martes, 5 de mayo de 2020

Relaciones de poder en Carrascosilla hace siglos atrás

En Carrascosilla durante centurias las crisis agrícolas que provocaban el abandono del municipio no eran nada nuevo. Tenemos constancia de cómo durante el siglo XVII, el lugar fue deshabitado una serie de años, para poco tiempo después volver a repoblarse. Los acontecimientos sucedieron en 1669, cuando los escasos trabajadores que había en la localidad se desplazaron a sus pueblos de origen. Parece ser que los motivos fueron variopintos…, la baja eficiencia de las últimas cosechas, el margen de beneficio…, todo eran un conjunto de trabas para aquellas familias renteras que quedaban a cargo de su explotación.

El episodio se solucionaría trascurridos los años, cuando vemos como en 1674 ya había en el enclave unas once casas con vida (lo que representaba una cantidad de residentes que a duras penas sumaba el medio centenar de personas). Desde el siglo XVI la cosa poco o nada había cambiado, pues los vecinos del lugar luchaban con las asperezas de una pésima red de comunicaciones, que en parte sería uno de los grandes condicionantes que motivaría su definitivo abandono.

Linajes como los Sánchez de Amoraga, Graciano y Jarabo, controlaron buena parte del término desde finales del siglo XVI. Y es que sus mayorazgos les permitieron atesorar amplias superficies agrícolas, que quedarán inamovibles en unos lotes patrimoniales, de los que sacaban réditos mediante los acuerdos a los que llegaban con los renteros establecidos en la localidad.

Por norma quienes llegaba hasta allí, sabían a lo que se atenían, pues era complicado adquirir tierras propias con las que medrar socialmente. Obviamente nada era imposible, y para muestra veremos como a lo largo de la historia del lugar, algunos mejorarán su estatus, bien por la consecución de terrenos privados que estaban fuera del alcance de los principales labradores, o ya directamente por desplazarse al lugar sólo durante temporadas, al disponer en su foco de origen de una superficie con la que podían trabajar conjuntamente.

Carrascosilla. Imagen de palomatorrijos.blogspot.com

Nadie ponía en tela de juicio su habilidad para explotar aquellas superficies, pues muchos eran auténticos veteranos en el mundo campesino, con una indiscutible reputación como gestores, mediante la que llegaron a integrarse en el círculo más íntimo y familiar de los mandamases de esas tierras. Esto obviamente explicará cómo en el municipio irían asentándose algunas líneas segundonas de linajes con recursos, que verán en aquellas fincas un medio del que poder sacar rédito económico.

A finales del siglo XVI, en una posición privilegiada se encontraban los Gaona, un linaje con poder, que jugará un papel fundamental en las políticas de ascenso social entre los vecinos del lugar y los grandes señores. Éstos integraban el eslabón de la nobleza local, como hidalgos reconocidos que eran en la cercana ciudad de Huete. Desde un primer momento estrecharon lazos con los Graciano, además de los Rodríguez de Saceda, pues éstos serían quienes acabarían heredando parte de sus bienes, entre los que se encontraba la residencia principal de la familia. Sabemos que Martín Rodríguez casó en 1616 con María de Gaona. Ésta era hija de don Gaspar de Gaona y doña Francisca Nieto.

No olvidemos que los Nieto estaban a su vez conectados con la casa de los Graciano, por ser la suegra de Martín hija de don Francisco Graciano Méndez y doña Ana Nieto Núñez de Guadalajara (una estirpe de buena solera, que figurará entre los antepasados directos de los Marqueses de La Peraleja).

Por otro lado, los Sánchez de Amoraga tenían como hombres de confianza a la casa de los Arana, un linaje con raíces en Canalejas, que en su lugar de asentamiento disponía de recursos. Y es que tanto Asensio de Arana, Francisco de Arana (alguacil mayor del pueblo) y Juan de Arana, trabajaron como renteros para esta familia de la nobleza optense. Asensio fue marido de María Cantero, mientras que Juan había casado con María Jacinta de Agraz, otra saga de labradores que había ido a menos, puesto que sus raíces nos conducirían en el siglo XVI hasta la ciudad de Huete, donde sin mucha suerte, un integrante de los Agraz de Gernika pretendió que se les reconociera como miembro del estado noble, una operación fallida que quedaría en agua de borrajas.

