Poco sabemos sobre la
Peñíscola de la segunda mitad del siglo XIX, en lo que concibe a familias con
disponibilidad de bienes o que pudieran vivir de manera desahogada. En este
sentido, un indicador que nos sirve para poder acercarnos a este tipo de cuestiones,
es el listado de vecinos que se registraban en el censo electoral, y que en
nuestro caso hemos tenido la suerte de poder hallar entre el fondo del Arxiu
Municipal de Vinaròs. Convirtiéndose en una fuente informativa de enorme valor,
que nos acerca al tipo de oficios como ganancias que varios de sus habitantes
poseían.
Sabemos que la
legislación seguía siendo muy restrictiva al respecto, a pesar de que se resaltaba
de los avances en concesiones que ampliaban el abanico de participación, si se
tenían en cuenta los requisitos establecidos en períodos anteriores.
El artículo 15 de la
Ley Electoral del 18 de julio de 1865 dejaba bien claro que: “Tendrá derecho a ser inscrito como elector en las
listas del censo electoral de la sección de su respectivo domicilio todo
español de edad de veinticinco años cumplidos que sea contribuyente, dentro o
fuera de la misma sección, por la cuota mínima para el Tesoro de 20 escudos
anuales por contribución territorial o por subsidio industrial. Para adquirir
el derecho electoral, ha de pagarse la contribución territorial con un año de
antelación, y el subsidio industrial con dos años”.
Obviamente este rasero no ofrecía una cifra muy
representativa de la localidad, si partimos de que sólo 62 vecinos podían
acceder, teniendo en cuenta que todas las mujeres quedaban fuera (pues no
tenían derecho a voto), así como el resto de varones menores de 25 años.
Entre el grupo de
afortunados veremos como el sector más representativo estará encabezado en su
inmensa mayoría por el colectivo de los labradores. La parte restante la
conformaba el clero, el médico-cirujano de la localidad, abogados, así como
también algún marinero, además del herrador, el cirujano, el tabernero, algún tejedor,
el panadero o el carpintero, junto otros oficios de la pequeña burguesía local,
y que a continuación vamos a ir tratando con mayor detenimiento.
Al respecto, nos
resulta llamativo el caso de Agustín Blasco i Balaciart, de profesión marinero
y casado con la peñíscolana Bonifacia Salvador i París, hija de Miguel Salvador
y Bonifacia París. Entre sus hijos conocemos a Cristóbal Blasco i Salvador,
quien siguiendo nuestros apuntes genealógicos casó con Manuela Castell i Ayza.
Su hermano Antonio Blasco i Salvador selló alianzas matrimoniales con Melchor
Sanz i Castell. Familia que nos resultará conocida por ser éste hijo de Gabriel
Sanz i Bayarri junto Josefa María Castell i París. Unos apellidos que podrían
relacionarse parentalmente con los de don Francisco Sanz i Bayarri y don Juan
Bautista Sanz i Bayarri, consideradas como personas bien posicionadas en el
municipio, pues aparecen registradas en el censo electoral con derecho a voto, al
figurar como los propietarios que abonaban la segunda y tercera contribución
más elevada del municipio.
Ciertamente puede
parecernos extraño apreciar el nombre de gente dedicada a las labores del mar participando
en unos censos electorales tan clasistas. No obstante, hemos de tener en cuenta
que dentro del sector marinero, hubo propietarios que disponían de pequeñas
flotillas que les ayudaban a complementar sus ganancias con otras pertenencias
agrícolas, que bien por familiares, trabajadores o ellos mismos, aportaban un
conjunto de beneficios extra, que se habían de sumar al del empleo que
oficialmente ejercían.
Recordemos por
ejemplo como Gabriela Guzmán (esposa en primeras nupcias de Agustín Bayarri i
Martorell), residía en una casa de la calle mayor (una de las mejores zonas del
municipio), siendo hija de un pescador llamado Pedro Guzmán, quien también
poseía una flotilla (Gómez, 2018). Los comerciantes de pescado en Peñíscola
podían conseguir ingresos nada despreciables. Obviamente el oficio suponía un
enorme sacrificio, lo que para algunos no resultaba impedimento en vivir con
cierto acomodo.
Conocemos casos de
personas involucradas en el sector, que en ciudades como Barcelona llegaron a
disponer de lujos sólo al alcance de los más poderosos, uno podía ser la
adquisición de un lugar de enterramiento privilegiado en la Basílica de Santa
María del Mar o en Santa María del Pi, y que ante la falta de un escudo de
armas con el que dejar constancia de su paso por el mundo de los mortales (tal
y como haría cualquier noble), se valían de un icono que representara su
quehacer diario. La pesca y comercialización de este tipo de productos podía en
ocasiones aportar grandes beneficios para la familia. Sin ir más lejos en
Vinaròs llegaremos a ver referencias de un “ciutadà
honrat” que desempeñará esta misma actividad. Obviamente la clave residía
en la capacidad de producción, comercialización y disponibilidad de
embarcaciones adscritas a un mismo propietario.
