Designada de diversas formas, la
lanza del Vaticano es uno de los varios nombres con el que conocemos a la punta
de la pica que portaba en sus manos uno de los soldados romanos, cuando éste la
clavó a Jesús en su costado, después de haber sido torturado en la cruz.
La acción se desarrolla justo
cuando Cristo ya había fallecid0, por lo que uno de los milicianos allí
presentes, para intentar certificar su defunción, clavó la lanza en una de sus
costillas. Las sagradas escrituras recuerdan como al instante, de aquella herida
brotó agua y sangre, símbolos sacramentales del bautismo y la eucaristía.
Al respecto hemos de realizar
algunas reseñas, necesarias para comprender que hay de todo esto entre las
páginas de la Biblia. Primeramente, el nombre que le ha dado tanta fama a lo
largo del mundo a esta arma, es el conocido con el distintivo de lanza de “Longinos”,
pues se dice que así se llamaba la persona responsable de incrustársela al Hijo
de Dios. No obstante, hay que advertir que esta fuente de información procede
de un texto apócrifo, ya que la única referencia que nos ha llegado a través de
la Biblia, no precisa la identidad del citado soldado.
Si seguimos las sagradas escrituras,
veremos como la única fuente de información alusiva, es la indicada por el
Evangelio de Juan, concretamente en el pasaje (19: 31-37):
“Como
era el día de la Preparación de la Pascua, los judíos no querían que los
cuerpos quedaran en la cruz durante el sábado, pues aquel sábado era un día muy
solemne. Pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas a los crucificados y
retiraran los cuerpos. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas de
los dos que habían sido crucificados con Jesús. Pero al llegar a Jesús vieron
que ya estaba muerto, y no le quebraron las piernas, sino que uno de los
soldados le abrió el costado con la lanza, y al instante salió sangre y agua.
El que lo vio da testimonio. Su testimonio es verdadero, y Aquél sabe que dice
la verdad. Y da este testimonio para que también ustedes crean. Esto sucedió
para que se cumpliera la Escritura que dice: "No le quebrarán ni un solo
hueso". Y en otro texto dice: "Contemplarán al que traspasaron".
Representación
de la lanza del Vaticano
Igualmente, la lanza con el paso
del tiempo sería considerada como una de las reliquias cristianas más valoradas,
pasando por un largo periplo, que tanto la historiografía como la arqueología
bíblica ha ido reconstruyendo.
Parece ser que ésta se fragmentó
en dos partes. Una porción es la que se menciona en el Brevario de la Iglesia del Santo
Sepulcro, al describirla como uno de los tesoros guardados con mayor celo
por parte de sus encargados (esto sucedía durante el siglo V d.C.),
posteriormente, en el año 615, la lanza fue tomada por las hordas persas, para
inmediatamente dejarse en la Iglesia de Santa Sofía, hasta que en el siglo XIII
fue adquirida por Luis IX, rey de Francia, guardándola junto con la reliquia de
la corona de espinas en la Sainte Chapelle de París.
Aquella fracción del arma,
fue trasladada durante la revolución francesa a la Bibliothèque Nacionale,
donde por desgracia acabó desapareciendo. Sabemos que Luis IX (primo hermano de
Fernando III el Santo), estimaba con mucho entusiasmo la reliquia, pues estaba
extendida la creencia de que su portador, jamás conocería la derrota en el
campo de batalla.
Hay que recordar que la pieza
tenía otra parte más grande, y que a diferencia de la anterior nos ha llegado a
través de una crónica muy precisa donde se describe su destino. Su origen es el
mismo que el de la anterior (la Iglesia del Santo Sepulcro), de donde saldría
hacia Constantinopla durante el siglo VIII. Un dato de interés, es que en el
año 1357, un noble declaraba haber visto tanto la pieza parisina, como la que
seguía en Constantinopla, validando así la existencia de las dos partes por
separado.
Tras la caída de la ciudad por obra
de los turcos en 1492, el sultán Bayaceto, sabiendo del aprecio y valor que
tenía para muchos de los monarcas católicos, prefirió enviar la reliquia al
papa Inocente VIII, a cambio de que éste continuara teniendo preso a su hermano
Zizim, pues podía resultarle una grave amenaza en su llegada al trono. Con aquel favor, la cristiandad recuperaba una parte de la valiosa reliquia.
A mediados del siglo XVIII, se
elaboró un dibujo sobre la punta de la lanza guardado en París, junto con el que
el pontífice tenía en el Vaticano, dictaminándose por comparativa de ambas
piezas, que la reliquia que ahora estaba custodiada en la Basílica de San
Pedro, encajaba perfectamente con la otra parte presente en la capital
francesa.
David
Gómez de Mora