lunes, 13 de abril de 2020

Los Torrecilla de Caracenilla. Un linaje de escribanos

En una época no muy lejana, en la que existían tasas de analfabetismo que rebasan el 80% de la población, y ante la falta de personal capaz de poder leer una correspondencia, redactar un texto o realizar una firma, había pocos candidatos (especialmente en los pueblos), con capacidad para auxiliar ante este tipo de necesidades.

En el presente artículo quisiéramos tratar el papel ejercido siglos atrás por los escribanos. Un oficio bastante infravalorado dentro de la historiografía general, y que ha pasado desapercibido, de ahí la necesidad de realizar varias consideraciones al respecto.

Su profesión les autorizaba muchas funciones, aunque por norma general donde más esfuerzos invertían, era en la redacción de diferentes tipos de documentos, tales como censos, testamentos, compras, ventas, cambios…, y que junto con transcripciones de fe, encuadernadas y acumuladas en sus estanterías, generaban pequeñas colecciones bibliográficas, que hoy son las que conforman los múltiples archivos de protocolos notariales, en las que investigadores y curiosos de la historia buscamos todo tipo de referencias. Una riquísima fuente de información, apta para indagaciones, bien sea en aspectos genealógicos, sociales como de otras tantas índoles.

Los escribanos eran personas que cultural y socialmente estaban distinguidas, pues además de ser de las pocas que no tenían que ir a faenar a los campos, para llegar a ejercer su profesión, era necesario disponer de unos ingresos, que permitieran el mantenimiento o la consecución de la escribanía.

Además de las funciones antes descritas, también eran capaces de ejecutar trabajos poco éticos, como podía ser la falsificación de un documento, con el fin interesado de un particular que se lo ordenaba a cambio de un precio estipulado. Conocemos los casos de múltiples linajes que para entrar en una orden de caballeros, o presentar pruebas de nobleza que salvaran las férreas restricciones impuestas por las Chancillerías, requerían de sus dotes para inventar o alterar aquello que se les solicitaba.

En ese contexto, el escribano formará parte de la red clientelar que las élites buscaban para borrar toda tacha impuesta por el sistema. Un dato interesante, en torno a las raíces de muchos de estos profesionales, en ocasiones nos conduce hacia familias conversas (especialmente de sangre judía), nada extraño si tenemos en cuenta que la cultura hebrea siempre ha premiado la formación de sus hijos. Podría ser esta razón, lo que explicaría la notable proliferación de familias de escribanos dentro del seno converso, y que en el caso que hemos estudiado en Cuenca, es una realidad incuestionable.


Veremos muchas veces como el oficio se transmitía de padre a hijo, tal y como sucedía con cualquier trabajo de ámbito artesanal. Había diferentes tipos de escribanos públicos (reales, numerarios, de cámara, de ayuntamiento y demás categorías que aquí no vamos a desglosar).

En Caracenilla, desde siglos atrás, tenemos referencias de una familia encargada de estos menesteres. Concretamente se trataba de Francisco Martínez, quien aparece con este cargo en la localidad hasta el día de su muerte (el 6 de abril de 1636).

Podemos considerarlo como el primer escribano del que de una manera continua comenzamos a ver su nombre en la documentación del Archivo Parroquial del municipio. No obstante, tenemos constancia de que hubo otros muchos previamente.

Francisco será una figura clave para entender lo que poco después será una saga de escribanos, pues como decíamos, el oficio se traspasaba entre familiares, de ahí que éste, en sus mandas testamentarias, cita los nombres de sus yernos, Juan de la Fuente y Antonio de Torrecilla.
Será precisamente Antonio el encargado de recoger el guante, al no disponer de un varón que pudiera suplirlo. Siguiendo nuestros apuntes genealógicos, averiguamos que Antonio casó con la hija de Francisco (María Martínez Pastor), de quien ya era pariente, pues en su partida matrimonial podemos leer que ambos guardaban un tercer grado de consanguinidad, por lo que la familia tuvo que solicitar una dispensa aprobada en 1637. Antonio, decidido a tomar las riendas, y ante la muerte de su suegro, suponemos que acabaría de formarse, viendo su firma estampada en los documentos notariales a partir del año 1639.
Como solía suceder en este tipo de familias, los escribanos eran miembros de la pequeña burguesía local más afortunada, pues al fin y al cabo, no vivían con las penurias que podríamos ver en otros eslabones de aquel mundo agrícola, donde el labrador luchaba constantemente contra los elementos de la naturaleza. Éste era hijo de Gerónimo de Torrecilla y Catalina Ballesteros, una familia bien posicionada, natural de la localidad de Bonilla.
El nuevo escribano, Antonio de Torrecilla y Ballesteros, ejerció el oficio desde 1639 hasta el año 1668, es decir, casi tres décadas de manera continua. Curiosamente, éste no realizó testamento en el momento de su defunción, seguramente porque la muerte le sorprendería de manera inesperada. Sabemos que mandó enterrarse en la sepultura de su madre, Catalina Ballesteros, un linaje del que había algunos miembros en la localidad, y que durante la primera mitad de aquel siglo tuvo cierta relevancia.
Parece ser que estaba claro quien debería seguir con el oficio, pues tras realizar una manda de 118 misas en su partida de defunción, cita como herederos a sus dos hijas (Juana y Catalina), así como a un único varón, Antonio (el mozo).
Antonio de Torrecilla y Martínez ejerció como escribano desde 1668 hasta 1706, un periodo bastante amplio (casi cuatro décadas). Éste tras fallecer, y siguiendo con la costumbre de la familia, mandó enterrarse en la tumba de los Ballesteros, y que como sabemos se ubicaba en una zona privilegiada del templo. Parece ser que Antonio viviría unos años desvinculado de la escribanía, pues su fecha de fallecimiento data del año 1711, cuando pagó por su alma un total de 150 misas.
Quien le sucedería fue Juan Antonio de Torrecilla, que ejerció el oficio entre 1710-1742. Éste era marido de María Duque, y aunque en el acta de su defunción no se especifique mucha información, menciona que el pago de misas corra a voluntad de sus hijos, Bernardo de Torrecilla y María de Torrecilla. Sabemos que tras su fallecimiento el licenciado Solera se encargará de continuar con la labor de manera transicional, hasta que finalmente Pedro Benito Pérez, será quien retomará el oficio.
David Gómez de Mora
Referencias:
* Archivo Gómez-de Mora y Jarabo. Genealogía familiar. Inédito
* Gómez de Mora, David (2018). “Las élites culturales de Caracenilla”. En: davidgomezdemora.blogspot.com
* Gómez de Mora, David (2018). “Las Élites locales en la franja Este de Huete entre los siglos XVI-XVIII”. En: davidgomezdemora.blogspot.com

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 25 libros entre 2007-2024, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo local. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).