En un artículo redactado por
Dimas Pérez Ramírez, bajo el título “Los
Señores del Villarejo de la Peñuela y su palacio renacentista”, el autor
nos proporciona una descripción precisa, sobre la familia más influyente que
controló los dominios de este pequeño municipio.
Sus orígenes se remontan a
principios del siglo XIV, cuando Alfonso Martínez, un caballero de Huete, y que
según se relata era gobernador de la fortaleza de la ciudad, tuvo un vástago
llamado Alfón Martínez de Ribera. Éste del mismo modo que su padre ostentó la alcaidía del castillo, casando con su esposa Inés Fernández.
El destino de Alfón (el mozo) cambiaría
de forma brusca, cuando tras una heroica intervención de resistencia ante la
ofensiva de don Juan Manuel (quien pretendía tomar la fortaleza optense), se le
premió por su acto memorable, con la donación de la aldea y castillo de Anguix,
además del señorío del Villarejo de la Peñuela junto con el de San Pedro
Palmiches.
Sabemos que la familia sufriría
poco después un duro varapalo, cuando Alfón, tras su posicionamiento en el que
resultaría el bando perdedor de la guerra civil en Castilla, tuvo que
desprenderse de los dominios recién otorgados. Afortunadamente, y a pesar de
que éste ya había fallecido, años después su hijo Lope López de Ribera, conseguiría
recuperarlos con el beneplácito de Enrique II.
Lope siguiendo con las políticas
endogámicas propias de las élites del momento, casó con su pariente Violante
López de Ribera, fruto de cuyo matrimonio nacerá Hernando de Ribera, quien ya representará
la tercera generación de señores del lugar.
Hernando, bajo un clima más estabilizador, siguió alargando
el curso de la historia familiar. Éste casó con la noble Elvira García de
Jaraba y de Albornoz. Una mujer procedente de un importante linaje de la
nobleza conquense, pero con una tacha conversa sobradamente conocida.
Hemos de decir que las políticas matrimoniales del
segundo y tercer señor de Villarejo, no dejan al menos de ser sospechosas, en
el sentido de que éstos pudieran arrastrar un pasado judío, perceptible en sus
estrategias conyugales, fruto del estrecho vínculo familiar que Lope guardaba
con Violante López, además de que en el caso de su nuera Elvira, era ya sabido
y notorio.
Hernando y Elvira, transmitieron sus dominios a doña Violante de Ribera y Jaraba (su hija), motivo por
el que el apellido Ribera dejará de seguir la línea recta de varón, no
obstante, los nuevos sucesores, se encargarían de acompañarlo durante varias generaciones,
tras el recién asociado Coello, procedente de la nobleza portuguesa.
Parece ser que Violante vivió muchos
años, estando al mando de los señoríos de Villarejo junto con los de Cabrejas y
Valmelero. Se cree que pudo morir alrededor de 1502, aunque para entonces, ya había
casado con el noble don Esteban Coello (quien era Señor de Montalvo, el Hito y
Villar de Cañas). Obviamente en este enlace se aprecia un salto cualitativo en
las aspiraciones matrimoniales de los Ribera, pues la familia portuguesa, ya
era propietaria de diferentes dominios, lo que incrementó el estatus del señorío
de Villarejo.
Fruto de aquel
matrimonio nació a mediados del siglo XV don Hernando de Ribera, marido de
María Téllez. María procedía de una familia distinguida, pues algunos de sus integrantes
formaron parte de las filas del Consejo de los Reyes Católicos. Ella y su
esposo dejarían por sucesor a su vástago don Perafán Coello de Ribera y Téllez,
quien casaría después con doña Isabel Sánchez de Pisa.
La figura de estos personajes
comienza a resultar interesante, pues vemos en los primeros libros de
defunciones del municipio, algunas referencias sobre los mismos, así, en 1563
se menciona el testamento del Señor Perafán, de quien podemos leer algunas
mandas, como la de “dos ducados anuales
para un cirio que arda desde el jueves de la cena que le encienda el Santísimo
Sacramento hasta el viernes Santo”. Por la misma época fallecería su mujer
Isabel, quien mandaría un pago de 500 misas. El hijo de ambos y
sucesor, era don Fernando de Ribera, encargado de dar forma al palacio que los
señores alzarán en Villarejo, y del que todavía se conservan algunos restos.
Escudo de la familia. Imagen: palomatorrijos.blogspot.com
El 29 de septiembre de 1580, don
Fernando fallece, realizando su testamento ante Juan Sánchez Sotos, escribano
del Villarejo. Éste efectúa varias mandas, nombrando a su primera mujer doña
Elvira de Quiñones, así como citando también a su segunda, doña Luisa de Zapata.
Incluso realiza una mención de su abuelo don Hernando de Ribera, quien mandó la
celebración de una fiesta para el día de la Asunción, sin olvidarse de su hijo
don Perafán de Ribera, quien será el encargado de heredar el mayorazgo.
