sábado, 30 de mayo de 2020

Los Llaudís (una estirpe de escribanos peñiscolanos)

Poco a poco vamos conociendo con mayor detalle algunos datos sobre varias de las familias que antaño tuvieron un protagonismo destacado en este municipio. Si hablásemos de casas con disponibilidad de recursos durante los siglos XVIII y XIX, resultaría imposible obviar el caso del linaje Llaudís. Una saga de escribanos y notarios peñiscolanos que consiguió ser ennoblecida por el rey Felipe V en el año 1709.

El agraciado con aquel privilegio fue el vecino don Gabriel de Llaudís, quien ejercía como notario de la corporación municipal durante el periodo de la Guerra de Sucesión. A partir de ese momento, siguiendo con la tradición familiar, su descendiente don Juan de Llaudís heredaría idéntica concesión social (pues sólo se podía transmitir por línea recta de varón), además de la escribanía en la que éste trabajaría toda su vida.

Juan casó con la bien posicionada Rosa Martín i Ayza, quien por el costado materno era descendiente de don Juan de Ayza, y que al mismo tiempo que Gabriel había sido ennoblecido. Fruto de aquel matrimonio nacería su hijo don Gabriel de Llaudís i Martín (síndico y procurador general del ayuntamiento). Decir que el oficio se transmitía de generación en generación, razón por la que esta familia se acabaría convirtiendo en la estirpe más importante de notarios con los que contó Peñíscola a lo largo de su historia.

Más adelante, en 1791 es nombrado con el cargo de escribano real y notario de la corte don Juan Bautista Llaudís, representando el puesto de secretario del ayuntamiento de Peñíscola en 1814, tras el nombramiento del nuevo gobierno provisional que estuvo al frente durante la fatídica ocupación francesa. A éste le seguirían otros personajes de la familia como don Antonio Llaudís y don Narciso Llaudís, integrando todos ellos una prestigiosa estirpe de escribanos y síndicos que se extendería durante los siglos XVIII y XIX.

Firma de Vicente Llaudís del 18 de junio de 1834 (Arxiu Municipal de Peníscola)

Como veremos los escribanos eran parte de una población que contaba con bastantes garantías. Por norma general en su casa custodiaban todos los protocolos notariales de los vecinos que habían hecho uso de sus servicios. Siendo por tanto conocedores de cuántas propiedades controlaba cada habitante, que deseo expreso habían solicitado entre sus últimas voluntades, así como otra serie de informaciones detalladas sobre censos, ventas y fundaciones, que a lo largo de generaciones habían conformado una colección de legajos en poder de una misma la familia. Una información sin lugar a dudas de un valor incalculable.
Tampoco se nos puede pasar por alto que éstos formaban parte de las tramas de falsificación documental, y que tan habituales fueron en aquellos tiempos. Sin ir más lejos, el linaje de los Esteller trufará una parte de su genealogía, gracias a un supuesto documento que hasta el momento sus integrantes habían “obviado” para la demostración de la nobleza familiar, pero que súbitamente apareció tras recurrir a los servicios de la familia Llaudís. Como decimos esto era una práctica muy común en todas las escribanías. Al fin y al cabo era una fuente adicional de ingresos, que conllevaba sus riesgos, y por los que obviamente bajo manga se pedirían importantes sumas de dinero.

Fotografía del escudo de armas que antaño los Llaudís de Peñíscola lucían con orgullo en una de sus residencias en la localidad. Su decoración barroca nos llevaría a datarlo durante el siglo XVIII, momento en el que el escribano don Gabriel de Llaudís recibiría el privilegio de Felipe V para que todo su linaje pudiese portarlo.

Esto hará que los escribanos crearán a su alrededor una élite social, en la que se apoyará la nobleza así como las grandes familias del pueblo, pues con la firma de uno de estos profesionales, se podía dar fe de muchísimas referencias documentales que en ocasiones llegaban a cambiar notablemente el rumbo de vida de una persona.
Sabemos que en muchas localidades estas dinastías eran sumamente respetadas, no sólo por integrar una parte del sector cultural que sabía leer y escribir en una sociedad donde las tasas de analfabetismo eran elevadas, sino que también por su capacidad de influir en los grupos de poder. Obviamente no será un hecho casual que muchas de sus alianzas matrimoniales giren alrededor de casas del ámbito nobiliario o directamente del mismo mundo laboral, como apreciaremos en el caso de los Ortiz, quienes representarán una saga de notables doctores en leyes, que llegarían a traspasar el extrarradio local, codeándose con algunas de las familias más importantes de la comarca. Este clientelismo era una herramienta de crecimiento social que potenciaba sus miras y aspiraciones más allá de su ciudad natal.
David Gómez de Mora

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 25 libros entre 2007-2024, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo local. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).