Una de las fortificaciones sobre
la que se han escrito varias referencias, pero de la que prácticamente nada se
ha conservado, es la del castillo de Montalbo. Su ubicación, siguiendo los
parámetros geoestratégicos del momento, realzaban una antigua estructura en la zona
alta de un cerro, dejándolo a una altitud de 900 metros sobre el nivel del mar,
y desde donde podían divisarse las lagunas de Hito.
Los orígenes del edificio son inciertos, aunque parece ser que los árabes entre el siglo X y la época de los Reinos de Taifas ya habían levantado un sistema defensivo, que posteriormente sería reutilizado por los cristianos. La funcionalidad militar con el trascurso de las centurias quedaría en un segundo plano, pues trascurrida la Edad Media, el espacio prácticamente funcionará como un reciento palaciego de uso residencial.
Los propietarios que habitaron en sus entrañas hasta la llegada de los Coello fueron unos cuantos. Tras la conquista, su plaza acabaría siendo propiedad del Señor de Villena, don Juan Manuel (concretamente, desde 1294 hasta el fallecimiento de Blanca Manuel en 1360, momento en el que recaerá en la corona real), hasta que de nuevo, el Marqués de Villena se hará con sus dominios desde 1371 hasta finales del siglo XIV, fase en la que volverá a revertirse al monarca, para inmediatamente caer en las manos de los Coello. Entradas las dos primeras décadas del siglo XIV, don Juan Manuel tenía como designio fortificar sus dominios, de ahí que destinará importantes sumas de dinero a la adecuación de algunas obras.
Restos
del castillo de Montalbo. Imagen: palomatorrijos.blogspot.com
Sabemos que el lugar era bastante
confortable, razón por la que su dueño acabaría empleándolo como zona de
residencia temporal, pues ofrecía buenas prestaciones cinegéticas. Una reseña
de interés la encontramos en el “El
Chronicon Dominis Emmanuelis, en el que se indica como en el año 1323 se
levantó una muralla en la población” (Fernández Flórez). Las razones de las
frecuentes visitas podían ser el control de las obras de la muralla, la caza de
grullas o que el lugar le resultase agradable” (Salas, en coord., 2019,
314).
Mientras tanto, el tiempo
trascurría, y entre sus paredes irían transitado grandes figuras de la historia
de esta tierra, como serán los diferentes alcaides, encargados de supervisar y
velar por la seguridad del emplazamiento. Uno de ellos fue Lope López de
Ribera, personaje de interés, y sobre el que hicimos escaso tiempo un breve
esbozo, como resultado de una publicación sobre la genealogía de los Señores de
Villarejo de la Peñuela (Gómez de Mora, 2020). Sabemos que su nieta doña
Violante de Ribera, acabaría siendo señora de la fortaleza, tras contraer
matrimonio con don Esteban Coello (quien representaba la tercera generación de la
familia).
Los orígenes de los Coello con el
lugar se remontan a un noble portugués del siglo XIV (Egas Coello), quien recibió
esos dominios, junto con los de Hito, Alcolea, Villar de Cañas, Casablanca y
Casa del Caballero. Tras su muerte, como era de esperar, su hijo Pedro sería el
siguiente en representar a la estirpe familiar, sucediéndole en el Mayorazgo y
sus respectivas propiedades. Hemos de incidir que la alianza entre su vástago
Esteban y Violante fue muy provechosa para el clan, pues no olvidemos que ésta se encontraba al mando de los señoríos de Villarejo junto
con los de Cabrejas y Valmelero. Además, incorporaba al Señorío la marca de los
Jaraba junto los históricos Albornoz, y lo cierto, es que a pesar de que el
primero de aquellos apellidos portaba sangre conversa, era beneficioso para las
miras del linaje, puesto que les acercaba al círculo de las altas esferas en el
que se movía una élite, que veía la necesidad de ser vista en la ciudad de
Cuenca. En realidad, aquello era un constante ejercicio de proyección social,
donde se analizaba y estudiaba al detalle cada uno de los movimientos y
políticas matrimoniales que las familias habían de celebrar.
Resulta
de enorme interés comprender la evolución de las dos primeras generaciones de
la familia portuguesa, ya que marcarán un precedente en la historia y futuro de
la fortaleza, dentro del seno de una aristocracia floreciente, que iba medrando
de modo satisfactorio, en un territorio que poco tiempo después será motivo de
grandes disputas. Al respecto, Ortega Cervigón precisa que “la unión familiar de Pedro Coello con los Álvarez de Toledo y la de
Egas con los Pacheco, así como algunos episodios de armas en la frontera con el
reino nazarí pudieron influir en la concesión del señorío de Montalbo” (Ortega,
2006, 214).
Obviamente
la familia sabía lo que hacía, pues Egas contrajo matrimonio con Leonor Alfonso
Pacheco, quien era a su vez tía de Juan Fernández Pacheco, una figura de peso,
y que conoceremos por ser el primer señor de Belmonte. Desde luego se había
sentado un precedente en el rumbo social de la familia, muestra de ello será el
testamento de Egas, y que se firmará “en
El Espinar (Segovia) durante 1421, con el mantenimiento del patrimonio familiar
a favor de su primogénito Pedro, a quien el monarca Juan II confirmó el
mayorazgo en 1430” (Ortega, 2006, 214).
