En Carrascosilla durante
centurias las crisis agrícolas que provocaban el abandono del municipio no eran
nada nuevo. Tenemos constancia de cómo durante el siglo XVII, el lugar fue deshabitado
una serie de años, para poco tiempo después volver a repoblarse. Los
acontecimientos sucedieron en 1669, cuando los escasos trabajadores que había
en la localidad se desplazaron a sus pueblos de origen. Parece ser que los
motivos fueron variopintos…, la baja eficiencia de las últimas cosechas, el margen de beneficio…, todo eran un conjunto de trabas para aquellas familias renteras que quedaban a cargo de su explotación.
El episodio se solucionaría trascurridos
los años, cuando vemos como en 1674 ya había en el enclave unas once casas con
vida (lo que representaba una cantidad de residentes que a duras penas sumaba el
medio centenar de personas). Desde el siglo XVI la cosa poco o nada había
cambiado, pues los vecinos del lugar luchaban con las asperezas de una pésima red
de comunicaciones, que en parte sería uno de los grandes condicionantes que
motivaría su definitivo abandono.
Linajes como los Sánchez de
Amoraga, Graciano y Jarabo, controlaron buena parte del término desde finales
del siglo XVI. Y es que sus mayorazgos les permitieron atesorar amplias superficies
agrícolas, que quedarán inamovibles en unos lotes patrimoniales, de los que
sacaban réditos mediante los acuerdos a los que llegaban con los renteros establecidos
en la localidad.
Por norma quienes llegaba hasta
allí, sabían a lo que se atenían, pues era complicado adquirir tierras propias
con las que medrar socialmente. Obviamente nada era imposible, y para muestra
veremos como a lo largo de la historia del lugar, algunos mejorarán su estatus,
bien por la consecución de terrenos privados que estaban fuera del alcance de
los principales labradores, o ya directamente por desplazarse al lugar sólo
durante temporadas, al disponer en su foco de origen de una superficie con la
que podían trabajar conjuntamente.
Carrascosilla. Imagen de palomatorrijos.blogspot.com
Nadie ponía en tela de juicio su
habilidad para explotar aquellas superficies, pues muchos eran auténticos
veteranos en el mundo campesino, con una indiscutible reputación como gestores,
mediante la que llegaron a integrarse en el círculo más íntimo y familiar de los mandamases
de esas tierras. Esto obviamente explicará cómo en el municipio irían asentándose
algunas líneas segundonas de linajes con recursos, que verán en aquellas fincas
un medio del que poder sacar rédito económico.
A finales del siglo XVI, en una
posición privilegiada se encontraban los Gaona, un linaje con poder, que jugará
un papel fundamental en las políticas de ascenso social entre los vecinos del
lugar y los grandes señores. Éstos integraban el eslabón de la nobleza local, como
hidalgos reconocidos que eran en la cercana ciudad de Huete. Desde un primer
momento estrecharon lazos con los Graciano, además de los Rodríguez de Saceda, pues
éstos serían quienes acabarían heredando parte de sus bienes, entre los que se
encontraba la residencia principal de la familia. Sabemos que Martín Rodríguez casó
en 1616 con María de Gaona. Ésta era hija de don Gaspar de Gaona y doña
Francisca Nieto.
No olvidemos que los Nieto estaban
a su vez conectados con la casa de los Graciano, por ser la suegra de Martín
hija de don Francisco Graciano Méndez y doña Ana Nieto Núñez de Guadalajara (una
estirpe de buena solera, que figurará entre los antepasados directos de los
Marqueses de La Peraleja).
Por otro lado, los Sánchez de
Amoraga tenían como hombres de confianza a la casa de los Arana, un linaje con
raíces en Canalejas, que en su lugar de asentamiento disponía de recursos. Y es
que tanto Asensio de Arana, Francisco de Arana (alguacil mayor del pueblo) y
Juan de Arana, trabajaron como renteros para esta familia de la nobleza optense.
Asensio fue marido de María Cantero, mientras que Juan había casado con María
Jacinta de Agraz, otra saga de labradores que había ido a menos, puesto que sus
raíces nos conducirían en el siglo XVI hasta la ciudad de Huete, donde sin
mucha suerte, un integrante de los Agraz de Gernika pretendió que se les
reconociera como miembro del estado noble, una operación fallida que quedaría
en agua de borrajas.
