Desde finales de la
Edad Media, Villarejo fue una modesta localidad que permanecía impasible a los bruscos
cambios de tipo económico como demográfico, vividos en algunos puntos de las
tierras conquenses. Estaba sustentada por la riqueza de sus cultivos, como por
un posicionamiento geográfico, resultado de una indiscutible ubicación
estratégica, donde la localidad quedaba conectada por diversos caminos de
herraduras, que le eran aptos para comercializar sus excedentes agrícolas con los
enclaves de sus alrededores.
Los Señores del lugar
llevaban a sus espaldas un prestigioso pasado, consolidado por una genealogía
que los hacía compartir apellidos con miembros de la alta y media nobleza
conquense. Mientras tanto, fuera de aquella órbita social, estaban las familias
de labradores del pueblo. Promotores de una política endogámica, que favoreció
el desarrollo de una reducida sociedad agrícola.
Entre sus representantes
surgirán apellidos, que en otros puntos de la comarca llegaron a integrar las
filas del estado noble. La única diferencia que les distinguía, era su escueto radio
de acción y la obligación de contribuir a los pagos indicados, pues no dejaban
de ser meros pecheros. Así se apreciará en el caso de los Rincón, y muy
especialmente los Peña, estos últimos familiares del Santo Oficio en Villarejo,
y con nexos muy estrechos en la ciudad optense, que si bien en nuestra apacible
localidad no llegaron a impregnarse de una etiqueta nobiliaria, lo contrario
sucedía en el cercano Garcinarro, Bonilla o Alcocer, donde ya sí eran tratados
como hidalgos.
Entre aquel conjunto
de familias, veremos alguna mención alusiva a una casa sobre la que hasta la
fecha no hemos realizado referencia alguna, los Castro. Un linaje que no dejó
una marcada descendencia, pero que sí acarreaba una solera nobiliaria, que como
los anteriores en su fondo tenía un pasado converso.
Escudo en Villarejo de la Peñuela. Probablemente perteneciente a
los Castro (imagen del autor).
Un fenómeno que no
debería sorprendernos, y que como veremos, era más habitual de lo que hasta la
fecha la historiografía nos ha relatado. Algunos linajes (como es el caso de
los Peña o los Rincón de Villarejo), obviamente perderían todo interés en
iniciar los trámites de un proceso, que les permitieran un incremento de su reconocimiento
social, pues en resumidas cuentas al final les acarreaba más disgustos que
satisfacciones, ya que la Inquisición estaba sobradamente al corriente de que apellidos
de la zona eran portadores de sangre conversa.
Volviendo con quienes
creemos que podrían ser los Castro, apreciamos un bonito escudo de piedra, que ajustado
a un esquema simple, inserta en un medallón rematado por un casco con sus
penachos, un conjunto de seis roeles, puestos de dos en dos. Para quien
pretenda imaginar cromáticamente la pieza de acorde a las referencias de los
armoriales heráldicos, debe saber que el campo de esta familia solía
representarse en plata, junto con su media docena de roeles en azur.
A la pregunta de si
hay constancia sobre personas portadoras de este apellido en la localidad,
hemos de decir que sí. Y esto lo sabemos por las anotaciones que tenemos registradas
en nuestro archivo genealógico, donde se nos indica como a finales del siglo
XVI estuvo celebrando sus bodas en el pueblo, un tal Julián Fernández de Castro
con su esposa Cornelia Cipriana Ojeda. Ignoramos si este matrimonio dejaría
algún descendiente o sólo estuvo de paso por el pueblo. Aunque en la centuria
siguiente si que hay evidencias que confirman la presencia de algunas personas
portadoras de este apellido. Concretamente tenemos constancia de una línea que
para nosotros resulta interesante, se trata de la vecina María de Castro, esposa
de Domingo Saiz.
Vivienda en la que se halla el mencionado escudo (imagen del autor).
Sabemos que una hija
de este matrimonio llamada Ana Saiz de Castro, en 1673 celebró sus bodas con
otro villarejeño. Por las mismas fechas aparece como esposa de Pedro Saiz de
Marcos, otra mujer designada como María de Castro.
Desconocemos si se
trata de la misma persona, o de si hablaríamos de una pariente, con idéntico nombre
y apellido. De lo que no cabe duda es que esa Castro aparece anotada como vecina
de Villarejo durante el siglo XVII, además de fallecer y ser enterrada en la
Iglesia del pueblo.
Llama la atención que
sendos enlaces se produzcan con integrantes que portan un mismo apellido,
quedando en el aire si había algún nexo de sangre entre los citados Domingo y Pedro.
De éste último, ya presentamos en nuestro trabajo sobre las élites en la zona
este de Huete una parte de su genealogía.
Genealogía de
los Saiz de Villarejo (elaboración propia)
La familia Saiz fue una de las mejor
posicionadas que existieron en Villarejo, esto les permitió establecerse entre
el bloque de lo que designaríamos como las élites locales. Muchos de sus
representantes fueron ricos labradores. Mientras tanto, la esposa de Domingo
dejaría una hija que casará con un integrante de los Sotoca, de quien pasamos a
presentar una nueva genealogía, en la que observamos los repetitivos lazos
entre algunas familias del pueblo.
Genealogía de Bartolomé Sotoca y Ana Saiz de
Castro (elaboración propia)
Resulta complicado
poder llegar a establecer conclusiones finales, cuando hablamos de un apellido
que la historiografía de la comarca ya documenta en estas tierras desde los
tiempos de la conquista optense, aunque como decíamos, esto no quitará peso a
las acusaciones sobre el origen converso de las variadas líneas que acabarán
medrando desde los tiempos del Medievo.
Siguiendo nuestra
genealogía familiar podemos afirmar que durante la segunda mitad del siglo XVI
hubo en la Peraleja asentado algún Castro más. Se trataba de Juana de Castro, y
cuyas raíces, según los libros parroquiales, apuntarían hacía el norte de
España. Igual de interesante resulta el caso de otros miembros, tal y como
sucedió en Gascueña, cuando éstos intentaban legitimar sus derechos como
hidalgos.
David Gómez de Mora
Notas:* Apuntes de la genealogía familiar