Fernando solicitó 500 misas, que
se distribuirían en cien para sus dos esposas ya fallecidas, otro centenar para
sus padres don Perafán de Ribera y doña Isabel, así como las restantes trescientas
para su alma. Doña Luisa murió cinco años antes (1575), sin haber podido recibir
el sacramento de la extrema unción. Ella y Fernando tuvieron
por hijo a Pedro (en ocasiones designado como Perafán) Coello Ribera y Zapata,
personaje que también apreciaremos en los libros sacramentales del lugar.
Éste fue bautizado el
28 de diciembre de 1572, casando posteriormente con doña Constanza de Sandoval
y Coello, señora de la Ventosa. Un matrimonio clave, que sin lugar a dudas
marcará un punto de inflexión en la historia del linaje, pues sabemos que durante
la infancia de Pedro, sus padres pasaban largas estancias en el pueblo,
manteniendo además conjuntamente los lugares de Cabrejas y Valmelero.
Pedro se sentiría a gusto en
Villarejo, nada que debería de extrañarnos, si tenemos en cuenta que las obras
de rehabilitación y adecuación del palacio familiar ya se emprendieron en los
tiempos de su padre, por lo que la residencia ofrecería un confort indiscutible.
No obstante, este nexo no se mantuvo de modo permanente, pues en 1617, gracias
una ejecutoria de Felipe III, todo el lote señorial que durante varias
generaciones había controlado la familia, pasaba a engrosarse bajo el título
nobiliario del Condado de la Ventosa.
A partir de aquel periodo, la familia empezará
a desvincularse de la localidad, pasando cada vez menos tiempo, para estar más
cerca de la corte madrileña, hasta el punto de que será en la capital española,
donde ambos irán falleciendo.
Lo cierto es que sus cuerpos acabarían
enterrándose en la Ventosa, a pesar de que contaban con la capilla familiar de
Villarejo y su Iglesia recién restaurada. El nuevo lugar de sepultura se hallaba
en la Iglesia Parroquial de la Ventosa, más concretamente en las gradas del
altar mayor, en el lado del Evangelio.
Mientras tanto, las
líneas segundonas del linaje continuaron aprovechando los bienes que los nuevos
condes seguían poseyendo en su lugar de origen, algo que desprendemos por los
datos de un testamento que fecha a 11 de noviembre de 1625, cuando falleció doña
Ana de Sandoval.
Ésta era esposa de don Perafán
Coello de Ribera, y siguiendo con la costumbre, efectuó su redacción ante el
escribano villarejeño, Martín Sánchez, mandando ser enterrada en la capilla
mayor de la Iglesia del pueblo, propiedad de los antiguos señores, ahora
designados como Condes de la Ventosa. Ana solicitó por su alma 800 misas, sin
olvidarse de sus padres don Gaspar de Sandoval e Isabel de Yllanes, como de su
marido don Perafán de Ribera, por quien mandó 200 misas.
Entre sus testamentarios figuran
los Condes de la Ventosa, su hija doña Isabel Coello, su cuñado don Fernando
Coello, así como su hermano don Gaspar de Sandoval. El padre de Ana era natural
de Huete. Mientras que su hermano ejercía de clérigo presbítero también en la
ciudad optense.
No olvidemos que Ana tuvo una
nutrida familia, entre la que hemos de destacar dos hermanas, y que del mismo
modo que Gaspar, ejercieron votos religiosos. Su referencia testamentaria es una
referencia notoria, pues intuimos como los parientes de los condes seguirán utilizando
la antigua capilla de la Iglesia.
Portada
renacentista del antiguo palacio de los Señores de Villarejo. Hoy ubicada en
Cuenca. Imagen: elarteencuenca.es
Es precisamente en este lugar,
donde los mayordomos de los condes podían enterrarse en una sepultura propia,
definida en la documentación como de “los
criados del señor conde”, estando situada en la capilla
mayor del templo villarejeño.
Al respecto, conocemos el caso de Pablo de Vera, quien tras morir el 12 de
abril de 1634, fue enterrado en dicho lugar con un pago de 450 misas. Éste efectuó su testamento ante el escribano
del lugar Alonso Sanz, siendo sus albaceas el Conde de la Ventosa y el alcalde
ordinario Miguel de la Peña.
Con el trascurso del tiempo, el
palacio cayó en un profundo estado de abandono, lo que le conduciría a su
consecuente ruina, y por lo que se comenzaron a desmontar sus piezas más significativas,
tal y como le sucedió al escudo familiar, el cual se trasladó hasta la Venta de
Cabrejas, donde todavía permanece en muy buen estado de conservación. Hace varias
décadas, se tomó la decisión de desplazar la antigua portada renacentista hasta
la ciudad de Cuenca, ubicándose en lo que hoy es la zona anexa del Museo de
Arte Abstracto de la población.
David Gómez de
Mora
Referencias:
* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro I de
defunciones de Villarejo de la Peñuela (1557-1578),
Sig. 113/13, P. 2124
* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro II de
defunciones de Villarejo de la Peñuela (1578-1595), Sig. 113/14, P. 2125
* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro III de
defunciones de Villarejo de la Peñuela (1623-1764), Sig. 113/15, P. 2126
* Pérez Ramírez, Dimas. “Los Señores de Villarejo de la Peñuela y su
palacio renacentista”. 5-13 pp.