sábado, 30 de mayo de 2020

Sobre los apellidos peñiscolanos

Peñíscola tiene la particularidad de ser un enclave donde la escasa variedad de sus apellidos ha sido uno de los principales distintivos que llaman la atención a muchos de los foráneos y curiosos que desconocen su pasado.

Aquella abundante repetición fue un problema con el que la población siempre estuvo lidiando, por ello su gente ya desde antaño se las ingenió para distinguir unos vecinos de otros, hecho que se refleja en su documentación histórica. Al respecto, cualquier investigador o genealogista que haya consultado su archivo municipal, le habrá resultado llamativo ver referencias vecinales en las que se pueden leer los nombres de Juan Ayza de José, Vicente Albiol de Jaime…

Esto se debía a que antiguamente por norma general sólo se empleaba el primer apellido, lo que unido a una repetición como la que comentábamos, hacían necesario incluir el nombre del padre, de ahí que si habían dos, tres o más Juan Ayza en la localidad, había de aplicarse este mecanismo, despejando así cualquier tipo duda, lo que debía de quedar muy claro, especialmente en temas de pagos e impuestos, puesto que cada año sus vecinos desembolsaban una cantidad de dinero en el pago de la contribución municipal.

Hemos de decir que la cifra de nombres y apellidos repetidos llegaba a ser tal, que en algunos casos aparecen hasta tres generaciones para referirse a una misma persona, puesto que si en el municipio residían dos José Albiol, que eran a su vez hijos de dos Francisco Albiol, había por tanto que incluir el nombre del abuelo paterno para diferenciar así al uno del otro.

No obstante, entre los habitantes del pueblo la cosa ya era muy diferente, pues ahí los formalismos se olvidaban, por lo que éstos se conocían a través de los motes u apodos con los que todavía siguen identificándose las familias auténticamente peñiscolanas.

A la pregunta de por qué hay una excesiva repetición de apellidos en la localidad, diremos que simplemente habría que analizar con detenimiento el pasado del municipio, para así comprender parte de su historia, y lo que a la par integraría el estrato cultural e identitario de sus gentes. Como bien sabemos Peñíscola es todo un hito geoestratégico desde antes de los tiempos de la conquista cristiana. Cuando cayó en manos de Jaume I, éste tenía muy claro el potencial del lugar, de ahí que inmediatamente lo convertiría en el principal enclave portuario desde el que se daba salida a la lana que bajaba desde las tierras interiores de Castellón.

El rango comercial de Peñíscola era indiscutible, y así seguiría perdurando durante varios siglos hasta que entraríamos a finales del medievo, momento en el que la población comenzaría a perder fuelle. Mientras tanto, otras localidades y que en cierto modo hasta no hacía mucho estaban sumidas a sus directrices (es el caso de Benicarló y Vinaròs), comenzaban a despuntar. Eran tiempos distintos a los de la conquista, pues ahora lo que imperaba era una estabilidad en la que crecerá la nueva burguesía valenciana (uno de los principales motores económicos del Reino valenciano).

Veremos como aquel rol defensivo de la Peñíscola bajomedieval comenzaba a ser anticuado, pues mientras los emplazamientos litorales se iban expandiendo, creando arrabales y saliendo de sus murallas, la cosa aquí resultaba imposible de cambiar, ya que el propio encorsetamiento urbano de la localidad era el mismo que ahogaba sus pretensiones de crecimiento socioeconómico.

Aquel protagonismo militar cada vez iba resultándole más contraproducente, y es que su plaza castrense era todo un caramelo que despertaba un recelo permanente de control. Es por ello que Peñíscola pagaría muy caro el precio del lugar que le tocó ocupar, pues el vivir entre los muros de la roca obligaba a sus pobladores a estar continuamente sumidos en todos los conflictos que se generaban a lo largo y ancho del territorio peninsular.

Esto obviamente influyó en su día a día, ya que además de salir a labrar sus campos o faenar con sus barcas, habían de reforzar o colaborar con las tareas de guardia y vigilancia del lugar, pues en varias ocasiones la documentación nos indica que no siempre había disposición de soldados para la realización de tales obligaciones.

El punto de inflexión que marcará un distanciamiento entre Peñíscola con las poblaciones vecinas de Benicarló y Vinaròs se produce en el siglo XV. A partir de ese momento veremos dos visiones antagónicas de planificación y crecimiento urbano. La ciudad de la roca no tendrá más remedio que seguir con el modelo tradicional, que poco o nada había cambiado con respecto a los tiempos de la Banískula musulmana. Una herencia que como muchos habrán observado todavía perdura en muchas de sus callejuelas.

Sabemos que desde 1584 hasta los tiempos de la Guerra dels Segadors, la villa tuvo que costearse las reparaciones de su artillería, guardias y otros gastos que comenzaron a diezmar severamente sus arcas. Una difícil situación para un municipio que además estaba resintiéndose por los azotes de las epidemias de peste, y que en su conjunto casi llegaron a ponerla en riesgo de despoblación. Una cuestión poco conocida, que merece ser tratada más a fondo en un futuro artículo.

