Hace escaso tiempo dedicábamos un
artículo a la familia Crespo asentada en Saceda del Río, y cuya línea podría
guardar un parentesco con la que vamos a tratar a continuación. A falta de una
investigación más exhaustiva sobre este apellido, desconocemos su origen en el
caso de La Peraleja, aunque no sería descabellado plantear un posible nexo con
la rama asentada en Gascueña, y que cronológicamente es la más antigua de los
tres municipios. Tampoco podemos pasar por alto que habría que añadir como
paralelamente existía otra línea en la cercana Villanueva de Guadamejud, tomando
precisamente asiento en La Peraleja durante la segunda mitad del siglo XVI. Vemos
pues un conjunto de localidades muy próximas, que probablemente arrastrarían en
origen un mismo progenitor.
Dentro del vecindario peralejero presenciamos
como durante la segunda mitad del siglo XVI vivió un vecino llamado Francisco
de Crespo, marido de Elvira Ballestero. Como decíamos, poco o nada conocemos sobre
sus raíces, no obstante, su hijo Pedro establecería un enlace matrimonial con una
hija de los Jarabo-Vicente, dos casas de labradores que vivían de manera
desahogada, y desde donde se extenderá la descendencia en generaciones
posteriores.
Pedro tendrá varias hijas con la
nieta del hacendado Bonifacio Jarabo: Ana de Crespo Jarabo, casada en 1644 con
Juan Palenciano Domínguez, así como Isabel de Crespo Jarabo, quien lo hará en
1633 con Miguel Martínez de Villanueva (otro agricultor con posibles). Isabel
fallecería en 1677, llegando a fundar una capellanía que inmediatamente será
aprovechada por sus parientes para proyectarse como miembros del clero local. Al
respecto cabe decir que su hijo era el Licenciado Asensio Martínez de Crespo.
Wikimedia.org
A grandes rasgos, vemos como este
linaje se adaptaba a los cánones tradicionales de las pequeñas zonas rurales en
los que se buscaba mejorar la posición de sus integrantes siguiendo un método
muy simple, consistente en el establecimiento de alianzas entre propietarios
agrícolas, que se combinaban con la creación de capellanías, que permitiesen
resaltar la figura del clan dentro de la Iglesia local. Una vez consolidada
esta operación, se podía optar por varias opciones, una era la de seguir
creciendo y ocupar puestos destacados dentro de las diferentes corporaciones
que había en la localidad, bien fuese como alcalde, regidor o mayordomo de
alguna de las cofradías. Otra era la de planificar enlaces con linajes de zonas
colindantes o áreas más pobladas, en busca de unas miras que superaran las
expectativas del marco municipal.
Como veremos en La Peraleja se
optaba mayoritariamente por el primer caso, pues de manera comparativa con
otros emplazamientos de la zona, la calidad de vida no era nada mala. Recordemos
que en este enclave no había una presión señorial como la que apreciaremos ya
desde tiempos más antiguos en otros lugares más cercanos, lo que permitió una
mayor adquisición de tierras, que iban consolidándose entre los varios mayorazgos
que fundarían sus vecinos.
David
Gómez de Mora