La aparición a principios del
siglo XIX de una nueva legislación que por motivos higiénicos, exigía que los
cuerpos de las personas fallecidas fueran enterrados en un cementerio abierto
al aire libre, cambió sustancialmente las costumbres que imperaban en pueblos, donde
hasta la fecha los cuerpos de sus vecinos eran depositados en nichos
subterráneos, habilitados en el interior de los templos religiosos.
La importancia de que los restos del difunto reposaran en una parte concreta de la Iglesia, era una cuestión de cierta relevancia, pues aquello comportaba una serie de beneficios, que podían influenciar en el proceso de salvación de aquella alma, además del estatus e imagen que otorgaba a sus familiares.
Obviamente estábamos ante una mezcla de intereses entre los que se cruzaban los de índole religioso y tipo social, donde los integrantes, emulaban a menor escala, las costumbres que las grandes familias de la nobleza seguían efectuando en el interior de las catedrales de sus respectivas Diócesis.
La importancia de que los restos del difunto reposaran en una parte concreta de la Iglesia, era una cuestión de cierta relevancia, pues aquello comportaba una serie de beneficios, que podían influenciar en el proceso de salvación de aquella alma, además del estatus e imagen que otorgaba a sus familiares.
Obviamente estábamos ante una mezcla de intereses entre los que se cruzaban los de índole religioso y tipo social, donde los integrantes, emulaban a menor escala, las costumbres que las grandes familias de la nobleza seguían efectuando en el interior de las catedrales de sus respectivas Diócesis.
Además del pago de misas y la realización
de diferentes mandas que podían ayudar a solventar de la mejor manera posible la
salvación de aquel ser querido, se reflejaba una clara preocupación por la
elección de un lugar privilegiado.
No cabe decir que las sepulturas próximas al altar eran las más valoradas, por lo que comportaban un mayor coste de adquisición. El poder ocupar un lugar que acercaba más si cabe a Dios, era un factor decisivo que modificaba sustancialmente el coste de las hileras de cada nicho subterráneo, motivo por el que sólo los vecinos más adinerados eran capaces de hacerse con ese privilegio.
Lo cierto es que en Caracenilla no se vivía nada mal, sólo hemos de estudiar las cantidades de misas y bienes que se dejan ver en sus testamentos, para hacernos una pequeña idea de la disponibilidad de recursos existentes entre muchos de sus habitantes. Sin lugar a dudas dentro de lo que sería la franja este de Huete, y que siguiendo la línea de enclaves que estudiamos en un pasado artículo sobre las élites en el año 2018, podríamos asegurar que en este municipio era donde se invertía una mayor cantidad de mandas para la salvación de sus seres queridos. No olvidemos que otro de los puntos valorados era el coro de la Iglesia.
No cabe decir que las sepulturas próximas al altar eran las más valoradas, por lo que comportaban un mayor coste de adquisición. El poder ocupar un lugar que acercaba más si cabe a Dios, era un factor decisivo que modificaba sustancialmente el coste de las hileras de cada nicho subterráneo, motivo por el que sólo los vecinos más adinerados eran capaces de hacerse con ese privilegio.
Lo cierto es que en Caracenilla no se vivía nada mal, sólo hemos de estudiar las cantidades de misas y bienes que se dejan ver en sus testamentos, para hacernos una pequeña idea de la disponibilidad de recursos existentes entre muchos de sus habitantes. Sin lugar a dudas dentro de lo que sería la franja este de Huete, y que siguiendo la línea de enclaves que estudiamos en un pasado artículo sobre las élites en el año 2018, podríamos asegurar que en este municipio era donde se invertía una mayor cantidad de mandas para la salvación de sus seres queridos. No olvidemos que otro de los puntos valorados era el coro de la Iglesia.
Iglesia
parroquial de Caracenilla (foto del autor)
Una de las costumbres más demandadas,
era asegurarse una de las áreas con mayor trasiego por parte de los fieles,
pues estaba extendida la creencia de que esto les permitía estar más cerca de
sus seres querido. También era habitual comprar sepulturas anexas entre sí, pues
de este modo los familiares de los difuntos estaban más cerca.
Como sabemos en un nicho subterráneo podían enterrarse varias personas, y siempre que el dinero lo permitiese, se contrataba a un artista que fabricaba una lauda sepulcral, en la que se inscribía el nombre, fecha y algún aspecto personal o social del difunto, entre los que solían proliferar los escudos de armas siempre que éste fuese integrante del estado noble.
Como sabemos en un nicho subterráneo podían enterrarse varias personas, y siempre que el dinero lo permitiese, se contrataba a un artista que fabricaba una lauda sepulcral, en la que se inscribía el nombre, fecha y algún aspecto personal o social del difunto, entre los que solían proliferar los escudos de armas siempre que éste fuese integrante del estado noble.