Tampoco podemos olvidar a los Graciano, quienes guardaban enormes paralelismos con los Amoraga, pues además de sus estrechas relaciones parentales y de amistad, controlaron una cantidad importante de las tierras del lugar a través de su mayorazgo, teniendo en este caso a su servicio a gente del clan de los Cantero y los Culebras.  Recordemos como durante la segunda mitad del siglo XVII Sebastián de Culebras, residía en la vivienda de don José Graciano de Figueroa, pues su propietario sólo acudía hasta allí de forma esporádica. La reputación de los Culebras como hábiles labradores que cuidaban la tierra era una realidad, fenómeno por el que sobre éstos recaerá la responsabilidad constante de gestionar las propiedades de la familia optense, gracias a la que irían mejorando su calidad de vida. Además, nadie ponía en tela de juicio sus buenas relaciones con otras casas de la nobleza como los anteriormente citados Gaona y Amoraga, hecho que se refleja en los variados apadrinamientos del libro de bautismos donde éstos aparecerán registrados (AEH).

Sabemos como por ejemplo Martín de Culebras ejerció de mayordomo en la Iglesia del municipio, casando a su hija con un representante de los Felipe, otra familia asentada en Saceda, y que igualmente se integraba dentro de los modestos linajes de la pequeña nobleza, puesto que su apellido había sido reconocido como miembro del estado noble en otros lugares de la provincia. Tampoco se nos puede pasar por alto el caso de los Cantero, una familia con arraigo en la Ventosa, donde llegará a obtener el tratamiento de noble, además de cargos simbólicos en el pueblo de Carrascosilla.

Se trataba de líneas segundonas, que a pesar de contar con hermanos y parientes bien posicionados en sus focos de residencia, se veían limitados por una falta de recursos, que les motivaba a adoptar aquel estilo de vida. Un concepto diferente al del jornalero, y sobre el que hemos de hacer muchos matices, puesto que en ambos casos a pesar de no ser propietarios, los primeros faenaban el suelo como si en realidad les perteneciese, pudiendo poseer adicionalmente otras propiedades agrícolas, que complementaban a temporadas, o incluso en el caso de no poder explotar, dejarlas en manos de otros renteros. Todo dependía de que saliese más a cuenta.

A las órdenes de los renteros estaban los temporeros y jornaleros, que siempre que fuesen necesarios, eran llamados para acudir de forma esporádica. No olvidemos que el rentero trabajaba las tierras que los propietarios le cedían temporalmente. Se trataba de un ejercicio de confianza mutua, que obligó a que los Jarabo, Amoraga o Graciano pactaran una serie de acuerdos con familias enteras, en las que el rentero negociaba unas condiciones que le resultaran beneficiosas, acordando unas proporciones que irían dependiendo de la producción u otros factores, en los que ambas partes habían de mostrar su conformidad. Un ejercicio práctico, en el que todos se implicaban, pues por un lado el propietario de las tierras por norma general proveía a éstos de todo el material para la explotación (incluyendo muchas veces la casa de labor), mientras que el rentero debía de calibrar donde estaba el equilibrio que permitía sacar rédito de la situación.

Piqueras Haba (2007, 19) explica muy bien el rol de estas personas, cuando al referirse a los aparceros matiza que nunca fueron simples jornaleros, puesto que algunos llegaban a ejercer como medianos propietarios, ya que muchas veces trabajaban de renteros o colonos, complementando de este modo un conjunto de ingresos que podían venir de varios lugares. No hemos de olvidar que las cosas no siempre llegaban a buen puerto, por lo que el desarrollo de conflictos, tensiones y desacuerdos entre gestores y propietarios eran una realidad, que podía llevar desavenencias, que si no eran correctamente solventadas, comportaban el despoblamiento del lugar, hecho que explicaría la presión ejercida por los renteros contra los terratenientes, siempre y cuando lo estipulado no fuese de su agrado.

David Gómez de Mora
Bibliografía:
* Archivo Eclesiástico de Huete. Libro I de bautismos, matrimonios y defunciones (1550-1693).
* Haba Piqueras, Juan (2007). “La plantación de viña a medias en España”. Ería, 72. Departamento de Geografía. Universitat de València. Págs. 5-22

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 25 libros entre 2007-2024, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo local. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).