Detalle de la lápida de un comerciante de pescado. Basílica de Santa María del Mar de Barcelona (imagen del autor).
El herrador será otro
oficio con participación en el censo electoral, representándose en este caso
por Agustín Balaciart i Pauner. Un apellido que nos resulta familiar, por relacionarse
con el linaje del anterior marinero, pues entre ambos guardaban un evidente
nexo de consanguinidad.
Recordemos que en este trabajo las principales labores consistían
en herrar los caballos, burros y mulas. Y es que los animales de carga eran por
aquellos tiempos el único medio de transporte y de faena que se podía emplear,
de ahí la abundancia de ocupación con la que habitualmente se encontraría gente
de este gremio, especialmente en un enclave tan ruralizado como la Peñíscola de
aquellos tiempos.
Para su ejercicio era necesario que el profesional observara
previamente la uña del animal, tanto quieto como en movimiento, para a continuación
extraer las herraduras viejas, escogiendo una idónea de acorde a sus
proporciones, que una vez colocada, era importante garantizar si se había
adaptado de forma correcta, pues su movilidad debía ser equilibrada. Agustín el
herrador era esposo de Mariana Ayza i Castell, e hijo de Agustín Balaciart y
Antonia Pauner. Su hermana Margarita casó en 1847 con el peñíscolano Tomás
Albiol.
Detalle de la lápida de un herrero (año 1708). Basílica de Santa
María del Pi de Barcelona (imagen del autor).
Otro de los oficios
que no se nos debe pasar por alto, y del que sabemos de primera mano que en
muchos lugares tuvo miembros que prosperaron económicamente, fueron los
taberneros. Tengamos en cuenta que en el caso de Peñíscola como en el de
tantísimos municipios de similares características demográficas, podía haber
perfectamente un único establecimiento para atender la demanda de varios
centenares de personas.
Conocemos dichos
populares que nos reflejan la idealización económica que se tenía del tabernero:
“Taberna de buen vino, al tabernero hace
rico”. Y es que en aquellos establecimientos la gente no sólo acudía a
beber o ahogar sus penas, sino que también se ofrecía hospedaje, además de la
venta de productos alimenticios, que iban más allá del consumo de bebidas.
Esto obviamente
siempre que se dispusiera de una clientela permanente generaba ganancias
considerables, lo que explicaba que el tabernero se hallara entre las personas
que superaban el umbral de las contribuciones económicas que marcaba el estado.
El nombre del peñíscolano que se cita en el censo con esta profesión es don
Rafael Salvador i París, hijo de Miguel Salvador y Bonifacia París, casado en
1843 con Catalina Martí i Martorell. Su hermana, Bonifacia Salvador, era la esposa
de Agustín Blasco (marinero y comerciante de pescado), lo que de nuevo mostraba
esos nexos parentales entre este conjunto de familias que poseían un estatus similar,
y que mutuamente iban fortaleciendo la pequeña burguesía del enclave.
Lápida de un tabernero (año 1728) en la Basílica de Santa María de
Barcelona (imagen del autor).
La proliferación de esta
serie de familias que administraba sus negocios con las tierras que poseían, retroalimentada
por una política parental bastante cerrada, ayudaba con creces a que mejoraran su
calidad de vida. Otro de los empleos que aparecerán señalados con el privilegio
de poder ejercer su derecho a involucrarse en las elecciones serán los
carpinteros.
Concretamente en el
del año 1865 veremos los nombres de José Llopis i Martorell junto con Ventura
Roig i Ayza. Quienes no nos cabe la menor duda de que disponían de recursos en
sus entornos familiares. El hermano de José era el labrador y tonelero don Mateo
Llopis i Martorell, popular en el lugar por ser quien pagaba la contribución
más elevada de todos los censados en el municipio, y que acabaría sumando un
total de 78 escudos.
Su familia gozaba de
buena posición en la localidad, saliendo de su seno alcaldes y estudiantes que
irían ocupando los cargos más ilustrados del municipio. Así lo veremos con don
Cayetano Llopis (hermano de los anteriores), quien ejercía como maestro de
letras y había casado en 1844 con Rosa Miralles i Martorell. El padre de todos
ellos era don Cayetano Llopis (agrimensor) y marido de Josefa María Martorell.
Detalle de una lápida donde yace un maestro de carpintería.
Basílica de Santa María del Pi de Barcelona (imagen del autor).
Tampoco deberíamos
olvidar a los panaderos, gestores de los hornos en los que se elaboraba una de
las principales materias de consumo más demandada por la inmensa mayoría de los
habitantes, de ahí que no nos sorprenda que uno de los presentes es este censo
sea don Romualdo Tomàs i Albiol y que junto con su familia, durante varias
generaciones controlaría la venta de este producto.
David Gómez de Mora
Bibliografía:
* Arxiu Gómez de Mora. Apunts genealògics. Inédit.
* Arxiu Municipal de
Vinaròs. B. O. E., 18-11-1865
* Gómez de Mora,
David (2018). Històries dels meus cinquens avis. En:
davidgomezdemora.blogspot.com