Tampoco podemos pasar por alto
las capillas laterales, destacadísimas entre las élites locales, ya que
otorgaban un estatus al linaje, al funcionar estas como una propiedad privada
dentro del lugar más sagrado del municipio. Aquel espacio se transformaba en un
entorno personal, que solía mantenerse a costas de sus representantes, y que en
el caso de miembros del estado noble, solía engalanarse con su escudo de armas,
y dependiendo de su capacidad económica, decorar y complementarlo con piezas
religiosas, un retablo o incluso una verja.
¿Qué es lo que sabemos al
respecto en este sentido de la Iglesia de Caracenilla?, lo cierto es que tras
haber leído y estudiado a fondo sus libros de defunciones, hemos conseguido
recoger un conjunto de datos sobre los lugares en los que reposaron los cuerpos
de los principales linajes del municipio, y que a continuación transcribimos de
nuestros apuntes personales.
En lo que respecta a sepulturas
familiares, tenemos constancia de la que poseía la familia de los Pérez de
Albendea (después apellidados como Pérez). Éstos la tenían en la segunda
bancada por el lado del Evangelio. En la misma hilera estaba la de los Medina,
una familia con recursos, que representó con algunos de sus integrantes a los
servidores del Santo Oficio en el municipio.
Los Orozco, junto con sus
parientes los Espada y los Montemayor, son algunas de las casas que se moverán
en la órbita de la nobleza asentada entre Huete y la ciudad de Cuenca, y que
por su relación con Caracenilla, también adquirieron una sepultura.
Unos de los más privilegiados (y
que conformarán esa élite agrícola), fueron los Alcázar-Rubio, quienes tenían
su zona de enterramiento en el coro de la Iglesia. Tampoco se nos pueden pasar
por alto los Garrote, otro linaje con una influencia destacada en el municipio
desde el momento inicial de su asentamiento en el siglo XVII, y cuyas raíces
les llevaban hasta la localidad de Villar del Horno. La sepultura de la familia
fue fundada por Juan Garrote Saiz, quien era marido de María de Alcázar Pérez,
y que como en otros espacios habilitados, sólo podían enterrarse aquellos
miembros que portaran su sangre.
En el lado de la epístola se cita
la sepultura de los Martínez, familia también importante, por llevar durante
algunas generaciones la escribanía en la localidad. Gracias a los datos que se
precisan en el libro de defunciones, pudimos averiguar que por aquellos tiempos,
su sepultura se hallaba al lado de la tarima del altar de San José.
Otro de los linajes que se cita,
es el de los Fernández de Culebras, cuya tumba estaba en el lado de la epístola,
y donde sólo podían enterrarse aquellos familiares que demostraran su ascendencia
con los fundadores Gabriel Fernández y su esposa María de Culebras.
Una de las familias que integró
el conglomerado nobiliario del municipio fueron los León, otro linaje de
hidalgos, con raíces en Valdemoro del Rey, y que tras su instalación en
Caracenilla, consiguieron casar con las gentes más influyentes del municipio.
Obviamente, para no ser menos, alzaron una capilla familiar, que todavía daba
un mayor estatus a sus integrantes.
No olvidemos que los León
llegaron a controlar varias de las capellanías que se fundaron en el municipio,
lo que fortalecía más si cabe su nexo con el clero local, fenómeno por el que
casi era obligado para su reputación el levantamiento de un punto de
enterramiento que lo distinguiera del resto de linajes.
Los Ballesteros eran otra de las
familias que se adjudicó un lugar de destacado, éste se hallaba enfrente del
altar de la capilla de San José, ubicándose en el coro, concretamente en la
primera bancada, al lado de la epístola, estando pegado a la tarima donde se
hallaba el altar de San Miguel.
Sin lugar a dudas, las referencias
extraídas, son vitales no sólo para saber el lugar exacto en el que descansaron
los restos de muchos de nuestros antepasados, sino también para conocer la
distribución de las advocaciones, y si éstas han cambiado poco o
sustancialmente de lugar con el trascurso de siglos pasados.
Otra referencia de interés es que
la capilla mayor durante el siglo XVIII tenía en sus laterales los altares del
Rosario y San Roque, siendo precisamente junto a este último en el que se
enterraban los curas, pues adquirieron en ese mismo lugar una sepultura,
únicamente para su uso exclusivo, y que según parece, tenía a su lado la que
era de los Ballesteros.
Valgan pues estas modestas notas
personales, como un conjunto de información histórica que nos ayude a conocer
mucho mejor la mentalidad y estructura social de un enclave como el de
Caracenilla, sobre el que quedan muchos datos por sacar a la luz.
David
Gómez de Mora
Referencias:
* Archivo familiar Gómez de Mora-Jarabo.
Notas sobre los linajes de la Iglesia de Caracenilla.
* Archivo Parroquial de Caracenilla. Libro I de
defunciones (1571-1631).
* Archivo Parroquial de Caracenilla. Libro II de
defunciones (1631-1701).
* Archivo Parroquial de Caracenilla. Libro III de
defunciones (1701-1767).
* Gómez de Mora, David (2018). “Las Élites locales
en la franja Este de Huete entre los siglos XVI-XVIII”. En:
davidgomezdemora.blogspot.com