No
olvidemos que “Egas Coello acumuló en las
dos primeras décadas del siglo XV diversas propiedades agrarias al sur del
obispado de Cuenca, en Montalbo -además de disfrutar de su señorío
jurisdiccional-, Tres Juncos y Alcolea, junto a los bienes urbanos en
Almonacid, Huete y la propia Montalbo. Las rentas señoriales alcanzaban los
300.000 mrs. anuales, montante económico que les permitió mantener una pequeña
corte de vasallos y la acumulación de bienes santuarios, junto las aportaciones
de la Corona en forma de juros y acostamientos, que ascendían a 70.000 mrs. anuales,
con parte de los que debía mantener veinte lanzas” (Ortega, 2006, 614).
Su
vástago Pedro Coello siguió la misma senda, casando con la noble Mayor
Carrillo. En realidad se trataba de otro enlace con una familia cuyo pasado
arrastraba enormes tachas de conversión. Otra cosa muy distinta es lo que éstos
contaban sobre sus orígenes, y que se pregonará centurias a posteriori en los
tratados históricos del linaje. Un sofisticado ejercicio de comunicación y
distorsión historiográfica que ha llegado con sus respectivas consecuencias
hasta la actualidad, cuya funcionalidad además de realzar el estatus de sus
integrantes, albergaba un claro propósito de lavado de imagen. Un arma de doble
filo en toda regla, que ayudaba a esquivar los problemas que podían aparecer
ante una sociedad neurótica, plagada de sospechas (muchas veces bajo un
fundamente lógico, a tenor de lo que serán los orígenes de la nobleza del
país), que alimentarán la necesidad de despejar cualquier duda, que tuviera
como objetivo dañar la figura del apellido. Lo cierto es que la represión
contra el pueblo judío no será la misma a finales del siglo XIV, respecto la
que apreciaremos durante la senectud de Esteban, pues por aquellas fechas la
Inquisición era un nuevo elemento que añadir a la ecuación, y que cada vez resultaba
más complicado de solventar.
Sin
lugar a dudas el lapso cronológico que separa las tres generaciones de Egas y
su nieto, serían cruciales para que muchas familias de la nobleza conquense saliesen
bastante bien paradas, ante los rumbos que se tomarían sólo cien años después. Creemos
que muy probablemente si la fase de emersión de ese movimiento represor hubiese
sucedido un siglo antes, los destinos de muchas de estas casas hubieran sido
notablemente diferentes a los que hemos conocido.
El
castillo según el Catastro del Marqués de la Ensenada (1752).
Recordemos
como tras esta primera fase, la familia hará de Montalbo su punto de control.
Así por ejemplo, en la Iglesia del municipio, el linaje alzará una capilla, de
la que nos han llegado dos lápidas, entre las que está la que cubría la
sepultura de Esteban y su esposa Violante de Ribera. Se cree que muy
posiblemente éste sea el primer representante de la familia que pasaría más
tiempo en el castillo, puesto que tanto su padre, como el abuelo Egas habían
nacido en Portugal.
En cuanto a los restos, podemos
decir que “del antiguo castillo hoy sólo
queda un muro de mampostería en el exterior y de cal y canto en el interior (a
juzgar por la fotografía de Rodríguez Zapata de 1992) que se corresponde con
una torre rectangular que mide 6,50 metros en sus lados este y oeste y 7,30 en
sus lados norte y sur. Su altura máxima ronda los 7,50 metros. Los cuatro lados
de la torre se conservan muy desigualmente, pues han perdido parte de la
mampostería e incluso de los cimientos, en la parte superior sólo queda un
pequeño muñón. Sus cuatro lados están orientados a los puntos cardinales” (Salas,
en coord., 2019, 313).
David
Gómez de Mora
Bibliografía:
* Fernández Flórez, Enrique
(1754). La España Sagrada, Tomo II.
* Gómez de Mora, David (2020). “Notas sobre los primeros Señores de
Villarejo de la Peñuela”. En: davidgomezdemora.blogspot.com
* Ortega Cervigón, José
Ignacio (2007). La acción política y la proyección señorial
de la nobleza territorial en el obispado de Cuenca durante la baja Edad Media. Tesis. Universidad Complutense de Madrid
* Salas Parrilla,
Miguel -coord.- (2019). Cuenca, castillos y fortalezas. Autores: Miguel Salas
Parrilla, Rafael Moreno García, José Luis Rodríguez Zapata, José Antonio
Almonacid Clavería, Michel Muñoz García, Miguel Ángel Valero Tévar, Santiago
David Domínguez-Solera, Marino Poves Jiménez, José Ramón Ruiz Checa, David
Gallego Valle, Juan Ramón Arcos Conde, Jaime García-Carpintero López-Mota,
Miguel Romero Sáiz, Agrimiro Sáiz Ordoño, Miguel Ruiz Bricio, Jorge Jiménez
Esteban, Miguel A. Castillo Sepúlveda, 576 pp.