo, y reclutará a gente de la Manchuela, entre los que se encontraban vecinos piquereños.
El 10 de enero de 1875, Santés intentó una nueva incursión, “para ello, inicia su marcha hacia el norte por San Clemente, Honrubia, atravesando el Júcar por Valverde y penetrar por las tierras de La Parrilla. Otro grupo, desde la Motilla, se abre hacia la derecha para asegurar la retaguardia y deciden pernoctar unos días entre las localidades pequeñas que encuentran: Olmedilla, Buenache y Piqueras” (Romero y Arribas, 2011, 133).
Como decíamos, junto a Piqueras y Barchín se alzaba Buenache, otro de los grandes espacios geográficos de este triángulo carlista que influirá de modo decisivo en la toma de decisiones. A los vecinos de esta localidad no les faltaron motivos para alistarse al bando faccioso.
Su calidad de vida había ido a menos, y desde luego nadie se atrevía a poner en tela de juicio la catolicidad de una localidad en la que con poco más de un millar de habitantes existían hasta 10 cofradías, además de una cifra similar de edificios de carácter religioso, básicamente integrados por ermitas (Gómez de Mora, 2020).
Tenemos constancia por testimonios orales que varios miembros afines al clero local, abrazaron las ideas carlistas. Familias que en el pasado gozaron de nombre, como los Valladolid, así como especialmente dentro del seno de la Iglesia ocurría con los Barambio, serían sólo una pequeña muestra de un vecindario que abogaba por la necesidad de recuperar el esplendor de tiempos pasados.
La pequeña nobleza erosionada, junto con la modesta y mediana burguesía que ansiaba ir creciendo como se había venido haciendo desde siempre, vieron en la nueva mentalidad, el enemigo que alteraría por completo los cimientos y costumbres de un territorio, cuya estructura social simbióticamente estaba forjada con la Iglesia.
Desde luego que no fue algo casual que la expedición de don Carlos al transcurrir por la Manchuela, escogiera este municipio como punto de encuentro entre las fuerzas de Forcadell y Cabrera. Buenache y sus alrededores representaban un reducto de incondicionales, que habían mostrando su fidelidad desde el primer momento de las guerras. Y es que a pesar de los esfuerzos llevados a cabo por los partidarios de la reina Isabel, muchos de los vecinos seguían conspirando con bandoleros y milicianos que se acercaban hasta el lugar en busca de víveres, información y posada. Al respecto, sabemos que “la noche del 17 de noviembre de 1837, a consecuencia de noticia que tuvo el alcalde de Buenache de Alarcón de la aparición de unos facciosos en aquel término, que se pusieron sobre las armas (…) corriendo al término y hallándose en número de 11 en el monte de Santiago donde mataron tres, hiriendo otros tantos, entre ellos al sargento que les acaudillaba, y les hicieron prisioneros, los 11 fusiles y escopetas y otros efectos” (BOE, nº1093).
Más hacia abajo, en tierras del Picazo, el movimiento carlista estaba más vivo que nunca. Pensamos que si no se pudo garantizar la creación de una línea continua, que comunicará el área de Barchín-Piqueras-Buenache con esta localidad, fue debido a la posición central que jugó la fortaleza de Alarcón, y que los Isabelinos se apresuraron en controlar, para convertir en su principal bastión en la región, ante el riesgo que se corría por la afluencia de facciosos que se iban multiplicando por la zona. Desde luego sus gruesos muros eran objeto de deseo para cualquier caudillo que quisiera fortalecer un puesto de mando en condiciones.
De este modo, Alarcón rompía el cinturón entre Buenache y el Picazo, no por ello faltarían adeptos que desde el inicio hicieron uso de la fuerza, maniobrando esporádicamente en una especie de guerra de guerrillas, donde se intentaba aprovechar cualquier despiste o falta de vigilancia entre los puntos por donde se movían los sublevados.
Al respecto, el estudioso que mejor conoce el pasado de este municipio es Benedicto Collado, quien en su monografía histórica sobre la localidad, transmite de forma precisa la tensión que se palpaba en sus calles.
Conocido es el relato de una partida de vecinos, que aprovechando la ausencia de defensas tras la aparición de insurrectos en un enclave vecino, se dirigieron hacia la casa del alcalde…, las consecuencias ya las comentamos en su momento.