Como veremos el siglo XVII tampoco fue benigno en lo relativo a conflictos bélicos, aunque sin lugar a dudas menos lo sería su centuria siguiente, cuando Peñíscola resistió heroicamente confinada y defendiéndose durante un año y medio desde el día 14 de diciembre de 1705 hasta el 15 de mayo de 1707, con motivo de los continuos ataques recibidos durante la Guerra de Sucesión. Aquel episodio le valió los mayores reconocimientos de Felipe V para toda la corporación municipal, y que el monarca materializó mediante el otorgamiento de una nobleza para todos sus descendientes. Este privilegio que se acompañó con la concesión de escudos de armas en una localidad tan pequeña, hará que la tasa de miembros del estado noble se disparase en cuestión de varias generaciones. No es por ello un error decir que Peñíscola estaba llena de hidalgos, pues cualquiera que profundice en sus raíces genealógicas, notará el parentesco que entre muchos de nuestros antepasados se iría estableciendo.

No obstante, aquellos reconocimientos simbólicos lo que pretendían era ocultar la situación catastrófica que se vivía en su economía local. Pues mientras Peñíscola resistía detrás de sus muros los envites de flotas que bombardeaban sus murallas, el resto del término municipal quedaba en manos de los enemigos que talaban los árboles de la Serra d’Irta, además de destruir todo tipo de construcciones, al tiempo que Benicarló y Vinaròs iban creciendo e incrementando su calidad de vida.

Creemos que el encorsetamiento urbano de la localidad propició de modo natural una regulación demográfica desde los tiempos de Jaume I, puesto que la cifra de almas nunca podía variar sustancialmente, al haber siempre la misma superficie de suelo disponible, lo que unido a una política endogámica entre su vecindario, ayudará a que en sus casi 80 kilómetros cuadrados de término municipal, las propiedades agrícolas no cambiarán excesivamente de manos, garantizando una permanencia y conservación de la tierra, al estar retenida entre propietarios autóctonos, y por tanto, de vecinos que siempre contarán con recursos para rehacer su vida, a pesar de las inclemencias económicas a las que continuamente estaban sometidos por intereses ajenos a sus preocupaciones cotidianas. De lo contrario, Peñíscola podría haber desaparecido en una de las muchas guerras por un empobrecimiento económico de su vecindario.

Cuando Peñíscola cogía aire para volver a recuperarse del fuerte varapalo que supuso la guerra de principios del siglo XVIII, veremos cómo entrada la centuria siguiente las heridas volvían a reabrirse tras la toma de su plaza por parte de los franceses, previa entrega efectuada por el gobernador militar.


Las consecuencias de aquel episodio fueron durísimas, ya que se expulsó a toda la población de sus casas, dejando sólo en su interior a las familias de edades más avanzada, colocando además cañones en cada uno de los accesos principales, dispuestos para disparar hacia cualquiera de los vecinos que intentara penetrar en el municipio.

El cura don Joaquín Balaguer, relata en el libro parroquial de aquel año (ya desaparecido) la crudeza de la situación: “Con el pueblo me salí yo también y me fijé en Benicarló, para desde allí acudir a lo que fuese necesario, sacando de la iglesia las ropas y ornamentos que fue permitido sacar para conservarlos hasta que Dios Nuestro Señor nos restituyera a nuestra amada patria. Desde dicho día toda la gente se estableció, parte en Benicarló, parte en la partida de Irta y parte en la huerta, sufriendo todas las privaciones e incomodidades que consigo lleva esta infeliz suerte. Algunas gentes se fijaron en la ermita de San Antonio Abad (…) ya que la dura necesidad les obliga a vivir en chozas, en cuevas y por bajo de los árboles” (Febrer, págs. 278-279).

Aquello comportó un exilio que se prolongó durante 28 duros meses. Como es de imaginar, las consecuencias fueron irreversibles, pues en cuestión de dos años fallecieron uno de cada tres peñiscolanos, debido a la aparición de enfermedades y hambrunas. Y es que en realidad se castigó a casi todo un pueblo a vivir como cabras en el monte de la noche a la mañana. Sabemos que quienes tenían parientes o amigos en municipios colindantes pudieron encontrar cobijo, aunque esto sólo sucedió en algunos casos. Sobre este trágico episodio se recuerdan viejas historias que nos han llegado por tradición oral en las que se refleja la barbarie por la que tuvieron que pasar muchos de nuestros antepasados.

Alguien se preguntará, ¿y que tiene qué ver todo esto con las raíces de los apellidos que existen en el municipio?, pues ahí está la respuesta. La propia historia del lugar. El aislamiento continuo al que su sociedad se vio sometida, unido a la crisis de la guerra contra los franceses, marcó generacionalmente al municipio, pues aquellos pobladores que sobrevivieron y pudieron regresar a sus casas, serán los mismos que dejarán una descendencia que portará los apellidos de una población entera, y que durante el siglo XIX intentó rehacer su vida de nuevo.


David Gómez de Mora


Bibliografía:

* Febrer Ibáñez, Juan José (1924). Peñíscola: Apuntes históricos. Castellón.

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 25 libros entre 2007-2024, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo local. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).