domingo, 10 de mayo de 2020

Orgullo, poder y opciones de desarrollo social en las tierras de la Alcarria Conquense siglos atrás. Breves notas personales

Cuando analizamos el pasado de linajes o grupos de poder dentro de los enclaves rurales de este territorio, en ocasiones resulta imposible pasar por alto la solera que algunos de ellos arrastraron, en un permanente ejercicio que buscaba la prosperidad de la familia, en detrimento de otros que perdían su radio de acción, como resultado de los nuevos cambios y agentes que iban apareciendo en el olvidado modelo socioeconómico de aquellos tiempos.

Desde finales del medievo, cualquier familia de esta área geográfica que deseara medrar en una comunidad tan tremendamente estratificada (en la que su asentamiento en pequeños enclaves les resultaba algo menor), básicamente podía disponer de dos opciones, que de acorde a su capacidad, ambición y especialmente suerte, se traducía en diferentes escenarios.

El primer foco de población importante para la gente con recursos que deseara cambiar su destino en el área de la alcarria conquense, era la ciudad de Huete. Un asentamiento lleno de contrastes, con varios miles de almas, en los que se encontraban múltiples casas de la nobleza local, que lidiaban entre ellas por la obtención de un cargo destacado dentro de su cabildo de caballeros (previa hidalguía reconocida), además del control de capellanías, tierras y otro conjunto de bienes que se iban vinculando en las fundaciones de mayorazgos, incrementando el caché de sus integrantes.

La dificultad de mantener sus fortunas, a las que se sumaba la compleja lucha entre poderes, donde era necesario calibrar con precisión, como y con quien habían de casar a cada uno de sus hijos, o evitar errar en el momento de establecer pactos que ayudaran a mejorar la imagen de la familia, convertían aquellas situaciones en una verdadero quebradero de cabeza, en realidad, un sinvivir constante para quienes decidían apostar por un estilo de vida, que como indicábamos anteriormente, podía incluso llegar a mejorarse mediante una segunda opción, y que consistía en poner las miras directamente sobre la ciudad de Cuenca, donde la rivalidad y lucha de intereses se disputaba a una escala mucho mayor. Y es que allí los requisitos eran obviamente más exigentes (estudios religiosos vinculados con la Catedral, la posesión de algún beneficio en la misma, o la consecución de una de las regidurías por el estado noble en la corporación municipal, sin olvidarnos de la obtención de un cargo relevante dentro del Santo Oficio, previa disponibilidad de influencias en el núcleo del órgano inquisitorial conquense).

Imagen de la Alcarria Conquense (escapadarural.com)

Por norma general en lo que se refiere a nuestra demarcación geográfica, quienes se atrevían a probar con el gran salto, previamente intentaban consolidar su estatus entre las familias de la ciudad optense, aunque lo cierto es que aquello no era una ecuación matemática, y sorpresas siempre se dieron.

Ahora bien, también hubo familias que quedarán al margen de esos movimientos, primeramente, las casas más humildes y que lógicamente jamás gozarían de alguna oportunidad ante la falta de recursos. A continuación, tendríamos a los linajes de la pequeña burguesía rural, que por diferentes motivos, se verían limitados dentro de su radio de acción, pues a pesar de disponer de tierras, e incluso muchos ocupar puestos destacados en los principales órganos del municipio (bien fuese como alcaldes o gestionando un conjunto de bienes que daban una situación de acomodo a la familia), preferían preservar su estilo de vida, sin necesidad de sufrir o verse afectados a cambios bruscos.

Finalmente, un grupo atípico, pero que también presenciaremos en aquel conjunto de localidades que rodearán esta área, serán los linajes de propietarios bien posicionados, que a pesar de gozar de una muy buena calidad de vida, e incluso de tener sujetas sus superficies agrícolas a la figura del mayorazgo, parecían no querer saberse nada de lo que no fuera más allá de lo que alcanzaba su vista.

Pretender dar una respuestas a ese porqué es una cuestión muy compleja, pues entrarían muchas variables, que irían desde la mera comodidad, el miedo a perder todo ante una ambición de querer aislarse de un lugar de origen donde el patrimonio no se podía gestionar con las mismas garantías, la preocupación a una indagación sobre las raíces religiosas de sus antepasados, o directamente la negativa automática a querer abandonar un enclave en el que se sentían como alguien importante, ante el temor de resultar personas poco significativas más allá de sus dominios.

En La Peraleja o Gascueña conocemos el caso de la familia Jarabo, sin lugar a dudas una de las más influyentes y poderosas que durante siglos han mantenido su importancia en el territorio alcarreño, tanto por su manera de obrar, como por la disponibilidad de recursos en varias de sus líneas genealógicas. Representando uno de los grandes paradigmas sociales de la época, al romper con aquella especie de mentalidad piramidal, en la que los linajes con recursos, mayoritariamente se preocupaban por medrar e incrementar el estatus más allá de su escala natural.

Cualquiera que analice a fondo su patrimonio y el grado de dominio que ejercían en los puntos donde estaban asentados, perfectamente será consciente de que muchos de sus integrantes podían haberse costeado una hidalguía sin pasar apuros, pues sabido y notorio era que para alcanzar un reconocimiento como miembros del estado noble, poco o nada importaban las raíces, que inmediatamente se falseaban, bien para superar las trabas de la Chancillería, el Santo Oficio, o directamente alistarse en una orden de caballeros. Y es que a menos que la familia fuese escandalosamente problemática o cargara con una irremplazable tacha de conversión, la disponibilidad de dinero era credencial suficiente para gestar satisfactoriamente un propósito como aquel.

Las respuestas a estos interrogantes pueden ser varios, y entre los mismos, habría posiblemente que añadir la permanencia de una mentalidad que abogaba por aislarse de las corrientes impuestas en una sociedad hipócrita, donde caballeros que exaltaban un pasado ficticio, eran quienes controlaban las riendas de las respectivas localidades en las que residían. Los Jarabo precisamente escogerán como lugar de asentamiento La Peraleja, Gascueña y Tinajas, tres municipios que a lo largo de su historia se caracterizarán por la ausencia de una presión señorial, así como por no reconocer este conjunto de privilegios a quienes pretendieran argumentar unas exenciones, que como era sabido, en su inmensa mayoría se cimentaban en la fantasía y la quimera de un periodo romántico que emulaba un ideario de siglos pasados.

Igualmente en La Peraleja veremos familias como los Hernán-Saiz, y que sin salir necesariamente de su enclave de origen, también preferían moverse en un escueto marco local en el que eran toda una institución, y que muy seguramente de cara hacia fuera poco o nada les hubiese aportado.

Un hecho similar apreciaríamos en Saceda del Río con la casa de los López-Lobo, un linaje que durante el siglo XVI tenía un control indiscutible sobre la inmensa mayoría de los puestos relevantes que había en el municipio, y que pocas veces hizo intenciones de querer proyectarse más allá de su reducto natural.

David Gómez de Mora

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).