Durante
el siglo XVI en el municipio de La Peraleja se viviría un periodo de auge con la
instalación de linajes adscritos al estado noble. Casas como la de los Daza, Patiño,
Suárez…, se enmarcan en un momento de la historia del municipio, en el que algunas
de sus gentes invertirán esfuerzos y dinero en ejecutorias con las que
incrementarán su estatus social.
Como
bien sabemos, en el ámbito de la nobleza son muchos los matices a la hora de
hablar sobre las raíces genealógicas de cada familia. Por norma general si
leemos los armoriales o el contenido de la documentación que acreditaba aquella
privilegiada situación, apreciaremos que por aquellos tiempos estaba en boga el
ideario romántico que difundía una imagen nostálgica e idealizada del
caballero, haciéndolo participe de las gestas que se habían logrado con la
instauración de la religión cristiana, en el periodo de la conquista contra los
musulmanes.
La
gran mayoría de familias que deseaban medrar socialmente, siempre que pudieran
y cuando hubiera garantías de que aquello no les iba a acarrear ningún
problema, se decidían a probar suerte en la Real Chancillería.
Durante
los siglos XIV y XV, muchos linajes conversos procedentes del área portuguesa y
sus anexas tierras gallegas, comenzarán a llegar hasta el territorio conquense,
argumentando un pasado heroico, que nunca se podrá rastrear con el mismo
detalle que el de las familias asentadas en este lugar desde inmemorial.
Algunas, sabremos tiempo después que se adscribirán al colectivo de los “marranos”,
judíos portugueses que intentaron poner un nuevo rumbo a su vida.
Aquel
relato donde se solía faltar mucho a la verdad, poco menos que se acabó
convirtiendo en un procedimiento habitual y extendido que hacía prosperar el
nombre de la familia. Los requisitos reclamados y entre los que se hallaba la
pureza de una sangre que nunca había tenido contacto con algún antepasado ajeno
a la religión cristiana, eran prácticamente imposibles de cumplir (resultando
menos comprensibles entre aquellos inquisidores, que por norma general
arrastraban una tacha conversa igual o incluso más grande que la de las
personas que luego iban a condenar).
Imagen: amigosdelaperaleja.org
En
el caso de La Peraleja es probable que nos encontrásemos con las dos caras de
la moneda (habiendo caballeros que tenían unas evidentes raíces conversas, así
como algunos conformados por familias de cristianos viejos, que por lo menos,
hasta donde llegaba la documentación, parecían no inmiscuirse en el mismo grupo).
Ya
era sabido que en este entorno geográfico muchas de las élites ennoblecidas descendían
de antiguos judíos e incluso musulmanes, cuyas genealogías estaban registradas
en los informes de procesos e investigaciones de los que eran más que conocedores
los miembros de la Inquisición Conquense.
Los
Patiño destacarán por su política matrimonial, buscando desde un primer momento
enlaces con gente de su mismo eslabón social. Por ejemplo, Tomás Patiño,
celebró sus bodas con María Daza (perteneciente a otra destacada casa de la
nobleza optense), fruto de cuya unión nacería doña Isabel Baptista Patiño, y
que casó en 1565 con el noble don Francisco Suárez de Salinas.
Siguiendo
nuestros apuntes genealógicos veremos que el destino de cada una de las líneas
asentadas en este municipio intentará diversas estrategias, aunque finalmente todas
acabarán confluyendo hacia un mismo círculo local.
Francisco
e Isabel tuvieron algunos hijos, una fue doña Isabel Suárez Patiño, quien celebró
sus nupcias en 1595 con Juan Vicente de Oliva (una familia de labradores acomodados
que estaba instalada en el lugar desde hacía tiempo). Los Vicente no portaban
ningún tipo de nobleza, pero si una impoluta marca de cristianos viejos y que
tanto gustaba a los ojos del Santo Oficio. Sus descendientes pasarán a
enmarcarse dentro de las típicas alianzas locales con familias de propietarios agrícolas,
y que al menos en el municipio seguían gozando de cierto prestigio (es el caso
de los Hernán-Saiz, del Olmo…).
