Los Benito fueron una de las
muchas familias que consolidaron la base de una pequeña burguesía agrícola rural,
encargada de fortalecer la modesta estructura económica del enclave en el que
se asentaron. Siguiendo la misma senda que una parte de sus vecinos, el linaje
practicó un conjunto de políticas matrimoniales, que giraban alrededor de determinados
grupos familiares, que con el trascurso de escasas generaciones darían sus
frutos.
Su asentamiento está documentado
como mínimo desde la segunda mitad del siglo XV, momento en el que nace el
apellido, como resultado del labrador Benito Saiz, y cuya prole adoptará como signo
de pertinencia con su progenitor. Ese será el caso de Martín o su hermano
Miguel de Benito, quien casaría con la señora Magdalena Ribatajada y Ayllón
(apellidos sospechosos de un pasado converso, especialmente en el caso del segundo,
pues existían pruebas más que suficientes que apuntaban en esa línea).
Decir que los Benito llegarán a ostentar
una escribanía, relacionándose con personalidades del mismo gremio, lo que
obviamente fomentó su proyección a pequeña escala. Ya desde generaciones
tempranas enlazarán con una de las familias más rica del lugar (los Jarabo), concentrando
un patrimonio agrícola, que se manifestó en la creación de fundaciones, como
sería el caso de una capellanía. Sus promotores fueron Juan Benito junto con su
esposa Francisca de Carboneras (éste último era vástago de los antes
mencionados Miguel y Magdalena).
Juan vivió un reconciliamiento
con el clero de su pueblo, previo encontronazo con el Santo Oficio, del que da
fe el fondo del Archivo Diocesano de Cuenca, tras haberle abierto una causa. Para
fortuna del acusado, el linaje ya había entablado buenas alianzas, que le
permitirían salir airoso de aquel episodio. Sin ir más lejos, su hijo Asensio
Saiz de Carboneras, casó con la bien posicionada María Saiz-Mateo de la Oliva,
una de las familias con mayores recursos en Saceda del Río, y que como bien
sabemos, se movía en el entorno del que poco después sería Obispo de Coria, don Pedro García de Galarza.
Volviendo al proceso de Inquisición,
nuestro protagonista Juan de Benito Saiz fue investigado en 1570, tras un
comentario obsceno que dañaba gravemente los preceptos de la moral cristiana.
Intuimos que éste tenía mucho más a su favor que en contra, cuando en el proceso
se le define como “un hombre de bien”.
Y es que el problema no sólo era la idea que Juan tenía sobre lo que era ética
o moralmente correcto, sino que había de sumarse su visión personal sobre la
salvación del individuo ante la muerte. En este sentido, diferentes vecinos
denunciaban como el peralejero pregonaba que cuando alguien fallecía, era inútil
efectuar una inversión económica en el pago de misas. Al respecto, Pedro del
Rabel incidía en como el señor Benito se jactaba de argumentar que “el pago de misas sólo servía para lucirse”.
Amigos de La Peraleja
La denuncia de este testigo desde
la perspectiva social resulta de enorme valor, pues nos refleja la importancia
que para muchas personas suponía aquella costumbre católica. Podemos percibir
por la concepción de la época, que este tipo de actos guardaban una imagen dual,
donde además de conseguirse la salvación del purgatorio, se demostraba de cara al
populacho la cantidad de recursos de los que disponía el difunto en el momento
de efectuar sus mandas. No obstante, aquello no sería el único comentario que
dañaba su imagen, pues otros vecinos como Alonso de Tudela, especificaban que Juan
alardeaba de “no pagar medio real” en
menesteres de aquella clase.
Finalmente, ante las acusaciones
del Santo Oficio, el miembro de los Benito argumentó que tales difamaciones se
produjeron por encontrarse “fuera de su
juicio tras haber bebido tres veces sin comer”, declarando que “no recordaba haber dicho tales cosas”.
La capellanía que formó
conjuntamente con su esposa, y el pago de 170 misas tras fallecer en 1609,
evidencian que la desafortunada acción en la que se vio inmerso fue un hecho
puntual, del que obviamente se acabaría arrepintiendo. El perfil social de los Benito
del siglo XVI, se mueve dentro del seno de una familia de labradores con
propiedades, que comienzan a adquirir bienes desde una fase inicial, en la que
la pequeña burguesía local disponía de oportunidades con las que poder medrar.
Benito Saiz era labrador, como lo fue su hijo Miguel, y el referido Juan.
Conocemos los nombres de algunos
hermanos del acusado, es el caso de Miguel de Benito, también labrador, así
como Álvaro de Benito. Siguiendo con el modelo socioeconómico de muchas
familias de aquella época, el resto de integrantes les auxiliaban en sus
labores agrícolas, creando por tanto un círculo de producción cerrado, que
siguiendo con la costumbre de no repartir en lotes numerosos los bienes del
linaje, aseguraba al menos a varios de ellos la permanencia de un patrimonio
con el que vivir dignamente.
La estrategia era sencilla, pues
mientras unas líneas de jornaleros servían a las que despuntaban, las más
favorables buscaban consolidar su posición mediante el apalabramiento de
matrimonios con gentes que les pudiesen ofrecer lo mismo o incluso más. Entrado
el siglo XVII, los Benito seguirán dentro de esa senda.
Cabe decir que a diferencia de
los Vicente, éstos no buscaron la celebración de enlaces entre miembros con
parentescos muy cercanos. Creemos que su acercamiento a los Jarabo, fue decisivo
en su fase inicial de crecimiento. Por ejemplo, Isabel Benito en 1640 casaba
con Juan Jarabo, al igual que trece años más tarde Ana Benito con Francisco
Jarabo. Otra de las familias con las que estrecharon lazos fueron los Rojo, un
linaje que no por designios del azar, realizaría asimismo muchos cruces
conyugales con la élite jarabiana.
Dentro de su política hermética, hemos
de decir que los Benito si celebraron algunas bodas con familias asentadas en
municipios de los alrededores, así sucederá con los Chamorro de la Ventosa, o con
el caso de los Martínez de Sepúlveda, quienes procedían de Gascueña, pero se
movían a medio camino entre su localidad natal y La Peraleja. El hecho de
contar con una capellanía, y posteriormente una escribanía, eran credenciales
más que suficientes, con las que poder llegar a obtener interesantes acuerdos de
tipo matrimonial con linajes de similares características sociales.
David
Gómez de Mora
Bibliografía:
*Archivo Diocesano de Cuenca,
fondo de Inquisición, legajo 249, nº 3353
*Archivo Diocesano de Cuenca,
libro I de matrimonios de La Peraleja (1564-1690), Sig. 30/10, P.811
*Archivo Gómez de Mora y Jarabo.
Apuntes sobre linajes de la Peraleja. Inédito