Poco o nada tenía que ver la
Peñíscola del siglo XIX, con la influyente localidad de época musulmana y primeros
siglos de la ocupación cristiana, desde donde se controlaban las riendas de
todos aquellos enclaves sumidos a sus directrices jurisdiccionales, en las
tierras litorales del norte de Castellón.
Durante el medievo la ciudad del
tómbolo tenía un enclave portuario destacado, que conectado con el interior a
través de la línea de comercio de lana, abastecido desde la lonja de Catí y
Sant Mateu, propiciarían un flujo comercial que reactivaba la presencia de
embarcaciones en la roca de modo permanente.
Durante el siglo XIV comenzaremos
a ver los problemas que conllevaba para este municipio, las exigencias que
desde Benicarló y Vinaròs se venían produciendo. Aquellas dos alquerías habían
comenzado a crecer, y por índole, a aumentar su población y ganas de tomar un
papel destacado en la actividad económica de este territorio. Obviamente,
Peníscola intentaba a toda costa seguir manteniendo su rol como centro de
operaciones, cosa que poco a poco le resultaba más complicado de sostener.
Desde sus inicios el modelo
encorsetado del urbanismo peñíscolano había marcado las pautas del crecimiento
demográfico del lugar. Entre sus vecinos, había linajes de quienes nos llegará
su apellido hasta el presente, un ejemplo son los Fresquet, dos de cuyas líneas
genealógicas serán reconocidas como miembros del estado noble durante el siglo
XVIII. Sabemos que en la carta de población de 1250, aparece mencionado un
Raymundo Fresquet o R. Frescheti, que probablemente diese origen al progenitor
de esta familia. Un siglo después, entre los miembros de la corporación
municipal de 1359, tendremos cuatro integrantes con este mismo apellido: Ramón
Fresquet, Antoni Fresquet, Miquel Fresquet y Bertomeu Fresquet.
Sección cartográfica del norte de Castellón
Algo similar sucedía con los
Peris, y que luego transformarán su apellido en Paris. Sabemos que en 1359
aparece citado como notario de Peñíscola Bertomeu Peris, mientras que en 1488
se menciona entre los representantes del consejo de la villa un Pere Peris, que
posteriormente se documenta como Pere Paris.
Obviamente las pautas herméticas
que modelaron la mentalidad defensiva del municipio (como resultado de los
intereses que la corona recelaba), acabaron
influyendo en la capacidad de medrar socialmente de sus habitantes. Y es que
las restricciones que comportaban los asedios en momentos de guerra, suponían
prolongados confinamientos, en los que sus vecinos no podían ir a trabajar las
tierras, y por lo tanto, sustentarse de productos alimenticios y generar
ganancias.
Tampoco hemos de olvidar que
dentro de la trama urbana no había espacio suficiente para levantar campos de
cultivos, pues la inmensa mayoría del terreno estaba ocupado por viviendas que
rascaban toda porción de sus entrañas calizas.
Obviamente había veces en las que
sus integrantes traspasaban aquel perímetro cerrado, para entablar relaciones
con gentes de los municipios de sus alrededores, a través de los que se gestaban
matrimonios que dejaban su descendencia fuera de la roca o al menos, permitían
una regeneración de la sangre en el caso de permanecer allí domiciliados.
Es el caso de los Salvador en
Vinaròs, así por ejemplo, Antoni Salvador i Ortiz, casaba en 1697 con la
vinarossenca Francisca Vilar i Gotis (ésta hija de Tomás Vilar y Teresa Gotis).
Poco después veremos otro similar con los peníscolans Francisco Puig y
Dionisia Salvador, cuyo vástago, Josep Puig i Salvador, celebró sus bodas en
1715 con la vinarossenca Francisca Agustina Bosch i Miralles, hija de Pascual
Bosch i Quixal, así como de Arcisa Miralles i Coves.
En la mentalidad peñíscolana
premiaba la idea de antes malo conocido que bueno por conocer, fenómeno
comprensible si tenemos en cuenta que el desarrollo de aquellas políticas
endogámicas, habían permitido a sus residentes no dividir excesivamente el
patrimonio, y por lo tanto, que éste no pasara a caer en manos foráneas, como
solía suceder en la mayoría de ocasiones, y que por ejemplo veremos en el caso
de Vinaròs. Hecho que dividía la propiedad, creando desigualdades con el paso
de las generaciones.
Con esta estrategia la población
se aseguraba el mantenimiento de sus bienes, además de alimento para futuros
descendientes, en un período en los que la caristia y las hambrunas estaban a
la orden del día. A ello cabe añadir que Peñíscola, contaba con un término
municipal bastante grande, lo que en proporción con la distribución de las
tierras que podían controlar cada familia, les permitía cierto acomodamiento,
que por tradición prefería preservarse, en lugar de la búsqueda de nuevos
experimentos, que echaran al traste aquel modelo que durante siglos y siglos
les había funcionado, especialmente en situaciones verdaderamente límite.
David Gómez de Mora