Poco a poco vamos conociendo con
mayor detalle algunos datos sobre varias de las familias que antaño tuvieron un
protagonismo destacado en este municipio. Si hablásemos de casas con disponibilidad
de recursos durante los siglos XVIII y XIX, resultaría imposible obviar el caso
del linaje Llaudís. Una saga de escribanos y notarios peñiscolanos que
consiguió ser ennoblecida por el rey Felipe V en el año 1709.
El agraciado con aquel privilegio
fue el vecino don Gabriel de Llaudís, quien ejercía como notario de la corporación
municipal durante el periodo de la Guerra de Sucesión. A partir de ese momento,
siguiendo con la tradición familiar, su descendiente don Juan de Llaudís heredaría
idéntica concesión social (pues sólo se podía transmitir por línea recta de
varón), además de la escribanía en la que éste trabajaría toda su vida.
Juan casó con la bien posicionada
Rosa Martín i Ayza, quien por el costado materno era descendiente de don Juan
de Ayza, y que al mismo tiempo que Gabriel había sido ennoblecido. Fruto de
aquel matrimonio nacería su hijo don Gabriel de Llaudís i Martín (síndico y
procurador general del ayuntamiento). Decir que el oficio se transmitía de
generación en generación, razón por la que esta familia se acabaría convirtiendo
en la estirpe más importante de notarios con los que contó Peñíscola a lo largo
de su historia.
Más adelante, en 1791 es nombrado
con el cargo de escribano real y notario de la corte don Juan Bautista Llaudís,
representando el puesto de secretario del ayuntamiento de Peñíscola en 1814, tras
el nombramiento del nuevo gobierno provisional que estuvo al frente durante la
fatídica ocupación francesa. A éste le seguirían otros personajes de la familia
como don Antonio Llaudís y don Narciso Llaudís, integrando todos ellos una prestigiosa
estirpe de escribanos y síndicos que se extendería durante los siglos XVIII y XIX.
Firma
de Vicente Llaudís del 18 de junio de 1834 (Arxiu Municipal de Peníscola)
Como veremos los escribanos eran
parte de una población que contaba con bastantes garantías. Por norma general
en su casa custodiaban todos los protocolos notariales de los vecinos que habían
hecho uso de sus servicios. Siendo por tanto conocedores de cuántas propiedades
controlaba cada habitante, que deseo expreso habían solicitado entre sus últimas
voluntades, así como otra serie de informaciones detalladas sobre censos,
ventas y fundaciones, que a lo largo de generaciones habían conformado una
colección de legajos en poder de una misma la familia. Una información sin
lugar a dudas de un valor incalculable.
Tampoco se nos puede pasar por
alto que éstos formaban parte de las tramas de falsificación documental, y que
tan habituales fueron en aquellos tiempos. Sin ir más lejos, el linaje de los
Esteller trufará una parte de su genealogía, gracias a un supuesto documento
que hasta el momento sus integrantes habían “obviado” para la demostración de
la nobleza familiar, pero que súbitamente apareció tras recurrir a los
servicios de la familia Llaudís. Como decimos esto era una práctica muy común en
todas las escribanías. Al fin y al cabo era una fuente adicional de ingresos,
que conllevaba sus riesgos, y por los que obviamente bajo manga se pedirían importantes
sumas de dinero.
Fotografía
del escudo de armas que antaño los Llaudís de Peñíscola lucían con orgullo en
una de sus residencias en la localidad. Su decoración barroca nos llevaría a
datarlo durante el siglo XVIII, momento en el que el escribano don Gabriel de
Llaudís recibiría el privilegio de Felipe V para que todo su linaje pudiese portarlo.
Esto hará que los escribanos crearán
a su alrededor una élite social, en la que se apoyará la nobleza así como las
grandes familias del pueblo, pues con la firma de uno de estos profesionales,
se podía dar fe de muchísimas referencias documentales que en ocasiones
llegaban a cambiar notablemente el rumbo de vida de una persona.
Sabemos que en muchas localidades
estas dinastías eran sumamente respetadas, no sólo por integrar una parte del
sector cultural que sabía leer y escribir en una sociedad donde las tasas de
analfabetismo eran elevadas, sino que también por su capacidad de influir en
los grupos de poder. Obviamente no será un hecho casual que muchas de sus alianzas
matrimoniales giren alrededor de casas del ámbito nobiliario o directamente del
mismo mundo laboral, como apreciaremos en el caso de los Ortiz, quienes representarán
una saga de notables doctores en leyes, que llegarían a traspasar el extrarradio
local, codeándose con algunas de las familias más importantes de la comarca.
Este clientelismo era una herramienta de crecimiento social que potenciaba sus miras
y aspiraciones más allá de su ciudad natal.
David
Gómez de Mora