Por
otro lado, el hermano de Isabel, don Juan Suárez de Salinas y Patiño, intentará
preservar las miras sociales de sus abuelos, por lo que se acabaría casando con
la distinguida doña Beatriz Núñez (descendiente de otra casta de nobles de la
ciudad de Huete, pero con unas raíces judías que eran imposibles de esconder,
tal y como lo evidencian algunas de las acusaciones que sobre ellos recaerían
por parte de la Inquisición). Creemos que la idea de la familia de Juan era
clara, pues éste seguiría intentando no inmiscuirse con las casas locales,
buscando apoyos que venían desde los linajes asentados en Huete, de ahí que
nuevamente no resultará casual que su hija Beatriz Suárez case en 1600 con
Manuel de Escolar, otro vecino asentado en la Peraleja, pero cuyos padres procedían
de la ciudad optense.
Creemos
que a partir de ese momento se marca un punto de inflexión en la familia, ya
que la escasez de una descendencia que garantizara una prolongación masculina,
junto con la pobre disponibilidad de nobles para gestar aquella jugada en La Peraleja,
acabarán explicando la desintegración de sus aspiraciones, por lo que irían
fusionándose con el núcleo de labradores autóctonos, como ya veremos con la hija
de ambos, y que casó en 1653 con el bien posicionado Miguel Jarabo Rojo.
Ascendencia de Miguel Jarabo
Vicente y María de Escolar Suárez (elaboración propia).
¿Y
qué decir de los Suárez de La Peraleja?, lo cierto es que hasta la fecha son pocas
las referencias que hemos podido aportar sobre su pasado, aunque cabe advertir
que existe documentación de interés, y que a día de hoy no se ha publicado de
manera pormenorizada, de ahí que los califiquemos como unos de esos muchos
linajes de la nobleza local que la historiografía ha infravalorado, pero sobre
los que en un futuro se irán presentando resultados interesantes, y que los sitúan
entre una de las familias más influyentes de la ciudad de Huete a finales del
medievo.
Supuestamente
sus raíces los hacían vincularse con la nobleza asturiana, a través de la
dinastía de los Suárez-Carreño. Como hemos visto, sus alianzas con los Patiño
correrán la misma suerte, pues las líneas asentadas en La Peraleja, ante la
falta de miembros del mismo grupo social, les llevará a que su descendencia pacte
matrimonios con las casas de labradores emplazadas en el pueblo.
Caso
aparte nos merecen los González-Breto, otra de las tantas estirpes
infravaloradas por la historiografía optense, pero de la que nos gustaría
tratar aspectos más concretos, debido a su rol entre los peralejeros mejor posicionados.
Aunque
éstos pudiesen parecer una mera casa de la baja nobleza, nuestras
investigaciones nos han revelado que su profusión en el sector nobiliario fue
más grande de lo que hasta la fecha se ha creído, sacando ejecutorias de
hidalguía en diferentes lugares del territorio (puesto que el caso de La
Peraleja sólo sería un ejemplo). En este sentido, paradójicamente serán tenidos
como el modelo ideal de aquellos caballeros portadores de la tan valorada vieja
sangre cristiana, motivo por el que algún notable linaje converso de la ciudad
optense, hará una usurpación de su identidad con tal de esconder las raíces judías
que le imposibilitaban obtener su reconocimiento de hidalguía. Una cuestión que
quisiéramos tratar pormenorizadamente en otro artículo, debido a la
peculiaridad del suceso.
Los
González gozaron en este lugar de una favorable situación económica, pues sólo
hay que echar un ojo a algunos de sus testamentos, y que se hallan presentes en
la sección de los protocolos notariales de La Peraleja, además de los cargos
que ocuparon dentro de la política local con el trascurso de los siglos. Los
modestos enlaces que celebrarán, y que se sellarán en el seno de familias de
labradores como los Rojo y los Muñoz, son sólo una muestra de la actitud que
adoptarán algunos de sus descendientes, llegando incluso a renegar en múltiples
ocasiones a portar la forma entera del apellido.
David Gómez de Mora
Bibliografía:
*
Archivo Gómez de Mora. Apuntes de la genealogía familiar. Inédito