Sobre dicha acción, reseñamos la descripción que su autor extrae de un Expediente Judicial y que se encuentra en el Archivo Histórico Provincial de Albacete, gracias a los testimonios directos de los implicados, donde se relata que “cuando se acercaron a una distancia de cincuenta pasos, salieron de la chopera los que estaban emboscando en ella haciendo fuego con las armas que llevaban dando al mismo tiempo las voces de ¡Viva Carlos V! y ¡A ellos!, Viendo el Alcalde la superioridad de las fuerzas de los sublevados retrocedió y mandó a los que le auxiliaban que le siguieran al pueblo” (Collado, 123-124).
A pesar de las duras condenas de cárcel además de incluso la sentencia a muerte hacia alguno de los sublevados, la cosa parecía no estabilizarse cuando años después “en prevención de posibles ataques al pueblo, el Ayuntamiento en 20 de febrero de 1837 acordó el nombramiento de un Ayuntamiento paralelo, para ponerse al frente del pueblo y recibir a las partidas carlistas en caso de tener que escapar los liberarles a refugiarse en Alarcón” (Collado, 136).
Pasaron varias décadas, y en las familias del municipio, las ideas se heredaban del mismo modo que una propiedad, por lo que un conglomerado de linajes (la mayor parte de los cuales ya se volcaron en las ofensivas acaecidas hacía cuarenta años atrás), volvían a manifestarse con fuerza, mostrando su apoyo a la causa facciosa.
El carlismo era una cuestión arraigada, que como vimos, no obedecía a una simple moda, ni a las ganas de “bandolear” de un puñado de personas. Y esto se refleja claramente en una interesante mención que efectúa Benedicto, donde apreciamos la significación que seguía teniendo para parte de su vecindario, aquel conjunto de ideas (que a pesar de haber caído en el olvido, y hallarse aisladas de los grandes focos de influencia política), seguían palpitando en la conciencia de un pueblo, que se resistía a desprenderse de lo que para ellos eran un conjunto de principios incuestionables:
“Todavía el 8 de enero de 1887 el alcalde se ve en la obligación de comunicar al Gobernador Civil -que algunos vecinos de esta localidad se presentan en público con boinas [rojas], por más que no producen alarma y quizás sin ningún interés, pero sin dejar de producir sospechas por ser de los que han militado en las filas carlistas y, tratando de evitarlo, han contestado-” (Collado, 2004, 184).
David Gómez de Mora 

Bibliografía:
-BOE, Gaceta de Madrid, nº1093, año 1837, 26 de noviembre. 
-COLLADO FERNÁNDEZ, Benedicto (2004). El Picazo. Un lugar en tierra de Alarcón. Diputación Provincial de Cuenca. 373 pp.
-GÓMEZ DE MORA, David (2019). “La fuerza del carlismo en las zonas rurales de Cuenca. Cuestiones y dudas por esclarecer”. En: davidgomezdemora.blogspot.com
-GÓMEZ DE MORA, David (2019). “Notas sobre acciones carlistas en puntos de la provincia conquense”. En: davidgomezdemora.blogspot.com
-GÓMEZ DE MORA, David (2019). “Linajes, tradicionalismo y forma de vida en la sociedad local de Piqueras del Castillo durante los siglos XVI-XIX”. En: davidgomezdemora.blogspot.com
-GÓMEZ DE MORA, David (2020). “La fuerza del clero en Buenache de Alarcón”. En: davidgomezdemora.blogspot.com
-HIGUERAS CASTAÑEDA, Eduardo (2012). “La participación política carlista durante el Sexenio Democrático: el caso de Cuenca”. Homenatge al doctor Pere Anguera, vol. I, Història local. Recorreguts pel liberalisme i el carlisme, Barcelona, 13 pp.
-ROMERO SAIZ, Miguel y ARRIBAS BALLESTEROS, Jesús (2011). Piqueras del Castillo. “Donde la Mancha empieza su historia”. Ediciones Provinciales Número 88, Exma. Diputación Provincial de Cuenca. Departamento de Cultura, Ayuntamiento de Piqueras del Castillo. Asociación Cultural de Piqueras.

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 25 libros entre 2007-2024, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo local. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).