Tampoco podemos olvidar a los
Graciano, quienes guardaban enormes paralelismos con los Amoraga, pues además
de sus estrechas relaciones parentales y de amistad, controlaron una cantidad
importante de las tierras del lugar a través de su mayorazgo, teniendo en
este caso a su servicio a gente del clan de los Cantero y los Culebras. Recordemos como durante la segunda mitad del
siglo XVII Sebastián de Culebras, residía en la vivienda de don José Graciano
de Figueroa, pues su propietario sólo acudía hasta allí de forma esporádica. La
reputación de los Culebras como hábiles labradores que cuidaban la tierra era
una realidad, fenómeno por el que sobre éstos recaerá la responsabilidad constante
de gestionar las propiedades de la familia optense, gracias a la que irían mejorando
su calidad de vida. Además, nadie ponía en tela de juicio sus buenas relaciones
con otras casas de la nobleza como los anteriormente citados Gaona y Amoraga, hecho
que se refleja en los variados apadrinamientos del libro de bautismos donde éstos
aparecerán registrados (AEH).
Sabemos como por ejemplo Martín
de Culebras ejerció de mayordomo en la Iglesia del municipio, casando a su hija
con un representante de los Felipe, otra familia asentada en Saceda, y que
igualmente se integraba dentro de los modestos linajes de la pequeña nobleza, puesto
que su apellido había sido reconocido como miembro del estado noble en otros
lugares de la provincia. Tampoco se nos puede pasar por alto el caso de los
Cantero, una familia con arraigo en la Ventosa, donde llegará a obtener el
tratamiento de noble, además de cargos simbólicos en el pueblo de Carrascosilla.
Se trataba de líneas segundonas,
que a pesar de contar con hermanos y parientes bien posicionados en sus focos de
residencia, se veían limitados por una falta de recursos, que les motivaba a adoptar
aquel estilo de vida. Un concepto diferente al del jornalero, y sobre el que
hemos de hacer muchos matices, puesto que en ambos casos a pesar de no ser
propietarios, los primeros faenaban el suelo como si en realidad les
perteneciese, pudiendo poseer adicionalmente otras propiedades agrícolas, que
complementaban a temporadas, o incluso en el caso de no poder explotar, dejarlas
en manos de otros renteros. Todo dependía de que saliese más a cuenta.
A las órdenes de los renteros estaban
los temporeros y jornaleros, que siempre que fuesen necesarios, eran llamados
para acudir de forma esporádica. No olvidemos que el rentero trabajaba las
tierras que los propietarios le cedían temporalmente. Se trataba de un
ejercicio de confianza mutua, que obligó a que los Jarabo, Amoraga o Graciano pactaran
una serie de acuerdos con familias enteras, en las que el rentero negociaba unas
condiciones que le resultaran beneficiosas, acordando unas proporciones que irían
dependiendo de la producción u otros factores, en los que ambas partes habían
de mostrar su conformidad. Un ejercicio práctico, en el que todos
se implicaban, pues por un lado el propietario de las tierras por norma general
proveía a éstos de todo el material para la explotación (incluyendo muchas
veces la casa de labor), mientras que el rentero debía de calibrar donde estaba
el equilibrio que permitía sacar rédito de la situación.
Piqueras Haba (2007, 19) explica
muy bien el rol de estas personas, cuando al referirse a los aparceros matiza
que nunca fueron simples jornaleros, puesto que algunos llegaban a ejercer como
medianos propietarios, ya que muchas veces trabajaban de renteros o colonos, complementando
de este modo un conjunto de ingresos que podían venir de varios lugares. No
hemos de olvidar que las cosas no siempre llegaban a buen puerto, por lo que el
desarrollo de conflictos, tensiones y desacuerdos entre gestores y propietarios
eran una realidad, que podía llevar desavenencias, que si no eran correctamente
solventadas, comportaban el despoblamiento del lugar, hecho que explicaría la
presión ejercida por los renteros contra los terratenientes, siempre y cuando
lo estipulado no fuese de su agrado.
David
Gómez de Mora
Bibliografía:
* Archivo Eclesiástico de Huete. Libro
I de bautismos, matrimonios y defunciones (1550-1693).
* Haba Piqueras, Juan (2007). “La
plantación de viña a medias en España”. Ería, 72. Departamento de Geografía.
Universitat de València. Págs. 5-22