En la gran mayoría de municipios,
el clero era uno de los grupos de poder que ejercía una fuerte presión en sociedades
rurales como la que estamos estudiando. Ya hemos comentado en varias ocasiones,
que los modelos de proyección social se apoyaban en su figura, hecho que
explicaría la importancia que tenía para una familia que alguno de sus miembros
obtuviera una plaza como capellán en la parroquia del pueblo. Una posibilidad
codiciada, que abría las puertas a todo un linaje, y que conllevaba un
indiscutible prestigio para sus integrantes.
Las capellanías eran suculentas
tanto para aquellas familias que deseaban medrar, como para las que ya gozaban
de una buena posición económica. Al respecto veremos casos en los que se
pactaban políticas matrimoniales, que tenían como propósito permitir un entronque
entre linajes, que luego facilitará a futuros descendientes su acceso a unos
estudios religiosos. En este territorio hemos apreciado esta estrategia social
en el caso de la familia León, una casa de la pequeña nobleza rural, con
asentamiento originario en Valdemoro del Rey, pero que en cuestión de un par de
siglos (entre el XVII y XVIII), se harían con el control de fundaciones de este
tipo, como sucederá en Saceda del Río o especialmente en Caracenilla.
Iglesia
de San Miguel Arcángel de La Peraleja (verpueblos.com)
Recordemos que disponer de un
clérigo en el seno familiar ya no sólo era un punto a favor para la imagen de
la familia, sino también en lo vinculante a la parte religiosa o de fe, pues aquello
incrementaba las posibilidades de la salvación de las almas de sus seres
queridos, ya que el difunto podía disponer de una mayor dedicación a la celebración
de misas y rezos que ayudaran a abandonar el tan temido purgatorio, y en el que
las cofradías de cada municipio invertirán una cantidad considerable de misas con
tal de acelerar su redención.
El número de curas que había en La
Peraleja a mediados del siglo XVIII comprendía un total de cinco. La información
alusiva a las capellanías puede consultarse entre la documentación eclesiástica
del Archivo Diocesano de Cuenca (P. 820), y que aquí brevemente vamos a
esbozar, para una mejor comprensión de los linajes que las crearon, así como quienes
las aprovecharon, además de los bienes que las componían.
Una sería la fundada por el
maestro Baltasar Domínguez, y que en 1751 estaba en posesión de Miguel
González, hermano de Juan González, quien ejercía como mayordomo administrador
de las capellanías de la localidad. No olvidemos que ambas familias destacarán
entre los grupos de poder que consolidaron las élites locales del lugar.
Los Domínguez fueron una de las
varias casas de la pequeña burguesía local, y que siguiendo con la costumbre de
acrecentar su nombre, adjuntaron sus bienes a una capellanía compuesta por
varias fincas que sumaban una producción de unos 24 almudes de trigo, además de
un viñedo con 800 cepas. Asimismo, aquel lote se acompañaba con otras tantas
propiedades, como varias casas de morada, ubicadas en la ciudad de Huete. Más
concretamente, en una calle que daba a la bajada del Convento de San Francisco,
y que lindaban con la residencia del noble capitán don Juan de Vidaurre y
Orduña (Gómez de Mora, 2020, a). Como era costumbre, la fundación sería
aprovechada por otros linajes de la localidad, siendo este el caso de los
González-Breto, una estripe de la nobleza local, y que históricamente había
gozado de una buena reputación tanto en el municipio, como en sus alrededores.
La segunda capellanía que veremos
citada fue la creada por Gerónimo de Hernán-Saiz (esposo de Inés González),
junto con Ana de Hernán-Saiz (mujer de Alejandro Parrilla), y que en 1751
estaba en posesión de Silvestre de Hernán-Saiz, que por ser menor la administraba
su padre Miguel de Hernán-Saiz. En total los bienes adscritos englobaban más de
90 almudes de trigo repartidos en una veintena de fincas, junto viñedos, casas
y corrales.
A continuación, la tercera fue la creada por Tomás González y su mujer María Herráiz. Siguiendo nuestros apuntes genealógicos sabemos que ambos casaron en 1649. En el año 1751 la fundación estaba en posesión de don Pedro Muñoz, cura de la villa de Peñalba, componiéndose por siete fincas en las que se generaban más de 70 almudes combinados entre trigo y cebada.
La siguiente se encontraba en
manos de la familia Benito, más concretamente en don José Benito, párroco de
Carrascosa, y sobre cuyo linaje ya dedicamos un artículo en el que se explicaba
su historia familiar (Gómez de Mora, 2020, b).
Una última fundación compuesta
por una treintena de fincas, haría referencia a la que conocemos como de las
ánimas y que a mediados del siglo XVIII estaba en posesión de don Juan José
Vicente de la Peña, representante de dos linajes de labradores con bastante
solera, que en el caso del segundo había adquirido su reconocimiento como miembro
del estado noble en algunos puntos de lo que hoy sería esta comarca.
David
Gómez de Mora
Referencias:
*Archivo Diocesano de Cuenca, La
Peraleja. Sig. 30/20. P-820
*Gómez de Mora, David (2020, a).
“Los Domínguez de La Peraleja”. En: davidgomezdemora.blogspot.com
*Gómez de Mora, David (2020, b).
“Los Benito de La Peraleja”. En: davidgomezdemora.blogspot.com